viernes, 28 de junio de 2013

Matemática elemental












Visto el porcentaje que en calidad de "adelanto" ofrece el Gobierno a los/las  trabajadores/as docentes del país -un muy atrayente 3 %-, aprovecharemos las vacaciones de invierno para calcular en qué lo invertiremos. Así, al azar, se me ocurre:

- a razón de $2 o $3 las fotocopias que (según el lugar adonde vaya y el tiempo con que cuente para acercarme al kiosco con mejor precio), y teniendo en cuenta que trabajo en once grupos (o sea dos turnos completos) con un promedio de 30 alumnos en c/u (léase bien: es un promedio), que se trata de contextos críticos en todos los sentidos pero muy especialmente en el económico... bueno, a ver, más o menos, tendría que guardar esta cantidad... en el mejor de los casos, o sea, si mi material pudiera ser comprimido en una hoja...

- tres lápices mensuales para escribir en la pizarra...

- un borrador cada dos meses...

- la cuota para apoyar a algún alumno/a que esté en situación más desvalida que la de siempre...Bueno, ya esto me va a quedar afuera del ingreso prometido... mmm...

Bien me decía mi padre cuando decidí abrazar esta carrera: "Vas a estar toda la vida como tu abuela (que era maestra rural), secando la yerba para tomar el mate del día siguiente. A ningún gobierno le interesa de verdad cómo vive un docente". 

-Sí, papá; parece que seguimos equivocándonos al elegir a nuestros representantes.




















GRACIAS A LA VIDA QUE ME HA DADO TANTO
ME DIO DOS LUCEROS QUE CUANDO LOS ABRO
DE LEJOS DISTINGO EL NEGRO DEL BLANCO
Y EN EL ALTO CIELO SU FONDO ESTRELLADO...

Violeta Parra


La educación: responsabilidad de muchos...







































































"Sólo nos falta saber por qué los pobres son pobres"- Eduardo Galeano


Naturalización de la pobreza y la desigualdad. Efectos políticos y subjetivos de las estrategias del Banco Mundial.

Susana Murillo


“Desigualdad” y “pobreza” son significantes que han adquirido centralidad en la bibliografía ligada a las Ciencias Sociales, y en los documentos públicos. Su uso por parte de comunicadores, teóricos sociales y funcionarios tiene efectos en las políticas sociales y en los sujetos individuales y colectivos. El objetivo del texto, en este sentido, es analizar algunas transformaciones discursivas, que, desde la teoría social y desde los documentos de los organismos internacionales, desde hace varios años han naturalizado a esos significantes presentándolos como parte de la estructura ontológica del existente humano. De este modo el trabajo se centra fundamentalmente en los documentos producidos por uno de los organismos internacionales de más prestigio, el Banco Mundial, así como en las estrategias de políticas sociales aplicadas efectivamente desde los Estados y en algunos casos reclamadas desde la sociedad civil. Se parte de la hipótesis que la díada conceptual –que ha sido resignificada de modos nuevos–“pobreza” y “desigualdad” es parte de una estrategia discursiva que resuelve con nuevas tácticas el viejo síntoma de la desigualdad intrínseca a las relaciones sociales capitalistas, que suele ser mencionado como “la cuestión social”. La segunda conjetura es que esta estrategia discursiva ha constituido a la pobreza como un dispositivo de intervención sobre la fuerza de trabajo a nivel internacional.

Palabras claves
Español: Pobreza, Desigualdad Social, Política Económica, Política Social, Trabajo, Capitalismo, Sociedad Civil, América Latina, Siglo XXI

El objeto del trabajo consiste en analizar la producción discursiva del Banco Mundial (BM) para América latina, tal como ella discurre en sus documentos entre los años 1997 y 2004. El análisis de las estrategias discursivas de los organismos internacionales de crédito cobra importancia en tanto se toma nota de su influencia en las prácticas de políticos, científicos sociales, comunicadores y “personas comunes”. Significantes tales como “empoderamiento”, “dar la voz a los pobres”, “capital social”, “achicamiento del Estado” y otros, tienden a cobrar naturalidad en el sentido común de las gentes. Pero sobre todo la idea de que la pobreza y la desigualdad forman parte inerradicable de la condición humana, constituye un dispositivo discursivo que tiene unos efectos en las prácticas, que es menester desentrañar como parte de las estrategias políticas de dominación.

El texto tiene tres partes. En la primera se analiza la importancia política de las formaciones discursivas y su polivalencia táctica. Las transformaciones que en ellas se han operado tras la emergencia de la nueva cuestión social planteada desde la década de los ’70, cuando las mutaciones sociotécnicas y la voluntad política de las potencias mundiales comienzan a delinear nuevas estrategias para contener los límites a los que había llegado el capitalismo en la década del ’60. Las nuevas tecnologías, constituyen entonces al conocimiento como insumo fundamental y, a la par, la precarización laboral y el desempleo se profundizan. Con ellos se agudizan la pobreza y la desigualdad. El texto aborda estos procesos, centrándose fundamentalmente en las transformaciones discursivas que los justifican resignificando la concepción de la historia, la filosofía y la política, a la par que produciendo sutilmente el desbloqueo del pragmatismo político y con él, la explícita y manifiesta emergencia de prácticas decisionistas del Estado. Particular importancia cobra en el análisis, la paulatina naturalización de la pobreza y la desigualdad, así como la idea de un nuevo rol del Estado.

La segunda parte del texto aborda precisamente las transformaciones del Estado en América Latina durante la década de los ’90. Analiza en primer lugar los postulados que guiaron las reformas estructurales promovidas en el marco del Consenso de Washington para luego analizar el proceso de “reformas de segunda generación” y los diversos planos en los que se despliega la estrategia de “lucha contra la pobreza” promovida por el BM. La hipótesis de trabajo consiste en que el núcleo de tal lucha radica en controlar el “riesgo social”, al tiempo que monitorear y delimitar los márgenes de acción de la política pública nacional de los países “en desarrollo”. Por ello, los sucesivos énfasis en el desarrollo económico, el desarrollo humano, el desarrollo sustentable y el desarrollo “empoderado” que ha venido planteando el Banco Mundial nos brindan una aproximación a los modos en que se conciben y elaboran las políticas públicas nacionales. El análisis aborda el permanente proceso de aprendizaje, a través del cual el Banco transforma sus tácticas de condicionamiento a las políticas y ensaya diversas explicaciones acerca de la cuestión social que tienen un marcado tinte moralizante y se sustentan en argumentos tautológicos y microsociales. Dichas explicaciones parten de la idea de “lucha contra la pobreza”, concepto que sostiene argumentaciones acerca de lineamientos políticos en los que se confunden causas y efectos de la pobreza y la desigualdad y se concibe a “el pobre” y a “el capitalista” como agentes individuales con responsabilidades primordialmente morales, intentando enmascarar una evidencia: el fracaso de las diferentes estrategias de desarrollo proyectadas desde los organismos de crédito internacional.

La tercera parte del trabajo profundiza el análisis crítico de las estrategias de “lucha contra la pobreza”, particularmente aborda la estrategia de “empoderamiento” de las poblaciones pobres y vulnerables. Analiza la manera en que tal forma de ejercicio del poder se despliega fundada en una resignificación de las concepciones de “pobreza”, desigualdad” y “vulnerabilidad”. El seguimiento documental muestra que la estrategia de empoderamiento implica dos direcciones: por un lado genera nuevas formas de condicionamiento de los Estados nacionales de los países emergentes a fin de que estos reformen sus instituciones de modo acorde a las exigencias del mercado y por otro, plantean formas renovadas de resolver la nueva cuestión social. El proceso supone, dos diversos tipos de efectos de poder: por un lado controla y gestiona poblaciones y subjetividades, pero al mismo tiempo produce nuevas formas de asociación y nuevas subjetividades. En ese sentido, la estrategia de empoderamiento es una tecnología de gobierno de las poblaciones y de los sujetos que no sólo reprime, sino también construye vida y por ende resistencias.

En síntesis, aun cuando el texto se basa en un riguroso seguimiento de la producción documental del BM, el trabajo intenta mostrar cómo a pesar de la hegemonía de un discurso que trata de plantear un mundo con una sola dimensión posible en su historia futura – a pesar de ello–, las practicas sociales, diversas y plurales se abren hacia modos nuevos e impensados de construir la condición humana.

A modo de introducción

"Desigualdad" y "pobreza" son significantes que han adquirido centralidad en la bibliografía ligada las Ciencias Sociales y en los documentos públicos; ellos pueblan el lenguaje del sentido común, los medios masivos de comunicación y las discusiones académicas desde hace varios años. La importancia que han cobrado estos significantes no es cuestión de mera especulación teórica, ya que su uso por parte de comunicadores, teóricos sociales y funcionarios tiene efectos en las políticas sociales y en los sujetos individuales y colectivos.

El objetivo de este texto es analizar algunas transformaciones discursivas, que, desde la teoría social y desde los documentos de los organismos internacionales, desde hace varios años han naturalizado a esos significantes presentándolos como parte de la estructura ontológica del existente humano.

En este trabajo me centraré fundamentalmente en los documentos producidos por uno de los organismos internacionales de más prestigio, el Banco Mundial (BM), institución que lleva adelante una estrategia discursiva en torno a la pobreza que guarda correlaciones con argumentos de distinguidos filósofos y teóricos sociales, así como con estrategias de políticas sociales aplicadas efectivamente desde los Estados y en algunos casos reclamadas desde la sociedad civil.

¿Por qué doy importancia a las estrategias discursivas? Porque asumo que las transformaciones en las estrategias discursivas hegemónicas, en su materialidad interpelan ideológicamente desde los dispositivos en los cuales los sujetos individuales y colectivos se constituyen en prácticas concretas. De ese modo, no sólo producen efectos en las percepciones de lo social sino en las prácticas. En ese sentido, las formaciones discursivas conforman realidad, pues su materialidad consiste en que ellas interpelan a los sujetos concretos en sus prácticas aun sin conciencia de ello.

Las hipótesis que sostengo afirman en primer lugar que la díada conceptual -que ha sido resignificada de modos nuevos-"pobreza" y "desigualdad" es parte de una estrategia discursiva que resuelve con nuevas tácticas el viejo síntoma de la desigualdad intrínseca a las relaciones sociales capitalistas, que suele ser mencionado como "la cuestión social". La segunda conjetura que sustento es que esta estrategia discursiva ha constituido a la pobreza como un dispositivo de intervención sobre la fuerza de trabajo a nivel internacional.

Ahora bien, nuestro tiempo ha dado un valor preponderante a las palabras sobre las cosas. El carácter a veces performativo del lenguaje ha pasado a ocupar un lugar central entre muchos teóricos sociales. Creo que el tema emerge precisamente en un momento histórico en el que el lugar central de los medios de comunicación genera un espacio privilegiado para la consideración del discurso. En este contexto, los intentos de "normalizar el pensamiento", evitar el equívoco y unificar los sentidos se ha transformado en una de las tareas fundamentales de los núcleos más concentrados de poder. En esta clave es dable observar desde hace varios años la centralidad e interés que las estrategias discursivas adquieren. Ellas atraviesan las prácticas extradiscursivas y contribuyen a conformar códigos del "ver" y del "hablar", los regímenes de visibilidad y de enunciabilidad presentes no sólo en el sentido común, sino en muchas de las afirmaciones de científicos sociales, historiadores, psicoanalistas, politólogos, pedagogos y filósofos. En ellas, se constituyen "evidencias" que parecen valer por sí mismas y que tienen efectos en los sujetos individuales y colectivos, en tanto se instituyen como "la realidad".

Entre los códigos más o menos estabilizados que intentan operar esta especie de "higiene pedagógica del pensamiento" se destaca la estrategia discursiva que sanciona la inevitabilidad de la pobreza y la desigualdad.

La "producción de pobreza"

Partiendo de los supuestos expresados en el apartado anterior es que asumo como una categoría de análisis ineludible el concepto de "producción de la pobreza".1 Este significante implica pensar a la pobreza vinculada a un proceso fundamental: ella "es inherente a la lógica del capital, ella deviene de los intereses contradictorios entre capital y trabajo y surge en relación a la producción de población excedente o superpoblación relativa, la pobreza en ese sentido no es un 'estado' sino un producto de la lógica de la acumulación capitalista".2 En ese sentido, el término "producción de pobreza" cuestiona las estrategias discursivas que la naturalizan, afirma que ellas son emergentes de factores histórico-concretos y que la evitabilidad de las carencias humanas depende en buena medida de las transformaciones de esas condiciones.

Ahora bien, la forma social capitalista es un proceso de enorme complejidad que ha mutado históricamente en sus diagramas de ejercicio del poder y por ende en las lógicas del gobierno de los sujetos colectivos e individuales, particularmente, de los sujetos pobres. En la construcción de las lógicas de gobierno, el Estado ha jugado siempre un rol clave, aunque diverso. Las mutaciones en la lógica de gobierno se han producido como efecto de las luchas por la hegemonía del orden social, pero también como una respuesta estratégica desplegada contra las resistencias a esa hegemonía. De modo que la producción de pobreza, si bien es un proceso hijo de la lógica de acumulación de capitales, también tiene formas cambiantes a nivel histórico.

En el momento actual del "capitalismo mundial integrado", los Estados nacionales de los países de América Latina (en adelante AL) están sobredeterminados por las estrategias de los Estados de los países centrales y los organismos internacionales. En consecuencia, las lógicas de gobierno en la región son inseparables de su articulación con el "comando mundial".3 Este comando mundial desterritorializado, aunque con fuertes concentraciones en los países más poderosos de la tierra y en algunos organismos internacionales, está constituyendo desde hace más de treinta años un nuevo paradigma de autoridad imperial. Este comando es una estructura sistémica, flexible y dinámica articulada horizontalmente que empuja a una integración de los actores tratando de sobredeterminar todos los conflictos y disensos en un proceso que intenta subsumir todos los aspectos de la vida a la lógica de la mercancía. Con ello, los Estados nacionales pierden soberanía y se ha operado paulatinamente una profunda mutación en los modos de organización del trabajo, la cultura, las relaciones sociales y la construcción de subjetividad .4

La construcción de consensos se torna así una herramienta de gobierno de las poblaciones en la que las formaciones discursivas cobran un lugar privilegiado, pues el consenso no puede construirse por la fuerza (o al menos no sólo por ella en su aciaga desnudez); el consenso requiere de estrategias discursivas que persuadan a los sujetos, casi sin conciencia de ello, en lo que puede denominarse una verdadera operación de "interpelación ideológica". Si las premisas anteriores son verdaderas, puede afirmarse con cierto grado de plausibilidad que en el mundo actual las estrategias discursivas desplegadas desde los núcleos del comando mundial son uno de los factores de producción y reproducción de la pobreza.

En esa dirección, las estrategias discursivas dominantes tienden a normalizar el pensamiento naturalizando la desigualdad como parte de la estructura ontológica del ser humano, concepto que se articula con la idea de que la pobreza es una evidencia incuestionable.

La pobreza inevitable y necesaria

>En esta clave el significante "pobre" es caracterizado por los organismos internacionales de modo multívoco, no se reduce en su definición a la relación con los ingresos. Las múltiples dimensiones en las que la pobreza es definida se refieren en primer lugar a la carencia de libertades fundamentales de acción o decisión para influir en asuntos que afectan a los pobres. En segundo lugar, al déficit en vivienda, alimentos, servicios de educación y salud. En tercer lugar, la pobreza alude a la vulnerabilidad a enfermedades, reveses económicos y desastres naturales. En cuarto lugar, la pobreza implica tratamiento vejatorio por parte del Estado aquejado de corrupción. En quinto lugar, es referida al tratamiento arbitrario por sectores de la sociedad, en este sentido se considera que a menudo influyen en la pobreza las normas y valores, así como costumbres que en el seno de la familia o la comunidad o los mercados provocan la exclusión de mujeres, grupos étnicos o de todos aquellos que sufren discriminación. En sexto lugar, la vivencia de "sufrimiento" suele ser muy intensa entre los pobres. Finalmente, la percepción de que la situación es inmodificable es algo que caracteriza a los pobres, la resignación a un destino inevitable. En séptimo lugar, el significante pobre no sólo es ligado a individuos o grupos sino también a países que a partir de ello adquieren un estatuto geopolítico diferencial.

Ahora bien, las múltiples dimensiones del significante "pobre" aluden a tantas dimensiones de lo humano que posibilitan una conclusión: la pobreza es inerradicable de la condición humana. El estatuto de la pobreza cambia radicalmente en este discurso, respecto de las teorías tradicionales. Tras definir su multidimensionalidad y constatar que ella en alguna de sus formas "persiste a pesar de que las condiciones humanas han mejorado más en el último siglo que en toda la historia de la humanidad" (BM, 2000/1:3/4), se afirma que más allá de los diversos experimentos políticos, más allá del liderazgo del Estado o el mercado, una franja de pobreza es inevitable. Y mucho más, ella es necesaria, pues su presencia es un incentivo a la producción. De este modo, la conclusión que sigue es la negación de la igualdad natural de los hombres, cuyo corolario son las políticas sociales que hacen eje en una visión "minimista" de las necesidades humanas de los trabajadores y sus familias y en unos "umbrales de ciudadanía" que niegan los derechos universales.

El estatuto epistémico de la desigualdad

En esta estrategia discursiva el significante "pobreza", al cobrar nuevos significados, reenvía a otro: la "desigualdad". La estrategia discursiva que ontologiza la pobreza sostiene que el factor fundamental que acarrea pobreza es la desigualdad. Más allá de lo tautológico de este razonamiento veamos qué implica el significante "desigualdad" y cuáles serían sus causas en esta estrategia discursiva.

"Desigualdad" alude a diversas posibilidades de acceso a bienes, servicios y sobre todo, a la posibilidad de ser reconocido y escuchado. Un mínimo de desigualdad es inherente y hasta necesario para la condición humana, se afirma, sólo su exceso constituye un riesgo.

Las estrategias discursivas hegemónicas parecen haber reemplazado en su discurso la idea de "igualdad" por la de "desigualdad". Si el discurso moderno sostenía a la "igualdad" como uno de los derechos "naturales" de todo hombre y ciudadano, el discurso de organismos financieros internacionales ha pasado a considerar que un cierto "grado de desigualdad" es inevitable en toda sociedad, pues el mismo es un incentivo al trabajo. Ella es ontologizada como inevitable parte de la condición humana pues "la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que una sociedad necesita cierto nivel de desigualdad para proporcionar incentivos al trabajo y la inversión" (BM, 2004 b: 6). No obstante, este grado de desigualdad puede tornarse excesivo y poner en peligro a la "gobernabilidad". Si en la modernidad "igualdad" y "propiedad" se mostraron como incompatibles -no sólo filosóficamente, sino también en la confrontación entre discursos y hechos-, en la actualidad la incongruencia más acentuada es entre "desigualdad" y "gobernabilidad" (esta última sustento del derecho a la propiedad).

Pero con ello el significante "desigualdad" adquiere un estatuto epistémico impensable hasta hace tres décadas atrás y mucho menos en toda la modernidad cultural. El mismo inviste su valor político: se puede combatir cierto grado de desigualdad y mantener la pobreza por ingresos y con ello se habrá asegurado un cierto grado de "equidad". He aquí el núcleo de la interpelación ideológica que subyace a las actuales políticas sociales centradas en umbrales mínimos frente a la muerte y construidas como dispositivos de intervención y gestión moral de grupos clasificados por sus potenciales grados de peligrosidad respecto de los centros de poder.

Lo anterior da sentido a la sugerente frase de Slavoj Žižek refiriéndose a la ideología en la postmodernidad: "ellos lo saben pero no les importa".

La ideología ya no radica en construir una falsa conciencia acerca de un fenómeno, un espectro que oculte lo real del antagonismo que subyace a las formaciones sociales capitalistas. La ideología radica hoy en mostrar el fenómeno en toda su crudeza y plantearlo como inevitable. La ideología también consiste en concluir que si el fenómeno es inevitable, también son inevitables las medidas que contra este fenómeno habrán de tomarse. Es aquí donde los significantes "seguridad" y "justicia" cobrarán relieve como modos de legitimar reformas judiciales necesarias para: 1) asegurar la fluidez de los mercados, 2) criminalizar las protestas de los pobres.

La legitimación filosófica de la desigualdad

La interpelación a asumir la desigualdad y su compañera, la pobreza, como naturales alcanza su más alto grado de abstracción en la filosofía. Así John Rawls (2004: 70 y ss.) sostiene que una sociedad equitativa debe resolver los conflictos entre igualdad y libertad.

Rawls resuelve el dilema eliminando uno de sus polos: el de la igualdad. El filósofo sostiene que la "desigualdad" es intrínseca al orden social humano. Más aun, ella es necesaria como un incentivo a la producción. La desigualdad remite a los recursos con los que los individuos cuentan y ello reenvía a la distinción entre lo "dado" y lo "adquirido". Lo primero es establecido por "naturaleza" y en todo caso constituye "diferencias" que no podrían considerarse justas o injustas partiendo del supuesto de que la naturaleza es ciega y, por ende, no está sujeta a elección libre. Lo segundo depende del lugar en el que se ha nacido, de la suerte y de la voluntad individual. No obstante, afirma, las "diferencias" pueden transformarse (y de hecho se transforman) merced a la intervención de instituciones. Éstas, en su funcionamiento efectivo, son las que pueden colaborar para trocar el mínimo necesario de desigualdad (relación) en un exceso que se transforma en obstáculo para la propiedad (substancia) y la libertad, pues desbaratan la gobernabilidad de las poblaciones y el gobierno de los sujetos o, por el contrario, pueden impulsar la construcción de relaciones que fortalezcan el capital social de los ciudadanos (BM, 1997/ 2000/ 2002a/ 2002b/ 2003a/ 2003a/ 2004a/ 2004b/ 2004,d). Pero todo ello no puede lograrse sin la "voluntad individual" de los pobres e indigentes.

En ese sentido, la justicia como equidad supone una distribución equitativa de los bienes. En relación a ese aspecto distributivo, la sociedad es justa cuando respeta las expectativas legítimas de los ciudadanos, acompañadas por acreditaciones obtenidas. No es aceptable una "justicia asignativa" que otorgue algo a ciudadanos que no han cooperado en la producción. En los hechos concretos esto significa que los desocupados lo son por voluntad propia y no pueden pretender protección estatal. Sin embargo, esta condición aislada no resuelve el conflicto entre igualdad y libertad. La historia moderna así lo ha demostrado. De modo que para que la justicia se realice, además de reconocer los méritos diversos de los ciudadanos, una sociedad bien ordenada debería:

1. "Autorizar las desigualdades sociales y económicas necesarias o al menos las muy eficaces, para el buen funcionamiento de una economía industrial en un Estado moderno. Dichas desigualdades (...) cubren los costes de formación y educación, actúan como incentivos, etc." (Rawls, 2004: 113)

2. Expresar un principio de reciprocidad, puesto que la sociedad civil es pensada como un sistema equitativo de cooperación y puesto que la política es pensada como aplicable a la estructura básica que regula la justicia de trasfondo.

3. "Manejar convenientemente las desigualdades más serias desde el punto de vista de la justicia política (...). Éstas son las desigualdades que probablemente surgen entre los diferentes niveles de ingreso en la sociedad, niveles que se ven afectados por la posición social en la que nacen los individuos".6

Razones para "luchar" contra la pobreza

Ahora bien, aun cuando la pobreza y la desigualdad son inevitables y necesarias, los organismos internacionales plantean la necesidad de "luchar" contra la pobreza. Bajo el argumento que el aumento de una provoca un exceso de la otra y que el desborde de ambas genera riesgo social, la pobreza se torna un significante flotante que posibilita diversas formas de intervención política, económica o cultural por parte de los organismos internacionales.

Desde el primer informe sobre el desarrollo mundial en 1978, el BM colocó a la pobreza como la causa de la necesidad de transformar las políticas de los países en desarrollo. Aun cuando en ese año se constataba que entre 1950 y 1975 la salud, el empleo y la educación habían mejorado y que la industria había crecido. En 1979 se recomendó modificar el rumbo de las políticas en un sentido "liberal" y de "interdependencia" mundial (BM, 1979: 2). Así, en ese año, el BM constataba, como vimos, el "espectacular" crecimiento de los países en desarrollo, al mismo tiempo cotejaba que en el África subsahariana y algunas zonas de Asia persistía la pobreza. El significante "pobreza" le sirvió entonces para recomendar un cambio de políticas a los países "en desarrollo" que culminó con la aplicación de las recomendaciones del "Consenso de Washington" y la teoría del "derrame". Estas medidas gestaron una primera fase de transformaciones políticas a comienzo de los noventa, centradas en la desregulación y la liberalización de la economía de los países de AL.

Ese proceso, contra las afirmaciones sustentadas por el BM, generó un inusitado aumento de la pobreza. Según datos de la CEPAL, la informalización del empleo y la precarización laboral se han profundizado en AL desde entonces; desde 1990, el 66% de los nuevos ocupados se ha integrado al sector informal y apenas el 44% cuenta con los beneficios de la seguridad social.7 Tras estudiar el caso argentino, CEPAL se pronuncia de modo contundente: sostiene que contra lo que sugiere el enfoque ortodoxo, los costos sociales que acompañaron a las reformas llevadas adelante en AL y basadas en las recomendaciones del CW fueron visibles tempranamente, aun cuando los indicadores macroeconómicos a comienzos de los noventa parecían sugerir un cierto mejoramiento en la región. Contrariamente a lo vaticinado por el BM y quienes avalaron las reformas, éstas no redundaron en mayor eficiencia económica ni en tasas de crecimiento del producto ni del empleo.8 Según documentos de ese mismo organismo el proceso de crecimiento de la pobreza y la desigualdad -en estos puntos Argentina fue un caso emblemático- se agudiza en la segunda mitad de la década del noventa. Paralelamente a este fenómeno, ya en 1994 se produce el levantamiento chiapateca en México, desde ahí en adelante surgen resistencias como hormigueros en distintos países de la región. Frente a esta nueva situación que mostraba una agudización de la cuestión social, a mediados de los noventa se inicia una segunda ola de reformas del Estado que puso el acento en las transformaciones institucionales. Otra vez el significante "pobreza" fue el fundamento de cambios que tendieron a afianzar la "interdependencia" de las economías a nivel global.

Al mismo tiempo que se producían las olas de reformas, se inició una nueva estrategia de interpelación ideológica. La filosofía y la teoría social habían sancionado con carácter de evidencia a la pobreza y a la desigualdad como componentes de la estructura ontológica del ser humano. Como consecuencia se interpeló al "empoderamiento" para sostener, desde las relaciones sociales, las carencias a las que conduce la pobreza. Esta nueva estrategia discursiva combinó el lenguaje propio del mundo de la guerra con el de la literatura sobre "el buen gobierno". De modo que el discurso de los organismos internacionales se pobló de términos que apuntan a "luchar" o "hacer la guerra" a la pobreza, al tiempo que de significantes ligados a la idea de "empoderamiento" y "capital social".

En esta estrategia discursiva, la primera razón para luchar contra la pobreza y la desigualdad radica en que son "pasto para la violencia": generan un "síndrome de ilegalidad" (BM, 1997: 4) que hace pensar a quienes están afectados por ellas que vulnerar el estado de derecho y la propiedad puede servir para resolver su situación. Los conflictos ante golpes adversos se acentúan, la delincuencia y la violencia aumentan y las bases institucionales se debilitan, con respecto por ejemplo al derecho de propiedad (BM, 2004c: 6).

En segundo lugar, el exceso de pobreza y vulnerabilidad hace que enormes masas de población no accedan a los mercados por falta de ingresos, pero también de educación o posibilidad de pagar servicios sanitarios, de agua o luz. Esto dificulta la expansión de los mercados a nivel global (BM, 2002a: 2). A diferencia de líneas anteriores de pensamiento, muchos economistas ven ahora en la desigualdad un freno para el desarrollo, ella es un freno para la inversión rentable (BM 2004a: 6).

En tercer lugar, se argumentó que los Estados en zonas como AL han actuado de manera arbitraria y en base a relaciones clientelares durante siglos, ello agudizaría el drama de la pobreza y haría que los préstamos otorgados por organismos internacionales no se aplicasen de modo eficaz al combate de la misma, todo lo cual retroalimentaría el círculo vicioso de la pobreza, desperdiciando las posibilidades de los pobres (BM, 2003: 9).

En cuarto lugar, la pobreza es una preocupación a largo plazo pues los organismos internacionales intentan planificar los procesos sociales en una perspectiva de veinte a cincuenta años a futuro, reconociendo con ello los largos períodos de encauzamiento que implica la evolución y transformación social. "En esta escala de tiempo, las acciones actuales determinarán la evolución de las tecnologías y las preferencias individuales y sociales futuras" (BM, 2003: 2). Desde esta perspectiva se plantea una "transición urbana", así planean que para el año 2050 "la mayoría de la gente de los países en desarrollo estará viviendo en pueblos y ciudades" (BM, 2003: 4).

En quinto lugar, la razón para luchar contra la pobreza y la desigualdad radica en que "entre el 80 y el 90 % de los ciudadanos las rechaza", lo cual retroalimenta un circuito de resistencias contra el orden y ello aumenta el riesgo social.

La sexta razón radica en que los pobres están en muchas zonas de AL (y otros lugares del planeta), particularmente en zonas rurales, en posesión de conocimientos respecto de sus propias formas de vida, así como de las características naturales de su hábitat, que deben ser aprovechados. En un mundo cuyo paradigma sociotécnico tiene como insumo fundamental el conocimiento científico,9 la posesión de "intangibles" (conocimientos que los sujetos portan en sus cuerpos y no constan en protocolos científicos) es un valor inapreciable (BM, 1998/9: 1). Los conocimientos sobre las propias sociabilidades hacen a la gobernabilidad de esos grupos ya que sólo es posible interpelarlos como sujetos apelando a los propios códigos culturales. El conocimiento del hábitat -por otra parte- es fundamental para ser incorporado al desarrollo tecnológico llevado adelante por las megaempresas. Por otra parte, la desigualdad impide contribuciones de individuos talentosos y es menester no perder los posibles aportes de "pobres brillantes" a los que un exceso de desigualdad condena al silencio (BM, 2004: 6).

Las políticas sociales del buen gobierno

La supresión de la igualdad como parte constitutiva de la ontología del ser humano y la asunción de la pobreza y la desigualdad como estructuras ínsitas a su constitución, llevan a elaborar la interpelación a conformar un nuevo pacto social que a través del "buen gobierno" debería posibilitar la complejidad e integración de las políticas, basadas en un flexible pragmatismo (BM, 1999/2000: 3). Esto implica una resignificación del lugar del Estado supervisado por organismos internacionales, quienes durante la década de 1990 comienzan a insistir en la sugerente idea del "buen gobierno", concepto elaborado ya en el siglo XVII por funcionarios del Estado absoluto. Se alude con ello a técnicas y tácticas denominadas por aquel entonces "policiales", las que tendrían como objetivo hacer "más felices" a quienes conforman el pueblo, a fin de aumentar la potencia del Estado.10 El "arte del buen gobierno" tiende a la construcción de una ciudadanía dócil que, como ovejas (subditi) de una multiplicidad de rebaños, sea conducida a través del sacrifico y la abnegación de todos por el "pastor" experto y comprensivo. El objetivo del "buen gobierno" es estimular mediante la persuasión, la responsabilidad personal, el amor y el sacrificio como virtudes morales, al tiempo que el gobernante aparece como alguien que conduce a través del carisma y asesorado por hombres poseedores de saberes expertos. Con ello se "psicologiza" el proceso estructural de producción de la pobreza y lo que debiesen ser políticas públicas de carácter universal toman el cariz de intervención voluntaria y, por ende, moral.

El sujeto del "buen gobierno" es un conjunto de expertos y "hombres clave" que distribuyen en diversos niveles la conducción del Estado y de organizaciones no gubernamentales. El objeto de este poder pastoral son grupos de pobres y vulnerables que deben articularse en su condición objeto. Así los diversos "pastores" que hacen al "buen gobierno" se multiplican y diversifican en relación a sus diversos objetos: los grupos específicos que les toca gobernar. Ello deberá hacerse en base a un conocimiento efectivo del grupo, lo cual conlleva la flexible adaptación a sus condiciones cambiantes y a la comprensión de sus "traumas sociales" y "psíquicos" (BM, 1999/2000: 1), a sus "sufrimientos" y "frustraciones" (BM, 1999/2000: 2 y ss.). El objeto del "buen gobierno" son los pobres y vulnerables, entre los que se incluye en AL a las clases medias en tren de ser pauperizadas.

En este contexto, el "buen gobierno" implica entonces el conocimiento y respeto de la "norma" -expresión de construcciones sociales diversas y cambiantes- que reemplaza a la Ley -que tiene rasgos de trascendencia y universalidad. Los miembros del "buen gobierno" mantienen, a su vez, férreos lazos directos o mediados con el establishment internacional, verdadero artífice de las políticas sobre las que aplica algunas "correcciones" a partir de los "aprendizajes" posibilitados por la información de sus hombres clave que operan un doble movimiento: "bajan" los lineamientos de políticas internacionales a niveles nacionales y locales y, en tanto "traductores culturales", posibilitan los "aprendizajes" de los organismos internacionales (BM, 1999/2000: 3).

En el siglo XXI el "buen gobierno" se resignifica en un nuevo pacto social en el cual se ha producido el estallido de las soberanías nacionales de los países pobres a través del lineamiento de políticas sociales diseñadas por organismos internacionales (BM, 1999/2000:3 y ss.). Este nuevo pacto implica construir un "triálogo" conformado por los organismos internacionales, los Estados nacionales y la sociedad civil. En este triálogo los papeles de los actores se modifican radicalmente.

El nuevo rol de la sociedad civil

Así, en franco litigio con la visión jerárquica de las instituciones y la subordinación de la sociedad civil al Estado, diversas corrientes filosóficas y movimientos sociales en las últimas décadas han hecho repensar a los organismos internacionales el cómo del poder; de este modo las estrategias discursivas hegemónicas plantean una relación cambiante y se proponen como un espacio instituido e instituyente. Rechazan toda visión jerárquica de sí mismos y de cualquier relación de poder y, más aún, atribuyen al ciego verticalismo institucional la causa de diversos fenómenos negativos tales como la corrupción y la pobreza. La clave radica en que, a partir de su relación con la sociedad civil y los estados, el BM debe "aprender" (BM, 2002a). Uno de los errores del pasado habría consistido en construir instituciones jerárquicas y rígidas (BM, 2003), en las que la información se movía en una sola dirección: de arriba hacia abajo.

La propuesta actual es una información flexible que se retroalimente a partir de la voz de los pobres y de la comunidad en general, también de las clases medias. El BM interpela a escuchar a los que "no tienen voz" y a partir de ello a "hacer transformaciones de abajo hacia arriba, a partir de iniciativas impulsadas por la comunidad e iniciativas de la cima hacia abajo: nacionales e internacionales hacia la comunidad" (BM, 2003: 13). Así las instituciones desde el Estado hasta la escuela o el hospital pueden seguir cumpliendo algunas funciones de construcción de subjetividad docilizada, pero también tienen que servir para que los problemas de las comunidades pobres lleguen a oídos de los técnicos y directivos del BM, así como para denunciar atropellos y arbitrariedades estatales. En esta estrategia discursiva "empoderar" y "sociedad civil" son dos palabras clave. La sociedad civil es interpelada para que a su vez interpele al Estado a hacer instituciones más fuertes. En este contexto la reforma del legislativo y de la justicia es un objetivo de los organismos internacionales. Para ello la voz de la sociedad civil es fundamental pues es quien puede legitimar las reformas a partir de sus reclamos.

Así se perfilan con toda claridad los miembros del nuevo pacto social que deben conformar a juicio del BM un "triálogo": ellos son la sociedad civil, los Estados nacionales y los organismos internacionales. Los tres miembros, según explícitamente lo plantea el organismo internacional, deben estar coordinados por el mercado, quien pasa a ser de modo explícito el Otro que interpela. El Estado entre tanto es un "socio" más y la sociedad civil pasa a tener un papel inédito que recoge los reclamos históricos de todos los humillados de la tierra, pero cuya voz es resignificada a menudo por los grupos dominantes.

El concepto de "triálogo" emerge frente al fracaso de las políticas que en la década del noventa propiciaban un primer tipo de reformas basadas en la aplicación lisa y llana de las directivas economicistas del Consenso de Washington. Los efectos adversos de esas políticas han comenzado a plantear la necesidad de "aprender" de quienes se han opuesto a esas políticas. Así han surgido las denominadas "reformas de segunda generación" que proponen la necesidad de elaborar políticas sociales revalorizando el lugar de las instituciones públicas y el de la sociedad civil en interacción constante y a partir de un aprendizaje continuo. La necesidad de aprendizaje y de dar voz "a quienes no tienen voz" está basada fundamentalmente en los diversos modos de resistencia que a nivel mundial han surgido disminuyendo los márgenes de gobernabilidad y afectando con ello los movimientos del mercado. Esta transformación en las tácticas discursivas se vincula con el crecimiento de la protesta social desde mediados de los noventa y su culminación en diversos estallidos sociales al comenzar el nuevo milenio. Las protestas fueron en muchos casos "demostrativas", pero a menudo se trocaron en "confrontativas",11, 12 y con ellas culminaba la primera era de reformas propiciada por el BM en toda Latinoamérica y en el mundo. En México, 1994 fue una fecha emblemática que mostraba las grietas del modelo propiciado para AL desde la década de 1970. Desde una perspectiva internacional, desde 1999 a 2001, no hubo ningún encuentro internacional sin manifestaciones y contra-cumbres. Desde Seattle en 1999 a enero de 2001 en Porto Alegre, las protestas en febrero de 2001 contra el Foro Económico Mundial en Cancún y contra el BID en Chile, en marzo contra la OMC, contra el ALCA en Toronto y Buenos Aires, en julio la oposición a la cumbre del G8 en Génova. Al mismo tiempo, en AL estallaban resistencias dispersas, pero profundas. Las luchas contra las privatizaciones en Arequipa; el diciembre de 2001 en la Argentina; las resistencias que en el Paraguay, en 2002, detenían parcialmente las tardías reformas (Palau, 2002); la guerra del agua iniciada en Bolivia en 2000 y que gestaría en febrero de 2003 una revuelta con decenas de campesinos asesinados,13 para culminar con el triunfo presidencial del dirigente campesino Evo Morales en 2005; el apoyo popular a las políticas de Hugo Chávez en Venezuela. Todo el período estuvo signado por un auge de luchas a nivel regional contra el modelo neoliberal.14

Es como respuesta a esas luchas que se ha redefinido el significante "pobreza", al mismo tiempo que las tácticas respecto de ella; poniendo el acento en sus capacidades y no en sus carencias. Se ha resignificado, también, el significante "capital social" y se ha propiciado la táctica de "empoderamiento" de los pobres y vulnerables: "dar la voz a quienes no tienen voz", a fin de que actúen como controladores de la gestión estatal, y de aprender de sus reclamos a maniobrar en este mundo cambiante. Sin embargo los efectos de estas tácticas son impredecibles. Los hechos muestran que el intento de empoderar a los pobres y vulnerables no garantiza su sometimiento ni el acallar de las rebeldías que de manera insistente, a pesar de todo, siguen mostrando las grietas de un orden social que en su atrocidad impele a muchos a llevar adelante la tarea de hacer un mundo a la medida de lo humano.

La pobreza como dispositivos de intervención sobre la fuerza de trabajo

En este sentido la pobreza en el mundo en general, ya no es ni el lugar en cuyos harapos habita Cristo, como en el Medioevo, ni un defecto del sistema que es menester reparar, como ocurrió luego de la Comuna de París en 1848 y, en especial, tras diversos acontecimientos del siglo XX, sobre todo tras la segunda guerra mundial, en el contexto de la guerra fría. Lo silenciado a nivel colectivo es que hoy la pobreza es un dispositivo de intervención sobre la fuerza de trabajo a nivel internacional. En tanto dispositivo está conformado por discursos e instituciones, prácticas discursivas y extradiscursivas que construyen a modo de evidencia la ficción de la pobreza como inevitable y necesaria a la vez que núcleo del riesgo social, paralelamente, construyen la idea de que la caída en ella es producto de la voluntad individual, de la falta de esfuerzo, o capacitación. La pobreza es construida así a la vez como inevitable y voluntaria, de ese modo se conforma como un dispositivo trágico en el sentido más profundo de la palabra tragedia: un dilema sin salida. En correlación con las estrategias planteadas por organismos internacionales, muchos sujetos entrevistados perciben que ella es inevitable y al mismo tiempo que quienes caen en ella son responsables individuales, fracasados o perdedores. De ese modo, algo que es un dilema construido en una compleja estrategia política es asumido a nivel subjetivo como culpa o fracaso personal. Esta sensación de fracaso, culpa o miedo tiene efectos en lo más profundo de la subjetividad: la ruptura de lazos amorosos y su subordinación a la lógica de la mercancía.


La doble dimensión del dispositivo pobreza: la población y la subjetividad

Sobre la base de estas estrategias, que se han hecho carne en buena parte de la población, el dispositivo pobreza tiene dos dimensiones: por un lado de carácter biopolítico que afecta a la población como totalidad y a la población pobre como foco de políticas sociales y, por otra parte, de tipo anatomopolítico, que se refiere a los efectos subjetivos de tal política. Estas dos dimensiones parten del diagnóstico de que el crecimiento desmesurado de la pobreza, necesaria, es un riesgo para el mercado. Me gustaría señalar sólo cinco estrategias de esa biopolítica que tiene efectos en la subjetividad:

Las estrategias del dispositivo pobreza. Algunas preguntas para el debate

1. En primer lugar se aconseja la planificación familiar a fin de bajar la tasa de natalidad de los pobres. También aconsejan la educación sexual para evitar enfermedades contagiosas y a fin de educar en la anticoncepción. No obstante, madres de familias numerosas entrevistadas afirman que la venida de un hijo es para ellas un nuevo sentido para sus vidas en un contexto donde nada parece posible; otras encuentran en la maternidad un proceso vinculado a una cultura ancestral que valora a la tierra. Ellas, a su manera, resisten a la extinción de los pobres, ¿cómo contestamos nosotros desde nuestra educación de clases medias?, ¿las acompañamos en su resistencia?, ¿intentamos modificar su cultura?

2. Una segunda medida propuesta por los organismos internacionales es planificar la educación, poniendo el acento en la educación básica, dado que los niveles de educación superior son considerados superfluos y un privilegio de las clases medias. Respecto de la educación básica y todos los niveles educativos en general aconsejan la descentralización y adecuación de la misma al lugar y sus características, así como la eliminación de contenidos en pro de la obtención de habilidades para manejar tecnologías y dominar un idioma extranjero. Algo que a primera vista parece sugerente y vinculado a los más profundos derechos humanos, en los hechos reduce a los más pobres a sumirse en su cultura, a desconectarse de saberes que debieran ser universalmente compartidos, hace desaparecer a nivel universal conocimientos que en otros tiempos acompañaban la construcción de pensamiento crítico en distintos niveles sociales. La desaparición de contenidos y prácticas favorecen la desestructuración de capacidades cognitivas y sociales en niños y adolescentes, hecho que se constata en las reiteradas frustraciones de los jóvenes en la educación de nivel superior. Frente a esto, muchos docentes y estudiantes han cuestionado, en la calle y frente a las instituciones de la república, no sólo problemas presupuestarios, sino también la estructuración de una currícula que empobrece y fecunda la destrucción del lazo social. Mi segunda pregunta para el debate y construcción colectiva es: ¿cómo podemos acompañarlos? Pero también hay niños, adolescentes y jóvenes que ante el conocimiento mantienen una distancia irónica, efecto de la condición trágica a la que han sido conducidos por una situación social que ofrece dilemas sin salida. Cómo hacer para acompañarlos, para saber qué se esconde tras sus silencios, su aparente indolencia; apatía, que puede leerse de dos maneras: por un lado, como una forma de resistencia, pero también como una invisible subordinación a lo dado, que induce desde diversos lugares a sumirse en la inmediatez. Cómo hacemos para ayudarlos a valorizar el trabajo de aprender, la tarea de pensar, para la cual es imprescindible hoy más que nunca conocer. ¿Cómo hacemos para que no asuman el conocimiento como una mercancía? ¿Cómo hacemos nosotros en colectivo para no transformar nuestros saberes en mercancías en un mundo subsumido a su lógica?

3. Una tercera medida de carácter biopolítico es la regulación de las migraciones de la mano de obra a nivel internacional, de modo tal que el costo de la fuerza de trabajo descienda, de ahí la ilegalidad de muchos inmigrantes; junto a ella el racismo de algunos habitantes originarios de las ciudades que, como Buenos Aires, ven en los recién llegados a la alteridad en la que proyectan su propia situación trágica: el peligro de perder el empleo o la sensación de inseguridad que lo atraviesa todo. Frente a ello la pregunta que nos hago es: ¿cómo podemos entre todos combatir ese racismo, hijo inconsciente de la angustia, que genera el vivir en una sociedad donde todo parece frágil, evanescente: desde el trabajo hasta los lazos afectivos?, ¿qué hacemos para hacerle comprender al otro y para asumir nosotros mismos que los jóvenes, los pobres, los inmigrantes de rostros extraños son una parte nuestra?, ¿cómo hacemos en colectivo para evitar que se los criminalice en nombre de la seguridad? ¿Cómo hacemos para asumir en colectivo que ellos son también víctimas de una inseguridad existencial que nos atraviesa a todos y que esa inseguridad construida es un verdadero dispositivo de control de las poblaciones?

4. Una cuarta medida de carácter biopolítico recomendada por los organismos internacionales se vincula a la salud. Las recomendaciones apuntan a mantener algunos servicios básicos de salud para las clases pobres y privatizar todo servicio que pueda ser pagado. La salud de los pobres es considerada un mínimo biológico al que hay que acceder. En esa estrategia discursiva, la salud ya no es considerada un derecho universal, es una mercancía por la que hay que pagar y, si ello no es posible, las recomendaciones internacionales apuntan a sostenerla en un nivel básico, mínimo.

5. Una quinta medida de carácter biopolítico, denominada accountability social (exigencia de rendición de cuentas) aconseja impulsar los reclamos de la sociedad civil entendida como grupos de ciudadanos que se reúnen para reclamar por problemas puntuales, en tanto consumidores o habitantes de un lugar, no en tanto sujetos políticos. Esta estrategia, dicen los organismos internacionales, debe estar avalada por los medios de comunicación y debe instalar el conflicto y la sospecha como motor constante de denuncias. La exigencia de rendición de cuentas debe presentarse a sí misma como apolítica y, de este modo, complementa la ruptura de lazos, la caída de la moral universal, la destitución de lo político como tarea e insta a una nueva forma de individualismo que se oculta tras los reclamos en demanda de seguridad o justicia. Sin embargo, ambivalentemente, esta política también ha generado resistencias colectivas. Mi pregunta es: ¿cómo revalorizamos la política y dejamos de reducirla al encanallecimiento de algunos funcionarios?, ¿cómo acompañamos a aquellos grupos que de diverso modo siguen sosteniendo el valor de las relaciones políticas?

Efectos subjetivos de las estrategias del dispositivo pobreza

Estas cinco estrategias que conforman el dispositivo bipolítico de intervención sobre la fuerza de trabajo: planificación familiar, reformas educativas, regulación de migraciones, reformas sanitarias e impulso a la despolitización de los ciudadanos, tienen efectos subjetivos que tienden a destituir en el sujeto capacidades cognitivas, sociales, políticas y morales, subsumiendo el amor a la lógica de la mercancía. Estas cinco medidas han construido entre nosotros, a través de los años, el acallamiento de diversas capas de la memoria colectiva, pero fundamentalemente producen un efecto imaginario, al cual llamo ideología. Por un lado, ocultan, al mismo tiempo que de modo disfrazado muestran una evidencia: la muerte es entre nosotros una ecuación insoslayable, algo que nos puede ocurrir a cada instante. El dispositivo pobreza ha tenido un efecto fundamental: hacernos entrever una constante amenaza de muerte, intimidación que por su horror es al mismo tiempo negada. Pero esa negación genera angustia, una angustia social que puede disfrazarse bajo el incontrolable consumo de mercancías. También la angustia social puede trocarse en violencia y ésta proyectarse, como decía antes, en la alteridad encarnada en los pobres, los inmigrantes, los jóvenes, los diferentes. Pero también esta violencia puede volverse sobre nosotros mismos en la forma de diversos lentos suicidios físicos y sociales. Esta angustia trocada en violencia guetifica a los sujetos y construye grupos o individuos aislados que en diversas situaciones se enfrentan entre sí con ocasión de cualquier diferencia. Sin embargo, esa angustia colectiva también estalla en resistencias. Mi pregunta es cómo hacemos en colectivo para apoyar las resistencias y para hacer público que nadie nace violento o depresivo, que la violencia y la depresión son una construcción que tiene como efecto precisamente la desestructuración del lazo social y, en consecuencia la desestructuración subjetiva. Mi pregunta es cómo hacemos para comprender en colectivo que la violencia y la depresión que agobian a buena parte de nuestra sociedad son los efectos de un complejo dispositivo de intervención sobre la población que asegura los movimientos del mercado a la vez que destruye las resistencias al poder en tanto invisibiliza las causas del malestar en la cultura que radican precisamente en el intento de destruir lo social. Así, lo acallado entre nosotros son fragmentos de la memoria colectiva, y con ella está silenciado este dispositivo que brevemente he intentado esbozar y que tiene, creo, un efecto básico que debemos revertir de manera urgente: lo que prima es la lógica de la mercancía y con ella lo más silenciado y olvidado es el amor por el amor mismo, fundamento último de lo humano. Pero todo lo acallado retorna como síntoma social o como ideología. El síntoma social es la protesta colectiva, he ahí puntos de resistencia; la ideología es el encubrimiento imaginario de lo silenciado, ocultamiento que elude lo acallado al tiempo que lo alude. Mi pregunta para responder en colectivo es cómo hacemos para que los síntomas de la protesta no sean colonizados en el sentido de su descalificación moral, política y social. Y, finalmente, frente al intento de destitución de lo social cómo hacemos para reconstruirlo. Mi precaria respuesta consiste en trabajar en colectivo para hablar de lo silenciado y para vernos como parte de ese gran silencio colectivo, pero eso sólo puede ser el comienzo.



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Notas

1 Alvarez Leguizamón (compiladora), Trabajo y producción de la pobreza en Latinoamérica y el Caribe: estructuras, discursos y actores, Buenos Aires, CLACSO- CROP, 2005, P. 26.

2 Ibíd.

3 Hardt, Michael y Negri, Antonio, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002 (2000).

4 Murillo, Susana (Coordinadora), Banco Mundial. Estado, mercado y sujetos en las nuevas estrategias frente a la cuestión social, Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2006.

5 Žižec, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003 (1987), p. 55.

6 Rawls, John, La justicia como equidad. Una reformulación, Buenos Aires, Paidós, 2004 (2001), p. 113.

7 CEPAL, Panorama social de América Latina, Santiago de Chile, Publicación de las Naciones Unidas, 2004, p. 55.

8 CEPAL, Políticas macroeconómicas y vulnerabilidad social. La Argentina en los años noventa, Mario Damill, Roberto Frenkel, Roxana Mauricio, Unidad de Estudios Especiales, Secretaría Ejecutiva, SERIE financiamiento del desarrollo, Santiago de Chile, Publicación de las Naciones Unidas, 2003, p. 53.

9 Op. Cit., Murillo, Susana (Coordinadora), Banco Mundial. Estado, mercado y sujetos en las nuevas estrategias frente a la cuestión social.

10 Foucault, Michel, "Omnes et singulatim : hacia una crítica de la Razón política", en Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona, Paidós, 1990 (1988).

11 Seoane, José y Algranati Clara, "Los movimientos sociales en ALC. Entre las convergencias sociales y el neoliberalismo armado", Osal AÑO III, N° 9, Buenos Aires, CLACSO, septiembre de 2002.

12 Seoane, José y Taddei, Emilio, "Movimientos sociales, conflicto y cambios políticos en ALC", Osal Año III, N° 8, Buenos Aires, CLACSO, septiembre de 2002.

13 Solón, Pablo, "Radiografía de un febrero", Osal Año IV N° 10, Buenos Aires, CLACSO, enero- abril de 2003.

14 Aguiton, Cristophe, "2001, nuevas preguntas, nuevos problemas", Observatorio social de ALC (OSAL). Año IV N° 10, Buenos Aires, CLACSO, enero- abril 2003, p. 1







Anthropos nº 194. Barcelona, 2002
Prof. Mauricio Langón


POBREZA HUMANA Y EDUCACIÓN

I
Cuando “Anthropos” me invitó a escribir algo sobre la pobreza para un tomo colectivo sobre el tema me excusé por mi desconocimiento y ciertas perplejidades ante la cuestión.
Escribí:
“Tengo la impresión de que la categoría misma de ‘pobreza’ ya no es adecuada para pensar una situación que más bien remitiría a una cuestión de ‘superfluidad’ y a ‘soluciones’ estilo Corisco.1(Terminar con la pobreza matando a los pobres.)
Además, todos los proyectos destinados a perpetuar las estructuras de dominación y opresión que generan la pobreza se plantean por objetivo central combatir o superar la pobreza.
Pero por otro lado, la situación es tan grave que sólo cabe intentar paliarla, justificándose la ‘caridad’. Y, claro está, como los pobres están actualmente reducidos a una situación casi inhumana, me resulta difícil atacar a los ‘salvadores’ externos cuya acción rechazo desde la profunda creencia en que la liberación es un proceso interior de los pueblos, es decir, que la superación de la situación debe hacerse desde los ‘pobres’.

Temo, por otro lado, que desde el título mismo se ontologiza la cuestión (la pobreza no es una cosa) y creo que el primer paso es desontologizarla. Digo, si queremos ir más allá de decir que el capitalismo es intrínsecamente perverso.”
Ahora – después de haber reflexionado sobre el vínculo entre pobreza y educación y de haber considerado algunos textos de organismos internacionales- me animo a poner en discusión mi perplejidad:
• ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de pobreza?
• En la situación actual ¿el problema es que hay mucha pobreza porque los pobres no tienen capacidades mínimas que otros estarían en condiciones de darles, o es que el sistema económico actual, cuyo motor es la maximización del beneficio, exige una drástica,  constante y creciente reducción de puestos de trabajo y una permanente disminución del costo de la mano de obra (en salarios, beneficios sociales, etc.), como condiciones necesarias de competitividad de sus productos, y por lo tanto los seres humanos ya no le son necesarios como trabajadores, resultan excluidos de la producción y el consumo y son superfluos, están de más, sobran desde el punto de vista económico?
• ¿No será que tantos discursos de instituciones del actual sistema económico
(principalmente financieras) sobre erradicar la pobreza mediante cambios en la educación –por ejemplo- son modos de distraer de las verdaderas causas estructurales de la exclusión y la pobreza y conservar la estructura económica que genera y necesita exclusión y pobreza y que ha creado esas instituciones para conservarse?
• Sin negar la importancia de paliativos en situaciones extremas ¿no sería condición necesaria para mejorar la situación un cambio en la estructura económica global que genera la pobreza?


II
Me preocupa la sustancialización que implica conceptualizar a partir del término “pobreza”. Parece que estuviéramos hablando de una cosa y no de una relación comparativa o de una situación; creo que eso es suficiente para distorsionar todo el discurso.
“Pobreza” es un sustantivo abstracto. Como “belleza”. Díficil ponernos de acuerdo en qué sea. Y cuando defendemos una concepción de tales sustantivos resulta ser algo que poseen o se predica de ciertos entes concretos. Defenderé con la espada que la “belleza” es algo que posee Dulcinea del Toboso; toda otra es mera aproximación. La única condición para poseer la belleza es que Dulcinea no exista, que no pueda contrastarse la idea abstracta con la realidad de Aldonza Lorenzo. Algo análogo temo que nos pase con “pobreza”: que a ninguna situación real pueda aplicarse el concepto; que la más miserable realidad por una parte empalidezca ante La Pobreza y por otra parte sea incomprensible desde sí misma (sólo se podría hablar de mayor o menor pobreza, comparativamente, descriptivamente) y, por tanto, insuperable.

Cuando hablamos de “pobreza” nos olvidamos de los hombres “de carne y hueso” que tienen distintas hambres. La idea abstracta elimina a los sujetos concretos –diferentes, históricos, reales- y los considera globalmente exclusivamente en tanto gente que –en diferente medida- posee pobreza. Y la preocupación no pasa por sus deseos, problemas o necesidades, ni por cambiar una situación injusta que impide el desarrollo de cada sujeto, sino porque haya “menos” pobres o porque no sean “tan” pobres.

Veamos qué pasa con la noción tal vez más elaborada de “pobreza”, la de “pobreza humana” acuñada por el PNUD(Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: Informe sobre desarrollo humano. Madrid, Mundi- Prensa, 1997) para referirse a la incapacidad de lograr ningún desarrollo humano.
El desarrollo humano es “un proceso de ampliación de las opciones de la gente así como de elevación del bienestar logrado” que incluye “vivir una vida larga y sana, tener educación y disfrutar de un nivel decente de vida”, y otras “opciones adicionales” como “la libertad política, la garantía de otros derechos humanos y diversos ingredientes del respeto por sí mismo”.
La pobreza “significa que se deniegan las oportunidades y las opciones más fundamentales del desarrollo humano”. La pobreza humana, es “la ausencia de ciertas capacidades básicas para funcionar”, física y socialmente. Se entiende que este criterio de capacidad es más abarcativo porque incluye el “criterio del ingreso” (“pobre es el que tiene un ingreso inferior a cierto límite” que permite adquirir cierta cantidad de alimentos) y el de “necesidades básicas insatisfechas” (“pobreza es la privación de medios materiales para satisfacer en medida mínimamente aceptable las necesidades humanas” –alimento, salud, educación, empleo, etc.-), pues una privación “relativa” de ingreso o de medios materiales
puede provocar una “privación absoluta de capacidad”.

Sobre este marco conceptual se ha elaborado un complejo índice de pobreza humana (IPH) que pretende “medir el grado de privación” considerando principalmente la brevedad de la vida, la falta de educación y de recursos (agua, salud, etc.). Basándose en los resultados obtenidos el PNUD propone seis medidas “para erradicar la pobreza en el siglo XXI”.
No estudiaremos aquí esas medidas sino sólo el marco conceptual utilizado. El concepto de desarrollo viene a ocupar el lugar que ocupaba riqueza en la economía política clásica. El desarrollo económico no es sólo la acumulación o crecimiento de la riqueza de una nación, sino también la mejora de sus condiciones de generar más riqueza (desarrollo del aparato productivo, de los sectores secundario y terciario, etc.). Se entendía que esta mejora permitiría a los países subdesarrollados alcanzar el nivel económico deseable de los países desarrollados. No se consideraban las diferencias entre las naciones, ni el tipo de relaciones entre ellas, entendiéndose como universalmente válido un mismo modelo de desarrollo económico.

La noción de desarrollo humano busca superar las limitaciones de la consideración unilateral que implica ver sólo lo económico, y en este sentido representa una valiosa ampliación de panoramas. Sin embargo queda presa en la misma dicotomía de base económica: riqueza/pobreza; desarrollo humano/pobreza humana.( En griego poros indica posibilidad de paso, facilidad, riqueza; y aporos (de donde aporía): obstáculo, dificultad de paso, problema, pobreza. La riqueza (como el desarrollo humano) es facilidad, amplitud de posibilidades de opción, aproblematicidad; pobreza (como pobreza humana) dificultad, limitación de posibilidades de opción, problematicidad.

Y se siguen planteando criterios universalmente válidos cuyo modelo siguen siendo los desarrollados.
Tanto riqueza como desarrollo humano refieren a disponer de las condiciones para gozar de algo u optar por algo. Pobreza humana remite a la carencia de esas condiciones.
La noción clásica de riqueza alcanza su perfección cuando se la define como poder, cuando se la ve como “ansia infinita de poder tras poder”  porque el único modo de garantizar la conservación de una posibilidad de opción ya lograda, es tener más poder para defenderla.

Pero la noción clásica de pobreza no era mera incapacidad de ejercer la libertad.
Era, incluso, una opción distinta: la de no entrar en la carrera por disponer de cada vez más opciones, sino realizar y realizarse en aquellas que se dispone. Era compatible con una vida humana plena; era un modelo distinto al de la riqueza. Ser pobre no era necesariamente caer en una situación subhumana: podía ser una condición para entrar al Reino de los Cielos; se podía ser pobre pero honrado; el “hombre feliz” podía no tener camisa; los franciscanos podían optar por la pobreza como vía de perfección.

Es recién ahora que la pobreza humana es definida por su inhumanidad, por la imposibilidad de actuar como un ser humano, como “ausencia de capacidades básicas para funcionar”, como “privación absoluta de capacidad mínima”. Con lo cual quedan establecidos los dos términos de una misma escala de “opciones” y “oportunidades”: el polo negativo, los pobres humanos que no tienen ninguna capacidad de opción, reducidos a una condición subhumana; el polo positivo, los que que han logrado el desarrollo humano, los ricos humanos, que tienen en grado extremo las posibilidades de optar por cualquier cosa. Los pobres en carrera, tratando de ser humanos al modo de los ricos; los ricos procurando infinitamente ampliar su humanidad, es decir, su capacidad de opción (léase, de consumo); es decir, su riqueza; es decir, su poder. La clave está en que lo humano sólo se da en un único modelo: el neoliberal, coherente con el capitalismo globalizado.
La inconsistencia lógica de la conceptuación –aparte de las obvias consideraciones ético-políticas que podría hacerse- radica en que ese modelo único de ser humano y las estructuras de exclusión en que se inserta son las causas generadoras de una pobreza extrema que no puede ser erradicada en ese modelo.

En ese esquema no se reconoce a los sujetos en desarrollo que, de hecho, siguen considerados como subhumanos. Justamente, porque se los considera en la absoluta incapacidad, requieren curadores o tutores; están condenados a la dependencia. El esfuerzo del PNUD –más allá de buenas intenciones y logros parciales- permanece en el interior del campo conceptual que no considera el desarrollo como endógeno, como despliegue autónomo de cada sujeto concreto, sino como exógeno, como la provisión (por parte de otros) de condiciones mínimas de vida.

La elaboración de criterios de medida a aplicar en todas partes y en todos los tiempos, y de un índice jerárquico de los países, supone la conceptualización criticada. Por ello el Índice de Pobreza Humana (IPH) compite y coexiste en el mismo plano con índices exclusivamente económicos y llega a conclusiones no menos ambiguas.
Así, por ejemplo, -pese a que supuestamente la pobreza humana abarca la de ingresos- para América Latina el índice de pobreza humana es del 15% y decrece, al mismo tiempo que el índice de pobreza de ingresos es del 24% y va en aumento.

Posiblemente la aplicación de ciertas políticas sociales (por ejemplo, disminución de la deserción escolar, evitando la repitencia por la introducción de la promoción automática) disimula en esos índices que no se avanza en la superación de las causas de la pobreza y que las condiciones de vida de la población empeoran realmente. Daniel Olesker muestra que en una situación de crisis económica como la uruguaya actual, ocurre una caída en los ingresos de los hogares y por lo tanto "un empeoramiento en las condiciones de vida”, un aumento de la pobreza, sin que ello se registre en índices como el de pobreza humana que incluyen elementos de carácter estructural que no se ven afectados en el corto plazo (como la infraestructura educativa, de sanidad, etc.).
La conceptuación del PNUD no nos permite preguntarnos por la génesis de la situación (por qué hay países y personas ricos y pobres, por qué la situación se agrava) ni nos pone en condiciones de pensar los obstáculos reales a la superación de la pobreza, lo que arroja serias dudas sobre la factibilidad de las medidas que propone.

Reflexionamos ahora sobre la relación entre pobreza y educación a partir de discutir una frase de Rolando Franco: “La educación formal constituye el instrumento más eficaz para superar la pobreza”. Así de simple.
La historia chica que culmina en la ¿ingenua? afirmación de Franco, empieza en 1973, cuando Robert Mc Namara asume la presidencia del Banco Mundial, y reorienta a ese organismo hacia una “focalización en los más pobres”. El Banco se concentra desde entonces en “reducir la pobreza” apoyando la enseñanza básica formal que proveerá (sin que importen la familia, el entorno, los medios de comunicación, etc.) “el conocimiento, las habilidades y las actitudes esenciales para funcionar de manera efectiva en sociedad”. (Entiéndase: para
funcionar en un tipo de sociedad que no se cuestiona; para funcionar como pobre en una sociedad dividida en clases; para ser funcional a esa sociedad).
Franco amontona los argumentos de ese discurso que considera que hay que darle “educación” (formal y básica) al pueblo porque es redituable: “Si no hay una adecuada inversión en educación, la economía se verá frenada”; la educación es “la inversión social con más altas tasas de retorno”; hay “estrecha relación entre la educación y la superación de la pobreza”, porque “a mayor nivel de educación formal es menor la probabilidad de ser o devenir pobre”; con mujeres pobres con más escolaridad se lograría “reducir la morbilidad y mortalidad infantiles, mejorar la salud y nutrición familiares y disminuir la alta tasa de fecundidad”; “un mayor nivel de educación constituye el modo más eficaz de romper la reproducción intergeneracional de la pobreza”.

Bajo la apariencia de procurar un método idóneo para superar lo pobreza, lo que se hace en realidad es subordinar la educación a los dictados de entidades financieras, que, a su vez, son eficaces instrumentos de un sistema económico que necesariamente produce pobreza.
Una vez que se subordinó la educación a estos dictados, todo el currículo (todo el currículo de la educación básica formal, para pobres) ha de ser funcional a la actual estructura económica: desarrollar “capacidades básicas que permiten acceder a mayores ingresos en el mundo laboral”, introducir “módulos curriculares que incluyan temas como ambiente, gestión de servicios básicos, planificación comunitaria, manejo financiero doméstico y de la microempresa, y otros”, para que los pobres puedan hacer “un mejor uso de los escasos ingresos”. Si esta educación no lo saca de pobre, al menos le servirá para soportar mejor la
pobreza.

Merece un párrafo aparte el presunto vínculo entre la pobreza de los pueblos y la educación femenina. Dice Miguel Soler criticando un informe del Banco Mundial: “Tal vez la página más reveladora –para mí, hasta la repulsión- sea la página 34, que incluye u cuadro en el que se calculan las ‘externalidades de la inversión en educación de las niñas en Pakistán.’ Según dicho cuadro, educar a mil mujeres durante un año cuesta 30.000 dólares y, como contrapartida, aporta los siguientes beneficios: evita 60 muertes de niños que a un costo de 800 dólares cada uno significan un ahorro de 48.000 dólares; evita 500 nacimientos, que a 65 dólares cada uno ahorran 32.500 dólares; evita también tres muertes de madres, que a un costo de 2.500 dólares cada una supone un ahorro de 7.500 dólares. En total se ha producido un ahorro de 88.000 dólares, muy superior a la inversión alternativa de 30.000 dólares, lo que lleva al Banco a decir que ‘el costo beneficio de esas externalidades de salud y fecundidad se ha calculado aproximadamente en 3:1.’ La sola posibilidad de que se haya hecho una investigación de este tipo me asquea. ¿Quién es capaz de poner precio a la muerte de un niño o de una madre? Un nacimiento evitado ¿vale realmente 65 dólares? ¿Las muertes evitadas son atribuibles a la educación como variable incidente? ¿A qué conclusiones se hubiera llegado si los costos unitarios fueran más bajos y la rentabilidad hubiera sido negativa? ¿Se habría dejado de dar educación a las mil niñas en cuestión?”

Detrás de los discursos que juegan a superar la pobreza mediante la educación está la férrea decisión de mantener la estructura económica actual, generadora de exclusión y pobreza, mediante un aparato ideológico que haga aceptar dicha estructura, que explique sus consecuencias más atroces (como la pobreza) por defectos de sus víctimas (los pobres) a la vez que oriente las acciones individuales por la lógica del sistema.
Implica considerar, como dice Franco, que las “causas estructurales” que “reproducen” la pobreza son: “baja productividad en el trabajo, escaso acceso a las herramientas de la vida moderna, marginalidad sociocultural, mayor vulnerabilidad en la salud de las familias, y discontinuidad y bajos logros en la educación de los hijos”. Las causas no habría que buscarlas en las estructuras económicas y sociales, sino en los defectos de los pobres.
No se cuestiona, por ejemplo, la pérdida estructural de fuentes de trabajo, que margina y excluye a una parte cada vez mayor de la humanidad, ni se plantea la posibilidad de fijar como “alta prioridad de la política económica” el restablecimiento del “pleno empleo”. Por lo contrario, se centra la cuestión en la “baja productividad” de los trabajadores, que son cada vez menos. La propuesta, en el fondo, es adaptar a los pobres, por medio de la educación formal, a los “requerimientos que impone el mundo laboral”, es decir, a las necesidades del sistema.
Por eso esta educación básica está pensada exclusivamente para pobres, (“grupos pobres”, “mujeres pobres”, “sectores pobres”). Se la pretende pertinente a “sus realidades socioculturales” (es decir, a su real situación actual de pobreza). De modo que, lejos de ser “el instrumento más eficaz para superar la pobreza”, supone y exige la continuidad de esa situación: no se planifica un sistema educativo para superar una situación coyuntural, se lo hace para profundizar, consolidar o desarrollar una estructura.

Por eso también este modelo de educación básica formal se propone con carácter general para todos los países llamados “subdesarrollados”,con independencia de las enormes diferencias (económicas, sociales, culturales, etc.) que hay entre ellos.
Por eso también este modelo no alcanza a los países que supuestamente ya están desarrollados. Ni tampoco a los sectores sociales más “favorecidos” (léase, a la educación privada) de los países “subdesarrollados”. Ni se habla de algo así como una educación común, una educación pública o una educación popular. Lejos de superar la pobreza se la consolida y se perpetúa y profundiza la división de la sociedad en grupos cada vez más distantes.

Es que no se sospecha (o no se quiere) que pueda llegar a haber algo así como una sociedad igualitaria, o una sociedad justa, o una sociedad solidaria, o una sociedad sin ricos y pobres, o una sociedad sin clases.


Mauricio Langón
2000