miércoles, 28 de agosto de 2013

Para leer con suma atención: nuestro hoy en clave psicoanalítica.

ALGUNAS CONSECUENCIAS PSÍQUICAS DE LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES

GILOU ROYER DE GARCÍA REINOSO


INTRODUCCION


Pensar psicoanalíticamente el “malestar en la cultura” es un camino que Freud traza en numerosos escritos. La construcción de la teoría del sujeto humano excede el campo de la cura: la vida cotidiana, el humor, la creación artística y literaria, la religión, las instituciones, la “moral!, y todo lo que atañe al “malestar”, incluyendo sus  manifestaciones mas terribles, la guerra por ejemplo.
Todos los fenómenos de la cultura son susceptibles  de ser pensados psicoanalíticamente. De ninguna manera ello agota sus determinaciones, pero la subjetividad está en juego en todo ello; el campo de la clínica freudiana es el campo de la cultura, en el que Freud construye  teoría(1) tanto como en el campo de la cura. Por otro lado, la cultura es una dimensión que atraviesa todos los conceptos acerca de lo humano.
Hay, sin duda, un “malestar” por no saber como pensar lo impensado. Pero este malestar no debe deternernos. Si no nos atrevemos a extender  las fronteras de nuestro conocimiento – corriendo el riesgo de ser tildados de transgresores, y tal vez de herejes! -, al no poder pensar de manera nueva, estableciendo nuevas relaciones acerca de lo inexplorado, no seremos sino repetidores de un saber convalidado. Y la repetición es testigo e instrumento de lo mortífero. Estamos demasiado impulsados a regirnos por la  ética de “lo posible”, que nos empuja a dejar de pensar por” imposible”, lo que tal vez no sea sino lo censurado por la corporación, la epistemología, o lo político, según las épocas, y en todos los casos con la complicidad de cada uno de nosotros, expuestos por nuestra propia constitución subjetiva , a la obediencia acrítica.

El texto que aquí presento no trata de situaciones convencionales en ningún sentido, sino de SITUACIONES LIMITE, en las que los sujetos implicados están en el límite mismo de la sobrevida.

La reflexión es psicoanalítica, y el campo abordado es, en mi pensar, campo de clínica psicoanalítica, aunque no se parezca en nada a las condiciones de la cura, y menos aún de la cura-tipo. Exigirá un esfuerzo de rigor y creatividad por un trabajo sobre la propia subjetividad. Verdadero trabajo psíquico, en sentido feudiano,- “durcharbeiten”- tomando en cuenta las resistencias a la verdad: nuestro narcisismo también está en juego, y nuestro inconsciente.
Ante lo insoportable de la realidad es posible decir “no” y empezar a pensar. ”El juicio –dice Freud- es la acción intelectual que decide la elección de la acción motora, pone término a la postergación por medio del pensamiento, y del pensar permite pasar al hacer.”
Frente a lo traumático la subjetividad tiene distintos mecanismos, cada uno con sus consecuencias en cuanto al examen de la realidad, material e histórica:
-          El rechazo psicótico: repudio (verwerfung), retiro de significación y de investidura,  la realidad no puede ser simbolizada y retornará en lo real como alucinación,  o bien dará origen a la “restitución” delirante.
-          El rechazo perverso: desmentida (verleugnung) y la adoración de los fetiches o de quienes los encarnen(3)  Mecanismo también presente en el “normal”, por ejemplo en el amor, gracias a la “disociación del Yo”.
-          El rechazo neurótico: represión (verdrangung) y la formación de síntomas o inhibiciones.
-          El rechazo “normal”  (verneinung) “constituyente de la función intelectual a partir de la mociones primarias” (ver Freud “La Negación” ), primer paso sobre la represión, primer momento de la subjetivación, que permite la organización del mundo simbólico, base del pensamiento y del juicio de la realidad, que abrirá el camino a la acción- transformadora- en la realidad. Procesos sustentados por la  sublimación..


El trauma psíquico.

Se trata de una supervisión.
La escena es la siguiente:

Una plaza en una gran ciudad de Latinoamérica.

En ella viven personajes marginales de la ciudad: “niños de la calle”, que si sobreviven, se hacen “adultos de la calle”. Marginales en extremo, prostitutas, rateros, a lo sumo lustrabotas o vendedores de pequeñeces. En un estado de desamparo, de caos, de violencia, y de riesgos permanentes: enfermedades, tendencia al delito, drogadicción, expuestos al crimen, incluyendo el crimen legalizado; muchos mueren a mano de “las fuerzas del orden”.

Un equipo médico – psicológico, en articulación con una instancia administrativa de la ciudad, planea montar un dispositivo para prestar algún tipo de asistencia. ¿Qué margen de acción es posible? Los recursos son mínimos: la población está compuesta por sujetos con un sufrimiento extremo, entregados a una sobrevida sin casi nada orgánico: sólo ese espacio –la plaza-, y un tiempo sin transcurso: el instante es lo único aprehensible, no hay historia, más que de muerte, no hay proyecto: los vínculos perdidos, reducidos a los que ahí se hacen –fugaces-. La muerte acecha en cualquier momento.

El margen para promover una demanda y organizar una oferta es muy pequeño. La única demanda es la que la sociedad formula: restablecer el orden.  El equipo está adiestrado en una línea en la que el psicoanálisis tiene un lugar, en la línea de E. Pichón Rivière. Hace años el mismo equipo, intentó una experiencia parecida, que tuvo que interrumpirse por la violencia en medio de la que se desarrollaba: el equipo fue amenazado por las fuerzas del orden; la experiencia fue considerada  como una amenaza para “el orden”; lo que tiene su lógica, pues toda transmisión  de lo observado significaría, en un plano, denuncia, o por lo menos develamiento, de la función mortífera de la sociedad y de sus fuerzas del orden, cuya violencia segaba sin piedad, semana a semana, día a día, las vidas. Producto de una política en la que la marginalidad es un subproducto revelador de la injusticia, política impotente para disminuir el desorden y el delito, ya que éstos son intrínsecos a ella. Su acción se reduce entonces a la “limpieza” de los espacios públicos: exige barrer con todo lo que perturba la imagen mitificada de un orden armónico. Deshumanizados, tratados como restos a eliminar, esa población sobra.

El equipo, sin embargo, contando con condiciones administrativas estimadas más favorables, intenta una nueva aproximación; sin definir claramente su acción, ni su objetivo. Dispuestos a pensar lo que observen, esperan poder producir alguna, aun mínima, transformación. Se presentan en el lugar –la plaza pública- a día y hora fijo; siempre las mismas personas en el equipo, un médico y una psicóloga. Anuncian que vienen a hablar con ellos y a que les cuenten algo de lo que les pasa. Los habitantes de la plaza acuden con cierta regularidad y un interés evidente, aunque hay entradas y salidas; el grupo es planteado como abierto; viene el que puede y quiere (¿cómo con las familias de psicóticos?...).

Curiosamente, el eje de los relatos no es la realidad acuciante; el eje son los sueños: pesadillas donde reina confusión, promiscuidad, angustia y muerte. Igual que en la escena social. Intervienen unos y otros comentando los sueños con cierta libertad; asocian y refieren situaciones de la vida real (hechos, recuerdos o sentimientos). El equipo limita su acción a facilitar la cooperación, marcando algunas cosas que relanzan la palabra (¿cómo con pacientes neuróticos?...). Están asombrados de que los sueños ocupen un lugar tan importante, cuando “tienen tantas cosas que traer”. Hablan de sus pensamientos, sentimientos y sensaciones mientras escuchan y miran esta población tan diferente. Destacan a una joven prostituta “muy inteligente”, sidosa, toxicómana, madre de tres niños a los que tiene abandonados; la llamaremos Juana. Juana se reprocha haber cobrado un dinero bastante importante, y habérselo gastado en cocaína “en vez de haberlo dedicado a sus niños”. La psicóloga –que oye y mira con atención e interés, y también con cierta perplejidad, no sabiendo bien qué se puede hacer- ve a Juana lastimosa: enferma, sucia, sin dientes, sin peinarse siquiera. Piensa: “Podría sin embargo decirle, aunque más no sea, que podría cuidarse un poco más, peinarse o lavarse por ejemplo”. Y me comenta: “Lo curioso es que a la vez siguiente, Juana viene por primera vez arreglada. Yo no le había dicho nada de mis pensamientos”.

Caben algunas reflexiones:

Algo, dentro de ese caos, ese infierno, algo es posible: un pensamiento y en acción. Juntarse, hablar, darse palabras serían más exacto, trabajar (¡Oh sorpresa!) con la producción de sueños. Y alguien desea algo, para Juana, y también para los demás...

¿Cómo ver esto?: Dentro de un continuo sin límites, ni espaciales ni temporales, donde sólo existe lo inmediato, sin marcas diferenciadoras, alguien –el equipo-, organiza un ritmo: un espacio – tiempo donde alguna diferencia puede inscribirse; un transcurrir donde hay un antes y un después, donde alguien espera volver a encontrarse, donde algo empieza, termina y vuelve a empezar. Un espacio – tiempo que configura lo que Winnicott llama espacio intermedio, momento de ilusión. Espacio de juego, de ficción – realidad, donde el sueño –que es el único espacio propio de esos seres despojados de todo por la destrucción y la autodestrucción-, su producción, puede ser escuchado, desplegarse, y quizá permitir un mínimo acceso a la realidad: una re-flexión sobre la compulsión y la destructividad –también la propia-, un retornar sobre la acción, en vez de dejarla dispararse sola: pura pulsión de muerte entonces, en plena desligazón. La reflexión de Juana es fugaz, pero es mucho. Y la reflexión de la psicóloga: su saber vacilante le permite oír mucho mejor que si el saber fuese seguro. Su mirada incluye un deseo, un deseo de vida para Juana, pero se abstiene de inoculárselo: le deja la palabra. Es posible pensar la modificación de Juana en relación a su cuerpo (se lava y se piensa) como resultado de haberse podido mirar en los ojos de la psicóloga, como en el primer espejo –los ojos de la madre- sosteniendo un deseo de vida para Juana, pero dejando el margen para que Juana pueda asumirlo como propio; esbozando ahí –con ese otro que la psicóloga representa su diferencia- un soporte narcisístico imprescindible, para poner un límite a la autodestructividad con la que se maneja.

Autodestructividad que es necesario ver de manera compleja; no simplificar para hacerla entrar en la teoría que sería nuestro respaldo: sin duda pulsión de muerte, pero que podrá ser mitigada solamente si un otro se ofrece a soportarla, y a sostenerse –como la psicóloga- en un lugar –lugar del otro-, imprescindible para la constitución de un sujeto deseante, Esto permitirá la asunción de un narcisismo que es base necesaria para poder investir el mundo, el cuerpo propio, y restablecer nuevas ligazones; identificaciones constituyentes, soporte a partir del cual el deseo podrá configurarse.

Juana, y sus compañeros de infortunio, habitantes de la plaza, son sujetos en quienes las únicas identificaciones que se les ofrecen son identificaciones mortíferas. Marginales, excluidos de todo lo que significa humanidad y deseo humano, tratados como deshechos a eliminar, ¿qué posibilidad les queda? Una identificación mortal con aquel, –desproporcionadamente grande- la sociedad de dominación que aparece sin fallas que desea su muerte, reeditando un fantasma originario que actúa como trauma psíquico.

La tesis que sostiene este trabajo es que el trauma psíquico es el deseo de muerte del Otro -o de otro colocado en ese lugar-. Esta es la forma en que se inscribe en el inconsciente, el trauma histórico.[1]

Todo acontecimiento real implica una traducción e inscripción psíquica. El sujeto humano necesita la presencia del otro; la simbiosis es el punto de partida para la constitución subjetiva. El primer acontecimiento es el encuentro con la realidad psíquica de la madre: su deseo. Ella representa el mundo y si éste es para ella significativo, esto será también la base para salir de la simbiosis.

¿Qué sucede cuando el medio, repetitivamente traumático, no puede ser mediado por la madre, cuando ésta no puede sostener un deseo de vida hacia el niño? El deseo de los padres se articula, inconscientemente, con los “valores imperantes”, plasmados en el superyó; la familia es mediadora del orden imperante y lo reproduce a través del inconsciente de sus integrantes; el lugar que ocupa el niño en la fantasía materna es clave para su destino. Si falta expectativa materna, el narcisismo básico que le permitirá constituirse, se verá dañado. En situaciones de extremo desamparo social, los padres no pueden ser soportes de vida para los hijos: el niño es abandonado a una realidad cuya organización y reproducción exige la marginación y muerte de un gran número, entre los cuales se cuentan sus padres.

Mi tesis es que esta situación de trauma repetitivo, se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte del Otro[2], única oferta para la identificación...

Hemos visto en Juana cómo la destructividad abarca la relación con sus hijos: la cadena de destrucciones y autodestrucciones colabora, desde cada uno, a que se perpetúe el orden mortífero. Si pensamos en las condiciones de vida de Juana –que son sin duda también las de su origen, las de sus padres-, sería milagro que pueda desear para sus hijos. Milagro, o defecto de la existencia de un otro que le posibilita sostener un deseo de vida.
Pienso que la escena relatada ilustra esta posibilidad; la psicóloga ocupa, en un campo de transferencia, ese lugar del otro, cuyo deseo –que no inocula a Juana- permitiría construir un soporte narcisístico para la pulsión, contrarrestando, aunque sea para instante, el deseo de muerte del Otro, y la desligazón de la pulsión.

Laplanche[3] aconseja seguir trabajando una línea abandonada por Freud: la teoría del trauma. Laplanche desmenuza el tema: lo traumático son los “significantes enigmáticos”, que son la dimensión del inconsciente del otro, en el que el sujeto se origina; actúan traumáticamente como “seducción originaria”. Lo traumático externo, al no poder ser simbolizado, se transforma en trauma interno, por interiorización.
Estas formulaciones ayudan a entender el problema de la psicosis. Pienso que también ayudan a pensar los problemas de la subjetividad en situaciones de extrema carencia como la expuesta en relación a Juana.
Si el sujeto está expuesto, sin mediación, a un medio en el que reina la desligazón y la pulsión de muerte, sin poder ser mitigados por jalones identificatorios –que permitirían la ligazón, la represión y la simbolización-, caerá en la psicosis, o en pasajes al acto.

En la dimensión psíquica, el porvenir se construye sobre una armazón de fantasías: la realidad psíquica, imaginarizada. Si la violencia en la que se estructura la realidad material y la realidad psíquica es excesiva, la posibilidad de mantenerse en el plano neurótico de lo imaginario, será muy difícil; encontrar realizados en la escena social los sueños más crueles no puede dar cabida más que a una culpabilización excesiva, que será fuente de actuación de sus contenidos violentos: contra sí mismo, o en la escena del mundo, contra todos.
Lo vemos en los habitantes de la plaza: expuestos a la pulsión, en un extremo límite en que la vida humana se ve reducida a la sobrevivencia. Bettelheim, hablando de la vida en los campos de concentración, señala que el espacio para el sujeto es mínimo; la sobrevida no es vida del sujeto, o le deja poco margen. Si no puede tener un lugar en la trama social simbólica, esto equivale a un deseo de muerte que pesa sobre él, y estará expuesto a sucumbir como sujeto.
Los habitantes de la plaza, a pesar de no tener muros, viven en un gran campo de concentración: la marginalidad y el despojo extremo.
¿Qué les queda? Sino someterse a la presión mortífera, configurando una última ilusión de libertad al hacer suyo el deseo de muerte que pesa sobre ellos: contribuir a su aniquilamiento, ya sea directamente (drogadicción, enfermedades por descuido) o indirectamente (buscando con sus desmanes y delitos, el castigo y la muerte). En este infierno de destructividad y autodestructividad, la culpabilidad tiene su parte: el sometimiento a un superyó feroz, y la necesidad de castigo salvarán, con el precio del sacrificio, al Otro todopoderoso.

La cuestión de la violencia está imbrincada con la cuestión de la cultura:
Por un lado violencia fundante: protopadre con su violencia mortífera; parricidio y culpabilidad inconsciente, que marca el pasaje de la naturaleza a la cultura.
Por otro lado violencia de las exigencias culturales mismas, de las que Freud se ha ocupado en diversos escritos.

Pero, ¿qué sucede con este plus de violencia?

¿Cuáles son los efectos del terror de esta “cultura”?
-          El terror de los sistemas de exterminación en sus variedades: el holocausto y los campos de concentración; y en nuestra historia reciente, la desaparición y la tortura.
-          Pero también, el terror de esta otra forma de aniquilación, que es la miseria estructural al sistema social, dominante en nuestro mundo: la mortalidad infantil aumenta constantemente, las epidemias avanzan, el delito y la droga también.


¿Seremos espectadores pasivos?

El mundo se puede transformar en un gran espectáculo[4], los medios de comunicación nos impulsan a ello; los sujetos desearán lo que se les muestre, lo que se les inculque por la publicidad, dando por naturales las miserias y enfermedades, que son producto directo de la organización social transformada en maquinaria de muerte. La violencia es ocultada o atribuida a los sectores que son su primera víctima, con la complicidad inconsciente de muchos, incluyendo las propias víctimas.

Convocado como simple espectador, pasivo, ciego, obediente, el sujeto, en tanto tal, está ausente. Gracias a eso obtiene la “felicidad”. La felicidad –esta felicidad- es tan cuestionable como el “malestar”. Deberíamos pensar en ello: con los compromisos adaptativos, la complicidad en la aniquilación de los otros será el precio de la vida: “obediencia debida”, servidumbre para la muerte, crímenes sin crimen, sin sujeto. Los rastros del crimen se banalizan, se naturalizan: el cólera, la miseria, el sarampión, la opresión son puestos a cuenta de la naturaleza o de la incapacidad del que la padece cuando sabemos, si queremos saber, que son producto de las condiciones de vida.[5]

Si aceptamos el lugar al que se nos convoca, eso tendrá su precio: nuestra subjetividad sufrirá las consecuencias.
El sistema de dominación del hombre por el hombre, dispone de medios diversos: políticos, ideológicos, incluso jurídicos, por los cuales estos cobran legitimidad. A nosotros, como psicoanalistas nos interesa dilucidar los que son de orden psíquico. ¿Podremos reflexionar?
Dos hechos de la constitución subjetiva son sustento de la manipulación por el poder político o religioso:

1)      la propensión a identificaciones narcisísticas masivas;
2)      el sentimiento de culpa inconsciente.

El terror es la utilización política de la constitución subjetiva arcaica: idealización y persecución cuyas consecuencias son el desprecio de la vida humana y también de la singularidad de cada vida.

¿Qué hacer con la violencia creciente? ¿Podemos como psicoanalistas, trabajando  por una libertad singular, no ponernos a pensar acerca de los traumas sociales y sus consecuencias? El psicoanálisis nació como crítico a la sociedad, ¿esto se habrá perdido?
Es frecuente que se plantee como escandaloso pecado epistemológico pensar psicoanalíticamente lo que sucede en la escena social, sirviendo esto de encubrimiento a la censura corporatista y/o política. Las necesidades institucionales o una relación dogmática a la teoría, no darían lugar a nuevas preguntas.
Por supuesto la censura pasa también por nuestros determinantes psíquicos. Freud lo describe en “El fetichismo”; “trono y altar” (de las instituciones o de la teoría como textos sagrados) ejercen sobre nosotros, desde nuestro inconsciente, mandatos que van más allá de la presión explícita. “Cuando el trono y el altar corren peligro –dice Freud- acaso el adulto vivenciará un pánico semejante –al del niño al descubrir la castración en la madre (O)-, que lo llevará a consecuencias igualmente ilógicas”: la escisión del yo y la verleugnung (desmentida, renegación, de la realidad terrorífica), y a erigir los fetiches.
Estos pueden ser religión o política, el dinero o el saber, y también las instituciones y la teoría.

El sentimiento generalizado es de impotencia. La modernidad es el nuevo mito que se puede erigir en fetiche; mito intocable de la economía de mercado. ¿Fin de la historia?... O más bien, verdadero peligro de muerte subjetiva.
Laplanche (La seducción) señala que la muerte del psiquismo se produce de dos maneras: a) por la pulsión de muerte; y b) por el yo: rigidez en las ligazones y síntesis excesivas inmovilizan al yo y se oponen a la creatividad.

Los habitantes de la plaza están expuestos a la primera; la segunda nos amenaza a nosotros: por ejemplo la desubjetivación dulzona por masificación del deseo, por identificaciones alienantes. Expuestos también, aun sin ser los destinatarios directos del deseo de muerte, a renuncias masivas: desclasamiento, falta de posibilidad de hacer proyectos, amenaza permanente de pérdida de lugar, pérdida de referencias éticas.

Salvar lo propio –legítimo derecho de cada uno- se transforma, por un lado en una proeza y una lucha permanente al borde de la precariedad y el derrumbe; por otro lado nos coloca como espectadores inermes de una tragedia que amenaza con devorarnos; por la expulsión o por la seducción[6].

¿Qué efectos produce en la subjetividad una organización de las desigualdades que vehiculiza un deseo de muerte? El horror objetivo hace eco en el inconsciente con el terror que nos funda; cobrará valor de trauma si no es posible metabolizarlo, simbolizarlo y transformarlo en pensamiento y acción. Sin embargo –retomando a Laplanche- el trauma se constituye en una paradoja: reproduce dos efectos contradictorios: la imposibilidad de simbolizar y la necesidad de simbolizar. Paraliza el pensamiento y obliga a pensar.
Los problemas del hombre en tiempo de Freud eran la represión de la sexualidad; y cuestionó las consecuencias de la inhibición impuesta por la cultura: era el tiempo de las neurosis.

Pero cuando Freud amplía su interés al campo de la cultura, construye conceptos que se articulan con el problema de la psicosis: el narcisismo y la pulsión de muerte.
Freud advierte: ¿quién puede prever el desenlace? Cuestiona la violencia de las relaciones sociales, y la parte que le adjudica a la cultura no es menos importante que la que le corresponde al individuo. Da cuenta de lo que sucede en la escena pública: las privaciones sociales que pesan sobre ciertas clases sociales, agregándose a las renuncias fundantes (incesto, parricidio, canibalismo), ejercen un peso excesivo; “Huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta, no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera, ni lo merece”[7].



La pulsión de muerte nos gobierna a través del superyó que nos enfrenta unos a otros y con nosotros mismos. Lo paradójico es que cuanto más terrible es la exigencia, más grande es la culpa: el poder no perdona, culpabiliza siempre más; ofrece participar del sacrificio, identificarse narcisísticamente con su deseo de muerte.

Freud decía que, en estas condiciones, la posibilidad de que las culturas perduren está en los lazos libidinales –alienantes- que los sujetos mantienen con el poder que los oprime.

Hay que adherir: “Síganme”[8]. Y donde hay adhesión hay restos arcaicos de identificación narcisista y amor fusionante. La propuesta es: fusión, obediencia y sacrificio: Amor A Muerte. La negación de aspectos de la realidad se hace necesaria pues estos testimoniarían de la destructividad, y revelarían una organización en la cual una parte de la sociedad, decide y desea la muerte de otra parte más numerosa. 

“Si una cultura no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de otros –acaso la mayoría- es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan con su trabajo, pero de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa. La hostilidad de esas clases es tan manifiesta que ha pasado por alto la que también existe latente, en los estratos más favorecidos de la sociedad”[9].

Los que dominan no se privan de nada: la ética de la renuncia no es para ellos.
Freud pide “sostener las ideas sin concesiones”. Pero atravesamos tiempos feroces –o estos nos atraviesan- semejantes o peores a los que atravesó Freud. Y él mismo, queriendo –creyendo- defender, -asegurar- la transmisión del psicoanálisis y mantener las instituciones, hizo concesiones ilusorias y costosas[10].

¿Qué consecuencias tuvo o tendrá sobre el psicoanálisis y la libertad de las ideas? Aparentemente a la orden del día en symposiums y congresos, los temarios incluyen temas referidos al trauma histórico; incluso parecen “modernos”. Pero si no se dispone a poner en juego la historia de las instituciones, y dar cuenta de los silencios, no será sino una forma más de la “verleugnung”, y una reinstalación de la ilusión fetichista: salvar el narcisismo.

¿Puede escuchar el psicoanalista y el psicoanálisis? ¿Trabajar las preguntas nuevas?

Cada uno tiene su censura inconsciente, ayudada por la culpabilidad inconsciente. La historia de Edipo es ejemplar: cuando empieza a querer saber deja el poder. Yocasta le suplica no investigar. Edipo se ciega, se castiga y asume la culpabilidad. El superyó triunfa.

Cada uno de nosotros es Edipo con su deseo de saber y su culpabilidad; cada uno también es Yocasta que suplica de no saber. Pero uno y otro se detienen ante un saber más terrible: el de la perversión del padre y de su deseo de muerte, del que la madre es cómplice[11].

La culpabilidad inconsciente acecha junto al terror y expone a los sujetos “a la psicosis y al crimen”(J. Lacan) o bien a la “verleugnung”, con sus consecuencias: la adoración de los fetiches que se ofrecen a nosotros como ídolos, garantizando, merced a una escisión costosa, contra el terror. Propuesta perversa, que nos hará propensos a masificarnos en identificaciones narcisistas alienantes ofrecidas por la publicidad y los medios de comunicación, transmitiendo ideales sociales individualistas y narcisistas. Estos son el soporte subjetivo de una estructura cuya base es la riqueza y el poder de algunos construida sobre el despojo y la degradación de muchos, tratados como deshechos.

Amenaza de retorno a una nueva versión de la Horda, en la que cada uno tiene la aspiración de poder colocarse en el lugar del que detenta el poder –lugar de protopadre- en un cultivo mortífero del narcisismo.


[1] Pensemos cómo se imaginariza la catástrofe, aun la natural, en el folklore o la mitología: es deseo de los dioses o los espíritus malignos, y destino para el sujeto.

[2] Deseo de muerte del Otro, que pesa sobre el sujeto; y deseo de muerte del Otro, por el sujeto, en identificación mortífera.

[3] “La seducción”. Edit. Amorrortu.

[4] Recuérdese la TV en la guerra del Golfo: guerra sin sangre, reducida a un jueguito electrónico, donde la técnica es lo importante: puntería precisa. ¿Asepsia? O cinismo denegador y fascinación, promovida a gran escala; toda información pasa por esas imágenes con ilusión de participación en ese gran festival de triunfo de la técnica, nuevo fetiche, que oculta el negocio del petróleo y su precio en vidas humanas.

[5] Más allá de la eficacia y de la necesidad de que la población contribuya a defenderse de los flagelos, al pasar por alto causas profundas, se censura la verdad –que es política- al decirla a medias, y se refuerza la culpabilización, como medio para la dominación.
Se medicaliza el tema, o bien se responsabiliza a la víctima: “No tenga miedo, tenga cuidado”.  El problema sanitario, en su recorte técnico, sirve de encubrimiento si no analizamos sus causas. Ver mis “Notas para un análisis de la Institución de la Salud”. IV Jornadas de Atención Primaria, publicado en Espacio Institucional 1. Editorial Lugar.

[6] Lévy – Strauss señala que las sociedades son antropofágicas o antropoémicas.

[7] S. Freud. “El porvenir de una ilusión”. Edit. Amorrortu, XXI.

[8] Presidente Menem en su campaña electoral.

[9] S. Freud, op. Cit.

[10] Véase la historia de la Asociación Psicoanalítica de Berlín.


[11] Recuérdese la historia de Layo: desterrado de su reino traba amistad con Pélope. Traiciona esta amistad al raptar al hijo de Pélope –bello efebo- para seducirlo. Layo recupera su reino, pero Apolo, rey de la Verdad, transmite el oráculo acerca de su destino: éste –ser muerto por su hijo- será el castigo de su perversión. Creyendo poder torcer su destino y desmentir la Verdad ordena a Yocasta entregar a Edipo a un servidor para que sea muerto. Y luego sigue la historia de Edipo.


Doctora Gilou Royer de García Reinoso
Julián Alvarez 2797   Bs. As. 1425   T.E. 4826- 0482   e-mail gilourgr@uolsinectis.com.ar




“Las sociedades modernas son antropoémicas: proceden vomitando a los desviados, manteniéndolos fuera de la sociedad o encerrándolos...”- Levi Strauss











"LA CÁRCEL DEL PRESENTE, SU "SENTIDO" COMO PRÁCTICA DE SECUESTRO INSTITUCIONAL"*


Alcira Victoria Daroqui


Apenas iniciado el siglo XXI nos encontramos con la recurrencia de una serie de cuestiones que se instalaron hace más de 200 años y que en ese recorrido se han problematizado de diferentes formas, desde diferentes miradas, invita a pensarlos desde este presente. La cárcel ha ocupado y ocupa "el lugar" del debate y de la crítica al sistema penal, como si este se circunscribiera a la cárcel. A veces me he preguntado si al sistema penal no lo ha favorecido particularmente esta exclusividad al centrarse el análisis en la cárcel, por ser la "portadora" de los horrores y errores producidos por el castigo legal.

Así como al " brazo ejecutivo de la pena" se lo legitima tras los muros de la cárcel para administrar el castigo(los castigos) habilitándolo al uso sistemático de la violencia sobre los cuerpos y particularmente, sobre las almas (Foucault, 1984) de presos y presas, también y al mismo tiempo, "soporta" la "vergüenza", el descrédito y la humillación de encarnar a una institución que no ha cumplido "nunca" con sus objetivos manifiestos, y que aún mas, se instituyó como una maquinaria de producción de sufrimiento que produce a su vez, sujetos degradados que poco tienen que perder a la hora de construir verdaderas carreras delincuenciales en donde la muerte y el encierro son los futuros mas certeros.

Al poder penitenciario se le confiere una autonomía que se transforma en una suerte de complicidad del ejercicio indiscriminado de ese poder sobre los presos y presas. En palabras de Foucault(1984) "Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar"....."el castigo tenderá, pues, a convertirse en la parte más oculta del sistema penal". El juez podrá sentir orgullo de hacer públicos los debates del juicio y de la sentencia, cree que es la propia condena la que marca al delincuente con el signo negativo, pero la ejecución misma (el envío del delincuente al encierro de la cárcel a cumplir la pena) es como una vergüenza suplementaria que a la justicia le avergüenza imponer al condenado. Esta toma distancia, le confía la ejecución de la pena a otros y casi bajo secreto. Lo que suceda en el interior de los muros de la cárcel pasa a invisibilizarse. La ejecución de la pena tiende a convertirse en un sector "autónomo", de lo que los jueces no se responsabilizarán; serán otros, los que ejercen el "poder penitenciario": los encargados de producir y administrar los sufrimientos que resultan de la privación de la libertad y el encierro.

Se puede avanzar aún más si de cárcel se trata, ello no debe obstaculizar la mirada hacia otros integrantes del sistema penal, como la justicia, la policía y fundamentalmente sobre aquellos productores de normas, los legisladores que diseñan con sus leyes el sentido político de la penalidad. Conocer la estructura del poder judicial y dentro de esta el comportamiento y funcionamiento de la dinámica institucional en la justicia penal, quiénes son los jueces, los fiscales, defensores, sus vinculaciones con el poder policial y el poder penitenciario, que dicen sus sentencias, que delitos se persiguen y a quiénes se atrapa con la red(Cohen, 1988), cual es grado de tolerancia y cual el de represión, en fin, qué y a quiénes se reprime y qué y a quiénes se tolera(Foucault, 1984, Pavarini,1995). Seguir en este camino implica develar la indiscutida e indispensable vinculación del sistema penal como tal con las "necesidades" del orden social dominante en cuanto al diseño de estrategias de control social sobre aquellos que puedan constituirse en "amenaza" para ese orden. "La prisión tiene la función de separar los ilegalismos de la delincuencia" , "...la penalidad sería entonces una manera de administrar los ilegalismos, de trazar límites de tolerancia, de dar cierto campo de libertad a algunos, y hacer presión sobre otros, de excluir una parte y hacer útil a otra ; de neutralizar a éstos, de sacar provecho de aquéllos. En suma la penalidad, no reprimiría simplemente los ilegalismos, los "diferenciaría", aseguraría su "economía" general. Y si se puede hablar de una justicia de clase no es sólo porque la ley misma o la manera de aplicarla sirvan los intereses de una clase, es porque toda la gestión diferencial de los ilegalismos por la mediación de la penalidad forma parte de esos mecanismos de dominación".(Foucault,1984)

Por ello tengo la impresión que no es suficiente "imputar" al sistema penal de selectivo y discrecional. Por supuesto que considero importante repetirlo hasta el cansancio, pero me parece que hay que dar varios pasos más en el sentido que propone Foucault y "desentrañar" esa microfísica del "poder" judicial que sostiene o mejor aún coadyuva a sostener determinadas expresiones del orden dominante y no otras. Estas mismas reflexiones caben para abordar la cuestión del poder policial, también en clave de poder más que de garante de la "seguridad" de los ciudadanos(algunos ciudadanos) y con ello reconocer que más allá de soportar criticas hacia ciertas "formas" de ejercer sus funciones, el espacio del debate público no recoge la necesidad de "conocer más" sobre el cómo y el porqué esta institución reproduce estrategias que garantizan, a pesar o por ello mismo, practicas y discursos que sin eufemismo alguno, circunscriben su accionar sobre aquellos que atentan contra la seguridad de unos pocos produciendo una selectividad previa a la que ejerce el poder judicial y que en este sentido favorece la direccionalidad de acciones represoras en forma unívoca hacia los sectores mas desprotegidos de las "otras seguridades" garantes de la dignidad necesaria para constituir ciudadanía.

Esta cadena de selectividades reproducidas en cada una de los organismos/instituciones del sistema penal construyen un entramado complejo que si bien obliga a trabajar arduamente para desentrañarlos, a la hora de analizar su sentido se descubre sin dificultades el carácter reproductivo de la desigualdad ante la ley, ante la intervención policial y la práctica judicial, en otras palabras, la reafirmación de la desigualdad social, económica y política.

Todo esto remite a ese otro eslabón que se muestra más oculto, menos expuesto a ciertos cuestionamientos , me refiero a la producción de normas que el poder legislativo año tras año diseña en respuesta a demandas que no solo surgen de aquellos interesados en conservar un "tipo de orden" sino a aquella que partiendo de ciertos sectores sociales con voz, mediatizan y amplifican, exigiendo leyes duras para "combatir" la inseguridad.

Así, en nuestro país se detecta que en los cientos de proyectos de reforma del código penal no se plantea desde aquellos productores de política penal (los legisladores) reformular la racionalidad que determina la lógica de producción de castigo y sufrimiento, establecer una reducción del sistema penal, revisar la tipificación de los delitos y con ello las penalidades, y hacerlo mas eficiente y tanto más. Nada de eso, cada uno de los proyectos suman penalidad, agravan las mismas, endurecen el sistema y lo amplían en facultades y funciones, las distribuyen como en vasos comunicantes entre la policía y la justicia, eliminan garantías y violan derechos conquistados. Es obvio que "no resuelven" el problema del delito pero de esta forma gerencian la "cuestión de la inseguridad" en términos políticos, en muchas oportunidades sólo con fines electoralistas.

En síntesis, el sistema penal es "algo" más complejo de lo que aparece y la cárcel se muestra como el último eslabón que suele presentarse como la protagonista de "todo" aquello que está mal y hay que mejorar dentro del mismo.

Estas reflexiones me permiten compartir mis preocupaciones en cuanto a que si la propuesta de algunos es estudiar el sistema penal, no será conveniente comenzar por la cárcel, por dos razones fundamentales que se realimentan mutuamente. En principio al descubrir el origen historico-social, su capacidad de reproducción como institución de castigo por tanto se dimensiona su "misión" política y su función social y también a su vez, cuando se "mete la cabeza dentro de ella", y se observan las marcas corporales de ese castigo en los miles y miles de presos y presas. En este sentido, se re-conoce el despliegue de toda una tecnología punitiva con el objeto de degradar, someter y también eliminar a "los indeseables" de la sociedad. Así, por tanto, se hace verdaderamente imposible avanzar más, hay mucho para decir, para describir, para cuestionar y es esto mismo lo que en muchos casos no permite avanzar sobre las otras instituciones de la "red" penal.

Si vamos a dar cuenta del sistema penal, sería conveniente comenzar por las leyes, los códigos, las discusiones parlamentarias sobre la construcción de "nuevos delitos" y de "nuevas penas", continuar su relación con las demandas del orden dominante y de la "ciudadanía", avanzar luego sobre la justicia penal y con la policía y también, claro, la cárcel como pena casi excluyente del sistema. Buscar las vinculaciones entre cada uno de estos procesos e instituciones, ubicarlos en su tiempo político y social y dar cuenta de esta forma, de la complejidad que supone abordar las estrategias de control social de tipo punitivo diseñadas por el Estado para entre otras cuestiones y sobre todo por ello, "gestionar" el conflicto social y disciplinar sistemáticamente a aquellos que se ubican en los márgenes sociales: los pobres.

En este sentido la propuesta de este trabajo es considerar la cárcel mas allá de la función prevista dentro del sistema penal, es decir, tener en cuenta el dominio de la pena de privación de la libertad como sanción criminal en los sistemas penales modernos, pero considerar el mismo en tanto permita ilustrar los aspectos justificatorios de ese castigo legal como estrategia legitimadora del "encierro" en términos "positivos".

Avanzar sobre un modelo de interpretación que resignifique en este presente la afirmación de la cárcel en su dimensión institucional, o mejor aún, como práctica institucional de secuestro de los representantes más indeseables y conflictivos de esos sectores y por tanto considerar a la misma como producción política y social dentro de un proceso histórico desde su nacimiento hasta nuestros días.

"La cárcel hay que comprenderla dentro del proceso histórico de diferenciación-especialización institucional de las políticas que emplean el secuestro de las contradicciones sociales, esto a su vez supone una fuerte segmentación institucional generando distintos tipos de secuestros constituidos por los nuevos estatutos del saber(psiquiátrico, asistencial, terapéutico, legal, etc.)(Pavarini, 1995)

La clave fundamental para poder estudiar los procesos que hicieron posible la continuidad de la estrategia del encierro, tanto para supuestos fines terapéuticos, asistenciales o de administración de castigo, debe leerse en la necesidad de un orden social que instala la "idea de que la respuesta más ‘adecuada’ respecto de los problemas de malestar, disturbio y peligro es la de ‘secuestrarlos’ en ‘ espacios restringidos y separados de la sociedad".(Pavarini, 1995).

En síntesis, la cárcel cuenta con al menos dos funciones indiscutidas: como integrante del archipiélago institucional que ha gestionado y gestiona la exclusión gestada en el siglo XVIII y como "la pena" por excelencia dentro del arsenal punitivo del sistema penal moderno a partir del siglo XIX. Esta última es la que ha sido y es fuertemente cuestionada por su falta de "eficacia" para unos o por su violencia productora de sufrimiento ilimitado para otros, pero es menos común que se cuestione su función como institución que "garantiza" la segregación de representantes de determinados sectores sociales y no de otros. Se cuestiona en general lo que sucede en su interior, pero no por qué y para qué surgió y mucho menos, a pesar de su "fracaso", su obstinada continuidad.

Como dice Pavarini(1995) "El modelo carcelario se concreta como ‘pena’ en un momento cronológicamente sucesivo a su manifestación como lugar de práctica de la exclusión".

La cárcel como pena justificará el encierro y a su vez ella necesitará de otras justificaciones para poder perpetuarse.

La existencia de la cárcel suele naturalizarse y entonces considerar que ha existido siempre, y no es así, entonces porqué la cárcel como tal surge hace solo 200 años, porqué responde a un proyecto más amplio que la comprende, porque se afirma que continúa hoy dando esa misma respuesta, cuáles son los objetivos en este presente de mantener y expandir la cárcel, son los mismos del siglo XVIII, XIX o del XX, quiénes y cuántos están hoy en las cárceles, quiénes y cuántos estuvieron hace 200 años.

Diferentes autores han destacado el nacimiento de la prisión desde ópticas distintas, pero nadie ha puesto en duda la relación directa entre ese fenómeno y el surgimiento del capitalismo, el "sentido de la cárcel" se hace evidente, por un lado el castigo-pena sobre aquellos que por medio del delito producían un daño a la sociedad que debían reparar, por el otro, el castigo-encierro, el secuestro de personas pertenecientes a sectores sociales que se constituían en amenaza para el naciente orden social burgués y sobre los que había que "operar" y "devolverlos" a un sistema de producción como obreros dóciles. "El crimen por tanto es algo que daña a la sociedad, el criminal es el que danmifica, perturba a la sociedad. El criminal es el enemigo social"(Foucault, 1978)

"El crecimiento de una economía capitalista ha exigido la modalidad especifica del poder disciplinario, cuyas fórmulas generales, los procedimientos de sumisión de las fuerzas y de los cuerpos, ‘la anatomía política’ en una palabra, pueden ser puestos en acción a través de los regímenes políticos, de los aparatos o de las instituciones más diversas. Instituciones como la escuela, la familia, el hospital, la fábrica integran este universo en donde la disciplina y sus dispositivos cobran un particular sentido, pero, " la prisión, pieza esencial en el arsenal punitivo es la que marca un momento importante en la historia de la justicia penal: su acceso a la "humanidad".(Foucault, 1984), o como expresa Pavarini(1995) "La respuesta segregativa a las diversas formas de malestar social en el estado del capitalismo competitivo responde adecuadamente a las necesidades disciplinarias del tiempo"....... "las necesidades disciplinarias del tiempo son las propias vinculadas a la fuerza –trabajo, es decir, la producción de trabajo como mercadería. Esta necesidad obliga a pensar en la práctica institucional como aquella en que, en los angostos espacios de la exclusión, sea posible educar coercitivamente a aquel factor de la producción que es el trabajo a la disciplina del capital"(Rusche y Kirchheimer, 1939).

La claridad de estos autores en estas breves citas dan cuenta de la "necesidad política" de la burguesía de gestionar el conflicto social producido a partir de la ruptura del sistema feudal y el advenimiento de la revolución industrial, como proceso de acumulación de capital, de productos y de personas. La propuesta de una respuesta segregativa nacía a partir de dos claros procesos que se gestaban con el surgimiento del capitalismo: la pauperización y con ello, la cuestión social.(Castel R. 1997). Esa respuesta cuando de castigo se trató, fue la privación de la libertad como retribución al daño cometido por aquel que rompió el pacto social, en otras palabras, para que la privación de la libertad se convierta en el "castigo" generalizado, hubieron de producirse en la sociedad una serie de importantes transformaciones. En primer lugar, el tiempo cobró valor a partir de los cambios de los modos de producción, que igualó a todos los no propietarios de medios de producción, en poseedores de un único bien: la fuerza de trabajo. Esta fuerza de trabajo debía "venderse" en el mercado a cambio de un salario. El valor del trabajo así como el valor de las mercancías se fijarían en función del tiempo socialmente necesario para su producción, un tiempo normalizado, que se ajustaría según los avances tecnológicos de los medios de producción. Dado que el sustrato de este valor de intercambio es el tiempo, la privación de tiempo, constituye la efectiva privación de un bien con valor (de uso y de cambio). Es entonces cuando el tiempo puede ser utilizado como moneda de pago en retribución al daño producido en la comisión de un delito.

La retribución en tiempo, se convertirá en otra versión de intercambio de equivalentes, ya no trabajo por mercancía y salario, sino, privación de tiempo- valor por daño producido (a más perjuicio mayor privación de tiempo). Esta perspectiva que propone a la pena privativa libertad en el marco de sus funciones económicas y sociales dentro del programa político del Estado Moderno se vio históricamente desplazada, o al menos, opacada por la visión jurídico- penal, en donde la retribución no es otra cosa que el monto de sufrimiento o castigo que se infringe al ofensor debiendo adecuarse a la magnitud del agravio cometido. La severidad del castigo debe corresponder a la gravedad de la ofensa. Debe existir una proporcionalidad de la cual está excluida la tortura y la pena de muerte.

La "pena justa" permite considerar a "la ley y al sistema penal como defensas del ciudadano(sociedad civil) y límite negativo a las arbitrariedades del poder punitivo del Estado" (García Méndez, 1998). Los iluministas lograron así emancipar la pena del castigo divino y develar las arbitrariedades del poder monárquico, pero no alcanzó con justificar moralmente la pena privativa de libertad en aquella racionalidad "descubierta" en la relación entre el delito y la pena en cuanto a que el castigo se justifica moralmente en función de la ofensa realizada. Expresa Pavarini (1995) "Nadie cree ya que la cárcel(como ‘la’ pena) la ‘inventaron’ los filósofos y juristas. Su origen hay que buscarlo en otra parte, en las necesidades disciplinarias dramáticamente advertidas en el proceso de acumulación originaria, de socialización forzada a la disciplina del salario del futuro proletario. Lo que aquí interesa es el hecho que entre los siglos XVIII y XIX se acaba de reconocer la pena, fundamentalmente y en cuanto es materialmente posible castigar través de la sustracción del tiempo. Es decir, a través de la cárcel". La visión jurídica penal seguirá abonando su postura hegemonizante a la hora de justificar la pena privativa de libertad y considerará que no es suficiente justificar el encierro de miles y miles de personas con el criterio de la retribución, que ello responderá a la pregunta de porqué punir, pero el Estado deberá responder además para qué punir.

De pena justa se pasará a la pena útil, se afirmará entonces, que si toda sanción es un daño y es en si misma mala, entonces sólo podrá justificarse moralmente cuando se toman en cuenta las consecuencias valiosas que su aplicación puede llegar a producir.(Bentham J, 1985; Stuart Mill J,1997).

Así, el castigo deberá perseguir la reforma del ofensor o al menos su desaliento o disuación de cometer otras ofensas. El positivismo mediante sus representantes -específicamente los del positivismo criminológico-, fundamentarán que habrá que avanzar no sólo sobre el "cuerpo" sino el sobre "alma" de los encerrados. Convencidos que quién "pasa al acto" a través del delito es un enfermo, legitimarán la idea de tratamiento y cura para los ofensores a la ley.

Se dará una vuelta de tuerca al asunto del castigo, no sólo se "penará" con una condena de años de encierro sino que se trabajará y se estudiará al delincuente desde las diferentes disciplinas científicas, siendo la psiquiatría la fundamental. Se "trabajará" sobre su personalidad, se le infundirá "otra moral", se lo tratará de reeducar, de rehabilitar y de corregir. La ciencia estará al servicio de la pena, o mejor dicho del castigo, surge el correccionalismo o método correccional. (Pavarini, 1983).

Mientras la cárcel en sus comienzos, sin duda, encerraba para retribuir, secuestraba a aquellos que habían violado el contrato en una sociedad de "iguales" que la revolución francesa y la ilustración pregonó, casi cincuenta años después tenía la "oportunidad" de presentarse en sociedad con "un fin tan útil" como el de aquellas otras instituciones representantes de la lógica de secuestro- el manicomio, el asilo, el orfelinato, el hospicio- en los cuales se encerraba para ¿ curar?, cuidar?, proteger?.

Esta "voluntad pedagógica" propia del correccionalismo que transformó a las cárceles en laboratorios, a los delincuentes en enfermos, que patologizó el delito, que extendió su accionar mas allá de los muros, que se inscribió como "estrategia terapéutica" para "gobernar la cuestión social", que sumó "mal vivientes", "niños y ancianos abandonados", y se extendió aun más y llegó hasta aquellos que representaban una amenaza al orden social dominante, se constituyó en una "violencia pedagógica" con un corpus científico sostenido básicamente por el saber jurídico y el saber psiquiátrico El positivismo centrará su andamiaje conceptual y práctico en el campo de la peligrosidad social y ello si bien tendrá como referente "al delincuente", ese espacio social será ocupado por tantos "otros diferentes" sobre los que habrá que "operar" con un criterio de defensa social y de esta forma, garantizar la continuidad de un orden que los "acepta" en cuanto sujetos disciplinados y sometidos, sujetos-sujetados. Vigilancia, control y corrección desde la cárcel hacia la sociedad. Así es, la sociedad disciplinaria.

El correccionalismo fue tan significativo que aún habiendo fracasado, sin lugar a dudas, dentro del ámbito carcelario, sin haber cumplido ninguno de sus fines manifiestos, no habiendo resocializado, ni reeducado, ni rehabilitado a "los delincuentes", promoviendo la degradación y la violencia intramuros, utilizando la paradoja de "enseñar" a vivir en libertad desde el encierro, desde el ejercicio de estrategias pedagógicas a través de la violencia real y simbólica dentro de una función terapéutica no demandada por los sujetos secuestrados, aún así su mayor "virtud" fue la de "invadir" el campo social hasta nuestros días legitimándose en su dimensión de corrección del desviado y como cura del enfermo.

Sobre la cárcel el discurso jurídico va perdiendo paulatinamente argumentos que sostengan el sentido de la pena útil pero este proceso llevará años hasta que se reconozca el fracaso de semejante proposición, años de ocultamiento de un fracaso anunciado: la privación de la libertad no había nacido para "curar" o "corregir", había nacido para encerrar el malestar social, para castigar y producir sufrimiento y a través de ello, domesticar, someter a aquellos que deberán reintegrarse al proceso productivo. Durante el período de vigencia del Estado social, la idea resocializadora, aunque devaluada, seguía siendo posible, había un espacio social y productivo en expansión en el cual, supuestamente, se podía reintegrar al delincuente.

Mientras se construía lentamente el fracaso al interior de las instituciones totales, lo correccional se legitimó como metodología de abordaje de "otras" conductas desviadas, así toma otra dimensión "la de aparato de estrategias difusas de control de tipo no institucional", Pavarini(1995)y ello se produce en la mitad del siglo XX cuando se instalaba el Estado Social, cuando la posibilidad concreta de integración social y económica de vastos sectores sociales era posible por lo que era necesario construir un andamiaje que gestionara la "cuestión social" desde una perspectiva de reconocer una serie de problemas en "la sociedad", como "solucionables", a nivel macro, con el diseño y ejecución de políticas sociales y a nivel micro con la práctica de servicios de asistencia difundiendo una "práctica blanda" de vigilancia y control y por tanto socialmente más aceptable.

La cárcel en este marco, se mostraba en su dimensión "ejemplificadora" con una función básica de disuasión. En ella habitarán como siempre los pobres y dentro de ellos los individuos "más peligrosos", se encerrarán "las conductas verdaderamente indeseables", para ellos aparecerá la modalidad de la "máxima seguridad", se construirán verdaderas fortalezas, muchas, la gran mayoría estarán situadas en las grandes ciudades con el claro objetivo de que sean vistas y por tanto temidas.

Este escenario descripto, se desarrolla en un momento histórico con fuertes criterios inclusivos desde lo social y hacia lo social, en donde las propuestas de institucionalización segregativas no podían ser menos que cuestionadas(la cárcel) cuando no deslegitimadas (el manicomio). Mientras en el campo del saber y la institucionalización psiquiátrica el replanteo de paradigmas impactó en el diseño de políticas públicas y avanzó sobre la des-institucionalización de la locura, la cárcel soportó duras criticas, tanto como pena privativa de libertad por excelencia como por ser "la" institución segregativa, pero nada de ello significó su desaparición, su función ejemplificadora y disuasiva le conservó su vigencia. Tampoco se abandonó cierta obsesión correccional y siguió elaborando reglamentos internos, programas de trabajo y educación dentro de las cárceles, por supuesto mas como justificación en cuanto a la conservación de la función otorgada que producto de una valoración positiva de la misma. Aún así, la idea resocializadora fue posible en una sociedad de pleno empleo, de satisfacción de necesidades básicas, en sociedades de bienestar(Bergalli,1997).

En este período el "tratamiento" del resto de las conductas desviadas estará a cargo del campo social, los servicios de asistencia, y las instituciones de control social informal, la escuela, la familia etc, cobrarán protagonismo en el discurso y en las prácticas sobre los sujetos problemáticos. "El nuevo disciplinamiento se iba a obtener en la misma sociedad, el territorio era propicio para continuar y ampliar los espacios del control" (Bergalli,1997)

Como siempre la función social compleja del castigo(Foucault, 1984) otorgaba la inteligibilidad necesaria para comprender la perpetuidad de una institución como la cárcel. Será conveniente entonces, como sostiene Garland(1999), "concebir al castigo como un auténtico 'artefacto cultural y social', ello permite examinarlo de modo sociológico sin descartar sus propósitos y efectos penitenciaristas". Desde estos enfoques, la cárcel debe ser entendida como una construcción social, como producto de estrategias que desde lo político y desde lo social han concebido al castigo legal como una forma de control de "unos" pocos sobre "otros" muchos. Sus diferentes expresiones en su desarrollo histórico responden, sin duda, a las formas de articulación entre lo político, lo social, lo económico y lo cultural.

El castigo-pena legitima y encubre la función real y simbólica del castigo-encierro.

Es así como en la década de los ’80 se gesta un escenario en donde "el bienestar expandido a todos los países centrales se agota. Las políticas sociales cedieron a favor de los ajustes presupuestarios. Los espacios públicos y con ellos los servicios se convierten hacia la privatización, la dualización social avanza a favor de la concentración de la riqueza y la expansión de la miseria. Homelesses, toxicodependencias y desempleo son los nuevos rasgos de las políticas neoliberales y los orígenes de la nueva marginalidad. Ha recomenzado la era de la nueva Gran Segregación."(Bergalli, 1997).

La reducción del Estado afectando las áreas de desarrollo social promotoras de derechos ciudadanos, la pérdida de la condición salarial(Castel R., 1997) y el mercado como espacio privilegiado para regular las relaciones sociales, completan un panorama en donde la exclusión de amplios sectores se direcciona hacia un camino sin retorno.

La sociedad capitalista actual no se sostiene a través de los pilares fundamentales de la sociedad industrial. No son los ejes de sociabilidad, ni el trabajo, ni el salario, ni las protecciones sociales, ni la defensa y extensión de los derechos sociales y económicos las pautas de una gobernabilidad que pretende "comprender" a las mayorias populares.

El problema ya no es como gestionar la pobreza sino como convivir con la exclusión, en otras palabras, parece poco posible vislumbrar un horizonte en el cual se diseñen políticas de integración social, más bien se observan estrategias de gobernabilidad para contener y segregar a aquellos que sobran.(Castel, R. 1997)

En este sentido ha cobrado especial importancia dentro de la nueva cuestión social, el problema de la seguridad-inseguridad y con ello el gerenciamiento de lo delictual, pasando del concepto de peligrosidad al de riesgo, gestionar el riego es avanzar sobre poblaciones enteras que por su condición de excluidos se transforman en los "propietarios de la violencia, la incivilidad y el delito".

Esa suerte de pasaje de Estado Social al Estado Penal (Wacquant,2000), encuentra su legitimación cuando robustece al sistema penal a través de una demanda de castigo ilimitado al punto tal que habilita los ejercicios ilegales en los actos represivos por parte de las fuerzas de seguridad, la ausencia o insuficiencia de garantías procesales por parte de los jueces y por supuesto la existencia y la reproducción a escala diez de la institución cárcel, como sea, pero cárceles, y muchas. Esta "demanda" que se traduce en la solicitud por parte de las víctimas o de las potenciales víctimas y de sus soportes mediáticos, de una "intervención drástica y violenta" por parte del Estado para dar "solución" al problema del delito, es la que brinda los argumentos "más sólidos" para diseñar o mejor aún, apenas bosquejar políticas de seguridad.

El problema es preguntarse como es posible la supervivencia de la democracia en procesos de creciente desigualdad en donde la supremacía del mercado no habilita ni hace posible el diseño políticas públicas de desarrollo social(políticas sociales) que garanticen la recuperación de derechos universales y en este marco entonces que papel "juega" el diseño las políticas y programas de seguridad. Mas aún, un Estado que ha renunciado a lo social, que su retiro se ha dado especialmente en el campo de la promoción de derechos aumentando por lo tanto el campo de las necesidades, en los últimos diez años ha asumido un protagonismo "sospechoso" en el campo de la seguridad. Ello se reafirma a la hora de los ejes y temas que se instalan en la agenda política cuando esta considera los tipos de demandas que parten de los diferentes sectores que componen "cierta ciudadanía."

El reclamo, el cuestionamiento y la "protesta", exige al Estado y sus instituciones eficiencia y soluciones ya no al problema del desempleo, al de la educación pública, al de la salud pública y/o al de acceso a la vivienda, sino a la problemática de la seguridad.

En este marco pareciera que no le queda otro espacio a ese Estado más que diseñar o al menos implementar con cierta inmediatez sin planificaciones sostenidas, respuestas de control social duro. Promoverá el aumento de las penas, tipificará nuevos delitos, ampliará facultades a las fuerzas de seguridad y por consiguiente deberá construir más cárceles.

Pero qué sentido, cual será la función de la expansión de lo carcelario. La incapacitación y neutralización de los secuestrados, la invisibilización de los mismos.

El propio discurso jurídico penal ha abandonado cualquier justificación moral a la cuestión de la pena, la retribución no se ha podido sostener como pena justa al momento que se reconoció que ese contrato violado nunca había sido firmado entre iguales, al transformar esa pena justa en pena útil, el fracaso resocializador, reeeducador y rehabilitador significó no sólo el fracaso en sus fines manifiestos sino que "desnudó" el verdadero sentido de una institución nacida para producir dolor y sufrimiento, y nada más y claro, nada menos.

Hace varios años la tecnología penitenciaria abandonó la cuestión "tratamental", aunque la ha sostenido y sostiene en los discursos y en algunas prácticas, ya no pretende ni reformar, ni resocializar, ya no habrá un "lugar social" donde imaginar la reintegración, ellos, los presos y presas, provienen de sectores que padecen, previamente, la exclusión social, económica, política y espacial. De esta forma solo se administrará un sistema de premios y castigos (el sistema punitivo- premial), en un régimen de progresividad de la pena que garantizará, por un lado "laberintos de obediencia fingida" Rivera Beiras,(1997), por parte de los presos y presas para lograr "beneficios penitenciarios(salidas, permisos, visitas) y por el otro, al menos eso es lo que pretende, el "buen gobierno de la cárcel".

No habrá entonces otro objetivo que aquel que diera a su primer función clara e inobjetable, la de secuestrar ya no a aquellos que representaban "la dinamita social" (Cohen, S. 1988) de los siglos XVIII, XIX, y parte del XX, sino a aquellos que representan la "basura social" (Cohen, S.1988), los "inútiles para el mundo", (Castel, R. 1997), de las últimas décadas del siglo pasado y el comienzo del XXI. Con ellos no habrá que hacer "nada", la nueva estrategia será incapacitarlos y neutralizarlos en instituciones que cambiarán también y justamente para ellos su disposición espacial-territorial y espacial-intrainstitucional.

Foucault afirma en la Quinta Conferencia de su libro "La verdad y las formas jurídicas", "en consecuencia es lícito oponer la reclusión del siglo XVIII que excluye a los individuos del círculo social a la que aparece en el siglo XIX que tiene por función ligar a los individuos a los aparatos de producción a partir de la formación y la corrección de los productores: trátase entonces de una inclusión por exclusión. He aquí por qué opondré la reclusión al secuestro; la reclusión del siglo XVIII dirigida esencialmente a excluir a los marginales o reforzar la marginalidad y el secuestro del siglo XIX cuya finalidad es la inclusión y la normalización". Mas allá del planteo de algunas diferencias en particular aquella que destaco en este trabajo, es decir unificar el criterio de secuestro, en el siglo XVIII se secuestra para recluir en el siglo XIX se secuestra para disciplinar y normalizar, pero ambos son secuestros. Es importante destacar la afirmación del autor en cuanto a lo que sucedía en el siglo XVIII, el secuestro institucional como reclusión para realizar, confirmar y materializar la exclusión. Esta afirmación deberá ser analizada de acuerdo a los acontecimientos del naciente siglo XXI en cuanto a los interrogantes en términos de gobernabilidad de la exclusión en términos de dasafiliación de amplios sectores sociales.

Estamos en un presente donde ya no queda espacio para eufemismos, a la pena habrá que restituirle su condición de castigo, a la cárcel, al manicomio, al asilo, al instituto y el reformatorio, hoy más que nunca habrá que reconocerlas como instituciones de secuestro de ese residuo social que ya no se gestiona en "otros lugares sociales". Habrá que asumir, como dice Levi-Strauss(1955 citado por J Young,1992) "que las sociedades modernas son antropoémicas; proceden vomitando a los desviados, manteniéndolos fuera de la sociedad o encerrándolos en instituciones especiales dentro de sus perímetros A la nueva "gran segregación", habrá que conocerla, estudiarla, develarla, cuantificarla y cualificarla y en este sentido no permitir que se le cambie el nombre y el sentido.

Esto es bastante, al menos para encontrar los caminos necesarios para combatirla.


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