lunes, 8 de julio de 2013

Un uruguayo a quien hay que escuchar




Del 10 al 12 de julio, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, se llevará a cabo el segundo congreso de sociología sobre "Desigualdades Sociales y Políticas Públicas en el Uruguay de hoy".
Uno de los exponentes será Denis Merklen, sociólogo uruguayo-argentino, docente de la Universidad de París, una voz a escuchar atentamente.

Para aproximarnos a su postura, los invitamos a la lectura del siguiente material:

De vuelta al barrio
Por G. E.

Sociólogo nacido en Uruguay, Denis Merklen vivió desde los ocho años en Argentina. Se formó y enseñó en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) junto a Juan Carlos Portantiero. Desde 1996 está radicado en Francia, a donde llegó para realizar su tesis doctoral con Robert Castel sobre la ocupación ilegal de tierras urbanas en la Argentina desde 1980. Profesor en la Universidad de París 7 e investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales –donde dirige un seminario sobre la Argentina–, Merklen se especializa en las prácticas políticas y en los modos de inscripción territorial e individualización de las clases populares, tema que analiza en su libro Pobres ciudadanos (Gorla, 2005). Sus estudios se basan en los barrios populares argentinos y franceses aunque también realizó investigaciones en China, Haití, Senegal y Uruguay.

Para Merklen, la liberalización de la economía y la descomposición de la sociedad salarial durante las últimas tres décadas provocaron en las democracias occidentales un movimiento de descentralización de la política hacia lo local y una transformación en las políticas sociales que dejaron de orientarse al trabajador para centrarse en los habitantes pobres. Según el sociólogo, la identidad de las clases populares ya no pasa por su inscripción profesional sino por su inserción en el barrio. Estos cambios implican que las luchas por los derechos del trabajo sean reemplazadas por luchas contra la pobreza: “Las luchas políticas del siglo XX se hicieron bajo el modo de conquistas de derechos que se incorporaban a la ciudadanía. Ahora no es así porque las cosas que se obtienen nunca se pueden inscribir en el derecho. No se puede legislar para que un comedor esté abierto eternamente”.

En su último libro aún no traducido al castellano, Quartiers populaires, (La Dispute, 2009), Merklen sintetiza sus investigaciones sobre la política de las clases populares en los barrios y ofrece varias claves de comprensión sobre las movilizaciones y protestas violentas de los últimos años en Francia y la Argentina, y sobre la necesidad de considerar las democracias no sólo desde su calidad institucional, sino también a partir de la fractura social y aumento de la pobreza en la sociedad.


DIALOGOS › REPORTAJE A DENIS MERKLEN, SOCIOLOGO

“Los pobres están condenados a la participación”

Alejado de las trivialidades y simplismos con que suele analizarse el fenómeno de la pobreza, Denis Merklen, autor del libro Pobres ciudadanos, propone una mirada desprejuiciada sobre las clases populares del conurbano. Los barrios, la política de los pobres, el clientelismo, vistos con una rigurosa matriz teórica por quien vivió en Ciudad Evita y sigue transitando las calles de las barriadas.

Por Mario Wainfeld

–Pobres ciudadanos, el título de su reciente libro, une dos términos que suelen verse como contradictorios en muchos relatos políticos o periodísticos en boga. ¿Pensó en eso cuando lo tituló?

–Pensé en eso esencialmente. Pensé en esa lectura que se hace solamente en la Argentina. Si usted dice lo mismo (“pauvres citoyens”) en Francia la lectura es “católica”, compasiva. “Pobre ciudadano, qué mal que le ha ido.” Pero no hay la tensión que se observa acá. La Argentina es un caso paradigmático de un doble recorrido, más fuimos ciudadanos, más fuimos pobres. Contradice cierta lógica progresista ¿cómo puede ser que un país se democratice y se empobrezca a la vez? Ni siquiera los países del Este europeo hicieron este camino, porque no se han democratizado cabalmente.

–Se suele decir que los pobres no tienen acceso a la ciudadanía toda vez que “la política de los pobres” es de segunda. Los pobres son definidos como rehenes, sometidos a las redes del clientelismo.

–En realidad, son pobres y son ciudadanos, con todas las fuerzas que esos dos términos tienen. La pobreza, incluso en casos muy duros, no disuelve la conciencia del ciudadano. Cuando uno trabaja con gente de sectores populares ve que tienen una conciencia ciudadana mucho más aguda de lo que podría imaginar a priori. Esos tipos, que están en condiciones de vida muy embromadas, tienen posibilidades de desarrollo político más limitadas que otras personas, pero no debe abusarse del concepto de clientelismo. El clientelismo es un punto de vista muy fértil para criticar al Estado o al sistema político, porque es cierto que el deterioro de las condiciones de vida limita las posibilidades políticas. El problema viene después, cuando se piensa en cómo construir fuerzas populares. La idea del clientelismo lleva a un callejón sin salida, porque piensa sólo en términos de dominación negando la potencia que existe para liberarse.

–¿Cómo se defiende el que no tiene trabajo o el que trabajando no puede parar dignamente la olla en el Gran Buenos Aires?

–De varias maneras. Primero, asociándose con los que viven con él y como él. El barrio es el gran organizador de las clases populares actualmente. Hay racimos formidables de organizaciones sociales de toda índole (más o menos estables, más o menos prósperas) que se vertebran alrededor del barrio. Los piqueteros son los más conocidos, pero hay organizaciones religiosas, musicales, murgas, comedores y sociedades de fomento. La miseria empuja a la participación, porque para ganarse la vida hay que moverse, hay que estar en organizaciones, ir a los lugares que tienen recursos.

–La debilidad, según usted, no equivale a pasividad ni a falta de dinámica.

–Porque sos débil tenés que moverte, tenés que ser astuto. Hay una herencia del sindicalismo argentino, que es el enganche entre el Estado y los gremios. Las organizaciones sociales, territoriales, heredaron ese esquema. Yo hice largos trabajos de campo en La Matanza y conocí a (Luis) D’Elía en sus comienzos, en 1986. El decía: “Vamos a pelear por la tierra, pero la tierra debe ir a la cooperativa y la cooperativa transferirlos al barrio, porque ése es el único modo de construir poder popular”. Eso era lo mismo que hacían los sindicatos. No se reclamaba institucionalizar los beneficios. Las organizaciones lograron así poder, pero se encerraron en la búsqueda permanente de recursos. ¿Cuál es el dirigente más exitoso, el más representativo? Aquel que tiene capacidad de conseguir recursos del Estado. Los pobres quedan condenados a participar de modo perpetuo. Lo que se obtiene hoy no sirve para el mes que viene, no es un derecho adquirido. No es una “conquista”. Cuando usted obtenía la jubilación, la incorporaba. Si le dan 100 pesos tiene que reiniciar sus reclamos mañana. Por eso las clases populares participan más que las clases medias.

–¿Exigen o piden?

–Están atrapados entre zafar de su situación actual y promover (digamos) que el mundo mejore. Si usted le pone un micrófono a un dirigente le dice que el problema es el desempleo, pero si habla con un funcionario pide “algo para el barrio”, “algo para ahora”.

–Básicamente ¿sólo pide planes?

–Planes, agua potable, alimentos para los comedores, ayuda del municipio porque se desborda el arroyo, pide que pase una línea de colectivos... Hay una tensión entre distintas organizaciones. Algunas privilegian el reclamo ciudadano y consideran todo el resto como una claudicación. Y hay otras que van a apoyarse más en el principio de realidad, de integrarse más al sistema político.

–¿Cuáles son, en cada caso?

–En las organizaciones de la zona Sur (Teresa Rodríguez, MTD) pareciera que el reclamo de derechos está más presente. En las organizaciones de la zona oeste (FTV, CCC), están más en una cosa de integración y negociación con el sistema político. Pero sería falso pensar que están sólo en una cosa y no en la otra.

–No existe polaridad tipo “revuelta vs. sumisión”.

–No, depende de un millón de cosas. Cómo obra el intendente, quién es el gobernador, cuáles son las políticas públicas...

–¿Las agencias estatales son los únicos sectores interpelados?

–Se busca en otras organizaciones. Se busca dinero, formación. Todo recurso es bienvenido. No es que le dé lo mismo el rock que la bailanta o ser católico que pentecostal, pero eso no quiere decir que esté en condiciones de descartar lo que no se aviene con sus valores. Debe negociar con todos.

–¿Por qué no enrolarse o militar todo el tiempo en alguna organización?

–Porque ninguna de esas organizaciones, ni siquiera el peronismo, está en condiciones de resolverle todos los problemas en tiempos duraderos. El tipo tiene muchos años de carreteo, también sabe que quien hoy es todopoderoso, mañana va a dejar de serlo y no tiene problema en cambiarlo. Coexisten dos registros, el de los criterios propios y de la conveniencia.

–¿Por qué sigue siendo una referencia importante el peronismo, que tanto tuvo que ver con la caída de los trabajadores, con el desempleo, con el desguace del Estado benefactor?

–El peronismo tiene un capital simbólico, el de haber representado como nadie a la clases populares. Y también ha sido el que mejor se adaptó a las nuevas situaciones, aun cuando contribuyó a destruir el mundo del trabajo. Está mucho más atado con la realidad. Hubo un momento clave, en el año ’87. El alfonsinismo, que disputaba las clases populares con la renovación peronista, se encontraba con los ocupantes de tierras y se preguntaba cómo hacer para respetar la institucionalidad (violada por las intrusiones) y para no reprimir. (El luego presidente Eduardo) Duhalde, en la Municipalidad de Lomas, dice “no me importa que las ocupaciones sean ilegales, eso es un hecho. Yo hago mi política social a partir de ese hecho”. El peronismo resolvió esa ambivalencia, sin muchos pruritos legales, pero...

–¿Qué aprendió usted sobre la cultura popular haciendo trabajo de campo en los barrios?

–Hay una forma de sufrimiento de los sectores populares que es la inestabilidad. Las cosas pasan... o no pasan. El colectivo pasa a veces, en otras, deja de pasar y en otras pasa con las puertas cerradas, no para. El médico va a la salita, pero no tiene remedios, los aparatos no andan. Ante situaciones tan inestables, la gente acomoda el tiempo. Parece jugar con gran habilidad entre la espera (no hay trabajo, el tipo se sienta y toma mate), y la plena actividad. Si hay trabajo sale como si tuviera un cohete. Pero si se le propusiera otro ritmo, le diría “para qué se apurasi no hay trabajo, no se agite si no avanza”. La persona de clase media goza de mayor previsibilidad. En el barrio, lo previsible es que nada se puede prever.

–Tampoco están las radios o la tele avisando de los problemas de tránsito o de transporte.

–El otro día estaba en Virrey del Pino, cerca de Cañuelas. Hay que llegar a la ruta 3, la única vía asfaltada donde pasan los colectivos. Después hay que caminar 20 cuadras para el río Matanza. Si los colectivos dejan de pasar por la ruta 3 o pasan con la puerta cerrada y con las luces apagadas no hay nada que hacer sino esperar. La gente dice “no pude” sin agregar más y eso basta para entender por qué cada vez hay una dificultad distinta. Hay una cosa que los geógrafos llaman “la inmovilización de la pobreza”, la pobreza encierra, es muy difícil comunicarse. Cuando el tipo llegó a la ruta ya hizo una proeza, pero está con la ropa embarrada y a 30 kilómetros de la Capital.

–Usted asocia la actividad del “pobre ciudadano” con la imagen del cazador...

–Simplificando, cuando el cazador aprendió a mantener los animales consigo, los domesticó y se hizo agricultor. Puede planear todo el año, siembra, cosecha, guarda un poco para el año que viene.

–En una situación de empleo estable, los trabajadores son cual agricultores...

–Las luchas sociales de la modernidad son luchas por estabilizar modelos de vida. Jornada de trabajo, jubilación, protección contra la enfermedad o el accidente. Usted vive de su trabajo, pero si se enferma, no se muere de hambre. El cazador no puede acumular, tiene que salir a diario a cobrar una presa nueva. No puede reproducir el recurso del que vive. El cazador sale con el arco y la flecha y debe volver con algo. Va al municipio, a la sociedad de fomento, a la iglesia y debe volver con algo, un plan o un sachet de leche o remedios para la abuela. Algo que no se sabe cuánto durará. Los pobres desocupados no tienen instituciones ni protecciones que les permitan descansarse en una previsibilidad, lo que hace muy difícil algunas estrategias que les gustan mucho a los liberales. Formarse, por ejemplo. Formarse ¿para qué? Un profesional que se forma para un trabajo afín a su especialidad puede hacer un curso de un mes, pero quien arranca de cero puede tomarse cinco años en formarse. Todos esos procesos que significan inversiones de largo plazo son muy difíciles. La vivienda y la tierra son la excepción, porque perduran. Es mejor ser pobre en su terreno, aunque esté muy perdido, a ser inquilino en un hotel ubicado en la ciudad.

–¿Qué está investigando ahora?

–“Agua más trabajo”, un proyecto del gobierno nacional que apunta a proveer de agua potable a alrededor de medio millón de personas en La Matanza. Comenzó en 2004. En un lapso de un año y medio se construyeron redes de agua potable a través de cooperativas de trabajo, con el municipio y el Enosa. Dos tercios del territorio de La Matanza. Aguas Argentinas había previsto proveer de agua a esa zona en 2023. El agua en La Matanza es de pésima calidad. Las cifras de mortalidad infantil son terribles, aunque no se conocen en su totalidad. Se armaron 90 cooperativas de 16 personas cada una, la mitad de los socios son beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. Se les dio capacitación, herramientas y hacen el trabajo bajo la supervisión de Aguas Argentinas y del municipio.

–Descríbanos la experiencia, por favor.

–Hay un alto grado de improvisación y problemas. Hay lugares donde ya están los caños, pero no se encontró el agua, por falta de estudios previos. Se creyó que el agua estaba en napas que, luego se supo, están contaminadas. Se repite la inestabilidad de la que hablábamos antes: las obras se hicieron, las canillas se abren, no hay agua. Es el problema más serio, en el Gobierno confían en solucionarlo más o menos rápido. Hay un paisaje complejo de actores, Estado, empresas, organizaciones sociales. Cada grupo “tiene” (como si fueran propias) un conjunto de cooperativas. Cada agrupación decide quiénes la integran, cómo se organizan. La mitad (entre comillas porque así es la jerga) “pertenece” al municipio, un cuarto a la CCC y un cuarto a la FTV.

–¿Los cooperativistas responden a sus mandantes?

–En principio, deben hacerlo, porque si no, se quedan sin trabajo. Pero, en la realidad, ninguna organización puede controlar a todos, todo el tiempo. Hay hechos confusos, tejes y manejes (cooperativas donde trabajan 8 y cobran por 16, manejos poco claros del dinero). Son interesantes, no para descalificarlos sino para ver cómo se arreglan porque, finalmente, las obras se hacen, los caños están, las pruebas técnicas dan bien. Es muy interesante ver cómo la gente desvía lo que la institución dice para darle eficacia en otro sentido, por ejemplo, para que los que trabajen ganen más dinero que el poco que se les asigna. Eso no siempre se hace alegremente: hay peleas, denuncias por corrupción entre cooperativistas. Pero así se hace. Es un contrato de trabajo, que funciona como uno de caza. Es por cuatro meses ¿y después? No es una relación contractual de largo plazo. De las 90 que comenzaron, hay 30 que trabajan a pleno. Cuando comenzaron les decían que se formaran, que aprendieran contabilidad, la ley de las cooperativas, la tecnología del agua. Bueno, el tipo va a hacer eso hasta un punto, sabiendo que tiene una relación de cuatro meses. Como lo haría cualquiera de nosotros.

–¿Y avanza el proyecto?

–Avanza. Lo que también sirve para que el tan mentado problema de la cultura del trabajo no es tan cultural como se cree. No es cierto que alguien que no trabajó nunca no pueda adaptarse a los ritmos del trabajo, a los horarios, a la disciplina. Basta con que esa persona tenga una situación de trabajo estable y formalizada para que, en la inmensa mayoría de los casos, aprenda muy rápido.

–¿Eso, según usted, sería aplicable a cualquier país y cultura o es una característica argentina?

–En cualquier lugar, históricamente fue así. En los comienzos de la industrialización, cuando los desposeídos de la tierra llegan a la fábrica dejan de ser campesinos y se hacen obreros,

–Usted retoma el concepto de “desafiliación” de Robert Castel. Le pido, para terminar, que nos lo explique.

–El concepto de “desafiliación” tiene una enorme ventaja. Presupone que la sociedad es un conjunto integrado por lazos, familiares, de empleo. La sociedad es un todo, ese sería el estado normal de las cosas. Castel intenta explicar el momento en que las crisis (de empleo especial, pero no únicamente) las personas se desenganchan y quedan por fuera, desafiliados. El problema es de vínculos. Incluso en esos años en que tanto se hablaba del “fin del trabajo”, del “horror económico” él (muy tesoneramente) porfiaba en que el gran integrador sigue siendo el trabajo. Quien no tiene trabajo no está liberado, sufre.

Ambos artículos de : Página 12.com


Denis Merklen, sociólogo argentino-uruguayo: “Ideales e intereses están siempre mezclados”

Para Merklen, las clases populares ya no se identifican con la figura del trabajador sino con la del habitante pobre del barrio. La dimensión local de la política –señala– coexiste con la pobreza y genera transformaciones en la democracia y en la ciudadanía que muchas veces son ignoradas o descalificadas al asociarse con acepciones reduccionistas del clientelismo.

–¿Hay rasgos comunes entre la política de los barrios en la Argentina y en Francia?

–La situación argentina y francesa se asemejan mucho en dos aspectos de lo que llamo la sociabilidad y politicidad de las clases populares. Por un lado, la pérdida de centralidad del componente trabajo como lazo político. Por otro, la territorialización de las clases populares, es decir, la gente se piensa a partir del barrio en el que vive. La identidad social se vuelve entonces una identidad territorial. A diferencia de lo que afirman la mayoría de los sociólogos, estas transformaciones no están relacionadas con el desempleo, sino con el hecho de que el trabajo perdió su centralidad política.

–¿Y cuáles son las diferencias que observa al comparar los dos casos?

–Uno de los principales puntos de divergencia entre las clases populares es el modo en que las instituciones están presentes en el universo popular. En la Argentina, el Estado está mucho más abierto a incluir en la relación con los ciudadanos una entidad intermedia: antes era el sindicato, ahora son las organizaciones barriales o piqueteras. Al transferirle recursos para que la organización los distribuya, el Estado reconoce su representatividad social. Los dirigentes barriales buscan por todos lados recursos porque su supervivencia depende de ellos. En Francia, las organizaciones sociales son sólo representantes de la voz de las clases populares, pero nunca de la gestión de los recursos, que continúan distribuyéndose desde una ventanilla municipal.

–¿Cambian entonces las formas de ejercicio de la ciudadanía de los sectores populares?

–Sí. Porque en la Argentina al problema sobre quién tiene derecho, se antepone, por razones prácticas, el problema de quién merece. En las asociaciones barriales se reconoce que todos aquellos con necesidades tienen derecho al trabajo, a la vivienda, al comedor, a recibir las frazadas o la leche que reparte la provincia. Pero como los recursos no alcanzan para todos los que tienen derecho, se debe tomar una decisión. Entonces se crean mecanismos colectivos basados en una decisión más o menos arbitraria para ver a quién se le da el plan o el subsidio. El Estado descentralizó y transfirió esta decisión del plano nacional al plano local. Es como una fuerza centrífuga que lleva la política hacia los barrios. En cambio, en Francia esta posibilidad no existe y sólo se puede pelear por un derecho. Pero no hay que engañarse pensando que en Francia la distribución de los recursos es universal. En todo caso, es universal dentro de una categoría definida por el Estado en la cual se incluyen y se excluyen beneficiarios. También la distribución depende de una decisión, que se toma a nivel nacional.

–Pero se podría pensar que la decisión del Estado representa el bien común mientras que la de las asociaciones se identifican con intereses particulares. ¿Esto no modifica la participación política de la población?

–En Francia se afirma que hay una despolitización de la realidad social por la inmensa desafección electoral, el abstencionismo y la escasa posibilidad de participación en la toma de decisiones. La burocratización de todos los criterios de distribución se vive, paradójicamente, como una pérdida de ciudadanía. En el caso argentino se dice exactamente lo mismo pero por las razones opuestas: la ciudadanía se ve debilitada porque hay muchos actores movilizados que quieren meter la mano dentro del plato y por la ausencia de un criterio claro de decisión. Pienso que son dos modos diferentes de relación entre el Estado y su ciudadanía y que cada uno tiene sus inconvenientes. Sin duda la posibilidad de que las instituciones funcionen con criterios más rígidos y universales favorecería una democracia más justa en cuanto a la distribución de riquezas y acceso a los recursos. Pero el problema es que existe una demanda social individual que va en sentido contrario. En las clases medias, muy pocos están dispuestos a someterse a una norma burocrática donde le digan usted entra o no en tal categoría. La búsqueda de atención personal conspira contra un criterio rígido y universal en la toma de decisiones. Nadie quiere estar bajo el peso de una norma o regla estricta.

–¿Los modos diferentes de relación entre el Estado y la ciudadanía implican formas distintas de democracia?

–Me inclino por pensar de este modo y no por la idea que indicaría que la democracia progresa hacia una forma ideal que se podría definir, por ejemplo, en la universidad. Yo propongo restituir el contenido político a otras formas de ciudadanía y democracia. No significa que todas sean equivalentes. Hay algunas mejores que otras. Pero un intelectual no puede ubicarse por encima del resto y decir esto es o no es democracia o ciudadanía. No creo que se pueda avanzar descalificando o excluyendo del mundo de la democracia o de la ciudadanía a la política de los sectores populares de los barrios argentinos o de la banlieue francesa.

–Varios intelectuales dirían que las clasificaciones ayudan a la comprensión de transformaciones no del todo claras...

–Toda clasificación es en sí misma un acto político. La inscripción de las clases populares en el barrio y su política dentro del juego democrático es el tema de mi último libro y tiene que ver con mi recorrido personal y mi llegada a la Universidad de Buenos Aires desde la periferia de la Capital. Yo venía de Ciudad Evita y, antes, de Uruguay. A los 17 años descubrí un mundo que ignoraba totalmente: me encontré con una forma intelectual de la política en el momento en que comenzaba la democracia. En 1984 la carrera de Sociología estaba acaparada por una reflexión sobre cuál era el espacio de la política. A mí me interesaba entender qué ocurría con las clases populares, que aprendí a nombrar así en la universidad pero que era más bien el mundo en que vivía. Y este mundo no encontraba un lugar para ser pensado en esa reflexión sobre la política salvo con esquemas de pensamiento muy viejos, como la lucha de clases, reenviados a los años ’60 o ’70. Cuando llegué a Francia, fue una gran sorpresa descubrir que los intelectuales reflexionaban sobre la emergencia de las clases populares de una forma muy parecida a la argentina. Los análisis sobre las revueltas francesas de 2005 me hicieron mucho eco a lo que había vivido en la UBA. Curiosamente, los intelectuales franceses tuvieron una discusión muy importante para calificar o descalificar el carácter político de esas revueltas violentas. Para muchos de ellos, las clases populares quedaban por fuera de la política: se afirmaba que los jóvenes de los suburbios no lograban darle una forma política a su manifestación.

–¿Y por qué estas revueltas son políticas?

–Cada 14 de julio, en el aniversario de la República francesa, se queman autos. Uno podría pensar que es un hecho aislado, apolítico. Pero cuando uno va a los barrios y explora esa microsociología densa, encuentra conflictos cotidianos de naturaleza política que pueden adquirir la forma de una explosión violenta frente a un Estado que define los contornos de la participación ciudadana. Con la quema de autos, estamos frente a este tipo de situaciones. Conviene observar qué ocurre en el barrio más que reenviar este hecho a un sinsentido que parece efectivamente desconectado del mundo de la política tal como está contenido entre los partidos y las instituciones.

–¿Por los mismos motivos cree que las protestas de piqueteros u organizaciones barriales son políticas?

–En la Argentina, los estallidos se han dado en momentos en que la situación era muy grave, como la hiperinflación y la crisis de 2001, en que la vida y la muerte de la gente estaba en juego y el Gobierno parecía o incapaz o insensible a esta situación. O en las provincias, cuando el nepotismo y las formas autocráticas de los gobiernos hacían imposible la comunicación y la negociación. Cuando la protesta adquiere esa forma tan violenta, tal vez habría que pensar en un componente de la definición de la democracia que muchas veces no se toma en cuenta y que ya era señalado por Emile Durkheim: la posibilidad de la comunicación entre el Estado y la ciudadanía. La democracia implica no sólo la representación, sino también la capacidad de escuchar. ¿Por qué en Francia son más frecuentes las protestas violentas que en la Argentina? Porque está menos presente localmente el componente de negociación. Cuando los piqueteros cortan una ruta, negocian para que se repartan tantos planes jefes y jefas de hogar. Hay un problema en el razonamiento cuando se piensa a los piqueteros como una organización de desocupados. Efectivamente, se puede decir que reclaman por trabajo. Pero no es eso lo que pueden obtener. Y no es el trabajo que permite que se retiren de la movilización violenta y levanten el piquete, sino la negociación de otros bienes y recursos. En Francia esto es imposible. Cuando los jóvenes protestan están solos frente al Estado nacional. Entonces las respuestas son inexistentes o muy masivas.

–¿Cómo podemos entender la ciudadanía si el trabajo no está en el centro de las reivindicaciones políticas?

–La discusión sobre la ciudadanía tiene un gran valor en América latina, como muestra claramente Guillermo O’Donnell. Pero hay otro modo de pensar el problema de los ciudadanos que no está relacionado con una definición de ciudadanía que nos permitiría decir quiénes son o no ciudadanos, sino con la politicidad, que son distintos modos de relacionarse políticamente en los regímenes democráticos. Aquí se dan formas de participación ciudadana complejas. El modo de participación política de quien tiene sus necesidades básicas satisfechas no es el mismo de quien no las tiene aseguradas. El peso de la necesidad modifica la relación con la política. Hay gente que es efectivamente ciudadana y realmente pobre. Querer separar el mundo de la política de la forma en que las políticas se implementan, significaría armar una democracia puramente formal, sin contenido para los debates. Uno no puede estar por fuera de la política. Precisamente, la pérdida de fuerza del mundo asalariado ha politizado a las clases populares porque en gran parte su supervivencia depende del Estado. Yo suelo decir que los pobres están condenados a la movilización permanente porque las cosas que necesitan para vivir las consiguen en el mundo de la política. Y esto conduce a que el clientelismo se vea como un problema muy importante en las democracias.

–¿Y el clientelismo no es un problema?

–Que grupos políticos del Estado se sirvan de los recursos a disposición para controlar la voluntad política de la gente es un hecho evidente cuando hay sectores de pobreza masivos. No son cuestionables las teorías que piensan el clientelismo desde esta perspectiva. Pero el clientelismo es un concepto que fue pensado para los mundos rurales donde el patrón de una estancia se presentaba en una elección y decía que su voto valía por el de sus 200 campesinos. Hay una carga de este fenómeno que es excesiva trasladada a la Argentina, porque en los barrios populares hay un mundo de competencia política entre los partidos y grupos políticos que se da en un espacio público verdaderamente abierto. El margen de decisión política de cada ciudadano es muy importante: los habitantes de los barrios pobres de Buenos Aires se encuentran solos en el cuarto oscuro para votar. No quiere decir que el clientelismo no exista ni que sea ineficaz en todos los casos. Pero aquello que llamamos clientelismo es una forma de negociación compleja donde incluso los más pobres tienen mucho más poder de lo que se cree y son más ciudadanos de lo que uno podría admitir si lo piensa a través del fenómeno clientelar.

–En la provincia de Buenos Aires la competencia política es acaparada por el peronismo...

–Es cierto, pero no quita que la competencia sea feroz. Aquí hay otro problema que merece ser pensado: ¿qué pasa con la oferta política? ¿Por qué el peronismo tiene un lugar tan importante? Creo que una posible respuesta es que el peronismo tiene una tradición política con más capacidades para entender este tipo de relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Dentro del juego clientelar, varios dirigentes peronistas tratan con más cuidado y respeto a sus “clientes”. Con pocos recursos literarios, Duhalde dijo que el 2001 enseñó que con la gente no se jode. Esto significa que no hay una manipulación total. El clientelismo también tiene que ver con los derechos, el honor, el respeto, con una cantidad de dimensiones de la vida política que también están en juego en las capas más pobres de la sociedad. No se puede pensar el clientelismo tal cual como es descripto en la literatura, porque se caería en una visión compasiva (la pobre gente que es manipulada) o despreciativa (la gente vota por los que otros deciden). Algunos dirigentes sociales con mucho poder en los barrios se lanzan a la batalla electoral y no obtienen votos. Por ejemplo, en el caso de Luis D’Elía, la gente no autorizó que su autoridad política se trasladara de un dominio al otro. Y esto requiere perspicacia, inteligencia y un análisis fino de la política.

–¿Qué cambió con el kirchnerismo respecto del duhaldismo y el menemismo en la política de los barrios?

–Absolutamente nada. En algunos casos, son otros los actores. Pero el modo de relacionarse es exactamente el mismo. El problema es que esta especie de consolidación de la relación política vuelve muy difícil una evolución hacia una institucionalización, universalización y burocratización mayor del mundo de la política. Creo que el gobierno actual perdió una oportunidad muy importante de avanzar en este sentido y, probablemente con otro proyecto político, terminó cediendo al mismo tipo de prácticas de sus predecesores en el afán de ganar elecciones. Este modo efectivo de funcionamiento está instalado en la democracia y sólo puede ser cambiado desde el Estado a través de la modificación del modo de acceso y de distribución de los recursos.

–¿La pobreza no altera la idea de democracia como un régimen político basado en la igualdad?

–Observo que desde hace 25 años hay mucha gente pobre y que la democracia funciona. Hay dos modos de ver esto. Una es criticar a la democracia y decir que no resuelve nada porque efectivamente la gente se muere de hambre. Otra es intentar comprender como coexiste la pobreza con la democracia. Es una coexistencia en tensión permanente, donde hay violencia, corrupción, clientelismo y formas degradadas de la política si uno las piensa bajo el modo de una democracia ideal. Hay distintos niveles de corrupción de este ideal y sería irresponsable contentarse con decir que no hay democracia porque existe la pobreza. La Argentina vive en democracia hace 25 años. Es un régimen establecido. Pero indudablemente el proceso de democratización no podrá avanzar si no se resuelve la cuestión social, la enorme fractura de la sociedad.

–¿Esta fractura se relaciona con la retirada del Estado en la economía y en la protección social?

–Sólo parcialmente. En la Argentina, la protección social nunca estuvo en manos del Estado. Eran los sindicatos que daban el acceso a una cobertura de salud. Más que con la retirada del Estado, las transformaciones en las políticas sociales están relacionadas con los cambios en la redistribución de los recursos: lo que antes se distribuía a través del salario, ahora se distribuye hacia el territorio. Curiosamente esta medida fue preconizada por todas las organizaciones internacionales como una forma de democratizar las políticas sociales porque significaba llevar la decisión a la proximidad y darle lugar a la participación mientras que los sindicatos se veían como grandes estructuras burocráticas que manipulaban los recursos. Evidentemente, este desplazamiento no solucionó nada respecto a la corrupción y probablemente agravó la situación. Pero hay que reconocer que en este modo hay efectos democratizadores de ciudadanía que se producen a nivel local de un orden distinto a los que se veían antes. En este contexto, la figura central es el habitante del barrio que se convirtió en ciudadano.

–Está rompiendo con un sentido común sobre la manipulación de los sectores populares y su falta de autonomía individual...

–Sí. Rechazo la idea de que a la gente la llevan por la nariz como el dueño de una estancia que pasea el toro por la Rural. Esto no se corresponde con la realidad. No hay nada que un habitante de un barrio popular deteste más que la posibilidad de sentirse manipulado. Claro que se reparten choripanes y dinero para que la gente vaya a los actos. Pero esto no determina su voto. Alcanza con escuchar las risas y burlas de la gente cuando dicen: “Le comimos todos los panchos a Fulano y él se creía que lo estábamos apoyando”. Son juegos complejos, negociaciones. Creer que la gente va libremente a una manifestación sólo porque adhiere a una opinión, a un ideal, significaría pensar que las clases medias que se reunieron en los actos de apoyo al “campo” no tenían intereses en juego además de sus convicciones. En el caso del conflicto del “campo”, no todos eran los más acérrimos defensores de la libertad, la democracia y la transparencia. También defendían un modo de vida, un tipo de relación con el Gobierno e intereses económicos, a pesar de que una porción ínfima fueran propietarios rurales. Ideales e intereses están siempre mezclados. ¿O acaso la Revolución Francesa se hizo sólo porque la gente creía en la libertad?

Por Gabriel Entin
En Desde Abajo la otra posición para leer


 ENTREVISTAS A DENIS MERKLEN, SOCIÓLOGO FRANCO-RIOPLATENSE
“LA CRISIS DEL EMPLEO ES EL PUNTO EN COMÚN ENTRE LOS JÓVENES DE AQUÍ Y LOS DE FRANCIA”

Denis Merklen es rioplatense en el sentido estricto del término. Nació en Montevideo en 1966 y años después cruzó el charco para formarse en la universidad porteña que sobrevivió a la dictadura militar.

Como profesional, siempre entendió que las teorías sociológicas se estudian en las calles y en los barrios. Allí lo conocí, en los asentamientos urbanos del partido de La Matanza, a fines de la década del 80.

Actualmente reside en Francia donde es maître de conférences de la Universidad Paris 7, e investigador del Centro de Estudio de Movimientos Sociales de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris, situación que le permite cada tanto, darse una vuelta para ver como va la cosa en su terruño.
Aprovechando su visita, conversamos sobre la reciente revuelta juvenil en Francia y sus posibles puntos de contacto con la situación que se vive en Argentina

¿Qué similitudes y diferencias encontrás entre los jóvenes excluidos del sistema francés y los jóvenes en esta situación en el Conurbano Bonaerense?

La primera cosa obvia, pero que hay repetir, es que de ningún modo los jóvenes franceses tienen la sobrevida en juego, no es un problema de miseria económica.
Hay desigualdad, exclusión y hay discriminación racial. Pero, desde el punto vista material, es innegable que ellos están inconmensurablemente mejor que cualquier pibe de un barrio popular de acá, de eso no cabe la más mínima duda.
En Argentina la lucha por la sobrevida material lo cruza todo.

Ahora, ¿cuál sería el punto común? ¿Cómo acercar dos cosas que son tan disímiles?
Creo que la respuesta es la crisis del empleo. El hecho de que no hay trabajo y de que el trabajo que se encuentra no permite garantizar un futuro para muchos jóvenes.
Los pibes se sienten encerrados en la situación en la que están y sienten que no aparece el horizonte. Ese es el punto en común entre los jóvenes de aquí y de allá.

Esto se manifiesta en Francia de una forma distinta a la Argentina, allá la que te cierra la puerta en la cara es la escuela, la institución escolar.

¿Por qué la escuela?

Porque la escuela organiza toda la estructura social y las posibilidades de moverse dentro esa estructura pasan por la escuela. Es casi imposible tener una estrategia de jugar en el mercado puramente, no podés ser un tipo con iniciativa y vivo, y sin tener diplomas desenvolverte igual. Podés ser un tipo con iniciativa y vivo si tenés un piso de diplomas. Y eso es por la estructura del mercado de trabajo francés.

Hace muchos años, Francia apostó a un contenido en tecnología muy importante en su estructura productiva y eso hace que necesites un diploma para todo. Al mismo tiempo, como hay mucho desempleo, las empresas reclutan sobrecalificadamente. Verdaderamente todas las puertas de entrada son con muchos años de estudio. El bachillerato es el zócalo mínimo y más bajo, y actualmente hay muchos pibes que salen antes del bachillerato.

El problema de la sobrecalificación es un fenómeno que también se presenta acá, por eso, deduzco que la diferencia es la valoración de toda la trayectoria de los chicos en la escuela y no solamente el título.

Si, las notas de la primaria determinan tu carrera secundaria, y un año va a determinar las posibilidades sobre el otro.
Principalmente, lo ocurre es que los que no tienen determinadas notas tienen las puertas cerradas en todos los estudios que vienen después.

Pensando en el contexto argentino, ¿esto se da en el ámbito de la educación pública y privada?

No hay una oferta privada significativa. La oferta privada es por razones religiosas, en ese caso, no juega el punto de vista económico.
Hay un solo caso en que el sector privado cumplen un papel importante, y es el de las escuelas de comercio y empresariales.

Pero, sin dudas, si existe una lógica social de privilegiar la trayectoria escolar, ¿este sector también se debe guiar por esta política?

Así es. Además, esas escuelas apuntan a cuadros medios y cuadros altos del sector del marketing y el comercio. Es por todo esto que hay un sentimiento tan duro, porque el que se queda afuera sabe que no tiene ningún modo de entrar por un camino alternativo.

Las vías alternativas están muy reducidas, y esto aparece en Francia como una demanda muy fuerte de la sociedad en el sentido que pareciera que hay un solo sentido para todo.
Mucha gente siente que tiene talento y que podría hacer cosas, pero quedó fuera de la escuela.

Ha habido intentos de políticas públicas para hacer el sistema un poco más flexible. Dentro de ellos, hay un mecanismo que se llama “validación de la experiencia adquirida” para que la gente con experiencia laboral pueda certificarlo a través de un diploma y seguir estudiando. Por eso es que la escuela ocupa un lugar tan importante.

Muy diferente de lo que ocurre aquí, que todo responde más al orden de la económico. Francia se parece más una jerarquía social estructurada por la escuela, que a un mercado donde todos compiten.

En Argentina, muchos críticos del sistema mencionan que la escuela, para un gran sector de los jóvenes –generalmente los sectores más desfavorecidos-, actúa como un “colchón social”, es decir, un lugar donde tener a los chicos quietos, ocupados hasta que entran en el mercado laboral o deambulen como desocupados, ¿eso se da en Francia?

Muy poco, porque el sistema educativo no lo permite. No se puede repetir en Francia, porque hay que cambiar de escuela. Funciona como un sistema donde el rendimiento del alumno es muy importante, es casi imposible perder el tiempo en la escuela.
Fenómenos como los que ocurren acá, por ejemplo, estudiantes que hacen 10 años que están repartiendo volantes en la puerta de la facultad, en Francia no son posibles porque el sistema los expulsa inmediatamente. Cuanto más básico es el sistema escolar más rígido aún. Se va haciendo más abierto en la medida que uno evoluciona, uno va dando pruebas de que va a ser capaz de ser autónomo.

Ahora, como hay una franja de chicos que está dejando la escuela sin tener el bachillerato, el gobierno está proponiendo alternativas de formación para jóvenes menores de edad, hay un gran debate. Esto se da como respuesta a las revueltas.
La percepción es que hay muchos chicos que están debajo de los edificios sin nada que hacer, entonces la idea es ¿qué se le puede ofrecer a un chico que salió de la escuela y no logra entrar en el mercado laboral? El gobierno quiere proponer formación con experiencia laboral, lo que significaría poder entrar a trabajar en horarios reducidos antes de la mayoría de edad. El gobierno plantea hacerlo a partir de los 14 años, la izquierda se opone dicen esto es volver a llevar los niños al trabajo.

En tema de números, en Argentina se calcula en medio millón los chicos entre 13 y 19 años que están fuera de la escuela y del mercado laboral, ¿Cuáles son los números en Francia?

Allá las cosas son diferentes. Los chicos que están quedando fuera del sistema escolar antes de terminar el bachillerato se estima en 15 mil al año. Lo que los franceses consideran trabajo precario (trabajadores que están bajo contrato), es el 6% de la población. Acá tenemos alrededor de un tercio de la mano de obra en negro. Acá consideramos que trabajar bajo contrato es un buen estatus laboral, eso da una medida de la diferencia desde el punto de vista material.

Por ejemplo, estoy trabajando en un programa de acceso al agua potable en La Matanza. En este partido del conurbano hay 400 mil personas sin agua potable, y 700 mil sin cloacas, eso sólo es el distrito de La Matanza. En cambio, en Francia, esa cifra es prácticamente cero, no hay un habitante que no tenga agua potable, cloacas, recolección de residuos, calefacción, es prácticamente cero.

En tu función de profesional que viene al país regularmente, ¿qué avances y que retrocesos ves en las políticas sociales, pensando, particularmente, en los jóvenes?

Hay una cosa que me parece muy importante, una preocupación en todos los actores relacionados con el trabajo social, hay un convencimiento que el principal problema del país es el empleo. Esto no era así en 1996 o 98, y no porque no hubiera problemas de empleo, sino porque se pensaba que el problema era otro. La dificultad es que seguimos estando en condiciones en las que rearmar el mercado de trabajo es un desafío inmenso y eso es lo que uno ve como muy duro.

Este programa “Aguas más trabajo” en el que estoy trabajando se va a replicar como modelo con una muy buena voluntad, pero la verdad es que la gente que está trabajando lo hace en condiciones lamentables, y está siendo empleado por el Estado.

Hay una degradación de los umbrales de lo aceptable, están ganando un salario que está debajo del salario de subsistencia y trabajando en condiciones de empleo de altísima precariedad, sin cobertura social, con inmensos niveles de precaridad contractual.
Hay una preocupación importante, pero que el piso del que se parte es bajísimo, y (sin bien) estamos en un contexto en que parece que la preocupación de Estado es seria, el camino para recuperar el empleo es un camino muy largo.

Recién dijiste “todos los actores”, ¿quiénes serían los actores que están interviniendo en este proceso?

El Estado nacional, municipios, la gente que está directamente ligada a las políticas sociales, funcionarios ligados con otras secretarias que nunca hubieran tomado este tema como central de su gestión. Vas a hablar con el Secretario de Obras Públicas del municipio y te dice el problema central que tenemos es el desempleo, lo mismo te dice el Secretario de Acción Social, el de Salud Pública. Pareciera existir una unión de intereses y preocupaciones.

En cuanto a las organizaciones sociales, algunas con las que he hablado, -movimientos de piqueteros, asociaciones barriales, etc-, están muy contentas con el éxito que han tenido en posicionarse como gestores de la política pública, y tal vez han bajado un poco la guardia respecto de cuales son los caminos de salida y en el rol que ellos tienen como apuntadores de la agenda social.
Parecen secretarios de Estado que están contentos con las realizaciones que hacen y no tanto con la situación general de la población. Te dicen: “estamos haciendo 30 viviendas en tal lado”, “estamos poniendo caños en tal otro”, “hemos creado tantas cooperativas”. Están muy preocupados en observar el crecimiento de sus organizaciones, y esto es un poco complejo porque empiezan a ver el “progreso social” a través del crecimiento de sus organizaciones y esto me parece un retroceso, porque no coincide, de ningún modo, con el progreso general de la población.

Y al mismo tiempo empiezan a ser vistos por los beneficiarios de estos programas como gestores que entran en las generales del sistema político y no tanto como actores con otra voz y otra propuesta ética.

José Luis González


La revuelta juvenil en Francia

Extracto de la exposición de Denis Merklen
desarrollada el 9/12 en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA

Es difícil transmitir una imagen diferente de aquella que llega a través de los medios. En este caso, la imagen televisada jugó un papel muy importante, sobre todo, porque los propios jóvenes de los barrios trabajaron con lo que ellos sabían que los medios iban a hacer. De otras revueltas aprendieron que cuando rompen un auto no viene la tele, cuando queman si, entonces aprendieron que tienen que quemar.

Entonces, (luego que murieron los chicos en el transformador eléctrico), pasó algo que se produce cada vez que se produce un hecho de esta naturaleza, y que ya tiene características rituales en Francia: los jóvenes de estos barrios salieron a protestar, y el modo que tienen de protestar es romper todo.

En este barrio pasó exactamente eso, que no hubiera llamado la atención, ya que ocurre dos o tres veces por año desde hace mucho tiempo. Pero el Ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, que es un político que tiene muchísimas posibilidades de ganar las próximas elecciones a presidente, calificó a los jóvenes de “canallas” y dijo que había que ir a limpiar los barrios de este tipo de gente. Inmediatamente después, fue como si se hubiera extendido un reguero de pólvora, eso si fue novedoso, nunca antes había pasado, en muchos barrios salieron los pibes a romper todo y fundamentalmente a quemar los autos.

Esta situación se prolongó durante dos semanas, el resultado es bastante espectacular: se quemaron 9 mil autos, se quemaron 3 ó 4 escuelas, se atacaron estaciones policiales con bombas Molotov y con piedras. Cada uno de estos blancos elegidos era muy preciso: escuelas, seccionales de comisarías y empresas de transporte urbano y empresas de zonas francas contra el desempleo, que no tomaban a estos chicos.

En cuánto a los partidos políticos, todo iba ocurriendo día a día. En los primeros días todos estaban callados porque tenían miedo de “meter la pata”. Finalmente, todo el arco político de la derecha empieza a ocupar el espacio y empieza a pedir seguridad y que se termine el problema.

Los acontecimientos se terminaron cuando el gobierno tomo medidas legales, y mandó a la policía a terminar con las revueltas. El resultado fue tres mil jóvenes presos, y sólo 150 de ellos extranjeros.

Cabe destacar que la policía fue muy eficaz y cautelosa, de los tres heridos durante los disturbios no hubo ningún herido por parte de la policía en la represión.

Los porques

La discusión en Francia sobre si esta revuelta era un acto político o no, me hizo acordar a los debates que había vivido en Argentina sobre si los estallidos, los piqueteros, las ocupaciones de tierra, eran actos políticos o no.

Algunos sociólogos muy importantes y que están bien a la izquierda del abanico ideológico calificaron a lo que está ocurriendo como actos “protopolíticos”, eso fue lo más lejos que se llegó.

A mi me parece que hay que leerlos como actos políticos, y que hay algunas veces que quemar un auto podía ser un acto político, como también lo es calificar a quien lo quemaba de delincuente en este intento de correrlo del campo de las acciones legítimas.
Ahora bien, hay algo que es muy difícil de asimilar para la opinión pública, y es que hay nuevas clases populares y que no son obreros.
En general, los sociólogos franceses cuando se acercan al mundo popular tienen un reflejo que es el de tratar de entender esas nuevas clases populares comparándolas con la clase obrera, por el peso y la tradición que tuvo la clase obrera en Francia. Pero todo lo que se escapa a ese universo es muy difícil de ser pensado.

En ese juego de interpretaciones surge con mucha fuerza, y esto creo que va a tener mucha importancia en los años venideros en Francia, la cuestión racial, la cuestión étnica y la cuestión de la inmigración.

En este contexto, todos los datos sobre las clases populares son profundamente ambiguos: en Francia no hay prácticamente trabajo en negro. Actualmente el desempleo llega casi al 10%, pero prácticamente todos están cubiertos por el seguro de desempleo u otras formas de protección de ingreso, por lo cuál hay en Francia una situación de cuasi ingreso universal. Pero el desempleo entre los jóvenes llega al 22 %, y el distrito donde empezaron los problemas, uno de los lugares donde es más dura la situación, el porcentaje de desempleo es más alto.
Y el último dato es que el 13% de la población de Francia es inmigrante.
Estos guarismos son muy superiores en las cites, en los barrios construidos por el gobierno y donde se concentra la pobreza, el desempleo y la inmigración.

¿Cómo ha respondido el Estado en los últimos años? A través de dos mecanismos principales: la creación de empleo público subsidiado, y por otro lado, una política pública de los años 80, que trata de una política urbana de promoción de los barrios centrada en el subsidio a una red de organizaciones barriales.
Esa política social se inicio con una revuelta similar en los años 80, y la respuesta fue integrar a todos esos jóvenes, principalmente de origen magrebí, a dispositivos de política social importantes y que todavía perduran.

Entonces, una de las cosas que están en el fondo del debate es si las políticas sociales de los últimos 25 años sirvieron para algo. Siguiendo el razonamiento que esto no sirvió para nada, muchos políticos dicen: “hay que tirar el modelo francés a la basura y empezar con otra cosa”. Este es el discurso del ministro Sarkozy.

Ahora bien, desde el 2002, el gobierno -en poder de la derecha- ya hizo mucho de todo esto, esencialmente tomó tres medidas que tuvieron un impacto muy violento sobre los barrios:
• suprimió absolutamente todos los empleos subsidiados;
• recortó de un modo muy fuerte los subsidios a las asociaciones barriales;
• suprimió la “policía de proximidad”, una medida del gobierno socialista donde los policías iban a los barrios y tenían actividades preventivas con los jóvenes.

Cuando asumió Sarkozy, en el 2002, en su discurso dijo: “la policía no está para ir a jugar a la pelota a los barrios, está para reprimir” y suprimió esta política.

Se conjugó con todo esto una coyuntura del empleo muy desfavorable, entonces, algo que apareció inmediatamente después que los jóvenes salieron a romper todo fue que los vecinos de los barrios que hablaban en televisión decían “esto no daba para más”, “todos sabíamos que esto iba a explotar, sólo esperábamos cuando”. Declaraciones de ese tipo fueron unánimes, a tal punto que el gobierno cuando termina la revuelta dijo: “cometimos un error suprimiendo todas las ayudas, vamos a reestablecer inmediatamente algunas, fundamentalmente la plata que se destinaba a las asociaciones”.

Otra cosa que quedó claro es que el sistema político tiene una inmensa dificultad para comunicarse con los barrios, incluso la izquierda ha quedado afuera de este sector popular.

Entonces, surge la pregunta: ¿estos chicos que salieron a quemar autos, a quién van a votar en el 2007? Es difícil por que hay un problema de oferta, pero a su vez, es una hipótesis bastante improbable por que esos jóvenes no van a ir a votar.

Aquí hay un problema que tiene que ver con el descrédito de los partidos políticos en el mundo popular, pero, (en este mundo popular) también debe ser leído en términos generacionales.

En Francia, convertirse en francés es un camino mucho más largo que en Argentina, aunque se sea francés legalmente, ser reconocido como autóctono es un camino muy largo. Eso quiere decir que un nieto de inmigrante sigue siendo inmigrante, pero la verdad es que esto que la sociedad francesa dice es complicado, por que esa gente creció y fue a la escuela en Francia y cuando esas personas van a Argelia, por ejemplo, son perfectos extranjeros.

¿Pero qué pasa entre la primera la segunda y la tercera generación? La segunda generación es aquella que hizo más o menos las mismas revueltas que ahora en los años 80 y que fueron luego integrados a través de las políticas de los gobiernos socialistas de los 80 y 90.

Entonces, una parte importante del conflicto que se expresa en la revuelta juvenil, es un conflicto entre esas dos generaciones, y es un clivaje que atraviesa muy profundamente estas nuevas clases populares,. Se trata de un corte generacional, pero fundamentalmente actitudinal: qué actitud tomar frente a la sociedad, frente al sistema político, frente a las instituciones.

Todo hace pensar que los jóvenes salieron a decirle a sus hermanos mayores y a sus padres: “ustedes se dejaron engañar durante veinte años con esos dispositivos que no sirvieron para nada, porque ahora estamos desempleados, sin subsidios, sin créditos. Nosotros les vamos a mostrar que en una semana vamos a ir mucho más lejos de los que fueron ustedes”. Es decir, hay una lucha dentro de los barrios para decidir cuáles son los modos de acción, cómo hay que hacerlos, quién controla los barrios, y esto es muy fuerte.

De: Revista La Lupa de Fundación SES