IX
JORNADAS DE SOCIOLOGíA UBA - Pre ALAS Recife 2011
EXPERIENCIAS
DE LIBERADOS DE CÁRCELES DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES. UN ESTUDIO DE CASOS.
Autor:
Lic. Fabián Viegas Barriga
Licenciado
en Comunicación Social.
Doctorando
en Ciencias Sociales UNLP con apoyo CONICET
Instituto
de Investigaciones Gino Germani
E-mail:
fabianviegas@gmail.com.
Resumen
Asistimos a un conglomerado de políticas estatales que devienen
contradictorias.
En torno a un Estado que ha propuesto la política de derechos
humanos como eje
del crecimiento democrático y la inclusión como objetivo
primordial, las prácticas
de las agencias de control social del sistema penal reproducen la
lógica del Estado penal, definido en torno al gobierno de la
excedencia y la demagogia punitiva, produciendo una multiplicación
de trayectorias tortuosas para los sujetos más vulnerables de la sociedad que
han sido presas del secuestro institucional.
Otras investigaciones han demostrado que dentro de las cárceles
argentinas, y en particular en las de la Provincia de Buenos Aires, se realizan
cotidianamente hechos
y prácticas de “tortura, malos tratos, tratos degradantes y
crueles por parte de las fuerzas de seguridad hacia las personas
detenidas, muertes evitables bajo custodia estatal, proliferación de prácticas
aberrantes documentadas en los espacios de encierro, (y) la mercantilización
de todos los intercambios en los espacios carcelarios”. Esta sociabilización
impuesta se traduce en una des-subjetivación que violenta trayectorias de
vida que en su mayoría ya han atravesado las penurias propias del precariado.
De ello nos ha surgido la pregunta sobre qué experiencias y mediaciones
suceden en el extramuros para los ex detenidos de la Provincia de Buenos Aires que
han pasado por los complejos trayectos de la prisionización. En este sentido
marcaremos algunas dimensiones sobre el trabajo de campo inicial llevado a cabo
en el marco del proyecto
doctoral “El estigma del muro elástico. Experiencias y
mediaciones en el contexto extramuros de ex presos jóvenes de la Provincia de
Buenos Aires”.
Introducción
“El
proceso penitenciario comienza desde que entraste y dejaste de ser vos.
De
ahí en más, mientras te enseñan a vivir en cana, sos un preso. Y después,
cuando salís a la calle, seguís siendo un preso, porque te hicieron un preso”
Mariano,
42.
La territorialidad de los
casos responde a la representatividad de las cárceles bonaerenses, por lo que
mayormente resultan oriundos del Conourbano Bonaerense y Gran La Plata, un solo
caso vivió hasta hace poco en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires2.
La
pregunta inicial de esta investigación hacía hincapié en el impacto de la
cárcel sobre las subjetividades y relaciones de las personas que habían pasado
más de tres años detenidas.
Fueron
apareciendo de las reflexiones dos problemas que atravesaban este campo de análisis.
Ello está referido a las nociones de impacto y subjetividad con las que se
venía trabajando y que, en cierta forma, disponían o encorsetaban la mirada. Si
bien en muchos aspectos es posible diferenciar cuestiones que hacen al proceso
de prisionización en los sujetos liberados, al observar situaciones de
vulnerabilidad -y por las propias particularidades de la selectividad penal-,
no siempre era posible identificar qué de su degradación social, económica y
afectiva, representaba un “efecto” de la institución total. La búsqueda de un impacto
implicaba entonces una mirada direccionada a ciertos aspectos esperados
de la cárcel. Por otro lado, la idea de subjetividad que venía trabajando,
estaba fuertemente arraigada al individuo, lo que le confería una dinámica
psicologizante. Por ello, la idea de trayectorias sociales, que no deja de lado
los posibles impactos ni la subjetividad, ya que es un trabajo que recupera la
perspectiva de los actores, habilita la incorporación de otras variables
que aparecen en las múltiples experiencias de vida; cómo estas median, por un lado,
la relación con la cárcel y, por otro, cómo median en sus redes de sociabilidad
y experiencias post cárcel. A esto es importante sumarle la posibilidad de
tener insumos de comparación entre trayectorias con diferentes rasgos
particulares que compartan la experiencia carcelaria.
Aspectos
del enfoque metodológico
En
tanto a lo metodológico, las necesidades de observar no sólo los aspectos
discursivos que hacen al relato de los actores, sino también a aquellos que dan
cuenta de las prácticas internalizadas (emboiled), de las interacciones
sociales, y las características físicas, gestuales y contextuales, llevó a
utilizar la perspectiva etnográfica. El relato sobre los casos se construyó a
partir de la observación participante y el registro de campo de esta
perspectiva (Guber, 2004), esto implicó seguir el desarrollo de las relaciones,
explicitando el objetivo de la investigación
a los sujetos y con algunos supuestos teóricos encima, pero dejando que las circunstancias
que aparecían fuesen modificando el recorrido. De esta manera, relajando la pregunta
y tensionando la reflexión sobre las relaciones, fue posible encontrarse con
aquellas prácticas y naturalizaciones que hacían sentido en la cotidianidad de
los actores.
Las
observaciones se realizaron acompañando la vida cotidiana de los sujetos con
entrevistas abiertas, a veces registradas en formato digital y otras a puño y
letra. En algunos casos implicó largas horas de charlas frente a la televisión,
otras tomando en una esquina, participando de encuentros de amigos y vecinos,
juergas o “escapadas”, o acompañando a familiares a juzgados y cárceles.
Para
pensar cómo analizamos y actuamos en relación a los actores observados, la
sociología reflexiva que propone Bourdieu nos resulta la propuesta más certera.
Se trata de objetivar, en primer lugar, la posición que el propio analista
ocupa en el campo académico y, por extensión, en el campo del poder.
“…invertir
la relación «natural» del observador con el universo que estudia, de tornar exótico
lo familiar y familiar lo exótico; todo ello a fin de explicitar lo que, en
ambos casos, [lo que] suele admitirse como evidente (“taken for granted”), y de
manifestar en la práctica la posibilidad de una objetivación sociológica
completa del objeto y de la relación del sujeto a su objeto - que es lo que yo
llamo objetivación participante”(Bourdieu, 1992: 48, en Giménez, 1999:18).
Bourdieu
entiende que la interacción entre entrevistado y entrevistador es una relación
social, que genera efectos sobre los resultados esperados. Por lo que
propone que “sólo la reflexividad, que es sinónimo de método (…) permite
percibir y controlar sobre la marcha, en la realización misma de la
entrevista, los efectos de la estructura social en la que ésta se efectúa”
(Bourdieu, 2010:528).
Pensamos
el enfoque de las trayectorias en sintonía con lo que desarrollaron
Torrillo y Macri en su análisis del estado del arte de esta metodología. El
concepto se relaciona con el de recorrido (Godard) y el de curso de
vida (Elder), “entendido como “una línea de vida o carrera, o camino a lo
largo de toda la vida que puede variar y cambiar en dirección, grado y proporción”
(Blanco y Pacheco, 2003, en Macri y Torrillo, 2009:338).
Afín
al concepto de complejidad, metodológicamente el concepto de trayectorias supone
“cambiar la mirada del investigador desde la óptica de los escenarios que
remiten a una visión cristalizada, estática. Por el contrario la consideración
de la trayectoria implica atender a la dinámica, a la temporalidad, a la
movilidad. El estudio de la trayectoria implica de esta forma la consideración
de los procesos sociales” (Nogueira, 2007, en Macri y Torrillo, 2009:338).
Es
importante destacar que el acercamiento a los casos no es producto de una
situación novedosa. La experiencia previa de quien escribe ha sido fundamental
para generar procesos de relación y comprensión de lo escuchado y observado.
Haberme relacionado con las personas privadas de la libertad como docente
no-formal desde dispositivos de extensión universitaria durante cinco años en
el conglomerado de cárceles de La Plata, Varela y Magdalena, diez años de
relacionarme desde organizaciones de derechos humanos con las personas privadas
de la libertad, dos años como docente universitario en la Unidad 9 y un corto
pero intensivo trabajo como Consultor Pedagógico en la Dirección de Educación Secundaria
para la educación en cárceles, significó un plexo de experiencias y contactos
con la cárcel y las personas privadas de la libertad que posibilitaron que mis
referencias construidas sobre la vida en la cárcel se acercaran, simbólica y
concretamente, a las referencias de los actores.
Escuchar
relatos sobre las vidas de estas personas y sus trayectorias intra y extra
carcelaria, implicó un diálogo analítico constante entre los dos espacios. El
devenir de las historias fue construyendo un complejo entramado de redes de
sociabilidad que superaron ampliamente los conceptos clásicos sobre la
institución. Al leer los propios registros de campo, la idea del “adentro”
superaba en las vivencias los estudios sobre la arquitectura carcelaria, o
siquiera un plexo de dispositivos humanos e institucionales de
disciplinamiento, represión, o neutralización de la subjetividad. Las
experiencias de los liberados, observadas en los relatos y en las propias
prácticas, daban cuenta de un complejo sistema de redes de sociabilidad al que,
de una u otra manera, se habían tenido que adaptar y en la que habían
constituido nuevos aprendizajes, nuevas maneras de verse y de relacionarse con
otros, nuevas naturalizaciones de su existencia malograda en un proceso de
“interiorización de la exterioridad” (Bourdieu, 1987b: 40, en Giménez,
1999:13).
Marco conceptual
Según
Maristella Svampa, el núcleo del modelo neoliberal en Argentina fue la
consolidación de la figura de ciudadano-consumidor. Desde el consumo se propuso
una suerte de inclusión preferencial, gracias al acceso segregado que brindaba
la “convertibilidad”3. La eficacia del modelo del consumidor residía en la
doble funcionalidad: colocaba a la Argentina del lado de los ganadores
(“estamos en el primer mundo” expresó triunfal el doblemente presidente de los noventa),
y desdibujaba la matriz conflictiva del modelo social, despolitizando los
efectos excluyentes del régimen económico (2005:82-82)4.
Estos
cambios profundos en las idiosincrasias populares, que habían actuado también
como marcos sociales y culturales que definían al mundo de los trabajadores
urbanos desde el modelo nacional-popular, implicaron inflexiones
socioculturales territoriales y políticas, y “la emergencia de nuevos procesos,
profundamente marcados por la desregulación social, la inestabilidad y la
ausencia de expectativas de vida” (Svampa, 2005:171). Lo que hacia el interior
de los sectores populares se tradujo en “una fuerte dinámica
descolectivizadora, que significó para muchos individuos y grupos sociales la
entrada en la precariedad, si no la pérdida de los soportes sociales y
materiales que durante décadas habían configurado las identidades sociales”
(Svampa, 2005:75,163).
Desde
la perspectiva de la individualización y el desmantelamiento del modelo de
regulación asociado al régimen fordista, la sociedad exigió que “los individuos
se hagan cargo de sí mismos” (Bauman, 1998:77) y que, “independientemente de
sus recursos materiales y simbólicos, desarrollen los soportes y las
competencias necesarias para garantizar su acceso a los bienes sociales”
(Svampa, 2005:78). Los individuos del precariado, desasidos de lógicas colectivas
ingresaron en una lógica de “cazadores”, donde la ciudad “es semejante a un bosque
que esconde un diversificado repertorio de posibilidades, pero que implica
desde ya, la aceptación del riesgo e incertidumbre” (Merklen, 2000 citado en
Svampa, 2005:143-144), a lo que Kessler, analizando las relaciones heterogéneas
entre delito y trabajo, dirá que “lo que sucede es una asimilación de la
inestabilidad” (Kessler, 2004b:7). De esta manera “el bienestar ya no aparece
como un derecho sino como una oportunidad” (Alonso, 2000; en Svampa, 2005:78).
El
análisis realizado por Wacquant sobre los guetos urbanos luego de un profuso
estudio etnográfico, nos sirve para pensar las lógicas de cerrazón
territorial y social de estos territorios. Desde su mirada política de la
violencia, articula un análisis de la violencia social con las violencias
estructurales. Su exposición superpone varios mecanismos y problemas sociales
donde lo racista es sólo una parte de la marginalidad avanzada5. Desde
ese punto de vista, explica tres componentes fundamentales de la violencia
estructural “desde arriba” para profundizar
en las causas de los conflictos sociales de “violencia colectiva” de estos
sectores:
1) El
desempleo masivo, crónico y persistente. Que se traduce como desproletización
y expansión de la precarización.
2) La
relegación a los barrios desposeídos dentro de los cuales los recursos
públicos y privados disminuyen en el momento mismo en que se intensifica la
competencia por el acceso a los bienes colectivos.
3) La
estigmatización creciente en la vida cotidiana y en el discurso público,
cada vez más estrechamente asociada no sólo al origen social y étnico sino
también al hecho de vivir en barrios degradados y degradantes (Wacquant,
2007:40-41).
En
cuanto al Sistema penal, la situación actual es igualmente
contradictoria. En torno a un Estado que ha propuesto la política de derechos
humanos como eje del crecimiento democrático y la inclusión como objetivo
primordial, las prácticas de las agencias de control social reproducen las
lógicas del Estado penal.
Casi
desde sus inicios la cárcel demostró su inutilidad como espacio de recuperación
de aquellos “desviados” al mundo del trabajo. El simulacro de la rehabilitación
que Foucault (2006) entendió como una reproducción del delito, la constituyó
como un dispositivo de función simbólica destinado al escarmiento (clasista
mayormente).
Atendiendo
a esta contradicción sistémica, desde perspectivas similares que podemos
englobar en la Criminología crítica, la Economía Política de la Pena y la
Sociología Jurídica, se ha dado cuenta que el sistema penal, más que un
andamiaje de justica, implica un archipiélago de instituciones de reproducción
de la desigualdad y criminalización de la pobreza que se observan en la selectividad
penal (Pavarini, 1995, De Giorgi, 2005, Daroqui, 2002, 2008).
Comprender
las lógicas de los sentidos de seguridad que aparecen pugnando el sentido del Estado
actual, obliga a pensar desde lo que Giorgio Agamben desarrolló como el Estado
de excepción. Que es “la forma legal de lo que no puede tener forma
legal” (2003:102).
Este estado situacional se ha vuelto permanente en tanto que
el discurso de inclusión e igualdad modernos se han visto sistemáticamente
superados por la pobreza, la desigualdad y la marginación
de las mayorías, lo que se ha denominado como la época de la Gran
Segregación
(Bergalli, 1997). De esta manera “la creación deliberada de un estado
de excepción permanente se ha convertido en una de las prácticas esenciales
de los Estados contemporáneos, incluidas las democracias” (Agamben,
2003:102).
Esta
mirada compleja sobre la relación entre medidas de criminalización de la
pobreza y encarcelamiento masivo con las relaciones económico-sociales, es
profundamente trabajada desde la Economía Política de la Pena. Desde
esta perspectiva y tomando la concepción del gobierno de la excedencia como
dilema sistémico, Alessandro De Giorgi estableces que “la relación entre
desocupación y encarcelamiento se encuentra, por lo tanto, mediada por una percepción
de la marginalidad social como amenaza al orden constituido que se transforma
en hegemónica
durante periodos de crisis económica” (2005:79). Será a partir de esas percepciones
que los operadores del sistema penal se basan en sus “propias
convicciones”, sin atender concretamente a los intereses del capital: es
justamente la construcción social sobre el delito que perciben que pobreza y
precariedad implican mayor tendencia al delito, lo que se traducen en
convicciones punitivas, o, como sintetiza Wacquant, sentido común penal.
De
Giorgi lo explica de esta manera:
“El
sistema punitivo no es un dispositivo autónomo con respecto de las dinámicas ideológicas
de la sociedad: las instituciones del «Estado penal» comparten representaciones
y estereotipos dominantes, que a su vez son afectados por las condiciones
de la economía” (2005:79)
Comprender
el paradigma de la “gobernabilidad” carcelaria implica desandar las lógicas anteriores
del tratamiento y rehadaptación que sustentaban discursivamente
la institución total, para reformularlo desde prácticas de “protección” de la
sociedad extramuros. En otros términos, el hincapié estará dado en la necesidad
capitalista de gobernar la excedencia y calmar las demandas de
seguridad, por lo que se redefinirá el curso del archipiélago penal a las
lógicas de gestión, reducción y calculabilidad del riesgo (Feeley, M y
Simon, J., 1995). El sismo estructural resultará en el aumento exponencial de
las penas y subsiguientemente, de la población carcelaria.
Esta
gobernabilidad, según el Informe 2009 del Comité Contra la Tortura de la
provincia de Buenos Aires, se maneja actualmente desde dos tipos de políticas:
a partir de políticas de delegación del control por el fomento de la tercerización
del control a otros presos (léase mediante grupos religiosos evangélicos o
por otros presos que trabajan dentro de los esquemas de tercerización del
control del Servicio Penitenciario Bonaerense -SPB-)6 o mediante la represión y
el aislamiento extremos como segunda política7.
Desde
la perspectiva de la psicología crítica, se observa que la implantación del
“tratamiento penitenciario” y su proceder estratégico “otorga una amplio poder
a los responsables penitenciarios, quienes tienen en sus manos el valor
destacadamente más preciado en la privación de la libertad: la libertad.”
(García-Borés Espí; 2003). El instrumento clave de este poder es la
indeterminación del tiempo de condena (Manzanos; 1991, citado por García– Borés
Espí; 2003) vehiculada por la tecnología tratamental. “La estrategia
punitivo/premial del tratamiento supone transformar el propio sistema de
valores de los internos, potenciando el individualismo para la obtención de
beneficios particulares, debilitando la solidaridad entre los presos” (García-
Borés Espí; 2003, pág. 402). Como se pregunta Mariano: ¿Cómo puede ser que
veinte tipos puedan manejar un penal donde hay mil tipos, con sus cuerpos, su inteligencia?
Sólo buscando su egoísmo pueden hacerlo, rompiendo los grupos, haciendo buchones,
haciendo que se vendan entre sí. Así funciona el negocio”.
Los
sujetos
Como
hemos desarrollado al comienzo, buscaremos reflexionar y hacer preguntas en
torno a ciertas dimensiones particulares que aparecen en los casos trabajados.
Desde la heterogeneidad de formas en que se representa la cárcel en ellos,
intentaremos dar cuenta de algunos aspectos que hacen a las redes de
sociabilidad construidas en el ámbito carcelario y en las interacciones de la
vida extramuros en sus trayectorias.
Las
formas de observación han variado en cada caso.
En el
de Sebastián el acercamiento a él ha sido a partir de su madre, Delia, a quien conocí
primero desde estrategias conjuntas con organismos de DDHH por la circunstancia
particular que vivía (sufría) su hijo. Estuve dos años acompañándola y
compartiendo experiencias de otros liberados con ella antes de conocer personalmente
a Sebastián, con el que compartimos una visita en la cárcel.
A
José lo conocí a partir de su estado de alumno en una escuela en cárceles. Nos
cruzamos casualmente en una calle del Cono urbano a un año de su libertad y
luego lo visité con el objetivo de esta investigación.
El
caso de Mariano es más paradójico. Lo conozco desde hace cinco años,
compartiendo primero experiencias de reivindicación colectiva de los
estudiantes universitarios en cárceles y luego como amigo.
Actualmente
Mariano pisa los cuarenta años. Fue hermano de 19 hijos de un padre que se casó
tres veces, y compartió casa con ocho hermanos de la misma madre. Su casa era humilde
según cuenta y de chico el hijo más inquieto. Su relación con el delito es
temprana, en la calle, a eso de los diez años. Sin embargo estuvo preso por un
crimen que no cometió. Fue liberado luego de 13 años; tres años después la
Cámara de Casación Penal lo sobreseyó. Es un hombre fuerte y sensible, además
de tosudo y con un ego que lo ha mantenido firme a pesar de todos los estigmas
que cargó. Si algo puede definir su paso por la cárcel
escuchándolo es el “trabajo8” por mantener la dignidad, dimensión que lo llevó
a defender su lugar como universitario a costa de su vida. Si bien fue
hostigado por el Servicio Penitenciario durante toda su condena, su vida como
“privado de la libertad” alberga dos grandes etapas. Primero como “preso de
población9” en tanto sufrió incontables vejaciones y torturas por parte del
Servicio Penitenciario Bonaerense, donde intentó parapetarse individualmente
para no ser atormentado y que él denomina como la etapa “cuerpo a cuerpo contra
el servicio”. En la segunda etapa, con igual saña desde el SPB, logró recrearse
como “trabajador”/luchador colectivo a partir de la relación con otras personas
privadas de la libertad con las que logró ganar disputas por espacios
educativos para él y otras personas de “población”. De esta manera terminó la
primaria, la secundaria e ingresó luego de grandes disputas y obstáculos
institucionales a la carrera de Ciencias Jurídicas en la que aprobó once materias.
Estos procesos se juegan y disputan los sentidos de su cotidianidad desde que
está libre hace cuatro años en lo que él relata como una puja entre “la bestia
que ellos [los penitenciarios] crearon” y lo que aparece como el Mariano/estudiante
que él construyó como objetivo de vida desde su lucha personal y colectiva. Al
conseguir la libertad se volvió a Gris Azul, su ciudad natal donde lo esperaba
su actual pareja y que conoció estando detenido.
Luego
de cuatro años con varias crisis en el medio, trabajando en talleres mecánicos
y otros empleos como la venta de DVD callejera entró en pánico. Se vio
envejeciendo sin cumplir lo que casi le había costado le vida en prisión, tomó
un bolso y se fue a vivir a La Plata, a retomar su carrera.
De
esta experiencia nos preguntamos ¿en qué situaciones se reactualiza su
identidad de “preso”? y ¿cómo caracteriza el proceso de prisionización a partir
de la mediación política?
Sebastián está preso por segunda vez. La
primera estuvo tres años y medio por el robo de una bicicleta cuando tenía 18
años. Estando en comisaría sufrió una represión con gases lacrimógenos que mató
a la mitad de sus compañeros de celda de problemas respiratorios y a él le
contrajo una TVC (tuberculosis). Luego de un año en libertad, con 22 años, fue
acusado de un robo que se produjo –según Delia y que intentan probar todavía-
en el mismo momento que él cobraba los 150 pesos del plan trabajar. Hace seis
años y medio que como procesado está
privado de la libertad. Sebastián tiene un hermano menor y una hermana que
trabajan y estudian. Delia es delegada sindical en la empresa de transportes en
la que trabaja hace 20 años. Los cuatro vivieron siempre en Los monobloks,
un barrio profundamente estigmatizado por los mass media donde ya casi
no quedan espacios con pasto y la Gendarmería cuida los ingresos al barrio como
pasos fronterizos, reforzando la idea de un territorio de (no) ciudadanía.
En su libertad Sebastián intentó volver a la vida de trabajo que había empezado en su
adolescencia (con 17 años había trabajado en una fábrica textil y como ayudante
de construcción), pivoteó entre algunos trabajos bajo dependencia (telefonista
en una remisería, repartidor de volantes) y un emprendimiento propio (puso una
pequeña forrajera con la ayuda de Delia). Fue presionado por policías de la DDI
a entregarles dinero con la amenaza de armarle una causa, también lo instigaron
a robar y le armaron una “cama”, aprovechando su estado
de ex “preso” y de las redes de amigos y ex compañeros de cárcel con los que
seguía conectado. Lo que destacaremos de su trayectoria para este trabajo son
cuatro instancias de violencia generada por el accionar penitenciario que vivió
en sus dos condenas, que reflejan la cotidianidad de peligro de vida y
que lo integraron a círculos de reproducción de autodefensa y violencia.
Comparando las formas de entender el tiempo de su madre y hermanos a partir de sus
prácticas de proyección ¿Cómo se da el tiempo encarcelado para Sebastián? ¿Qué posibilidades
de proyección se observan en sus relatos?
José
viene de una situación social/familiar similar a la de Mariano, aunque ha
sufrido una estigmatización más profunda que la cárcel sólo remarcó. A la
profunda pobreza en la que se crió se le sumaron otros estigmas intrafamiliares
como el haber sido “el hijo del Pata de Lana10”, como en tono
gracioso e hiriente lo llamaban. Estuvo de niño en situación de calle varias
veces y en otras trabajó en un carro de cartonero. Pasó hambre y su relación
con el delito está desde la adolescencia. A los quince años recibió un balazo
en la cabeza, aun tiene el plomo allí. Consume cocaína desde los trece, aunque
no muestra el grado de adicción que sus amigos del barrio, que han llegado a
estados de degradación infrahumanas. Su madre, Inés, es el único familiar con
el que tiene contacto a pesar de que su hermana y su hermano viven cerca. Ella
le da dinero de vez en cuando, trabaja como cocinera en una feria y apenas gana
dinero para comer y comprar cigarrillos. Está rodeada de arrugas grises con 55
años, como si tuviese 100. Lo fue a visitar al penal los cuatro años de
condena. A su padre biológico lo ha visto un par de veces pero generalmente lo
rechaza. José tiene una hija de 11 años a la que ve cada tanto. Cuando cayó
preso supo integrarse a los códigos que conocía desde la calle y de los
esporádicos pasos por los institutos de menores de su adolescencia. De dos meses
en población pasó a un pabellón evangélico donde terminó siendo “obrero” del “Pastor”11.
La cárcel le dio la posibilidad de encontrarse en una situación de dominación
sobre otros. Aunque antes de irse en libertad se fue de ese pabellón porque “el
Pastor lo defraudó” al encontrarlo “vendiendo una visita por tarjetas
telefónicas”. En libertad tuvo una hija con la chica con que ahora vive. No ha
logrado conseguir un “trabajo en blanco” como él desea y ha tenido varias
relaciones de fracaso con el trabajo, situación que mayormente dependía de ciertos
capitales sociales o de trabas simbólicas recreadas por él y su entorno. Sólo
ha podido relacionarse
con sus viejos amigos del barrio, un hombre que oficia de padre adoptivo con el
que mantuvo una relación de ayuda recíproca y algunos amigos esporádicos más
jóvenes, con los que luego se distanció. La moralidad evangélica se le repite
casi como un calco de la experiencia intramuros: con las contradicciones de lo
que aparece naturalizado como inevitable y “mundano”, frente a las exigencias
del mandato cuasi sacerdotal del discurso evangélico. José busca, sobrevive,
caza el día a día. No se ve proyectado en un mediano plazo
aunque diga que quiere vivir “hasta los ochenta”. La cárcel aparece recordada
como una anécdota, y esa naturalización lo hace más preso de un estigma
interiorizado. "Porque yo soy un chorro” dijo un día y fue la única vez que lo
vi tan seguro de sí que parecía posible verlo enfrentar al mundo. A veces, en
las naturalizaciones tan desgarradoras como invisibles hay que hacerse las
preguntas más obvias: ¿Qué más que un corte temporal fue la cárcel para José?
¿Le brindó herramientas para incorporarse al mundo libre? ¿Qué identidad le
incorporó o remarcó?
1 Según la investigación realizada entre el GESPyDH y el Comité
Contra la Tortura de la Provincia de Buenos Aires durante octubre y noviembre
de 2008. Específicamente, desde el estudio realizado sobre las cárceles 1 de
Olmos, 8 de Los Hornos, 17 de Urdampilleta y 30 de Alvear, resultan de 588 casos
analizados, 38% de jóvenes entre 18 y 24 años, 33,9% entre 25 y 30, 12,7 %
entre 31 y 35, 7,2 entre 36 y 40, y 8,1 entre 41 y 55. En: LÓPEZ, A. y otros
(2010) Los jóvenes en la Provincia de Buenos Aires: de más
demonizados a más castigados. Cuadernos de estudios sobe sistema penal y derechos
humanos.
GESPyDH, IIGG, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Buenos Aires.
2 Para que no resulte posible identificar a los casos, no sólo se
le cambiarán sus nombres y los de sus allegados, sino también se inventarán las
denominaciones territoriales.
3 Modelo económico impulsado por el Ministro de Economía Domingo
Cavallo durante las presidencias de Carlos Menem. Su consigna era la paridad
“un dólar un peso”, situación que se basaba en la profundización del
endeudamiento crónico con los organismos internacionales, la sesión de las
empresas estatales a privados y la generación de grandes masas de desempleados.
4 Parte de estos análisis fueron trabajados en la ponencia:
“Delito y juventud. La construcción del enemigo en el sistema social penal”.
XIV Jornadas de la Red Nacional de Investigadores en Comunicación. Universidad
Nacional de Quilmes, septiembre 2010.
5 Marginalidad avanzada: Concepto que remite a la
marginalidad “del nuevo régimen de relegación socioespacial y de cerrazón
excluyentes (en el sentido weberiano) que se ha cristalizado en la ciudad
posfordista como efecto del desarrollo desigual de las economías capitalistas y
de la desarticulación del Estado de Bienestar, según modalidades que varían en función de la forma en que estas dos fuerzas pesan sobre la clase
obrera y las categorías etnorraciales que pueblan las zonas inferiores del
espacio social y del espacio físico” (Wacquant, 2007:15).
6 A ejemplo: la Unidad Penal Nº1 de Olmos, con 1800 detenidos, se
gobierna actualmente con tan solo 20 guardias. Para comprender más de esta
dinámica particular ver: ANDERSEN, J., BOUILLY, M.R. Y MAGGIO, N. (2010) “Cartografías
del gobierno carcelario: los espacios de gestión evangelista en el
diagrama intramuros”. En Cuadernos de Estudios sobre sistema penal y derechos humanos. GESPyDH, IIGGG, FCS – UBA. Buenos Aires.
7 Véase el caso de la Unidad 30 de Alvear. Informe anual 2009 del
Comité Contra la Tortura, página 19.
8 Hemos querido respetar el significado que Mariano le da a esto.
Mariano no dice lucha sino trabajo. La idea de lucha significa
para el que escribe una instancia donde aparece un objetivo de trascendencia
mediado por la política. En el caso de él una lucha con el “servicio” y el
sistema judicial y por la dignidad y el derecho a estudiar (entre otros). Sin
embargo él prefiere hablar de “trabajo” definido como “cuando el guerrero se
convierte en obrero, porque trabaja por su dignidad, por su educación, como por
su pan”. La idea de lucha a Mariano le remite al cuerpo a cuerpo, por lo que le
coloca el sentido reivindicativo al significado “trabajo” e invierte la lógica
lingüística de sus opresores.
9 Según la calificación, segregación, selectividad y distribución
interna de las cárceles realizada por el SPB, las mismas están divididas en
pabellones que responden en parte a los grados de “conducta” y en otros a las
formas de control/organización de ellos. Los nombres han surgido en algunos
casos de las nominalizaciones de los privados de la libertad y en otros de los agentes
y luego adoptados por el resto. De esta manera están los pabellones “de
hermanitos” que son de la religión evangélica (ver nota 6), pabellones
“católicos”, de “autogestión”, de “trabajadores”, de “estudiantes” y
“población”. Este último responde a lo que en penales federales se denomina
“villa”, aquellos pabellones dejados a su suerte y generalmente más abandonados
tanto ediliciamente como en el resto de sus servicios básicos. Se caracteriza
además porque son los
pabellones con más traslados y hechos de violencia.
10 Denominación popular con que se nombra a los hombres que
entrando en silencio por la ventana, son los amantes discretos de mujeres
casadas. En este caso ser hijo del Pata de lana sería similar a lo que en otros
tiempos representó al “bastardo”.
11 En la lógica estructural interna de los “hermanitos” se
encuentra en la pirámide el “Pastor”, le siguen “los siervos”, luego “los obreros”
y en la base “el rebaño”, “las ovejas” o “los hermanos”.