domingo, 26 de mayo de 2013

Lenguaje y sujeto carcelario- (3) Juan Pablo Arancibia

 VII.- ACERCA DEL SUJETO Y LA ETIOLOGIA DELINCUENCIAL 

Desde diversas disciplinas de las ciencias sociales se han erigido varias líneas analíticas y de explicación acerca de la etiología criminal. El debate básicamente se ha concentrado en la diferencia de causalidad entre dos gruesas líneas de pensamiento. Una que concentra su inspección y sospecha sobre la estructura mental y predisposición psicológica del criminal; y otra que se orienta hacia una indagación de determinaciones de carácter social y psicológicas. 
Una mirada de carácter positivista tiende a explicar el fenómeno delincuencial mediante un arsenal conceptual tendiente a crear un vínculo de determinación situacional. Así, por ejemplo, se acuña el concepto de afinidad como expresión de la predisposición y tendencia de un individuo hacia el delito. Esa que es una exploración que se concentra en las determinaciones de carácter social, se ve tensionada desde la Escuela de Chicago, la que promueve el concepto de afiliación como el giro conductual de un individuo hacia una actitud impuesta por la modificación de un entorno o de un grupo social. En el concepto de afiliación subyace la idea de presión social como medio de habilitar a un individuo en un marco conductual que no era el propio. Luego, desde la necesidad de una matriz estatal, se produce la noción de significación, como una esencial función de ejercer el control, por tanto se accede a la clasificación de las desviaciones sociales. Es en medio de una oscilación académica y estatal que se produce una estigmatización del sujeto delincuencial. 
Sin embargo, una mirada desde los marcos jurídicos, también señala que es posible identificar la misma tensión entre voluntad y determinación social. Según el referente de la Escuela Liberal Clásica la etiología delincuencial respondería fundamentalmente a una definición de voluntad, el sujeto concurre voluntariamente a la comisión del delito y éste no es sino expresión de su pura voluntad. El sujeto al cometer delito infringe la normativa social y agrede los fundamentos de la sociedad, la libre y correcta convivencia. Por lo demás, en la mayor parte de los delitos urbano-industriales, los delitos atentan contra uno de los principios sagrados de esta formulación social, la propiedad. En última instancia el individuo está quebrantando el principio del pacto social que rige a todo ciudadano y es base del Estado y del Derecho. 
Un modelo conceptual de tal naturaleza implica un dispositivo de control y de castigo que posee sus propias definiciones y objetivos. Aquí el sentido de la sanción gira en torno a salvaguardar la seguridad jurídica, y recae sobre el sujeto delincuencial no para rehabilitarlo, o provocar una modificación conductual, sino simplemente para evitar que siga agrediendo y lacerando el orden social. 
Otra plataforma jurídica que observa el problema es la llamada Escuela Positiva, cuya afirmación crucial es que existen dinámicas sociales, psicológicas y biológicas que permiten inferir la determinación de la voluntad humana. La conducta humana sería la resultante de un complejo entramado de determinaciones sociales. De esta suerte, la comisión del delito puede encontrar fundamento en alguna condición de lo social, lo psicológico o biológico; por tanto el delito deja de interesar como tal, y pasan a cobrar importancia las redes de complejas relaciones que lo originaron. 
Desde esa vertiente analítica se observa el sujeto delincuencial como un sujeto capturado por intrincadas dinámicas que lo llevan a delinquir. Se produce una significación dicotómica entre normales y anormales, la disfunción la marca el delito. El acto delincuencial aquí se observa como transtorno psicopatológico el que al mismo tiempo exige y superpone un sentido terapéutico del castigo. Así, incluso desde el concepto de significación que anteriormente habíamos mencionado se produce una clasificación global de los individuos, los normales y los criminales, estos últimos son clasificados y agrupados desde la tipificación del delito, el uso de la violencia, el daño provocado y por consiguiente se etiqueta de acuerdo a la peligrosidad. 
Sin embargo, paulatinamente ha ido gestándose una tercera mirada que no establece una oposicón antagónica entre los análisis descritos, y más bien instalan una suerte de combinación y complementación de ellas. Así, por ejemplo, se reunen trabajos de tendencia biologista, como los del doctor Jeffery realizados entre los años 70 y 80, con investigaciones de carácter situacional como los de G. Clarke realizados paralelamente durante el mismo período. 
Uno de los aportes novedosos de la línea biologista es la afirmación de que las características biológicas incrementadoras de la conducta delictiva, pueden transmitirse genéticamente. Se han realizado diversos estudios de conformaciones familiares donde la actividad delincuencial de los padres constituye un elemento de riesgo, o predictor de la futura tendencia delictual del hijo. Aquí el flujo de determinación es concentrado en la posibilidad genética.  Otras indagaciones de esta misma tendencia han logrado señalar, por ejemplo, que en el caso de gemelos idénticos exhiben una conducta delictiva más concordante que los fraternales. Otra afirmación biologista postula que un niño que ha sido adoptado al nacer, y que no ha  tenido contacto con su padre biológico, tiene una mayor posibilidad de ser delincuente si el padre lo era. Sin embargo, al interior de esta orientación biologista también existen diferencias y tensiones. Algunos estudios presentaban la inducción de que aquellos sujetos que presentaban un cromosoma Y extra se asociaba con una preponderancia conductual de violencia. Sin embargo, en investigaciones posteriores se problematizó dicha afirmación puesto que se chequeó un grupo significativo de individuos, y la conclusión fue que los sujetos XYY no cometían más delitos contra las personas que los sujetos normales. 
Otra vitrina analítica se ha instalado desde la fisiología cerebral, la que se ha concentrado en el examen de los sistemas y componentes neuronales susceptibles de provocar agresión en condiciones patológicas. Uno de los avances investigativos es la relación entre lesiones en el hipotálamo y la casi absoluta producción de mayor agresividad. 
De la misma manera, en el campo de orientación situacional, se han desarrollado diversos estudios tendientes a señalar la determinación social sobre la delincuencia. Aquí la premisa básica es que la diferencia de clase social es un indicador de riesgo delincuencial, esta afirmación reposa sobre una indagación de proveniencia social realizada con reos, la resultante marcaría una notoria pertenencia a estratos socioeconómicos empobrecidos y segregados. Sin embargo, desde esta matriz situacional también surgen discrepancias, y en alusión al caso recién referido, los investigadores del etiquetado y del conflicto, Lemert y Quinney levantaron la hipótesis de que tal relación sólo era el reflejo de una discriminación del sistema legal para con los individuos de menor poder económico. 
Oposición generó ese tipo de afirmaciones, y estudios acerca  de la metodología utilizada para verificar la relación entre clase social y delincuencia sostuvieron que generalmente era viciada y sesgada para ocultar dicha relación. Tanto fue así que Elliot y Ageton diseñaron un estudio basado en un muestreo de 1726 casos, la proveniencia social era principalmente de estratos inferiores y los jóvenes de clase baja señalaron haber cometido cuatro veces más delitos que los de clase media, y una mayor cantidad de ellos habían sido contra la propiedad.

Otro estudio que realizó un aporte relevante en la observancia de esta relación biologismo y clase social fue realizado en Dinamarca en 1983 por el profesor Van Dusen. Se observó las adopciones contraídas entre 1924 y 1947. El muestreo abarcó 14.427 personas. Se obtuvieron los registros penales de los padres adoptivos y biológicos, y se conoció su clase social. Los resultados arrojaron que en las clases sociales bajas existía una concentración de condenas. Nos servimos de las palabras de Van Dusen « El estudio confirmó la hipótesis de que la clase social tiene componentes genéticos y experienciales, los cuales predisponen a los miembros de esa clase a implicarse en actos delictivos. Por el lado de las experiencias, conocemos que la clase social baja se relaciona con varias características facilitadoras del delito, con menor estimulación intelectual y logro académico, una mayor disparidad entre oportunidades y aspiraciones, y una mayor probabilidad de asociaciones con delincuentes...». 

Si bien no podemos, por ahora, abordar a fondo las múltiples consideraciones teóricas acerca de la etiología criminal, es necesario adelantar que hoy existe una marcada tendencia a disipar las tensiones entre biologismo y determinación social, produciéndose un amplio abanico de cruces y relaciones tendentes a mirar en su complejidad y movilidad la raíz del problema. Surgen así diseños teóricos que correlacionan la genética y la clase social como factores que se complementan y afectan reciprocamente, determinando la emergencia delincuencial. Otras investigaciones se han concentrado en la relación entre inteligencia y delincuencia, indagando qué tiene de social y de genética la inteligencia y el desarrollo intelectual y cómo éstos se vinculan o no al sujeto delincuencial. Otra ruta de indagación ha seguido las pistas a la estructura de la personalidad. Se trata de considerar si existe o no una personalidad de lo criminal, y si es así qué factores operan e intervienen para su constitución. Desde un enfoque interaccionista se observan las variables cognitivas en función de descifrar qué estrategias de codificación emplea el sujeto delincuencial para interpretar un estímulo o cualquier marco situacional. 

Tan sólo por ahora, exhibiremos una mínima parte de un conglomerado importante de estudios y estadísticas nacionales que arrojan algunas pistas para observar variables acerca de la etiología criminal en nuestro país. Particularmente, a falta de una clasificación y procesamiento exhaustivo de la información que disponemos, entregaremos algunos datos, no recientes, sobre jóvenes con compromiso delictual. De los cuadros anteriores podemos observar, de modo general,  que existe una tendencia de una pertenencia ecológica en comunas que concentran mayor pobreza, siendo evidente la ausencia o ínfima presencia de jóvenes provenientes de comunas de nivel socioeconómico más alto. Con respecto al ingreso familiar, es visible que se agrupa un 68% de familias que, en ese momento, percibían menos de 67 mil pesos. En el caso de Ingreso per-capita mensual, se hace reconocible que un 80% de jóvenes tenían un ingreso menor a 16 mil pesos. La situación de consumo de alcohol de los jóvenes refleja que un 75% advierten un compromiso alto a medio, disminuyendo a sólo un 65% en el consumo de drogas. Acerca de la patología social de la familia se observa que la franja de compromiso alto y medio en el consumo de alcohol representa un 62%, decayendo a 27% en el caso de consumo de drogas. Sobre los antecedentes delictuales es relevante que sólo 34 personas no los presenten, que 52 hayan estado en la cárcel y que 30 hayan presentado detenciones. Es decir, de un universo de 116 padres, 82 fueron detenidos o encarcelados por motivos delictuales. 
Sobre lo anteriormente expuesto, si bien acerca de la etiología se hace necesario que abordemos con más detalle y rigurosidad algunos aspectos que requieren mayor atención, tanto en la información como en su análisis, lo dejamos pendiente para el documento final de esta investigación. No obstante, por ahora dejamos traslucir cual es nuestra sospecha y creencia preliminar respecto a lo ya inmediatamente explorado. 
Es importante destacar que, independientemente de cual sea el nicho teórico con el cual se descifre la etiología criminal, y al mismo tiempo, cual sea el objetivo y el concepto que funda el castigo, aquí se produce una dinámica que es necesario dejar en claro. Existe una directa correspondencia entre el modelo estructural de una sociedad y las formas de vida que bajo éste se logran producir. En este caso particular, estamos afirmando que existe una lógica de producción social de un sujeto y que la misma modelación social le impone su posterior castigo. Emerge un sujeto conceptualizado como lacra social, es engendrado desde las condiciones materiales de esta sociedad, la pobreza, la miseria y la marginación son su escenario de socialización; recibe un violento tratamiento, en tanto su calidad de lacra, y luego se le pide rehabilitación, como si alguna vez hubiera sido habilitado. Es un sujeto sobre el cual se exige caiga todo el rigor de la ley y el peso de la justicia; olvidándose o desconociendo por completo en esa exigencia que son los propios y sagrados principios sociales llamados a cautelar y proteger, los productores de tal sujeto. Independientemente a que el castigo sea discursivamente desplegado como protección a la sociedad o como terapia al sujeto anormal, lo cierto es que esas personas son sometidas a condiciones de vida absolutamente inhumanas. 
Actualmente es perfectamente posible pensar que estamos en presencia de un problema más político que académico, o más bien se recubre académicamente lo que en el fondo es el posicionamiento ante un problema político. Nuestra lectura la planteamos de modo claro y directo: son estas formas de producción y relación social, son estos modos de producir la vida, los que terminan pariendo miles de sujetos desamparados socialmente y desprovistos de toda humanidad, los que a la postre terminan acuñando todo el esplendor de violencia que desde su cuna social aprendieron. 
En los distintos ámbitos ligados al problema se tiende a problematizar qué tipo de relación existe entre la pobreza y la delincuencia. Algunos, demagógicamente, apelan a que si ésto fuera así todos los pobres serían delincuentes «De ser la raíz económica la principal determinante del delito, en la práctica la mayor parte de los pobres serían antisociales, y sabemos que no es así», claro está, los pobres tienen decencia y se sienten ofendidos ante tal argumento y asociación de ese tipo, y por cierto reaccionan de modo negativo, queriendo eludir la posibilidad de que se reconozca en un pobre un potencial delincuente. Pero ante esto nos inquieta, ¿Y no es que los controles policiales tienen como preferente sujeto de sospecha al de una semiótica de pobreza? En realidad los pobres reaccionan ante asociaciones de ese tipo, casi como discurso gremial, no para negar la condición social que determina la producción delincuencial, sino para evitar que se aumenten y justifiquen las crecientes prácticas de arbitrariedad y vigilancia contra ellos. Lo podemos plantear de modo inverso, si no existe ninguna relación entre pobreza y delincuencia, bien cabría preguntar ¿Cuántos individuos adinerados están encarcelados? ¿Cuántos jóvenes de altos recursos son aprehendidos por lanza, por asaltos, por robos, etc.? Si alguien alberga dudas, no más hay que recurrir a las últimas estadísticas elaboradas por el Ministerio de Justicia, o a las del Servicio Nacional de Menores, etc...  Nos parece que la realidad al respecto es a todas luces nítida y que se han desplegado un conjunto de dispositivos discursivos en función de sostener y defender un modelo social que es extraordinariamente voraz, inhumano y cruel. 
Desde el estudio de campo, es enteramente visible que el sujeto social que está implicado en nuestra investigación es el que proviene o se vincula estrechamente con los sectores más marginales de la sociedad moderna. Nos referimos a los sectores más empobrecidos de los espacios industrial-urbanos. Analfabetos, asalariados ocasionales, cesantes o empleados informales. La composición de su entorno inmediato está dado por la fractura familiar, el conflicto y distanciamiento de sus padres. Generalmente provienen de hogares mal constituidos o desintegrados. Sus padres solían ser obreros, cesantes, o subempleados, los que frecuentemente sufrían de alcoholismo, abandonando así la responsabilidad frente a sus hijos.  
El núcleo de sustento primario de sus hogares se deposita en las madres, las que realizando una amplia gama de subempleos (lavar y planchar ropa ajena, pedir limosna, comerciante ambulante, empleadas domésticas ocasionales, etc.) tratan de surtir de materiales básicos para la subsistencia de sus hijos. 
Es en medio de este escenario social, que los infantes comienzan a explorar en territorios de lo marginal y lo prohibido. Escaso número de ellos han contado con educación básica completa. Un grueso porcentaje no sabe leer ni escribir, y otro tanto lo hace con mucha dificultad. A raíz de tales marginaciones y limitaciones sociales, enfrentan una segregación educacional y laboral que casi los determina a desenvolverse en los espacios del delito, la droga y la violencia. Un gran número de delincuentes tienen sus primeras detenciones y encierros antes de los 8 años de edad. De ahí en adelante se desencadena un vía crucis de delito, castigo, dolor y encierro. 

Para ilustrar esta situación masiva, podemos recordar las que fueron largas conversaciones con un amigo dentro de los muros de la ex-penitenciaría. Para efectos de este documento -ya que no hemos logrado advertirle esta publicación- llamaremos a nuestro personaje como "El Panita". 
"El Panita" proviene de una numerosa familia, siete hermanos, de los cuales él es el menor. Actualmente tiene 30 años de edad. Su padre había trabajado como obrero de la construcción de modo esporádico, otras veces se iba a trabajar largos períodos al campo, provenía de la zona de Linares, y conocía bien las labores de producción agrícola. Después del 73 quedó cesante acentuando un cuadro de alcoholismo que arrastraba hace algunos años. Ya en el año 75 su padre abandonó la familia y no volvió a saber más de él. "El Panita" recuerda que su padre andaba siempre borracho y que golpeaba mucho a sus hermanos y a su madre. Esto habría provocado la separación final. Por ahí le contaron que había muerto atropellado, pero la verdad es que "El Panita" casi no se interesó, y nunca se había preocupado por buscarlo. La madre asumió toda la carga familiar, y se las debía ingeniar para tratar de darles alimento todos los días, vestirlos y mandarlos al colegio. "El Panita", pese a los esfuerzos realizados por su madre, sólo llegó a cursar hasta 4º año básico, y lo que es más curioso aún, jamás aprendió a leer.  
Nos cuenta que desde niño tenían la costumbre de ir a la vega a pedir frutas y luego se iban a bañar al río Mapocho. Más tarde, cuando tenía siete u ocho años comenzó a robar junto a otros dos de sus hermanos y algunos amigos. Primero empezaron a robar frutas, hasta una vez, aprovechándose de una distracción, lograron robar un carretón con cajas llenas de frutas. Poco a poco dejó de ir al colegio, según cuenta, porque lo castigaban mucho, no le gustaba estudiar, y le pedían "cuestiones pa´hacer trabajos manuales" y aunque manifiesta que le gustaban esas labores, en su casa nunca había plata para comprar los materiales.  
Poco a poco comenzó a escudriñar en los terrenos del delito, de una manera progresiva, comenzó a interesarse en las apuestas callejeras, le gustaba mucho ir a jugar al "monte", al "crac", y la mayor parte de las veces perdía. Intentó varias veces hacer trampas lo que le significó varias palizas. En medio de ese entorno comienza a fumar cigarrillo, abandona la escuela, e incursiona en su primera actividad delincuencial, ser lanza. Comenzó robándole a los borrachos en las calles y luego se subió a las micros a "meter los dedos". A esa altura nuestro amigo "El Panita" contaba con nueve años de edad. 
Su primera detención la sufrió como a los siete años, por robar frutas en la vega. Lo tuvieron dos días en una comisaría de menores hasta que su madre lo fue a buscar. Luego vino una seguidilla de detenciones, por vagancia, por apostar en la calle, siempre detenciones cortas, de uno o dos días. La madre comenzó a perder cada vez más el control sobre él y sobre dos hermanos mayores que ya se asentaban en el ámbito delincuencial. Frecuentes peleas con su madre por los castigos que ella le imponía lo llevaron a abandonar su casa y se decide a ser ladrón, al igual que sus hermanos.  
De ahí en adelante la vida de "El Panita" es un largo peregrinar de delito en delito, de penal en penal. En dramáticas conversaciónes nos relató que antes de los diez años fue violado por varios jóvenes mayores en un centro de detención. Cuenta que después de eso se fue poniendo "más malo", peleaba con cortaplumas, aprendió a burlar la policía, aprendió a abrir puertas y ventanas, aprendió a robar autos. A los catorce años es detenido por su primer homicidio, en una riña por la repartición de "un botín", bajo los efectos del neopren, sin darse cuenta dice, mató a un amigo que lo quería "dejar caer de la torre" (engañar). 
A los 17 años "El Panita", estando en libertad, se interesa por los delitos "más pesados", "si caía de nuevo quería caer con ficha". Uno de sus hermanos ya había muerto en un enfrentamiento con la policía, eso le determinó a actuar con más violencia y frialdad ante la comisión del delito. Declara nunca haber inferido una lesión a alguna víctima, pero con la policía se "trenzaba a balazos". A los 19 años cae herido tras la comisión de varios asaltos a casas comerciales y a un banco. Hoy, nos cuenta que ha pasado más de once años en prisión, se ha fugado en dos ocasiones, ha sido recapturado, tiene seis balazos en el cuerpo y ha muerto a dos personas, la segunda de ellas en una riña en prisión. 
Lo más extraordinario y dramático de la vida de nuestro amigo "El Panita" es que es un caso tan común y generalizado al interior de los penales, tan idénticamente parecido en la constitución de un sujeto delincuencial. El proceso es sumamente semejante entre los delincuentes, existen ciertas matrices visiblemente identificables. Conocemos historias de vida realmente patéticas, las que básicamente fueron conocidas bajo el marco de una amistad más que en el ejercicio de un intruso investigador, debido a ello no hemos deseado abusar en su cita, ni en ofrecer varios relatos posibles. 
Sin embargo, relatos como ese logran describir con alguna proximidad y nitidez el marco inicial de gestación y de desarrollo de los delincuentes. El caso expuesto, de ningún modo, es resultante de una situación aislada, accidental y fortuita, sino más bien el resultado concreto de condiciones materiales de construcción de la existencia. 
Situaciones como las relatadas son parte de una casuística extraordinariamente abundante al interior de los penales urbanos. Esto vincula a nuestro sujeto social con ciertas estructuras y relaciones sociales imperantes. De escenas sociales como estas se desprenden situaciones de marginalidad, miseria, pobreza, violencia, castigo y sufrimiento. Es esta una cadena endémica y consustancial a las formulaciones societales imperantes.

Tras examinar este fragmento del lenguaje carcelario, podemos realizar un conjunto de afirmaciones. Primero, se trata de un lenguaje enteramente indicial, el ejercicio nominativo refleja una contiguidad de lo sustantivo, es un lenguaje que describe, valora y construye un real. Segundo, es un lenguaje metafórico, pero su forma metafórica, muchas veces, devela un estado de esencialidad, del ser y de la cosa. La alegoría consiste en burlar el significante y darle el sentido necesario. Tercero, es un lenguaje de resistencia, es un lenguaje que manifiesta, expresa y contiene un conflicto. Cuarto, es un lenguaje existencial, quien lo habita es un sujeto que reside en parajes insospechados de nuestra sociedad. Es un lenguaje que expresa una filosofía de vida, una sabiduría del ser y un concepto del mundo. Quinto, es un lenguaje engendrado y perteneciente a una realidad social. 

En la forma de nominar existe un substrato vivencial que produce un sentido específico y necesario para su entorno y no otro. Lo que se extrae del objeto es lo funcional a ese marco referencial, a esa forma social y a los símbolos que circulan en él. Aquí no existe una nominación accidental o fortuita, sino más bien los sentidos producidos son los que le interesan al sujeto delincuencial. En ese sentido, podemos decir que se trata de un lenguaje funcional. Es un lenguaje que desde la particularidad del contexto simpráxico posee una alusión inmediata a lo sustantivo, sin embargo, en una esfera de sinsemantización expresa el mundo relacional que rodea y afecta una experiencialidad racional. Estamos en presencia de un lenguaje que con nitidez denuncia la presencia de un sujeto y su modelo social. Por ejemplo, si examinamos la expresión "sagrada", observaremos que contiene un significado que refleja de inmediato, al menos, una relación con el otro, y por cierto, una dimensión de sus relaciones sociales. Cuando ellos dicen "sagrada" están diciendo lo que nosotros llamamos "pan", esa sería una referencia objetal directa, pero desde ella arranca una lectura social distinta de ese alimento rutinario y cotidiano nuestro. Ellos le llaman sagrada sencillamente porque a nadie se le quita. Sin observancia o condicionamiento de su jerarquía delincuencial, de su peligrosidad o trayectoria, absolutamente todos tienen derecho a su ración de pan diario (la que es provista por gendarmería). "Ladrones", "vivos", "jotes", "chinches", "cocodrilos" y "pistoleros"; todos tienen el derecho "sagrado" de comer su pan, y éste no le es robado a nadie. Evidentemente deja al descubierto que en las relaciones sociales intracarcelarias a nadie se le priva de sus condiciones alimentarias básicas. Y aunque suene violento, no son mucho más que esas.  
Tan "sagrado" es el pan, que a quien se le sorprende robándolo es severamente castigado, es estigmatizado por "doméstico" y dificilmente logre salir de esa etiqueta. Parece ser que las relaciones de abuso y violencia, al menos, dejan a resguardo las condiciones elementales de alimentación. Esto es extraordinariamente relevante si se examina la lógica relacional que impera al interior del mundo carcelario. En un contexto social donde la violencia, agresividad y abuso se impone como fórmula de existencia, no deja de ser significativo que el derecho al pan sea un derecho "sagrado". A nadie se lo quita, a nadie se le puede privar de su posibilidad de existir mediante esa vía. Precisamente nos referimos a esta indicialidad porque expresa o acusa una materialidad social directa, se despliega como una "huella" de su estructuración societal. Estos "actos" en el lenguaje no son accidentales, ellos no dicen pan, porque el pan sí se puede quitar, la "sagrada no". 
Otra forma que nos puede mostrar lo anterior, es la expresión "pingüino", como semejante a la expresión cafiche. Cuando indagamos del por qué esa forma, nos responden que "el pingüino no se saca las manos de los bolsillos ni pa´caminar", es un vago, no hace nada, es lento y flojo. El "pingüino" es aquel sujeto que vive de su mujer, que es mantenido y que por sí sólo no consigue nada. La misma relación indicial existe, por ejemplo, con la figura "boleta", aquí el sentido que prevalece es el de finiquito, cada vez que a diario cancelamos relaciones jurídicas de compra y venta recibimos boletas, éstas indican el costo de lo adquirido y señala la cancelación de la relación. En el mundo carcelario la expresión "boleta" marca el sentido de finiquito pero de un individuo, estar boleta es estar condenado a muerte por otros reos -hecho que es casi insalvable- o bien, ya ser cadáver. Generalmente el "hacer la boleta" tiene la dimensión significante de hacerle ver al otro cual es el costo de su acción, la que en el caso particular de esta expresión, es el máximo. 
Lo que es necesario destacar es que al interior de estos sistemas lexicales la referencia no es el límite de significación al que éstos sujetos pueden acceder. Es cierto que aquí las referencias objetales son metafóricas, pero eso, precisamente, revela que se produce una sociosemantización en completa correspondencia y armonía con el lugar de pertenencia social desde el cual es emprendido.   
Más allá de este pequeño "diccionario" ligeramente esbozado, en la prisión el lenguaje está constituído por aspectos que, a veces, son mucho más significativos que las puras formas verbales. Cada una de estas expresiones -así como el lenguaje oficial- adopta distintos significados y sentidos en dependencia de cómo, cuándo y dónde se digan. En la prisión no sólo basta conocer el significado de dichas formas verbales, sino además hay que saber decirlas. Los reos con más antigüedad en el delito y la vida carcelaria ("canero viejo") detectan con prontitud y certeza el "peso" de otro reo sólo mirándolo a los ojos, o escucharlo decir un par de palabras. 
La prisión es un lugar saturado de "referentes invisibles". Cuando hablamos de signos invisibles nos referimos a conductas, gestos, señas, entonaciones, acciones, miradas, etc., en la que una persona inexperta en el tema no detectaría ni la más mínima anomalía o sentido especial. Los signos invisibles se constituyen en sistemas de codificación y semantización de gravitante relevancia para el sujeto delincuencial, toda vez que se tornan efectivamente útiles ya que permiten operar y confabular al reo sin ser detectado. Los signos invisibles podríamos tratarlos ligeramente como "lenguajes de claves", pero se trataría de ciertas claves no con un origen técnico-artificial, sino un sistema de clave vivencial, el que sólo logra ser leído si existe el habitus necesario. Es decir, si existe un campo común de experiencia que posibilite el ejercicio de la pertenencia, decodificación y comprensión. 
El lenguaje de los prisioneros es enigmático simplemente porque nace desde el enigma, nace desde un espacio social no comprendido, laberíntico e infame, que otorga pocas pistas para su comprensión y develamiento. Es un lenguaje con la clara pretensión de camuflar, y ese camuflar proviene de la necesidad de camuflarse ellos mismos. El lenguaje carcelario es el lenguaje propio de alguien que se oculta de un castigo, fragua un ataque, un golpe, una ofensiva; es un lenguaje de conspiración, es un lenguaje que quiere ser inadvertido, un lenguaje de alguien que presiente el castigo, que necesita la evasión y el resistir.  
El lenguaje de los presos no está saturado de garabatos ni de gritos. De hecho, en la medida que el reo va ascendiendo en el escalafón delictivo, tiende a hablar cada vez más bajo, cada vez más suave. Adoptan una actitud más pasiva, ya no tan altanera como los reos más inexpertos. "Los chorros son piola", "no es necesario gritar cuando se tiene fuerza" (poder). 
Si bien es cierto que contamos con una proximidad al tema que data de años, jamás es posible conocer toda la dimensión, flexibilidad y operatividad del lenguaje carcelario. Esto se debe sencillamente a que, en tanto lengua, esta va siendo recreada y rediseñada por los sujetos que la poseen; es decir, es evolutiva y cambiante. Además, un objeto de estudio como éste es simplemente dinámico y oscilante. Por lo demás haría falta algo más que un documento de trabajo, en realidad un verdadero tratado sobre el tema, y, claro está, un investigador competente. 
No obstante lo anterior, podemos graficar un par de situaciones, nada más que para demostrar hasta dónde el lenguaje de los presos está cargado de conspiración, porque su propio existir es un acto de conspiración, es un lenguaje de un secretismo que se oculta en un nutrido lenguaje kinésico y proxémico. Un lenguaje en que los silencios constituyen signos casi puramente denotativos. 
Dentro del código ético de los ladrones existe un cúmulo de artículos, restricciones y prohibiciones. Una de las zonas de mayor resguardo para los reos es su espacio de visita. La visita es un espacio "sagrado" porque son escasos los momentos que los internos pueden estar con sus familias, madres, esposas, hijos, etc. De ahí que espacios como esos sean especialmente cautelados, "ni al más jote de los jotes se le paquea la visita". Este espacio de visita está particularmente normado en la medida que se trata de uno de los instantes gratos en la vida de un prisionero. Por ello, cualquier falta que se cometa en este espacio será inevitablemente sancionada, sanción que varía según el grado de la falta. Pero en visita basta una sola mirada mal dirigida y ya te puedes considerar "boleta". El "tasar" la compañera, o el "hacerse el chino" con la esposa o novia de algún interno es altamente penalizado, pena que generalmente consiste en la muerte. No se puede andar "tasando la visita". De ahí que los reos en visita conserven una extraña actitud de respeto por toda la gente, caminan cabizbajos. Saludan sólo a otras visitas cuando algún "compañero" se los presentó y autorizó el lazo amistoso. Dentro de un centenar de personas, adultos, niños, todos aglomerados en un gimnasio o en algún pasillo del penal, a un choro jamás se le escapa una mirada mal intencionada. Una vez cometida la falta, al reo infractor se le puede avisar o no de su transgresión a ver si éste logra alguna defensa. Si la falta ha sido muy evidente, no se le avisa o advierte, sencillamente se le castiga. Al momento de su ejecución sí se le dice por qué fue sancionado.  
No nos cabe duda alguna que para una persona "de la calle" una situación como esa jamás sería advertida, jamás una sola mirada puede significar la muerte.  
Otra situación de extrema invisibilidad para un sujeto extraño al mundo de la cárcel, es uno de los ritos más estructurados y normados que existe al interior de la prisión. En la rueda de mate o "mateá" se agrupan un conjunto de reos para relatar sus vidas, proezas, asaltos, tristezas, etc..  El Mate es cebado por los dueños de la celda, por el local, y si se trata de compañeros de celda, generalmente, por un líder. Si pusiéramos a una persona extraña a la cárcel a mirar la siguiente situación, jamás comprendería qué detonó tal desenlace: un grupo de reos en una celda mateando, ingresa otro reo a la celda, la persona que ceba el mate le echa más agua caliente y no se lo pasa al recién llegado y continúa dando mate en el sentido que correspondía. El sujeto recién ingresado a la celda, extrae un puñal y ataca al cebador. 
Lo más probable es que un espectador externo llegara a pensar que el agresor venía expresamente a herir al cebador. Lo cierto es que no es el caso. 
En la prisión, solamente son excluidos del mate los "maricones" o "caballos", por practicar fellatio. Si el reo que ingresó a la celda no es un "maricón" o "caballo" debe resguardar su honor, la persona que estaba cebando al no ofrecerle mate lo acusó de practicar fellatio. Esa es indudablemente una acusación grave en la prisión, ya que si el reo ofendido no reacciona de ese modo, ahora sí pasa a ser inevitablemente una  víctima de violencia sexual. Una ofensa como esa, en la prisión, sólo ha de ser pagada con la vida. 
Todo un espiral interminable de códigos, signos, y sistemas relacionales contienen un depósito infinito de situaciones de este tipo. Son lenguajes invisibles, donde un sujeto común no ve nada, un reo puede decidir matar a otro, o ser muerto, nada más que a partir de un gesto o una mirada. 
Lo que deseamos afirmar, entonces, es que el lenguaje de los reos es un lenguaje emprendido desde el secreto y la clave, pero este sentido de clave se torna saboteada en la medida que es un lenguaje con rasgos indiciales y simbólicos. Es decir, como no existe una arbitrariedad en la nominación, siempre habita un significado particular de lo real, contiene una naturaleza semántica y una sistémica psicológica. 
Una vez graficadas algunas situaciones, podemos decir que el lenguaje carcelario es un lenguaje cuyo centro sígnico está dado por la relación experiencial sensitiva y por la experiencia racional que pueda existir entre los actores que concurren a dicha relación comunicativa. Se trata de una relación de comunicación donde lo explícito es invisible. Pero se trata de una invisibilidad sólo para quienes desconocen los códigos que estructuran y regulan esta vida, lenguaje y marco relacional. 
Es en base a lo anteriormente expuesto que nos resulta especialmente relevante la posibilidad de examinar el proceso de producción del lenguaje en el espacio intracarcelario, en la medida que dicho proceso podría otorgar pistas para la comprensión subjetiva del actor involucrado. Dicho de otro modo, el lenguaje refleja y constituye la interacción entre el sujeto y el espacio en el que existe, dicha interrelación comporta al sujeto y al espacio. Ese es un factor de crucial importancia para nuestra observación. Desde la psicología de Vygotski podemos decir «...para explicar las formas más complejas de la vida consciente del hombre es imprescindible salir de los límites del organismo, buscar los orígenes de esta vida consciente y del comportamiento "categorial" no en las profundidades del cerebro ni en las profundidades del alma, sino en las condiciones externas de la vida y, en primer lugar, de la vida social, en las formas histórico-sociales de la existencia del hombre». 
Nos interesa la posibilidad de ingresar a un espacio de comprensión de las redes comunicantes del sujeto carcelario, el marco conceptual subjetivo del cual se emprende. Tal vez el indagar en el lenguaje entregue pistas para develar el posicionamiento y la definición ante el mundo lograda o producida por el sujeto recluído. 
La dimensión de secreto del lenguaje existe porque el sujeto ha sido producido desde el secreto, desde la oscuridad, desde el secreto ante la tortura, desde la conspiración para el asalto. Su existencia misma ha sido un enigma para el poder, un sujeto nunca completamente develado, capturado, pero jamás controlado, fichado pero nunca conocido. El secreto es su existencia y es su resistencia. La movilidad y la improvisación son rasgos existenciales del sujeto, porque son sus propias condiciones de vida las que le imponen rapidez, frescura en la reacción, viveza en la respuesta, astucia en el engañar y audacia para burlar. El secreto comporta el lenguaje, el sujeto es en sí secreto. 
Un hecho que consagra lo anterior es que los sujetos delincuenciales, salvo muy contadas ocasiones, no utilizan su nombre, en sentido riguroso no lo tendrían, esa nominación institucional sólo existe ante el aparato de vigilancia, el fichaje, el control. Sin embargo, ellos utilizan otras formas de nombre, y lo que es enormemente significativo, es que sus nombres provienen de un desciframiento físico o simbólico de rasgos distintivos del sujeto. "El Conejo", "El Pichón", "El Almeja", "El CarePato", "El Mecha", "El Natre", "El Milagro", "El Gitano", "El Rana", "El Poca Luz", "El Pilita", "Patitas Grandes", "El Cototo", "El Indio", etc., etc.. Tanto es así, que se pueden pasar años junto a ellos y jamás lograr conocer sus nombres. Esta operación de ocultamiento ya es connatural a la contracultura delincuencial. 
Se trata de un ocultamiento cotidiano y en movimiento. El sujeto delincuencial adopta lenguajes de artificio como formas de evasión al control. Así como "los engrupidos" exageran el lenguaje delincuencial para acceder a un status representacional de mayor jerarquía; del mismo modo los "vivos"conspiran ante el diálogo con "el poder". Cuando hablan con el abogado se despliegan bajo otros lenguajes, jurídicos y técnicos, tanto o más que el propio abogado; ante la asistente social o el propio psicólogo eluden el lenguaje delincuencial, se esfuerzan por hablar "bien", es notoria su complicación para hacerlo, y muchas veces, con la pretensión de decorar su lenguaje recurren a palabras "rebuscadas", pero muy mal empleadas. El sujeto deriva de léxico en léxico tratando de eludir la vigilancia. En el diálogo con "el poder" los ladrones siempre utilizan dispositivos para engañar o burlar el control. Son formas de resistencia para escabullirse de la ficha. El sujeto delincuencial no se deja ver fácilmente, cuando corre el riesgo de ser descubierto guarda silencio, desaparece, se hace invisible e incomunicado, verbigracia, frente a la tortura. 
El lenguaje es metafórico porque la existencia misma del sujeto proviene de una metáfora social, en su vida todo ha sido metáfora, metáfora de lo que pudo ser una buena vida, un buen colegio, una buena pascua con un buen juguete, metáfora de una cama cómoda, metáfora de una leche caliente, metáfora de una caricia paterna, metáfora de zapatos gruesos para la lluvia; así la entera existencia de estos individuos transita de metáfora en metáfora. La metáfora revela el deseo de lo que nunca fue, acusa la burla del desconsuelo y el sarcasmo de la resignación. La metáfora es propietaria del lenguaje delincuencial, las metáforas son enunciativas y enunciatarias, son metáforas fonológicas, gramaticales, morfológicas, lexicológicas, sintácticas y semánticas; en general es factible decir que «...en su estructura, la antisociedad es una metáfora de la sociedad: una y otra van juntas en el nivel del sistema social; del mismo modo, el antilenguaje es una metáfora del lenguaje y uno y otro van juntos en el nivel de la semiótica social. 
Es distintivo del lenguaje delincuencial que, en sí él mismo es una entidad metafórica y por ello, las infinitas y posibles construcciones metafóricas son la norma, es facil reconocer que entre sus patrones regulares de realización se encuentran la composición, las metatesis, las alternaciones consonantes y recursos semejantes. 
Esta constitución metafórica adopta una mayor fluidez en la vivencia del lenguaje, de esas dimensiones simpráxicas se gestan significados sinsemantizados, por ello «...el poder generador de realidad del lenguaje radica en la conversación». y así la propia realidad va desdoblándose en sus pliegues metafóricos, va siendo recreada y releída. Mediante el lenguaje, el sujeto delincuencial es la metáfora del ciudadano moderno, así como la contracultura delincuencial es la metáfora de la cultura del modernismo y el desarrollo.

El lenguaje delincuencial va diseñando parafraseos de lo real, el sujeto delincuencial aparece como la sombra metafórica de lo que serían las entrañas del sujeto moderno. El lenguaje delincuencial se va prefigurando y nutriendo como un lenguaje alternativo que es capaz de crear una realidad alternativa. El lenguaje delincuencial es la objetivación de una producción del mundo clara y nítidamente distinta; una reconstrucción que puede resultar amenazante y destructora si descubre y sobrepasa los fundamentos de la sociedad hegemónica. 
El lenguaje delincuencial oculta un sujeto que es capaz de filosofar ante su realidad, un sujeto que descifra lo real, le arranca su esencia y es capaz de burlarse de ella. "Esto es una ayuya" dicen los ladrones. Se refieren al pan redondo que se consume. Su forma esférica, esa propiedad de circularidad le ofrece un sentido completo de la vida. Lo que dicen es que "la vida es una ayuya", "la vida es redonda", es decir, la vida gira y tiene muchas vueltas, a veces uno está abajo y otras arriba, unas pierde y otras gana. Esta noción de circularidad de la vida ofrece su dimensión circuital del tiempo, de los espacios y del destino. Todo parece desentrañarse como un gran circuito previamente dispuesto. El sujeto delincuencial piensa la vida como un tránsito acotado, y de modo sabio, asume su circularidad. Su vida, un oscilar perpetuo de rejas y delitos, de jadeos y quejidos, cobra sentido ante esta "ayuya" de negaciones, enclaustramiento y libertad, tránsito y deriva. Tal afirmación queda en perfecta visibilidad si nos ocupamos de expresiones como "vuelta", aquí esa forma verbal adopta un sentido enteramente filosófico, en la medida que contiene el saber vivencial de la contracultura delincuencial. No se ocupa la expresión "año" como sistema de medición del tiempo, sino "vuelta". Dicha utilización no es arbitraria ni accidental, sino que responde a un lenguaje cristalizado que ampara y nutre un sentido filosófico del tiempo, y con ello, de la vida en el ámbito delincuencial. 
Esta forma verbal logra revelar la relación que el sujeto delincuencial tiene con su condición, con el tiempo y con la vida. La expresión "vuelta" refuerza una noción circular del tiempo y de la condición social a la que pertenecen. Otorga, además, una dimensión cíclica y circuital de su realidad, de los espacios y de los hechos. Si volvemos a la expresión "esto es una ayuya" como derivación de la expresión "esta cuestión es redonda", ambas formas se refieren a la vida, a la idea en que estos hombres conciben la vida. Metafóricamente aluden a un sustantivo geométrico para graficar la idea de circuito, en tanto que un círculo gira sobre su propio eje, así las "partes" o contornos van girando permanentemente ocupando, a veces, el abajo, a veces, el arriba. Así se produce una síntesis filosófica de la vida, en tanto que se activa o posee un poder y un saber, mediante el cual se disponen los órdenes y los ciclos que han de regir las dinámicas de la vida social y relacional al interior de dicho modelo social, «...deberíamos decir que la estructura lingüística es la realización de la estructura social, que la simboliza  activamente en un proceso de creación mutua. Por presentarse como metáfora de la sociedad, el lenguaje no sólo posee la propiedad de transmitir el orden social, sino también de mantenerlo y de modificarlo...». 
Por lo demás, en tanto circuito, habita en ello la noción de sistema cerrado, completo, integrado e integrador, más bien atrapa y captura a los sujetos dentro de sus fronteras determinantes que van muchos más allá de los muros de seguridad.
La idea de circuito es extraordinariamente relevante porque supone un espacio y un sistema envolvente, del cual no se puede salir en tanto sistema cerrado y completo (todas las variantes estarían sistémicamente predeterminadas, previamente clausuradas). Eso podría dar una pista para develar el sentido de pertenencia al hampa y a la imposibilidad consciente de ingresar a un espacio social distinto. Por cierto que ello también está determinado por las condiciones sociales que se ofrecen al recluído para su rehabilitación, las cuales no son sino, meros absurdos. 
Ambas ideas, la del ciclo como orden del tiempo y de la vida; y la de circuito como sistema social integrado e integrador permite inferir acerca de la lectura que el recluso posee de la contracultura delictual y del marco vivencial que dentro de éste puede existir. 
Por su parte, la expresión "no tengo la vida comprá" advierte de la disposición que los reos tienden a la posibilidad de la muerte, y por cierto, a la violencia como sistema regulador de su vida. 
Esta materia es especialmente relevante, puesto que acude a la problematización de la lógica, mayor castigo al delincuente, menor riesgo social. Cuando se afirma que mediante la operación de dispositivos de mayor violencia en contra de los delincuentes se puede esperar una modificación conductual proporcional al castigo, se está suponiendo que los sujetos tienen una relación común con la idea o la figura de la muerte, que es más bien la idea que en el sentido común puede existir. No obstante, en el caso de los delincuentes dicho razonamiento varía. Ellos asumen la violencia como una condición consustancial a su vida, han sido constituídos como sujetos dentro de esos marcos por tanto no les resulta un agente extraño o traumante, sino la condición natural de su existencia. Así pues, si se despliega la amenaza de la pena de muerte o mayor violencia, cual sea su forma, los delincuentes agudizan sus sistemas de evasión y confrontación. Si la pena será capital, el delito será también capital, "qué sentido tengo en dejar la víctima viva si igual me van a boletear", en ello se ofrece una mirada distinta a la del amedrentamiento, dejo la víctima viva para vivir, la contralectura puede ser la que sugerimos antes. No es nuestra pretención, aquí, tensionar la pena de muerte, no obstante sí poder instalar alguna suerte de sospecha frente a la lógica de recepción que ante ella puede existir. 
Este lenguaje delincuencial proviene del mundo del castigo, del conflicto, la competencia y el alarde, una kinesia tan hiriente como un puñal, una gramática de producción destinada a someter al otro, una enunciación donde cualquier arresto de equivocación pone la vida en riesgo. "Cuando se tiene fuerza no hay pa´que gritar" dicen los ladrones. Los jóvenes reclusos, aprendices en el delito, la cárcel y el lenguaje, ostentan su dominio, exageran su sentido. Esto rápidamente los situa como inexpertos, como jóvenes y posibles víctimas. Los "engrupidos" necesitan adelantar simbólicamente su compromiso delictual, ya que mediante esta disputa simbólica se reconocen los fuertes de los más débiles. Los gestos, las entonaciones, la mirada, son tan significantes como las ginetas que lleva un oficial.  
El lenguaje delincuencial es vital, simplemente porque desde él es posible articular y diseñar un constructo que admita tal realidad. Sólo desde una realidad simbólica es posible tolerar una realidad que supera la ficción. El lenguaje, su heroicidad, su misticismo y arrojo son condiciones inherentes a la formación contracultural de la delincuencia. El lenguaje delincuencial es un dispositivo existencial que prefigura realidad, la comporta e interviene en ella, sin ese lenguaje no cabría posibilidad de un mundo así, o un mundo así no cabría en otro lenguaje. Su indicialidad y metáfora subvierten la relación con una realidad y estructura social dominante «Un antilenguaje como el que se ha presentado al principio pone en evidente relieve el papel del lenguaje como realización de la estructura de poder de la sociedad. Los antilenguajes de prisión y las contraculturas delictivas son aquellas que se definen con mayor claridad porque tienen una referencia específica a estructuras sociales alternativas...”.
 

Nos interesa, dejar, por ahora, sugerido de modo muy sencillo lo siguiente. Cuando anteriormente planteábamos que los roles sociales, de cierto modo, también se desplegaban en formatos lexicales disímiles y particulares a esa situación, eso supone un transitar constante de lenguaje en lenguaje, en la medida que nos desplazamos de rol en rol. Nos asiste una sospecha, una idea puramente funcional del lenguaje nos llevaría a la idea de esquizofrenia. Seríamos tantos lenguajes posibles como roles posibles de ocupar. Nuestra inferencia final va destinada a pensar que hay un lenguaje esencial, el más existencial y el menos pensado, "el de uno", "con el que uno habla consigo mismo", "con el que uno se entiende altiro", ese lenguaje es el capaz de desentrañar la dimensión más pura del ser. Lo que nos importa afirmar es que, ese lenguaje, en el que existe el pensamiento, es una forma de pensar en ese lenguaje, es conciencia.  
Queremos abordar esta cuestión porque lo opuesto sería pensar sólo en una noción fragmentaria, atomizada y esquizoide del lenguaje y del ser.  
Si llevamos una sospecha como esta a nuestro ejercicio exegético, podemos tratar de examinar un ejemplo particular, pero de crucial importancia. Si observáramos la expresión "gil" o "longi", sabremos que está destinada a personas que viven de su trabajo, entendiendo éste dentro de los marcos comunes de venta de la fuerza de trabajo a cambio de una remuneración, dentro de los marcos legales. O sea, cualquier persona que trabaje es un "longi" o un "gil", es decir, sólo los ladrones que escapan a la relación de explotación a la que son sometidos los trabajadores son "vivos". En el extremo, la distinción entre los "vivos" y los "longis" es si son sometidos o no a la explotación. 
Ahora bien, cuando el reo dice "gil" no está pensando en un obrero que bien cumple con su labor social de trabajar, no importando las vicisitudes del capital, y que luego con honores ha de ser reconocido socialmente por su contribución al bien común, etc., etc.. No, cuando el reo dice "gil" se está refiriendo a un hombre que no tiene el valor de enfrentar y revertir su condición de explotado y sometido, que da su vida a un patrón, a una empresa y éste sólo le retribuye con una vida de humillaciones y postergaciones. Esa expresión "gil" tiene un trasfondo sociológico extraordinario con el cual se nomina a los dominados, sometidos y explotados. La noción "vivo" contiene una axiología social, que significa estar al lado de lo justo, claro, si para ellos lo otro era lo injusto, por oposición lo justo es evadir o confrontar dicho sistema relacional. Además, es crucial aclarar que en ellos no existe un adversión o problematización del concepto "trabajo", de hecho, muchas veces en el ámbito del hampa se llama trabajar a su actividad de ladrón. Ellos asumen el robar como un trabajo, pero entendido desde su significación. Con ello decimos que la expresión "vivo" o "longi" no determina si un sujeto trabaja o no, sino bajo qué marco de relaciones sociales de producción se produce este trabajo. Esto induce a pensar una tensión entre los ladrones y las actuales relaciones sociales. 
Si los ladrones pensaran que lo correcto es trabajar (bajo estos marcos políticos, jurídicos, estatales) y lo incorrecto robar, por cierto trabajarían como todo el mundo. De hecho, su lenguaje y su trabajo son consitutivos de sí y de su ser social. «Lenguaje y trabajo son exteriorizaciones en las que el individuo no se retiene y posee ya en él mismo, sino en que deja que lo interior caiga totalmente fuera de sí y lo abandona a algo otro». 

Después de todo es muy curioso que bajo modelaciones sociales como éstas, hay quienes sí cumplen correcta y desesperadamente con un postulado básico y esencial del capitalismo, expropiar lo que es realmente producto del trabajo del otro (plusvalía), se hacen millonarios y jamás son tratados como delincuentes.