Del 10 al 12 de julio, en la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, se llevará a
cabo el segundo congreso de sociología sobre "Desigualdades Sociales y
Políticas Públicas en el Uruguay de hoy".
Uno de los exponentes será
Denis Merklen, sociólogo uruguayo-argentino, docente de la Universidad de
París, una voz a escuchar atentamente.
Para
aproximarnos a su postura, los invitamos a la lectura del siguiente material:
De vuelta al barrio
Por
G. E.
Sociólogo
nacido en Uruguay, Denis Merklen vivió desde los ocho años en Argentina. Se
formó y enseñó en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) junto a Juan Carlos
Portantiero. Desde 1996 está radicado en Francia, a donde llegó para realizar
su tesis doctoral con Robert Castel sobre la ocupación ilegal de tierras
urbanas en la Argentina desde 1980. Profesor en la Universidad de París 7 e
investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales –donde dirige
un seminario sobre la Argentina–, Merklen se especializa en las prácticas
políticas y en los modos de inscripción territorial e individualización de las
clases populares, tema que analiza en su libro Pobres ciudadanos (Gorla, 2005).
Sus estudios se basan en los barrios populares argentinos y franceses aunque
también realizó investigaciones en China, Haití, Senegal y Uruguay.
Para
Merklen, la liberalización de la economía y la descomposición de la sociedad
salarial durante las últimas tres décadas provocaron en las democracias
occidentales un movimiento de descentralización de la política hacia lo local y
una transformación en las políticas sociales que dejaron de orientarse al
trabajador para centrarse en los habitantes pobres. Según el sociólogo, la
identidad de las clases populares ya no pasa por su inscripción profesional
sino por su inserción en el barrio. Estos cambios implican que las luchas por
los derechos del trabajo sean reemplazadas por luchas contra la pobreza: “Las
luchas políticas del siglo XX se hicieron bajo el modo de conquistas de
derechos que se incorporaban a la ciudadanía. Ahora no es así porque las cosas
que se obtienen nunca se pueden inscribir en el derecho. No se puede legislar
para que un comedor esté abierto eternamente”.
En
su último libro aún no traducido al castellano, Quartiers populaires, (La
Dispute, 2009), Merklen sintetiza sus investigaciones sobre la política de las
clases populares en los barrios y ofrece varias claves de comprensión sobre las
movilizaciones y protestas violentas de los últimos años en Francia y la
Argentina, y sobre la necesidad de considerar las democracias no sólo desde su
calidad institucional, sino también a partir de la fractura social y aumento de
la pobreza en la sociedad.
DIALOGOS › REPORTAJE A DENIS
MERKLEN, SOCIOLOGO
“Los pobres están condenados a
la participación”
Alejado
de las trivialidades y simplismos con que suele analizarse el fenómeno de la
pobreza, Denis Merklen, autor del libro Pobres ciudadanos, propone una mirada
desprejuiciada sobre las clases populares del conurbano. Los barrios, la
política de los pobres, el clientelismo, vistos con una rigurosa matriz teórica
por quien vivió en Ciudad Evita y sigue transitando las calles de las
barriadas.
Por Mario Wainfeld
–Pobres
ciudadanos, el título de su reciente libro, une dos términos que suelen verse
como contradictorios en muchos relatos políticos o periodísticos en boga.
¿Pensó en eso cuando lo tituló?
–Pensé
en eso esencialmente. Pensé en esa lectura que se hace solamente en la
Argentina. Si usted dice lo mismo (“pauvres citoyens”) en Francia la lectura es
“católica”, compasiva. “Pobre ciudadano, qué mal que le ha ido.” Pero no hay la
tensión que se observa acá. La Argentina es un caso paradigmático de un doble
recorrido, más fuimos ciudadanos, más fuimos pobres. Contradice cierta lógica
progresista ¿cómo puede ser que un país se democratice y se empobrezca a la
vez? Ni siquiera los países del Este europeo hicieron este camino, porque no se
han democratizado cabalmente.
–Se
suele decir que los pobres no tienen acceso a la ciudadanía toda vez que “la
política de los pobres” es de segunda. Los pobres son definidos como rehenes,
sometidos a las redes del clientelismo.
–En
realidad, son pobres y son ciudadanos, con todas las fuerzas que esos dos
términos tienen. La pobreza, incluso en casos muy duros, no disuelve la
conciencia del ciudadano. Cuando uno trabaja con gente de sectores populares ve
que tienen una conciencia ciudadana mucho más aguda de lo que podría imaginar a
priori. Esos tipos, que están en condiciones de vida muy embromadas, tienen
posibilidades de desarrollo político más limitadas que otras personas, pero no
debe abusarse del concepto de clientelismo. El clientelismo es un punto de
vista muy fértil para criticar al Estado o al sistema político, porque es cierto
que el deterioro de las condiciones de vida limita las posibilidades políticas.
El problema viene después, cuando se piensa en cómo construir fuerzas
populares. La idea del clientelismo lleva a un callejón sin salida, porque
piensa sólo en términos de dominación negando la potencia que existe para
liberarse.
–¿Cómo
se defiende el que no tiene trabajo o el que trabajando no puede parar
dignamente la olla en el Gran Buenos Aires?
–De
varias maneras. Primero, asociándose con los que viven con él y como él. El
barrio es el gran organizador de las clases populares actualmente. Hay racimos
formidables de organizaciones sociales de toda índole (más o menos estables,
más o menos prósperas) que se vertebran alrededor del barrio. Los piqueteros
son los más conocidos, pero hay organizaciones religiosas, musicales, murgas,
comedores y sociedades de fomento. La miseria empuja a la participación, porque
para ganarse la vida hay que moverse, hay que estar en organizaciones, ir a los
lugares que tienen recursos.
–La
debilidad, según usted, no equivale a pasividad ni a falta de dinámica.
–Porque
sos débil tenés que moverte, tenés que ser astuto. Hay una herencia del
sindicalismo argentino, que es el enganche entre el Estado y los gremios. Las
organizaciones sociales, territoriales, heredaron ese esquema. Yo hice largos
trabajos de campo en La Matanza y conocí a (Luis) D’Elía en sus comienzos, en
1986. El decía: “Vamos a pelear por la tierra, pero la tierra debe ir a la
cooperativa y la cooperativa transferirlos al barrio, porque ése es el único
modo de construir poder popular”. Eso era lo mismo que hacían los sindicatos.
No se reclamaba institucionalizar los beneficios. Las organizaciones lograron
así poder, pero se encerraron en la búsqueda permanente de recursos. ¿Cuál es
el dirigente más exitoso, el más representativo? Aquel que tiene capacidad de
conseguir recursos del Estado. Los pobres quedan condenados a participar de
modo perpetuo. Lo que se obtiene hoy no sirve para el mes que viene, no es un
derecho adquirido. No es una “conquista”. Cuando usted obtenía la jubilación,
la incorporaba. Si le dan 100 pesos tiene que reiniciar sus reclamos mañana.
Por eso las clases populares participan más que las clases medias.
–¿Exigen
o piden?
–Están
atrapados entre zafar de su situación actual y promover (digamos) que el mundo
mejore. Si usted le pone un micrófono a un dirigente le dice que el problema es
el desempleo, pero si habla con un funcionario pide “algo para el barrio”,
“algo para ahora”.
–Básicamente
¿sólo pide planes?
–Planes,
agua potable, alimentos para los comedores, ayuda del municipio porque se
desborda el arroyo, pide que pase una línea de colectivos... Hay una tensión
entre distintas organizaciones. Algunas privilegian el reclamo ciudadano y
consideran todo el resto como una claudicación. Y hay otras que van a apoyarse
más en el principio de realidad, de integrarse más al sistema político.
–¿Cuáles
son, en cada caso?
–En
las organizaciones de la zona Sur (Teresa Rodríguez, MTD) pareciera que el
reclamo de derechos está más presente. En las organizaciones de la zona oeste
(FTV, CCC), están más en una cosa de integración y negociación con el sistema
político. Pero sería falso pensar que están sólo en una cosa y no en la otra.
–No
existe polaridad tipo “revuelta vs. sumisión”.
–No,
depende de un millón de cosas. Cómo obra el intendente, quién es el gobernador,
cuáles son las políticas públicas...
–¿Las
agencias estatales son los únicos sectores interpelados?
–Se
busca en otras organizaciones. Se busca dinero, formación. Todo recurso es
bienvenido. No es que le dé lo mismo el rock que la bailanta o ser católico que
pentecostal, pero eso no quiere decir que esté en condiciones de descartar lo
que no se aviene con sus valores. Debe negociar con todos.
–¿Por
qué no enrolarse o militar todo el tiempo en alguna organización?
–Porque
ninguna de esas organizaciones, ni siquiera el peronismo, está en condiciones
de resolverle todos los problemas en tiempos duraderos. El tipo tiene muchos
años de carreteo, también sabe que quien hoy es todopoderoso, mañana va a dejar
de serlo y no tiene problema en cambiarlo. Coexisten dos registros, el de los
criterios propios y de la conveniencia.
–¿Por
qué sigue siendo una referencia importante el peronismo, que tanto tuvo que ver
con la caída de los trabajadores, con el desempleo, con el desguace del Estado
benefactor?
–El
peronismo tiene un capital simbólico, el de haber representado como nadie a la
clases populares. Y también ha sido el que mejor se adaptó a las nuevas
situaciones, aun cuando contribuyó a destruir el mundo del trabajo. Está mucho
más atado con la realidad. Hubo un momento clave, en el año ’87. El
alfonsinismo, que disputaba las clases populares con la renovación peronista,
se encontraba con los ocupantes de tierras y se preguntaba cómo hacer para
respetar la institucionalidad (violada por las intrusiones) y para no reprimir.
(El luego presidente Eduardo) Duhalde, en la Municipalidad de Lomas, dice “no
me importa que las ocupaciones sean ilegales, eso es un hecho. Yo hago mi
política social a partir de ese hecho”. El peronismo resolvió esa ambivalencia,
sin muchos pruritos legales, pero...
–¿Qué
aprendió usted sobre la cultura popular haciendo trabajo de campo en los
barrios?
–Hay
una forma de sufrimiento de los sectores populares que es la inestabilidad. Las
cosas pasan... o no pasan. El colectivo pasa a veces, en otras, deja de pasar y
en otras pasa con las puertas cerradas, no para. El médico va a la salita, pero
no tiene remedios, los aparatos no andan. Ante situaciones tan inestables, la
gente acomoda el tiempo. Parece jugar con gran habilidad entre la espera (no
hay trabajo, el tipo se sienta y toma mate), y la plena actividad. Si hay
trabajo sale como si tuviera un cohete. Pero si se le propusiera otro ritmo, le
diría “para qué se apurasi no hay trabajo, no se agite si no avanza”. La
persona de clase media goza de mayor previsibilidad. En el barrio, lo
previsible es que nada se puede prever.
–Tampoco
están las radios o la tele avisando de los problemas de tránsito o de
transporte.
–El
otro día estaba en Virrey del Pino, cerca de Cañuelas. Hay que llegar a la ruta
3, la única vía asfaltada donde pasan los colectivos. Después hay que caminar
20 cuadras para el río Matanza. Si los colectivos dejan de pasar por la ruta 3
o pasan con la puerta cerrada y con las luces apagadas no hay nada que hacer
sino esperar. La gente dice “no pude” sin agregar más y eso basta para entender
por qué cada vez hay una dificultad distinta. Hay una cosa que los geógrafos
llaman “la inmovilización de la pobreza”, la pobreza encierra, es muy difícil
comunicarse. Cuando el tipo llegó a la ruta ya hizo una proeza, pero está con
la ropa embarrada y a 30 kilómetros de la Capital.
–Usted
asocia la actividad del “pobre ciudadano” con la imagen del cazador...
–Simplificando,
cuando el cazador aprendió a mantener los animales consigo, los domesticó y se
hizo agricultor. Puede planear todo el año, siembra, cosecha, guarda un poco
para el año que viene.
–En
una situación de empleo estable, los trabajadores son cual agricultores...
–Las
luchas sociales de la modernidad son luchas por estabilizar modelos de vida.
Jornada de trabajo, jubilación, protección contra la enfermedad o el accidente.
Usted vive de su trabajo, pero si se enferma, no se muere de hambre. El cazador
no puede acumular, tiene que salir a diario a cobrar una presa nueva. No puede
reproducir el recurso del que vive. El cazador sale con el arco y la flecha y
debe volver con algo. Va al municipio, a la sociedad de fomento, a la iglesia y
debe volver con algo, un plan o un sachet de leche o remedios para la abuela.
Algo que no se sabe cuánto durará. Los pobres desocupados no tienen
instituciones ni protecciones que les permitan descansarse en una
previsibilidad, lo que hace muy difícil algunas estrategias que les gustan
mucho a los liberales. Formarse, por ejemplo. Formarse ¿para qué? Un
profesional que se forma para un trabajo afín a su especialidad puede hacer un
curso de un mes, pero quien arranca de cero puede tomarse cinco años en formarse.
Todos esos procesos que significan inversiones de largo plazo son muy
difíciles. La vivienda y la tierra son la excepción, porque perduran. Es mejor
ser pobre en su terreno, aunque esté muy perdido, a ser inquilino en un hotel
ubicado en la ciudad.
–¿Qué
está investigando ahora?
–“Agua
más trabajo”, un proyecto del gobierno nacional que apunta a proveer de agua
potable a alrededor de medio millón de personas en La Matanza. Comenzó en 2004.
En un lapso de un año y medio se construyeron redes de agua potable a través de
cooperativas de trabajo, con el municipio y el Enosa. Dos tercios del
territorio de La Matanza. Aguas Argentinas había previsto proveer de agua a esa
zona en 2023. El agua en La Matanza es de pésima calidad. Las cifras de
mortalidad infantil son terribles, aunque no se conocen en su totalidad. Se
armaron 90 cooperativas de 16 personas cada una, la mitad de los socios son
beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. Se les dio capacitación,
herramientas y hacen el trabajo bajo la supervisión de Aguas Argentinas y del
municipio.
–Descríbanos
la experiencia, por favor.
–Hay
un alto grado de improvisación y problemas. Hay lugares donde ya están los
caños, pero no se encontró el agua, por falta de estudios previos. Se creyó que
el agua estaba en napas que, luego se supo, están contaminadas. Se repite la
inestabilidad de la que hablábamos antes: las obras se hicieron, las canillas
se abren, no hay agua. Es el problema más serio, en el Gobierno confían en
solucionarlo más o menos rápido. Hay un paisaje complejo de actores, Estado,
empresas, organizaciones sociales. Cada grupo “tiene” (como si fueran propias)
un conjunto de cooperativas. Cada agrupación decide quiénes la integran, cómo
se organizan. La mitad (entre comillas porque así es la jerga) “pertenece” al
municipio, un cuarto a la CCC y un cuarto a la FTV.
–¿Los
cooperativistas responden a sus mandantes?
–En
principio, deben hacerlo, porque si no, se quedan sin trabajo. Pero, en la
realidad, ninguna organización puede controlar a todos, todo el tiempo. Hay
hechos confusos, tejes y manejes (cooperativas donde trabajan 8 y cobran por
16, manejos poco claros del dinero). Son interesantes, no para descalificarlos
sino para ver cómo se arreglan porque, finalmente, las obras se hacen, los caños
están, las pruebas técnicas dan bien. Es muy interesante ver cómo la gente
desvía lo que la institución dice para darle eficacia en otro sentido, por
ejemplo, para que los que trabajen ganen más dinero que el poco que se les
asigna. Eso no siempre se hace alegremente: hay peleas, denuncias por
corrupción entre cooperativistas. Pero así se hace. Es un contrato de trabajo,
que funciona como uno de caza. Es por cuatro meses ¿y después? No es una
relación contractual de largo plazo. De las 90 que comenzaron, hay 30 que
trabajan a pleno. Cuando comenzaron les decían que se formaran, que aprendieran
contabilidad, la ley de las cooperativas, la tecnología del agua. Bueno, el
tipo va a hacer eso hasta un punto, sabiendo que tiene una relación de cuatro
meses. Como lo haría cualquiera de nosotros.
–¿Y
avanza el proyecto?
–Avanza.
Lo que también sirve para que el tan mentado problema de la cultura del trabajo
no es tan cultural como se cree. No es cierto que alguien que no trabajó nunca
no pueda adaptarse a los ritmos del trabajo, a los horarios, a la disciplina.
Basta con que esa persona tenga una situación de trabajo estable y formalizada
para que, en la inmensa mayoría de los casos, aprenda muy rápido.
–¿Eso,
según usted, sería aplicable a cualquier país y cultura o es una característica
argentina?
–En
cualquier lugar, históricamente fue así. En los comienzos de la
industrialización, cuando los desposeídos de la tierra llegan a la fábrica
dejan de ser campesinos y se hacen obreros,
–Usted
retoma el concepto de “desafiliación” de Robert Castel. Le pido, para terminar,
que nos lo explique.
–El
concepto de “desafiliación” tiene una enorme ventaja. Presupone que la sociedad
es un conjunto integrado por lazos, familiares, de empleo. La sociedad es un
todo, ese sería el estado normal de las cosas. Castel intenta explicar el
momento en que las crisis (de empleo especial, pero no únicamente) las personas
se desenganchan y quedan por fuera, desafiliados. El problema es de vínculos.
Incluso en esos años en que tanto se hablaba del “fin del trabajo”, del “horror
económico” él (muy tesoneramente) porfiaba en que el gran integrador sigue
siendo el trabajo. Quien no tiene trabajo no está liberado, sufre.
Ambos
artículos de : Página 12.com
Denis Merklen, sociólogo
argentino-uruguayo: “Ideales e intereses están siempre mezclados”
Para
Merklen, las clases populares ya no se identifican con la figura del trabajador
sino con la del habitante pobre del barrio. La dimensión local de la política
–señala– coexiste con la pobreza y genera transformaciones en la democracia y
en la ciudadanía que muchas veces son ignoradas o descalificadas al asociarse
con acepciones reduccionistas del clientelismo.
–¿Hay
rasgos comunes entre la política de los barrios en la Argentina y en Francia?
–La
situación argentina y francesa se asemejan mucho en dos aspectos de lo que
llamo la sociabilidad y politicidad de las clases populares. Por un lado, la
pérdida de centralidad del componente trabajo como lazo político. Por otro, la
territorialización de las clases populares, es decir, la gente se piensa a
partir del barrio en el que vive. La identidad social se vuelve entonces una
identidad territorial. A diferencia de lo que afirman la mayoría de los
sociólogos, estas transformaciones no están relacionadas con el desempleo, sino
con el hecho de que el trabajo perdió su centralidad política.
–¿Y
cuáles son las diferencias que observa al comparar los dos casos?
–Uno
de los principales puntos de divergencia entre las clases populares es el modo
en que las instituciones están presentes en el universo popular. En la
Argentina, el Estado está mucho más abierto a incluir en la relación con los
ciudadanos una entidad intermedia: antes era el sindicato, ahora son las
organizaciones barriales o piqueteras. Al transferirle recursos para que la
organización los distribuya, el Estado reconoce su representatividad social.
Los dirigentes barriales buscan por todos lados recursos porque su
supervivencia depende de ellos. En Francia, las organizaciones sociales son
sólo representantes de la voz de las clases populares, pero nunca de la gestión
de los recursos, que continúan distribuyéndose desde una ventanilla municipal.
–¿Cambian
entonces las formas de ejercicio de la ciudadanía de los sectores populares?
–Sí.
Porque en la Argentina al problema sobre quién tiene derecho, se antepone, por
razones prácticas, el problema de quién merece. En las asociaciones barriales
se reconoce que todos aquellos con necesidades tienen derecho al trabajo, a la
vivienda, al comedor, a recibir las frazadas o la leche que reparte la
provincia. Pero como los recursos no alcanzan para todos los que tienen
derecho, se debe tomar una decisión. Entonces se crean mecanismos colectivos
basados en una decisión más o menos arbitraria para ver a quién se le da el
plan o el subsidio. El Estado descentralizó y transfirió esta decisión del
plano nacional al plano local. Es como una fuerza centrífuga que lleva la
política hacia los barrios. En cambio, en Francia esta posibilidad no existe y
sólo se puede pelear por un derecho. Pero no hay que engañarse pensando que en
Francia la distribución de los recursos es universal. En todo caso, es
universal dentro de una categoría definida por el Estado en la cual se incluyen
y se excluyen beneficiarios. También la distribución depende de una decisión,
que se toma a nivel nacional.
–Pero
se podría pensar que la decisión del Estado representa el bien común mientras
que la de las asociaciones se identifican con intereses particulares. ¿Esto no
modifica la participación política de la población?
–En
Francia se afirma que hay una despolitización de la realidad social por la
inmensa desafección electoral, el abstencionismo y la escasa posibilidad de
participación en la toma de decisiones. La burocratización de todos los
criterios de distribución se vive, paradójicamente, como una pérdida de
ciudadanía. En el caso argentino se dice exactamente lo mismo pero por las
razones opuestas: la ciudadanía se ve debilitada porque hay muchos actores
movilizados que quieren meter la mano dentro del plato y por la ausencia de un
criterio claro de decisión. Pienso que son dos modos diferentes de relación
entre el Estado y su ciudadanía y que cada uno tiene sus inconvenientes. Sin
duda la posibilidad de que las instituciones funcionen con criterios más
rígidos y universales favorecería una democracia más justa en cuanto a la
distribución de riquezas y acceso a los recursos. Pero el problema es que
existe una demanda social individual que va en sentido contrario. En las clases
medias, muy pocos están dispuestos a someterse a una norma burocrática donde le
digan usted entra o no en tal categoría. La búsqueda de atención personal
conspira contra un criterio rígido y universal en la toma de decisiones. Nadie
quiere estar bajo el peso de una norma o regla estricta.
–¿Los
modos diferentes de relación entre el Estado y la ciudadanía implican formas
distintas de democracia?
–Me
inclino por pensar de este modo y no por la idea que indicaría que la
democracia progresa hacia una forma ideal que se podría definir, por ejemplo,
en la universidad. Yo propongo restituir el contenido político a otras formas
de ciudadanía y democracia. No significa que todas sean equivalentes. Hay
algunas mejores que otras. Pero un intelectual no puede ubicarse por encima del
resto y decir esto es o no es democracia o ciudadanía. No creo que se pueda
avanzar descalificando o excluyendo del mundo de la democracia o de la
ciudadanía a la política de los sectores populares de los barrios argentinos o
de la banlieue francesa.
–Varios
intelectuales dirían que las clasificaciones ayudan a la comprensión de
transformaciones no del todo claras...
–Toda
clasificación es en sí misma un acto político. La inscripción de las clases
populares en el barrio y su política dentro del juego democrático es el tema de
mi último libro y tiene que ver con mi recorrido personal y mi llegada a la
Universidad de Buenos Aires desde la periferia de la Capital. Yo venía de
Ciudad Evita y, antes, de Uruguay. A los 17 años descubrí un mundo que ignoraba
totalmente: me encontré con una forma intelectual de la política en el momento
en que comenzaba la democracia. En 1984 la carrera de Sociología estaba
acaparada por una reflexión sobre cuál era el espacio de la política. A mí me
interesaba entender qué ocurría con las clases populares, que aprendí a nombrar
así en la universidad pero que era más bien el mundo en que vivía. Y este mundo
no encontraba un lugar para ser pensado en esa reflexión sobre la política
salvo con esquemas de pensamiento muy viejos, como la lucha de clases,
reenviados a los años ’60 o ’70. Cuando llegué a Francia, fue una gran sorpresa
descubrir que los intelectuales reflexionaban sobre la emergencia de las clases
populares de una forma muy parecida a la argentina. Los análisis sobre las
revueltas francesas de 2005 me hicieron mucho eco a lo que había vivido en la
UBA. Curiosamente, los intelectuales franceses tuvieron una discusión muy
importante para calificar o descalificar el carácter político de esas revueltas
violentas. Para muchos de ellos, las clases populares quedaban por fuera de la
política: se afirmaba que los jóvenes de los suburbios no lograban darle una
forma política a su manifestación.
–¿Y
por qué estas revueltas son políticas?
–Cada
14 de julio, en el aniversario de la República francesa, se queman autos. Uno
podría pensar que es un hecho aislado, apolítico. Pero cuando uno va a los
barrios y explora esa microsociología densa, encuentra conflictos cotidianos de
naturaleza política que pueden adquirir la forma de una explosión violenta frente
a un Estado que define los contornos de la participación ciudadana. Con la
quema de autos, estamos frente a este tipo de situaciones. Conviene observar
qué ocurre en el barrio más que reenviar este hecho a un sinsentido que parece
efectivamente desconectado del mundo de la política tal como está contenido
entre los partidos y las instituciones.
–¿Por
los mismos motivos cree que las protestas de piqueteros u organizaciones
barriales son políticas?
–En
la Argentina, los estallidos se han dado en momentos en que la situación era
muy grave, como la hiperinflación y la crisis de 2001, en que la vida y la
muerte de la gente estaba en juego y el Gobierno parecía o incapaz o insensible
a esta situación. O en las provincias, cuando el nepotismo y las formas autocráticas
de los gobiernos hacían imposible la comunicación y la negociación. Cuando la
protesta adquiere esa forma tan violenta, tal vez habría que pensar en un
componente de la definición de la democracia que muchas veces no se toma en
cuenta y que ya era señalado por Emile Durkheim: la posibilidad de la
comunicación entre el Estado y la ciudadanía. La democracia implica no sólo la
representación, sino también la capacidad de escuchar. ¿Por qué en Francia son
más frecuentes las protestas violentas que en la Argentina? Porque está menos
presente localmente el componente de negociación. Cuando los piqueteros cortan
una ruta, negocian para que se repartan tantos planes jefes y jefas de hogar.
Hay un problema en el razonamiento cuando se piensa a los piqueteros como una
organización de desocupados. Efectivamente, se puede decir que reclaman por
trabajo. Pero no es eso lo que pueden obtener. Y no es el trabajo que permite
que se retiren de la movilización violenta y levanten el piquete, sino la
negociación de otros bienes y recursos. En Francia esto es imposible. Cuando
los jóvenes protestan están solos frente al Estado nacional. Entonces las
respuestas son inexistentes o muy masivas.
–¿Cómo
podemos entender la ciudadanía si el trabajo no está en el centro de las reivindicaciones
políticas?
–La
discusión sobre la ciudadanía tiene un gran valor en América latina, como
muestra claramente Guillermo O’Donnell. Pero hay otro modo de pensar el
problema de los ciudadanos que no está relacionado con una definición de ciudadanía
que nos permitiría decir quiénes son o no ciudadanos, sino con la politicidad,
que son distintos modos de relacionarse políticamente en los regímenes
democráticos. Aquí se dan formas de participación ciudadana complejas. El modo
de participación política de quien tiene sus necesidades básicas satisfechas no
es el mismo de quien no las tiene aseguradas. El peso de la necesidad modifica
la relación con la política. Hay gente que es efectivamente ciudadana y
realmente pobre. Querer separar el mundo de la política de la forma en que las
políticas se implementan, significaría armar una democracia puramente formal,
sin contenido para los debates. Uno no puede estar por fuera de la política.
Precisamente, la pérdida de fuerza del mundo asalariado ha politizado a las
clases populares porque en gran parte su supervivencia depende del Estado. Yo
suelo decir que los pobres están condenados a la movilización permanente porque
las cosas que necesitan para vivir las consiguen en el mundo de la política. Y
esto conduce a que el clientelismo se vea como un problema muy importante en
las democracias.
–¿Y
el clientelismo no es un problema?
–Que
grupos políticos del Estado se sirvan de los recursos a disposición para
controlar la voluntad política de la gente es un hecho evidente cuando hay
sectores de pobreza masivos. No son cuestionables las teorías que piensan el
clientelismo desde esta perspectiva. Pero el clientelismo es un concepto que
fue pensado para los mundos rurales donde el patrón de una estancia se
presentaba en una elección y decía que su voto valía por el de sus 200
campesinos. Hay una carga de este fenómeno que es excesiva trasladada a la
Argentina, porque en los barrios populares hay un mundo de competencia política
entre los partidos y grupos políticos que se da en un espacio público
verdaderamente abierto. El margen de decisión política de cada ciudadano es muy
importante: los habitantes de los barrios pobres de Buenos Aires se encuentran
solos en el cuarto oscuro para votar. No quiere decir que el clientelismo no
exista ni que sea ineficaz en todos los casos. Pero aquello que llamamos
clientelismo es una forma de negociación compleja donde incluso los más pobres
tienen mucho más poder de lo que se cree y son más ciudadanos de lo que uno
podría admitir si lo piensa a través del fenómeno clientelar.
–En
la provincia de Buenos Aires la competencia política es acaparada por el
peronismo...
–Es
cierto, pero no quita que la competencia sea feroz. Aquí hay otro problema que
merece ser pensado: ¿qué pasa con la oferta política? ¿Por qué el peronismo
tiene un lugar tan importante? Creo que una posible respuesta es que el
peronismo tiene una tradición política con más capacidades para entender este
tipo de relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Dentro del juego clientelar,
varios dirigentes peronistas tratan con más cuidado y respeto a sus “clientes”.
Con pocos recursos literarios, Duhalde dijo que el 2001 enseñó que con la gente
no se jode. Esto significa que no hay una manipulación total. El clientelismo
también tiene que ver con los derechos, el honor, el respeto, con una cantidad
de dimensiones de la vida política que también están en juego en las capas más
pobres de la sociedad. No se puede pensar el clientelismo tal cual como es
descripto en la literatura, porque se caería en una visión compasiva (la pobre
gente que es manipulada) o despreciativa (la gente vota por los que otros
deciden). Algunos dirigentes sociales con mucho poder en los barrios se lanzan
a la batalla electoral y no obtienen votos. Por ejemplo, en el caso de Luis
D’Elía, la gente no autorizó que su autoridad política se trasladara de un
dominio al otro. Y esto requiere perspicacia, inteligencia y un análisis fino
de la política.
–¿Qué
cambió con el kirchnerismo respecto del duhaldismo y el menemismo en la
política de los barrios?
–Absolutamente
nada. En algunos casos, son otros los actores. Pero el modo de relacionarse es
exactamente el mismo. El problema es que esta especie de consolidación de la
relación política vuelve muy difícil una evolución hacia una
institucionalización, universalización y burocratización mayor del mundo de la
política. Creo que el gobierno actual perdió una oportunidad muy importante de
avanzar en este sentido y, probablemente con otro proyecto político, terminó
cediendo al mismo tipo de prácticas de sus predecesores en el afán de ganar
elecciones. Este modo efectivo de funcionamiento está instalado en la
democracia y sólo puede ser cambiado desde el Estado a través de la
modificación del modo de acceso y de distribución de los recursos.
–¿La
pobreza no altera la idea de democracia como un régimen político basado en la
igualdad?
–Observo
que desde hace 25 años hay mucha gente pobre y que la democracia funciona. Hay
dos modos de ver esto. Una es criticar a la democracia y decir que no resuelve
nada porque efectivamente la gente se muere de hambre. Otra es intentar
comprender como coexiste la pobreza con la democracia. Es una coexistencia en
tensión permanente, donde hay violencia, corrupción, clientelismo y formas
degradadas de la política si uno las piensa bajo el modo de una democracia
ideal. Hay distintos niveles de corrupción de este ideal y sería irresponsable
contentarse con decir que no hay democracia porque existe la pobreza. La
Argentina vive en democracia hace 25 años. Es un régimen establecido. Pero
indudablemente el proceso de democratización no podrá avanzar si no se resuelve
la cuestión social, la enorme fractura de la sociedad.
–¿Esta
fractura se relaciona con la retirada del Estado en la economía y en la protección
social?
–Sólo
parcialmente. En la Argentina, la protección social nunca estuvo en manos del
Estado. Eran los sindicatos que daban el acceso a una cobertura de salud. Más
que con la retirada del Estado, las transformaciones en las políticas sociales
están relacionadas con los cambios en la redistribución de los recursos: lo que
antes se distribuía a través del salario, ahora se distribuye hacia el
territorio. Curiosamente esta medida fue preconizada por todas las
organizaciones internacionales como una forma de democratizar las políticas
sociales porque significaba llevar la decisión a la proximidad y darle lugar a
la participación mientras que los sindicatos se veían como grandes estructuras
burocráticas que manipulaban los recursos. Evidentemente, este desplazamiento
no solucionó nada respecto a la corrupción y probablemente agravó la situación.
Pero hay que reconocer que en este modo hay efectos democratizadores de
ciudadanía que se producen a nivel local de un orden distinto a los que se
veían antes. En este contexto, la figura central es el habitante del barrio que
se convirtió en ciudadano.
–Está
rompiendo con un sentido común sobre la manipulación de los sectores populares
y su falta de autonomía individual...
–Sí.
Rechazo la idea de que a la gente la llevan por la nariz como el dueño de una
estancia que pasea el toro por la Rural. Esto no se corresponde con la
realidad. No hay nada que un habitante de un barrio popular deteste más que la
posibilidad de sentirse manipulado. Claro que se reparten choripanes y dinero
para que la gente vaya a los actos. Pero esto no determina su voto. Alcanza con
escuchar las risas y burlas de la gente cuando dicen: “Le comimos todos los
panchos a Fulano y él se creía que lo estábamos apoyando”. Son juegos
complejos, negociaciones. Creer que la gente va libremente a una manifestación
sólo porque adhiere a una opinión, a un ideal, significaría pensar que las
clases medias que se reunieron en los actos de apoyo al “campo” no tenían
intereses en juego además de sus convicciones. En el caso del conflicto del
“campo”, no todos eran los más acérrimos defensores de la libertad, la
democracia y la transparencia. También defendían un modo de vida, un tipo de
relación con el Gobierno e intereses económicos, a pesar de que una porción
ínfima fueran propietarios rurales. Ideales e intereses están siempre
mezclados. ¿O acaso la Revolución Francesa se hizo sólo porque la gente creía
en la libertad?
Por Gabriel Entin
En Desde Abajo la otra
posición para leer
ENTREVISTAS A DENIS MERKLEN,
SOCIÓLOGO FRANCO-RIOPLATENSE
“LA CRISIS DEL EMPLEO ES EL
PUNTO EN COMÚN ENTRE LOS JÓVENES DE AQUÍ Y LOS DE FRANCIA”
Denis
Merklen es rioplatense en el sentido estricto del término. Nació en Montevideo
en 1966 y años después cruzó el charco para formarse en la universidad porteña
que sobrevivió a la dictadura militar.
Como
profesional, siempre entendió que las teorías sociológicas se estudian en las
calles y en los barrios. Allí lo conocí, en los asentamientos urbanos del
partido de La Matanza, a fines de la década del 80.
Actualmente
reside en Francia donde es maître de conférences de la Universidad Paris 7, e
investigador del Centro de Estudio de Movimientos Sociales de la Escuela de
Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris, situación que le permite cada
tanto, darse una vuelta para ver como va la cosa en su terruño.
Aprovechando
su visita, conversamos sobre la reciente revuelta juvenil en Francia y sus
posibles puntos de contacto con la situación que se vive en Argentina
¿Qué
similitudes y diferencias encontrás entre los jóvenes excluidos del sistema
francés y los jóvenes en esta situación en el Conurbano Bonaerense?
La
primera cosa obvia, pero que hay repetir, es que de ningún modo los jóvenes
franceses tienen la sobrevida en juego, no es un problema de miseria económica.
Hay
desigualdad, exclusión y hay discriminación racial. Pero, desde el punto vista
material, es innegable que ellos están inconmensurablemente mejor que cualquier
pibe de un barrio popular de acá, de eso no cabe la más mínima duda.
En
Argentina la lucha por la sobrevida material lo cruza todo.
Ahora,
¿cuál sería el punto común? ¿Cómo acercar dos cosas que son tan disímiles?
Creo
que la respuesta es la crisis del empleo. El hecho de que no hay trabajo y de
que el trabajo que se encuentra no permite garantizar un futuro para muchos
jóvenes.
Los
pibes se sienten encerrados en la situación en la que están y sienten que no
aparece el horizonte. Ese es el punto en común entre los jóvenes de aquí y de
allá.
Esto
se manifiesta en Francia de una forma distinta a la Argentina, allá la que te
cierra la puerta en la cara es la escuela, la institución escolar.
¿Por
qué la escuela?
Porque
la escuela organiza toda la estructura social y las posibilidades de moverse
dentro esa estructura pasan por la escuela. Es casi imposible tener una
estrategia de jugar en el mercado puramente, no podés ser un tipo con
iniciativa y vivo, y sin tener diplomas desenvolverte igual. Podés ser un tipo
con iniciativa y vivo si tenés un piso de diplomas. Y eso es por la estructura
del mercado de trabajo francés.
Hace
muchos años, Francia apostó a un contenido en tecnología muy importante en su
estructura productiva y eso hace que necesites un diploma para todo. Al mismo
tiempo, como hay mucho desempleo, las empresas reclutan sobrecalificadamente.
Verdaderamente todas las puertas de entrada son con muchos años de estudio. El
bachillerato es el zócalo mínimo y más bajo, y actualmente hay muchos pibes que
salen antes del bachillerato.
El
problema de la sobrecalificación es un fenómeno que también se presenta acá,
por eso, deduzco que la diferencia es la valoración de toda la trayectoria de
los chicos en la escuela y no solamente el título.
Si,
las notas de la primaria determinan tu carrera secundaria, y un año va a determinar
las posibilidades sobre el otro.
Principalmente,
lo ocurre es que los que no tienen determinadas notas tienen las puertas
cerradas en todos los estudios que vienen después.
Pensando
en el contexto argentino, ¿esto se da en el ámbito de la educación pública y
privada?
No
hay una oferta privada significativa. La oferta privada es por razones
religiosas, en ese caso, no juega el punto de vista económico.
Hay
un solo caso en que el sector privado cumplen un papel importante, y es el de
las escuelas de comercio y empresariales.
Pero,
sin dudas, si existe una lógica social de privilegiar la trayectoria escolar,
¿este sector también se debe guiar por esta política?
Así
es. Además, esas escuelas apuntan a cuadros medios y cuadros altos del sector
del marketing y el comercio. Es por todo esto que hay un sentimiento tan duro,
porque el que se queda afuera sabe que no tiene ningún modo de entrar por un
camino alternativo.
Las
vías alternativas están muy reducidas, y esto aparece en Francia como una demanda
muy fuerte de la sociedad en el sentido que pareciera que hay un solo sentido
para todo.
Mucha
gente siente que tiene talento y que podría hacer cosas, pero quedó fuera de la
escuela.
Ha
habido intentos de políticas públicas para hacer el sistema un poco más
flexible. Dentro de ellos, hay un mecanismo que se llama “validación de la
experiencia adquirida” para que la gente con experiencia laboral pueda
certificarlo a través de un diploma y seguir estudiando. Por eso es que la
escuela ocupa un lugar tan importante.
Muy
diferente de lo que ocurre aquí, que todo responde más al orden de la
económico. Francia se parece más una jerarquía social estructurada por la
escuela, que a un mercado donde todos compiten.
En
Argentina, muchos críticos del sistema mencionan que la escuela, para un gran
sector de los jóvenes –generalmente los sectores más desfavorecidos-, actúa
como un “colchón social”, es decir, un lugar donde tener a los chicos quietos,
ocupados hasta que entran en el mercado laboral o deambulen como desocupados,
¿eso se da en Francia?
Muy
poco, porque el sistema educativo no lo permite. No se puede repetir en
Francia, porque hay que cambiar de escuela. Funciona como un sistema donde el
rendimiento del alumno es muy importante, es casi imposible perder el tiempo en
la escuela.
Fenómenos
como los que ocurren acá, por ejemplo, estudiantes que hacen 10 años que están
repartiendo volantes en la puerta de la facultad, en Francia no son posibles
porque el sistema los expulsa inmediatamente. Cuanto más básico es el sistema
escolar más rígido aún. Se va haciendo más abierto en la medida que uno
evoluciona, uno va dando pruebas de que va a ser capaz de ser autónomo.
Ahora,
como hay una franja de chicos que está dejando la escuela sin tener el
bachillerato, el gobierno está proponiendo alternativas de formación para
jóvenes menores de edad, hay un gran debate. Esto se da como respuesta a las
revueltas.
La
percepción es que hay muchos chicos que están debajo de los edificios sin nada
que hacer, entonces la idea es ¿qué se le puede ofrecer a un chico que salió de
la escuela y no logra entrar en el mercado laboral? El gobierno quiere proponer
formación con experiencia laboral, lo que significaría poder entrar a trabajar
en horarios reducidos antes de la mayoría de edad. El gobierno plantea hacerlo
a partir de los 14 años, la izquierda se opone dicen esto es volver a llevar
los niños al trabajo.
En
tema de números, en Argentina se calcula en medio millón los chicos entre 13 y
19 años que están fuera de la escuela y del mercado laboral, ¿Cuáles son los
números en Francia?
Allá
las cosas son diferentes. Los chicos que están quedando fuera del sistema
escolar antes de terminar el bachillerato se estima en 15 mil al año. Lo que
los franceses consideran trabajo precario (trabajadores que están bajo
contrato), es el 6% de la población. Acá tenemos alrededor de un tercio de la
mano de obra en negro. Acá consideramos que trabajar bajo contrato es un buen
estatus laboral, eso da una medida de la diferencia desde el punto de vista
material.
Por
ejemplo, estoy trabajando en un programa de acceso al agua potable en La
Matanza. En este partido del conurbano hay 400 mil personas sin agua potable, y
700 mil sin cloacas, eso sólo es el distrito de La Matanza. En cambio, en
Francia, esa cifra es prácticamente cero, no hay un habitante que no tenga agua
potable, cloacas, recolección de residuos, calefacción, es prácticamente cero.
En
tu función de profesional que viene al país regularmente, ¿qué avances y que
retrocesos ves en las políticas sociales, pensando, particularmente, en los
jóvenes?
Hay
una cosa que me parece muy importante, una preocupación en todos los actores
relacionados con el trabajo social, hay un convencimiento que el principal
problema del país es el empleo. Esto no era así en 1996 o 98, y no porque no
hubiera problemas de empleo, sino porque se pensaba que el problema era otro.
La dificultad es que seguimos estando en condiciones en las que rearmar el
mercado de trabajo es un desafío inmenso y eso es lo que uno ve como muy duro.
Este
programa “Aguas más trabajo” en el que estoy trabajando se va a replicar como
modelo con una muy buena voluntad, pero la verdad es que la gente que está
trabajando lo hace en condiciones lamentables, y está siendo empleado por el
Estado.
Hay
una degradación de los umbrales de lo aceptable, están ganando un salario que
está debajo del salario de subsistencia y trabajando en condiciones de empleo
de altísima precariedad, sin cobertura social, con inmensos niveles de
precaridad contractual.
Hay
una preocupación importante, pero que el piso del que se parte es bajísimo, y
(sin bien) estamos en un contexto en que parece que la preocupación de Estado
es seria, el camino para recuperar el empleo es un camino muy largo.
Recién
dijiste “todos los actores”, ¿quiénes serían los actores que están
interviniendo en este proceso?
El
Estado nacional, municipios, la gente que está directamente ligada a las
políticas sociales, funcionarios ligados con otras secretarias que nunca
hubieran tomado este tema como central de su gestión. Vas a hablar con el
Secretario de Obras Públicas del municipio y te dice el problema central que
tenemos es el desempleo, lo mismo te dice el Secretario de Acción Social, el de
Salud Pública. Pareciera existir una unión de intereses y preocupaciones.
En
cuanto a las organizaciones sociales, algunas con las que he hablado,
-movimientos de piqueteros, asociaciones barriales, etc-, están muy contentas
con el éxito que han tenido en posicionarse como gestores de la política
pública, y tal vez han bajado un poco la guardia respecto de cuales son los
caminos de salida y en el rol que ellos tienen como apuntadores de la agenda
social.
Parecen
secretarios de Estado que están contentos con las realizaciones que hacen y no
tanto con la situación general de la población. Te dicen: “estamos haciendo 30
viviendas en tal lado”, “estamos poniendo caños en tal otro”, “hemos creado
tantas cooperativas”. Están muy preocupados en observar el crecimiento de sus
organizaciones, y esto es un poco complejo porque empiezan a ver el “progreso
social” a través del crecimiento de sus organizaciones y esto me parece un
retroceso, porque no coincide, de ningún modo, con el progreso general de la
población.
Y
al mismo tiempo empiezan a ser vistos por los beneficiarios de estos programas
como gestores que entran en las generales del sistema político y no tanto como
actores con otra voz y otra propuesta ética.
José Luis González
La revuelta juvenil en Francia
Extracto de la exposición de
Denis Merklen
desarrollada el 9/12 en la
Facultad de Ciencias Sociales de la UBA
Es
difícil transmitir una imagen diferente de aquella que llega a través de los
medios. En este caso, la imagen televisada jugó un papel muy importante, sobre
todo, porque los propios jóvenes de los barrios trabajaron con lo que ellos
sabían que los medios iban a hacer. De otras revueltas aprendieron que cuando
rompen un auto no viene la tele, cuando queman si, entonces aprendieron que
tienen que quemar.
Entonces,
(luego que murieron los chicos en el transformador eléctrico), pasó algo que se
produce cada vez que se produce un hecho de esta naturaleza, y que ya tiene
características rituales en Francia: los jóvenes de estos barrios salieron a
protestar, y el modo que tienen de protestar es romper todo.
En
este barrio pasó exactamente eso, que no hubiera llamado la atención, ya que
ocurre dos o tres veces por año desde hace mucho tiempo. Pero el Ministro del
Interior, Nicolás Sarkozy, que es un político que tiene muchísimas
posibilidades de ganar las próximas elecciones a presidente, calificó a los
jóvenes de “canallas” y dijo que había que ir a limpiar los barrios de este
tipo de gente. Inmediatamente después, fue como si se hubiera extendido un
reguero de pólvora, eso si fue novedoso, nunca antes había pasado, en muchos
barrios salieron los pibes a romper todo y fundamentalmente a quemar los autos.
Esta
situación se prolongó durante dos semanas, el resultado es bastante
espectacular: se quemaron 9 mil autos, se quemaron 3 ó 4 escuelas, se atacaron
estaciones policiales con bombas Molotov y con piedras. Cada uno de estos
blancos elegidos era muy preciso: escuelas, seccionales de comisarías y
empresas de transporte urbano y empresas de zonas francas contra el desempleo,
que no tomaban a estos chicos.
En
cuánto a los partidos políticos, todo iba ocurriendo día a día. En los primeros
días todos estaban callados porque tenían miedo de “meter la pata”. Finalmente,
todo el arco político de la derecha empieza a ocupar el espacio y empieza a
pedir seguridad y que se termine el problema.
Los
acontecimientos se terminaron cuando el gobierno tomo medidas legales, y mandó
a la policía a terminar con las revueltas. El resultado fue tres mil jóvenes
presos, y sólo 150 de ellos extranjeros.
Cabe
destacar que la policía fue muy eficaz y cautelosa, de los tres heridos durante
los disturbios no hubo ningún herido por parte de la policía en la represión.
Los
porques
La
discusión en Francia sobre si esta revuelta era un acto político o no, me hizo
acordar a los debates que había vivido en Argentina sobre si los estallidos,
los piqueteros, las ocupaciones de tierra, eran actos políticos o no.
Algunos
sociólogos muy importantes y que están bien a la izquierda del abanico
ideológico calificaron a lo que está ocurriendo como actos “protopolíticos”,
eso fue lo más lejos que se llegó.
A
mi me parece que hay que leerlos como actos políticos, y que hay algunas veces
que quemar un auto podía ser un acto político, como también lo es calificar a
quien lo quemaba de delincuente en este intento de correrlo del campo de las
acciones legítimas.
Ahora
bien, hay algo que es muy difícil de asimilar para la opinión pública, y es que
hay nuevas clases populares y que no son obreros.
En
general, los sociólogos franceses cuando se acercan al mundo popular tienen un
reflejo que es el de tratar de entender esas nuevas clases populares
comparándolas con la clase obrera, por el peso y la tradición que tuvo la clase
obrera en Francia. Pero todo lo que se escapa a ese universo es muy difícil de
ser pensado.
En
ese juego de interpretaciones surge con mucha fuerza, y esto creo que va a
tener mucha importancia en los años venideros en Francia, la cuestión racial,
la cuestión étnica y la cuestión de la inmigración.
En
este contexto, todos los datos sobre las clases populares son profundamente
ambiguos: en Francia no hay prácticamente trabajo en negro. Actualmente el
desempleo llega casi al 10%, pero prácticamente todos están cubiertos por el
seguro de desempleo u otras formas de protección de ingreso, por lo cuál hay en
Francia una situación de cuasi ingreso universal. Pero el desempleo entre los
jóvenes llega al 22 %, y el distrito donde empezaron los problemas, uno de los
lugares donde es más dura la situación, el porcentaje de desempleo es más alto.
Y
el último dato es que el 13% de la población de Francia es inmigrante.
Estos
guarismos son muy superiores en las cites, en los barrios construidos por el
gobierno y donde se concentra la pobreza, el desempleo y la inmigración.
¿Cómo
ha respondido el Estado en los últimos años? A través de dos mecanismos
principales: la creación de empleo público subsidiado, y por otro lado, una
política pública de los años 80, que trata de una política urbana de promoción
de los barrios centrada en el subsidio a una red de organizaciones barriales.
Esa
política social se inicio con una revuelta similar en los años 80, y la
respuesta fue integrar a todos esos jóvenes, principalmente de origen magrebí,
a dispositivos de política social importantes y que todavía perduran.
Entonces,
una de las cosas que están en el fondo del debate es si las políticas sociales
de los últimos 25 años sirvieron para algo. Siguiendo el razonamiento que esto
no sirvió para nada, muchos políticos dicen: “hay que tirar el modelo francés a
la basura y empezar con otra cosa”. Este es el discurso del ministro Sarkozy.
Ahora
bien, desde el 2002, el gobierno -en poder de la derecha- ya hizo mucho de todo
esto, esencialmente tomó tres medidas que tuvieron un impacto muy violento
sobre los barrios:
•
suprimió absolutamente todos los empleos subsidiados;
•
recortó de un modo muy fuerte los subsidios a las asociaciones barriales;
•
suprimió la “policía de proximidad”, una medida del gobierno socialista donde
los policías iban a los barrios y tenían actividades preventivas con los
jóvenes.
Cuando
asumió Sarkozy, en el 2002, en su discurso dijo: “la policía no está para ir a
jugar a la pelota a los barrios, está para reprimir” y suprimió esta política.
Se
conjugó con todo esto una coyuntura del empleo muy desfavorable, entonces, algo
que apareció inmediatamente después que los jóvenes salieron a romper todo fue
que los vecinos de los barrios que hablaban en televisión decían “esto no daba
para más”, “todos sabíamos que esto iba a explotar, sólo esperábamos cuando”.
Declaraciones de ese tipo fueron unánimes, a tal punto que el gobierno cuando
termina la revuelta dijo: “cometimos un error suprimiendo todas las ayudas,
vamos a reestablecer inmediatamente algunas, fundamentalmente la plata que se
destinaba a las asociaciones”.
Otra
cosa que quedó claro es que el sistema político tiene una inmensa dificultad
para comunicarse con los barrios, incluso la izquierda ha quedado afuera de
este sector popular.
Entonces,
surge la pregunta: ¿estos chicos que salieron a quemar autos, a quién van a
votar en el 2007? Es difícil por que hay un problema de oferta, pero a su vez,
es una hipótesis bastante improbable por que esos jóvenes no van a ir a votar.
Aquí
hay un problema que tiene que ver con el descrédito de los partidos políticos
en el mundo popular, pero, (en este mundo popular) también debe ser leído en
términos generacionales.
En
Francia, convertirse en francés es un camino mucho más largo que en Argentina,
aunque se sea francés legalmente, ser reconocido como autóctono es un camino
muy largo. Eso quiere decir que un nieto de inmigrante sigue siendo inmigrante,
pero la verdad es que esto que la sociedad francesa dice es complicado, por que
esa gente creció y fue a la escuela en Francia y cuando esas personas van a
Argelia, por ejemplo, son perfectos extranjeros.
¿Pero
qué pasa entre la primera la segunda y la tercera generación? La segunda
generación es aquella que hizo más o menos las mismas revueltas que ahora en
los años 80 y que fueron luego integrados a través de las políticas de los
gobiernos socialistas de los 80 y 90.
Entonces,
una parte importante del conflicto que se expresa en la revuelta juvenil, es un
conflicto entre esas dos generaciones, y es un clivaje que atraviesa muy
profundamente estas nuevas clases populares,. Se trata de un corte
generacional, pero fundamentalmente actitudinal: qué actitud tomar frente a la
sociedad, frente al sistema político, frente a las instituciones.
Todo
hace pensar que los jóvenes salieron a decirle a sus hermanos mayores y a sus
padres: “ustedes se dejaron engañar durante veinte años con esos dispositivos
que no sirvieron para nada, porque ahora estamos desempleados, sin subsidios,
sin créditos. Nosotros les vamos a mostrar que en una semana vamos a ir mucho
más lejos de los que fueron ustedes”. Es decir, hay una lucha dentro de los
barrios para decidir cuáles son los modos de acción, cómo hay que hacerlos,
quién controla los barrios, y esto es muy fuerte.
De: Revista La Lupa de Fundación SES