ALGUNAS CONSECUENCIAS PSÍQUICAS DE LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES
GILOU ROYER DE GARCÍA REINOSO
INTRODUCCION
Pensar psicoanalíticamente el
“malestar en la cultura” es un camino que Freud traza en numerosos escritos. La
construcción de la teoría del sujeto humano excede el campo de la cura: la vida
cotidiana, el humor, la creación artística y literaria, la religión, las
instituciones, la “moral!, y todo lo que atañe al “malestar”, incluyendo
sus manifestaciones mas terribles, la
guerra por ejemplo.
Todos los fenómenos de la cultura
son susceptibles de ser pensados
psicoanalíticamente. De ninguna manera ello agota sus determinaciones, pero la
subjetividad está en juego en todo ello; el campo de la clínica freudiana es el
campo de la cultura, en el que Freud construye
teoría(1) tanto como en el campo de la cura. Por otro lado, la cultura
es una dimensión que atraviesa todos los conceptos acerca de lo humano.
Hay, sin duda, un “malestar” por
no saber como pensar lo impensado. Pero este malestar no debe deternernos. Si
no nos atrevemos a extender las
fronteras de nuestro conocimiento – corriendo el riesgo de ser tildados de
transgresores, y tal vez de herejes! -, al no poder pensar de manera nueva,
estableciendo nuevas relaciones acerca de lo inexplorado, no seremos sino
repetidores de un saber convalidado. Y la repetición es testigo e instrumento
de lo mortífero. Estamos demasiado impulsados a regirnos por la ética de “lo posible”, que nos empuja a dejar
de pensar por” imposible”, lo que tal vez no sea sino lo censurado por la
corporación, la epistemología, o lo político, según las épocas, y en todos los
casos con la complicidad de cada uno de nosotros, expuestos por nuestra propia
constitución subjetiva , a la obediencia acrítica.
El texto que aquí presento no
trata de situaciones convencionales en ningún sentido, sino de SITUACIONES
LIMITE, en las que los sujetos implicados están en el límite mismo de la
sobrevida.
La reflexión es psicoanalítica, y
el campo abordado es, en mi pensar, campo de clínica psicoanalítica, aunque no
se parezca en nada a las condiciones de la cura, y menos aún de la cura-tipo.
Exigirá un esfuerzo de rigor y creatividad por un trabajo sobre la propia
subjetividad. Verdadero trabajo psíquico, en sentido feudiano,-
“durcharbeiten”- tomando en cuenta las resistencias a la verdad: nuestro
narcisismo también está en juego, y nuestro inconsciente.
Ante lo insoportable de la
realidad es posible decir “no” y empezar a pensar. ”El juicio –dice Freud- es
la acción intelectual que decide la elección de la acción motora, pone término
a la postergación por medio del pensamiento, y del pensar permite pasar al
hacer.”
Frente a lo traumático la
subjetividad tiene distintos mecanismos, cada uno con sus consecuencias en
cuanto al examen de la realidad, material e histórica:
- El rechazo psicótico: repudio
(verwerfung), retiro de significación y de investidura, la realidad no puede ser simbolizada y
retornará en lo real como alucinación, o
bien dará origen a la “restitución” delirante.
- El rechazo perverso: desmentida
(verleugnung) y la adoración de los fetiches o de quienes los encarnen(3) Mecanismo también presente en el “normal”,
por ejemplo en el amor, gracias a la “disociación del Yo”.
- El rechazo neurótico: represión
(verdrangung) y la formación de síntomas o inhibiciones.
- El rechazo “normal” (verneinung) “constituyente de la función
intelectual a partir de la mociones primarias” (ver Freud “La Negación” ),
primer paso sobre la represión, primer momento de la subjetivación, que permite
la organización del mundo simbólico, base del pensamiento y del juicio de la
realidad, que abrirá el camino a la acción- transformadora- en la realidad.
Procesos sustentados por la
sublimación..
El trauma psíquico.
Se trata de una supervisión.
La escena es la siguiente:
Una plaza en una gran ciudad de
Latinoamérica.
En ella viven personajes
marginales de la ciudad: “niños de la calle”, que si sobreviven, se hacen
“adultos de la calle”. Marginales en extremo, prostitutas, rateros, a lo sumo
lustrabotas o vendedores de pequeñeces. En un estado de desamparo, de caos, de
violencia, y de riesgos permanentes: enfermedades, tendencia al delito,
drogadicción, expuestos al crimen, incluyendo el crimen legalizado; muchos
mueren a mano de “las fuerzas del orden”.
Un equipo médico – psicológico,
en articulación con una instancia administrativa de la ciudad, planea montar un
dispositivo para prestar algún tipo de asistencia. ¿Qué margen de acción es
posible? Los recursos son mínimos: la población está compuesta por sujetos con
un sufrimiento extremo, entregados a una sobrevida sin casi nada orgánico: sólo
ese espacio –la plaza-, y un tiempo sin transcurso: el instante es lo único
aprehensible, no hay historia, más que de muerte, no hay proyecto: los vínculos
perdidos, reducidos a los que ahí se hacen –fugaces-. La muerte acecha en
cualquier momento.
El margen para promover una
demanda y organizar una oferta es muy pequeño. La única demanda es la que la sociedad formula: restablecer el orden. El equipo está adiestrado en una línea en la
que el psicoanálisis tiene un lugar, en la línea de E. Pichón Rivière. Hace
años el mismo equipo, intentó una experiencia parecida, que tuvo que
interrumpirse por la violencia en medio de la que se desarrollaba: el equipo fue amenazado por las fuerzas del
orden; la experiencia fue considerada
como una amenaza para “el orden”; lo que tiene su lógica, pues toda
transmisión de lo observado
significaría, en un plano, denuncia, o por lo menos develamiento, de la función
mortífera de la sociedad y de sus fuerzas del orden, cuya violencia segaba sin
piedad, semana a semana, día a día, las vidas. Producto de una política en la
que la marginalidad es un subproducto revelador de la injusticia, política
impotente para disminuir el desorden y el delito, ya que éstos son intrínsecos
a ella. Su acción se reduce entonces a la “limpieza” de los espacios públicos:
exige barrer con todo lo que perturba la imagen mitificada de un orden
armónico. Deshumanizados, tratados como restos a eliminar, esa población sobra.
El equipo, sin embargo, contando
con condiciones administrativas estimadas más favorables, intenta una nueva
aproximación; sin definir claramente su acción, ni su objetivo. Dispuestos a
pensar lo que observen, esperan poder producir alguna, aun mínima,
transformación. Se presentan en el lugar –la plaza pública- a día y hora fijo;
siempre las mismas personas en el equipo, un médico y una psicóloga. Anuncian
que vienen a hablar con ellos y a que les cuenten algo de lo que les pasa. Los
habitantes de la plaza acuden con cierta regularidad y un interés evidente,
aunque hay entradas y salidas; el grupo es planteado como abierto; viene el que
puede y quiere (¿cómo con las familias de psicóticos?...).
Curiosamente, el eje de los
relatos no es la realidad acuciante; el eje son los sueños: pesadillas donde
reina confusión, promiscuidad, angustia y muerte. Igual que en la escena social. Intervienen unos y otros
comentando los sueños con cierta libertad; asocian y refieren situaciones de la
vida real (hechos, recuerdos o sentimientos). El equipo limita su acción a
facilitar la cooperación, marcando algunas cosas que relanzan la palabra (¿cómo
con pacientes neuróticos?...). Están asombrados de que los sueños ocupen un
lugar tan importante, cuando “tienen tantas cosas que traer”. Hablan de sus
pensamientos, sentimientos y sensaciones mientras escuchan y miran esta
población tan diferente. Destacan a una joven prostituta “muy inteligente”,
sidosa, toxicómana, madre de tres niños a los que tiene abandonados; la
llamaremos Juana. Juana se reprocha haber cobrado un dinero bastante
importante, y habérselo gastado en cocaína “en vez de haberlo dedicado a sus
niños”. La psicóloga –que oye y mira con atención e interés, y también con
cierta perplejidad, no sabiendo bien qué se puede hacer- ve a Juana lastimosa:
enferma, sucia, sin dientes, sin peinarse siquiera. Piensa: “Podría sin embargo
decirle, aunque más no sea, que podría cuidarse un poco más, peinarse o lavarse
por ejemplo”. Y me comenta: “Lo curioso es que a la vez siguiente, Juana viene
por primera vez arreglada. Yo no le había dicho nada de mis pensamientos”.
Caben algunas reflexiones:
Algo, dentro de ese caos, ese infierno, algo es posible: un pensamiento
y en acción. Juntarse, hablar, darse palabras serían más exacto, trabajar
(¡Oh sorpresa!) con la producción de
sueños. Y alguien desea algo, para Juana, y también para los demás...
¿Cómo ver esto?: Dentro de un continuo sin límites, ni
espaciales ni temporales, donde sólo existe lo inmediato, sin marcas
diferenciadoras, alguien –el equipo-, organiza un ritmo: un espacio – tiempo
donde alguna diferencia puede inscribirse; un transcurrir donde hay un antes y
un después, donde alguien espera volver a encontrarse, donde algo empieza,
termina y vuelve a empezar. Un espacio – tiempo que configura lo que Winnicott
llama espacio intermedio, momento de ilusión. Espacio de juego, de ficción
– realidad, donde el sueño –que es el
único espacio propio de esos seres despojados de todo por la destrucción y la
autodestrucción-, su producción, puede ser escuchado, desplegarse, y quizá
permitir un mínimo acceso a la realidad: una re-flexión sobre la compulsión y
la destructividad –también la propia-, un retornar sobre la acción, en vez de
dejarla dispararse sola: pura pulsión de muerte entonces, en plena desligazón.
La reflexión de Juana es fugaz, pero es mucho. Y la reflexión de la psicóloga:
su saber vacilante le permite oír mucho mejor que si el saber fuese seguro. Su
mirada incluye un deseo, un deseo de vida para Juana, pero se abstiene de
inoculárselo: le deja la palabra. Es posible pensar la modificación de Juana en
relación a su cuerpo (se lava y se piensa) como resultado de haberse podido
mirar en los ojos de la psicóloga, como en el primer espejo –los ojos de la
madre- sosteniendo un deseo de vida para Juana, pero dejando el margen para que
Juana pueda asumirlo como propio; esbozando ahí –con ese otro que la psicóloga
representa su diferencia- un soporte narcisístico imprescindible, para poner un
límite a la autodestructividad con la que se maneja.
Autodestructividad que es
necesario ver de manera compleja; no simplificar para hacerla entrar en la teoría
que sería nuestro respaldo: sin duda pulsión de muerte, pero que podrá ser
mitigada solamente si un otro se ofrece a soportarla, y a sostenerse –como la
psicóloga- en un lugar –lugar del otro-, imprescindible para la constitución de
un sujeto deseante, Esto permitirá la asunción de un narcisismo que es base
necesaria para poder investir el mundo, el cuerpo propio, y restablecer nuevas
ligazones; identificaciones constituyentes, soporte a partir del cual el deseo
podrá configurarse.
Juana, y sus compañeros de infortunio, habitantes de la plaza, son
sujetos en quienes las únicas identificaciones que se les ofrecen son
identificaciones mortíferas. Marginales, excluidos de todo lo que significa
humanidad y deseo humano, tratados como deshechos a eliminar, ¿qué posibilidad
les queda? Una identificación mortal con aquel, –desproporcionadamente grande-
la sociedad de dominación que aparece sin fallas que desea su muerte,
reeditando un fantasma originario que actúa como trauma psíquico.
La tesis que sostiene este trabajo es que el trauma psíquico es el
deseo de muerte del Otro -o de otro colocado en ese lugar-. Esta es la forma en
que se inscribe en el inconsciente, el trauma histórico.[1]
Todo acontecimiento real implica
una traducción e inscripción psíquica. El sujeto humano necesita la presencia
del otro; la simbiosis es el punto de partida para la constitución subjetiva.
El primer acontecimiento es el encuentro con la realidad psíquica de la madre:
su deseo. Ella representa el mundo y si éste es para ella significativo, esto
será también la base para salir de la simbiosis.
¿Qué sucede cuando el medio,
repetitivamente traumático, no puede ser mediado por la madre, cuando ésta no
puede sostener un deseo de vida hacia el niño? El deseo de los padres se
articula, inconscientemente, con los “valores imperantes”, plasmados en el
superyó; la familia es mediadora del orden imperante y lo reproduce a través
del inconsciente de sus integrantes; el lugar que ocupa el niño en la fantasía
materna es clave para su destino. Si falta expectativa materna, el narcisismo
básico que le permitirá constituirse, se verá dañado. En situaciones de extremo
desamparo social, los padres no pueden ser soportes de vida para los hijos: el
niño es abandonado a una realidad cuya organización y reproducción exige la
marginación y muerte de un gran número, entre los cuales se cuentan sus padres.
Mi tesis es que esta situación de trauma repetitivo, se inscribe en el
inconsciente como deseo de muerte del Otro[2], única oferta para la
identificación...
Hemos visto en Juana cómo la
destructividad abarca la relación con sus hijos: la cadena de destrucciones y
autodestrucciones colabora, desde cada uno, a que se perpetúe el orden
mortífero. Si pensamos en las condiciones de vida de Juana –que son sin duda también
las de su origen, las de sus padres-, sería milagro que pueda desear para sus
hijos. Milagro, o defecto de la existencia de un otro que le posibilita
sostener un deseo de vida.
Pienso que la escena relatada
ilustra esta posibilidad; la psicóloga ocupa, en un campo de transferencia, ese
lugar del otro, cuyo deseo –que no inocula a Juana- permitiría construir un
soporte narcisístico para la pulsión, contrarrestando, aunque sea para
instante, el deseo de muerte del Otro, y la desligazón de la pulsión.
Laplanche[3] aconseja seguir
trabajando una línea abandonada por Freud: la teoría del trauma. Laplanche
desmenuza el tema: lo traumático son los “significantes enigmáticos”, que son
la dimensión del inconsciente del otro, en el que el sujeto se origina; actúan
traumáticamente como “seducción originaria”. Lo traumático externo, al no poder
ser simbolizado, se transforma en trauma interno, por interiorización.
Estas formulaciones ayudan a
entender el problema de la psicosis. Pienso que también ayudan a pensar los
problemas de la subjetividad en situaciones de extrema carencia como la
expuesta en relación a Juana.
Si el sujeto está expuesto, sin
mediación, a un medio en el que reina la desligazón y la pulsión de muerte, sin
poder ser mitigados por jalones identificatorios –que permitirían la ligazón,
la represión y la simbolización-, caerá en la psicosis, o en pasajes al acto.
En la dimensión psíquica, el porvenir se construye sobre una armazón de
fantasías: la realidad psíquica, imaginarizada. Si la violencia en la que se
estructura la realidad material y la realidad psíquica es excesiva, la
posibilidad de mantenerse en el plano neurótico de lo imaginario, será muy
difícil; encontrar realizados en la escena social los sueños más crueles no
puede dar cabida más que a una culpabilización excesiva, que será fuente de
actuación de sus contenidos violentos: contra sí mismo, o en la escena del
mundo, contra todos.
Lo vemos en los habitantes de la plaza: expuestos a la pulsión, en un
extremo límite en que la vida humana se ve reducida a la sobrevivencia.
Bettelheim, hablando de la vida en los campos de concentración, señala que el
espacio para el sujeto es mínimo; la sobrevida no es vida del sujeto, o le deja
poco margen. Si no puede tener un lugar en la trama social simbólica, esto
equivale a un deseo de muerte que pesa sobre él, y estará expuesto a sucumbir
como sujeto.
Los habitantes de la plaza, a pesar de no tener muros, viven en un gran
campo de concentración: la marginalidad y el despojo extremo.
¿Qué les queda? Sino someterse a la presión mortífera, configurando una
última ilusión de libertad al hacer suyo el deseo de muerte que pesa sobre
ellos: contribuir a su aniquilamiento, ya sea directamente (drogadicción,
enfermedades por descuido) o indirectamente (buscando con sus desmanes y
delitos, el castigo y la muerte). En este infierno de destructividad y
autodestructividad, la culpabilidad tiene su parte: el sometimiento a un
superyó feroz, y la necesidad de castigo salvarán, con el precio del
sacrificio, al Otro todopoderoso.
La cuestión de la violencia está
imbrincada con la cuestión de la cultura:
Por un lado violencia fundante:
protopadre con su violencia mortífera; parricidio y culpabilidad inconsciente,
que marca el pasaje de la naturaleza a la cultura.
Por otro lado violencia de las
exigencias culturales mismas, de las que Freud se ha ocupado en diversos
escritos.
Pero, ¿qué sucede con este plus de violencia?
¿Cuáles son los efectos del
terror de esta “cultura”?
- El terror de los sistemas de
exterminación en sus variedades: el holocausto y los campos de concentración; y
en nuestra historia reciente, la desaparición y la tortura.
- Pero también, el
terror de esta otra forma de aniquilación, que es la miseria estructural al
sistema social, dominante en nuestro mundo: la mortalidad infantil aumenta
constantemente, las epidemias avanzan, el delito y la droga también.
¿Seremos espectadores pasivos?
El mundo se puede transformar en un gran espectáculo[4], los medios de
comunicación nos impulsan a ello; los sujetos desearán lo que se les muestre,
lo que se les inculque por la publicidad, dando por naturales las miserias y
enfermedades, que son producto directo de la organización social transformada
en maquinaria de muerte. La violencia es ocultada o atribuida a los sectores
que son su primera víctima, con la complicidad inconsciente de muchos,
incluyendo las propias víctimas.
Convocado como simple espectador, pasivo, ciego, obediente, el sujeto,
en tanto tal, está ausente. Gracias a eso obtiene la “felicidad”. La felicidad
–esta felicidad- es tan cuestionable como el “malestar”. Deberíamos pensar en
ello: con los compromisos adaptativos, la complicidad en la aniquilación de los
otros será el precio de la vida: “obediencia debida”, servidumbre para la muerte,
crímenes sin crimen, sin sujeto. Los rastros del crimen se banalizan, se
naturalizan: el cólera, la miseria, el sarampión, la opresión son puestos a
cuenta de la naturaleza o de la incapacidad del que la padece cuando sabemos,
si queremos saber, que son producto de las condiciones de vida.[5]
Si aceptamos el lugar al que se
nos convoca, eso tendrá su precio: nuestra subjetividad sufrirá las
consecuencias.
El sistema de dominación del hombre por el hombre, dispone de medios
diversos: políticos, ideológicos, incluso jurídicos, por los cuales estos
cobran legitimidad. A nosotros, como psicoanalistas nos interesa dilucidar los
que son de orden psíquico. ¿Podremos reflexionar?
Dos hechos de la constitución
subjetiva son sustento de la manipulación por el poder político o religioso:
1) la propensión a identificaciones
narcisísticas masivas;
2) el sentimiento de culpa inconsciente.
El terror es la utilización política de la constitución subjetiva
arcaica: idealización y persecución cuyas consecuencias son el desprecio de la
vida humana y también de la singularidad de cada vida.
¿Qué hacer con la violencia
creciente? ¿Podemos como psicoanalistas, trabajando por una libertad singular, no ponernos a
pensar acerca de los traumas sociales y sus consecuencias? El psicoanálisis
nació como crítico a la sociedad, ¿esto se habrá perdido?
Es frecuente que se plantee como
escandaloso pecado epistemológico pensar psicoanalíticamente lo que sucede en
la escena social, sirviendo esto de encubrimiento a la censura corporatista y/o
política. Las necesidades institucionales o una relación dogmática a la teoría,
no darían lugar a nuevas preguntas.
Por supuesto la censura pasa
también por nuestros determinantes psíquicos. Freud lo describe en “El
fetichismo”; “trono y altar” (de las instituciones o de la teoría como textos
sagrados) ejercen sobre nosotros, desde nuestro inconsciente, mandatos que van
más allá de la presión explícita. “Cuando el trono y el altar corren peligro
–dice Freud- acaso el adulto vivenciará un pánico semejante –al del niño al
descubrir la castración en la madre (O)-, que lo llevará a consecuencias
igualmente ilógicas”: la escisión del yo y la verleugnung (desmentida,
renegación, de la realidad terrorífica), y a erigir los fetiches.
Estos pueden ser religión o
política, el dinero o el saber, y también las instituciones y la teoría.
El sentimiento generalizado es de impotencia. La modernidad es el nuevo
mito que se puede erigir en fetiche; mito intocable de la economía de mercado.
¿Fin de la historia?... O más bien, verdadero peligro de muerte subjetiva.
Laplanche (La seducción) señala
que la muerte del psiquismo se produce de dos maneras: a) por la pulsión de
muerte; y b) por el yo: rigidez en las ligazones y síntesis excesivas
inmovilizan al yo y se oponen a la creatividad.
Los habitantes de la plaza están expuestos a la primera; la segunda nos
amenaza a nosotros: por ejemplo la desubjetivación dulzona por masificación del
deseo, por identificaciones alienantes. Expuestos también, aun sin ser los
destinatarios directos del deseo de muerte, a renuncias masivas:
desclasamiento, falta de posibilidad de hacer proyectos, amenaza permanente de
pérdida de lugar, pérdida de referencias éticas.
Salvar lo propio –legítimo derecho de cada uno- se transforma, por un
lado en una proeza y una lucha permanente al borde de la precariedad y el
derrumbe; por otro lado nos coloca como espectadores inermes de una tragedia que
amenaza con devorarnos; por la expulsión o por la seducción[6].
¿Qué efectos produce en la subjetividad una organización de las
desigualdades que vehiculiza un deseo de muerte? El horror objetivo hace
eco en el inconsciente con el terror que nos funda; cobrará valor de trauma si
no es posible metabolizarlo, simbolizarlo y transformarlo en pensamiento y
acción. Sin embargo –retomando a Laplanche- el trauma se constituye en una
paradoja: reproduce dos efectos contradictorios: la imposibilidad de simbolizar
y la necesidad de simbolizar. Paraliza el pensamiento y obliga a pensar.
Los problemas del hombre en
tiempo de Freud eran la represión de la sexualidad; y cuestionó las
consecuencias de la inhibición impuesta por la cultura: era el tiempo de las
neurosis.
Pero cuando Freud amplía su
interés al campo de la cultura, construye conceptos que se articulan con el
problema de la psicosis: el narcisismo y la pulsión de muerte.
Freud advierte: ¿quién puede prever el desenlace? Cuestiona la
violencia de las relaciones sociales, y la parte que le adjudica a la cultura
no es menos importante que la que le corresponde al individuo. Da cuenta de lo
que sucede en la escena pública: las privaciones sociales que pesan sobre
ciertas clases sociales, agregándose a las renuncias fundantes (incesto,
parricidio, canibalismo), ejercen un peso excesivo; “Huelga decir que una
cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los
empuja a la revuelta, no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera,
ni lo merece”[7].
La pulsión de muerte nos gobierna a través del superyó que nos enfrenta
unos a otros y con nosotros mismos. Lo paradójico es que cuanto más terrible es
la exigencia, más grande es la culpa: el poder no perdona, culpabiliza siempre
más; ofrece participar del sacrificio, identificarse narcisísticamente con su
deseo de muerte.
Freud decía que, en estas
condiciones, la posibilidad de que las culturas perduren está en los lazos
libidinales –alienantes- que los sujetos mantienen con el poder que los oprime.
Hay que adherir: “Síganme”[8]. Y donde hay adhesión hay restos arcaicos
de identificación narcisista y amor fusionante. La propuesta es: fusión,
obediencia y sacrificio: Amor A Muerte. La negación de aspectos de la realidad
se hace necesaria pues estos testimoniarían de la destructividad, y revelarían
una organización en la cual una parte de la sociedad, decide y desea la muerte
de otra parte más numerosa.
“Si una cultura no ha podido evitar que la
satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de
otros –acaso la mayoría- es comprensible que los oprimidos desarrollen una
intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan con su trabajo, pero
de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa. La hostilidad de esas
clases es tan manifiesta que ha pasado por alto la que también existe latente,
en los estratos más favorecidos de la sociedad”[9].
Los que dominan no se privan de
nada: la ética de la renuncia no es para ellos.
Freud pide “sostener las ideas
sin concesiones”. Pero atravesamos tiempos feroces –o estos nos atraviesan-
semejantes o peores a los que atravesó Freud. Y él mismo, queriendo –creyendo-
defender, -asegurar- la transmisión del psicoanálisis y mantener las
instituciones, hizo concesiones ilusorias y costosas[10].
¿Qué consecuencias tuvo o tendrá
sobre el psicoanálisis y la libertad de las ideas? Aparentemente a la orden del
día en symposiums y congresos, los temarios incluyen temas referidos al trauma
histórico; incluso parecen “modernos”. Pero si no se dispone a poner en juego
la historia de las instituciones, y dar cuenta de los silencios, no será sino
una forma más de la “verleugnung”, y una reinstalación de la ilusión
fetichista: salvar el narcisismo.
¿Puede escuchar el psicoanalista
y el psicoanálisis? ¿Trabajar las preguntas nuevas?
Cada uno tiene su censura
inconsciente, ayudada por la culpabilidad inconsciente. La historia de Edipo es
ejemplar: cuando empieza a querer saber deja el poder. Yocasta le suplica no
investigar. Edipo se ciega, se castiga y asume la culpabilidad. El superyó
triunfa.
Cada uno de nosotros es Edipo con su deseo de saber y su culpabilidad;
cada uno también es Yocasta que suplica de no saber. Pero uno y otro se
detienen ante un saber más terrible: el de la perversión del padre y de su
deseo de muerte, del que la madre es cómplice[11].
La culpabilidad inconsciente acecha junto al terror y expone a los
sujetos “a la psicosis y al crimen”(J. Lacan) o bien a la “verleugnung”, con
sus consecuencias: la adoración de los fetiches que se ofrecen a nosotros como
ídolos, garantizando, merced a una escisión costosa, contra el terror. Propuesta perversa, que nos hará propensos
a masificarnos en identificaciones narcisistas alienantes ofrecidas por la
publicidad y los medios de comunicación, transmitiendo ideales sociales
individualistas y narcisistas. Estos
son el soporte subjetivo de una estructura cuya base es la riqueza y el poder
de algunos construida sobre el despojo y la degradación de muchos, tratados
como deshechos.
Amenaza de retorno a una nueva versión de la Horda, en la que cada uno
tiene la aspiración de poder colocarse en el lugar del que detenta el poder
–lugar de protopadre- en un cultivo mortífero del narcisismo.
[1] Pensemos cómo se imaginariza
la catástrofe, aun la natural, en el folklore o la mitología: es deseo de los
dioses o los espíritus malignos, y destino para el sujeto.
[2] Deseo de muerte del Otro, que
pesa sobre el sujeto; y deseo de muerte del Otro, por el sujeto, en
identificación mortífera.
[3] “La seducción”. Edit.
Amorrortu.
[4] Recuérdese la TV en la guerra
del Golfo: guerra sin sangre, reducida a un jueguito electrónico, donde la
técnica es lo importante: puntería precisa. ¿Asepsia? O cinismo denegador y
fascinación, promovida a gran escala; toda información pasa por esas imágenes
con ilusión de participación en ese gran festival de triunfo de la técnica,
nuevo fetiche, que oculta el negocio del petróleo y su precio en vidas humanas.
[5] Más allá de la eficacia y de
la necesidad de que la población contribuya a defenderse de los flagelos, al
pasar por alto causas profundas, se censura la verdad –que es política- al
decirla a medias, y se refuerza la culpabilización, como medio para la
dominación.
Se medicaliza el tema, o bien se
responsabiliza a la víctima: “No tenga miedo, tenga cuidado”. El problema sanitario, en su recorte técnico,
sirve de encubrimiento si no analizamos sus causas. Ver mis “Notas para un
análisis de la Institución de la Salud”. IV Jornadas de Atención Primaria,
publicado en Espacio Institucional 1. Editorial Lugar.
[6] Lévy – Strauss señala que las
sociedades son antropofágicas o antropoémicas.
[7] S. Freud. “El porvenir de una
ilusión”. Edit. Amorrortu, XXI.
[8] Presidente Menem en su
campaña electoral.
[9] S. Freud, op. Cit.
[10] Véase la historia de la
Asociación Psicoanalítica de Berlín.
[11] Recuérdese la historia de
Layo: desterrado de su reino traba amistad con Pélope. Traiciona esta amistad
al raptar al hijo de Pélope –bello efebo- para seducirlo. Layo recupera su
reino, pero Apolo, rey de la Verdad, transmite el oráculo acerca de su destino:
éste –ser muerto por su hijo- será el castigo de su perversión. Creyendo poder
torcer su destino y desmentir la Verdad ordena a Yocasta entregar a Edipo a un
servidor para que sea muerto. Y luego sigue la historia de Edipo.
Doctora Gilou Royer de García Reinoso
Julián Alvarez 2797 Bs. As. 1425 T.E. 4826- 0482 e-mail gilourgr@uolsinectis.com.ar