viernes, 5 de julio de 2013

¿Quién es pobre en Finlandia?

Una excursión de “clase” en Finlandia

La pobreza que viene

Texto Riie Heikkilä Universidad de Tampere, Finlandia


© Kai Widell



Finlandia es el país de la OCDE que ha experimentado el cambio más drástico en la distribución de la renta en la última década. Hay riqueza y también una creciente e incómoda pobreza sobre la que nadie habla.

En los países nórdicos, la expresión “excursión de clase” (class trip) se refiere no solo a una excursión que los colegios organizan todas las primaveras a un lugar de interés para los escolares (mi clase visitó, entre otros, un parque de atracciones, la famosa fábrica de limonadas de la empresa Hartwall y un parque natural situado en una isla en el centro de un lago), sino también un juego de palabras que hace referencia a la movilidad social. Esta “excursión de clase” que uno hace a lo largo de la vida es el camino personal de una clase socioeconómica a otra –con un poco de fortuna, desde abajo hacia arriba.

       Tradicionalmente, Finlandia solía ser un país con elevada ‑movilidad social. Desde la década de los cincuenta en adelante, los hijos de los granjeros pobres habían valientemente tomado el tren a la capital y se habían convertido en médicos, abogados y funcionarios. La movilidad social finlandesa nunca había significado convertirse en alguien hecho a sí mismo como en el sueño americano, sino más bien la existencia de un ethos de fuerte solidaridad que prometía que absolutamente todo era posible para cualquiera. Todavía tenemos entre nosotros algunas evidencias concretas de ello: la educación universitaria es gratuita, y nuestra presidenta actual, Tarja Halonen, procede de una familia de clase obrera residente en uno de los distritos industriales tradicionalmente más pobres de Helsinki.

       Desafortunadamente, la situación está cambiando rápidamente. Es bien conocido el hecho de que Finlandia es, económicamente, uno de los países más igualitarios del mundo, y disfruta de una economía estable y un PNB per cápita elevado. Incluso más importante que esos datos, Finlandia tiene una imagen ante los demás de riqueza: es el país de la gran compañía de teléfonos móviles Nokia y un ejemplo de perfecto estado del bienestar socialdemócrata à la Esping-Andersen1. Sin embargo, nadie parece recordar que el estado del bienestar finlandés ya no es lo que llegó a ser a finales de la década de los ochenta.

       Los primeros años noventa estuvieron marcados precisamente por el comienzo de una crisis económica tremenda en Finlandia, una de las mayores jamás experimentadas en el país. El PNB cayó un 13% y la tradicionalmente baja tasa de desempleo pasó de un 3,5% a un increíble 18,9% (para comparar, en la crisis de los últimos años el desempleo se ha situado por debajo del 10%).

    En lo concerniente a la vida cotidiana de los ciudadanos, la crisis supuso un cambio importante en las políticas de bienestar. Significó numerosos recortes en los beneficios sociales, muchos de los cuales tuvieron un carácter más ideológico que económico. El discurso sobre el que se legitimaban era el de que los finlandeses estaban demasiado mimados, con consultas médicas gratuitas, seguros de desempleo generosos y largos permisos de maternidad: la crisis exigía poner orden y acabar con la falta de iniciativa que los beneficios sociales estaban, supuestamente, fomentando.

 Arenques bálticos para afrontar la crisis

En la opinión pública, la crisis significó una pausa respecto a los buenos tiempos, dejando de lado lujos innecesarios. Recuerdo todavía que en 1990 el primer ministro conservador Harri Holkeri, en el cargo entonces, apareció en televisión en horario de máxima audiencia friendo arenques bálticos en mantequilla (la comida más barata en aquel entonces), para enseñar a los finlandeses cómo afrontar la crisis. Durante los noventa, así, muchos finlandeses se encontraron de pronto en una situación de pobreza. Esto no fue solo el resultado de las elevadas tasas de desempleo; también la abolición de ciertos beneficios sociales convirtió la situación de determinados grupos sociales en más difícil.

       El fenómeno de la pobreza ha aumentado en general y ha golpeado duramente a grupos que solían gozar de mejor protección por parte del estado del bienestar.
         Sin embargo, ¿cómo definimos quién es pobre en Finlandia?
Según la definición de la UE, las personas que cuentan con una renta inferior al 60% de la media nacional pueden considerarse pobres. Existen aproximadamente 600.000 personas en esta situación, lo que hace que un 12% de los finlandeses sean, al menos según las estadísticas, pobres: de ellos, casi 150.000 ganan unos 500 euros al mes. La mayoría de este 12% de pobres son desempleados o pensionistas, aunque entre ellos también encontramos trabajadores a tiempo parcial, estudiantes, emprendedores o personas que dependen completamente de los servicios sociales sin otras fuentes de ingreso (unas 35.000).

       Incluso con estas altas tasas de pobreza, ningún ciudadano finlandés está excluido de las políticas de bienestar, al menos en la práctica. Comparado con muchos países fuera del denominado “mundo del bienestar nórdico”, Finlandia tiene un sistema de bienestar que funciona relativamente bien. La Seguridad Social o KELA (Kansaneläkelaitos) es una agencia gubernamental financiada vía impuestos que se ocupa de campos como el de los seguros de desempleo, las bajas por maternidad o enfermedad, el acceso a la sanidad pública o las ayudas a los estudiantes.

       Por ejemplo, la mayoría de los estudiantes finlandeses son capaces de emanciparse y vivir independientemente sin necesidad de ayudas familiares gracias a que tienen importantes beneficios sociales: por ejemplo, durante 55 meses, tienen derecho a una ayuda de 500 euros mensuales. Otro ejemplo ilustrativo es el seguro de desempleo: el mínimo, que uno recibe prácticamente siempre que busque trabajo (hasta que lo encuentre), es de 551 euros al mes. Además, si uno ha cotizado durante un tiempo, recibe el 90% de su salario durante 500 días laborales (casi dos años). En otras palabras, si uno ha trabajado (y cuanto mayor salario haya tenido, mejor), puede destinar dos años muy bien remunerados a buscar un nuevo empleo; por otra parte, si uno carece de experiencia laboral o ha obtenido sus ingresos por vías libres de impuestos (caso de beneficios estudiantiles, becas de investigación o trabajos como freelance), está condenado a llegar a fin de mes con los mencionados 551 euros.

       Finalmente, existe un último recurso, el toimeentulotuki, literalmente traducible como renta de bienestar, de 417,45 euros y que se recibe para cubrir, según KELA, “los gastos de alimentación, vestido, higiene personal, peluquería, suscripción a un periódico, la factura del teléfono y para poder tener al menos un hobby”. ¡Qué vida tan bien diseñada y hermosa para el ciudadano del estado del bienestar!

       Aquellos que todavía piensan que Finlandia es un paraíso social deben tener en cuenta que la dinámica de la sociedad del bienestar ha cambiado notablemente desde la década de los ochenta. En aquella época, por ejemplo, la visita al doctor era todavía gratuita (como lo es todavía en muchos países de la UE); ahora, sin embargo, se tiene que pagar, y no es barata. Los famosos beneficios estudiantiles (la joya de la corona del estado del bienestar finlandés) son exactamente los mismos desde 1992, por lo que con la inflación de estos años, es prácticamente imposible pagar alquiler y comer por 500 euros, lo que obliga a muchos estudiantes a trabajar a tiempo parcial. Y en cuanto al seguro de desempleo, se recibe un 23% menos que en Suecia y un 30% menos que en Dinamarca. Por otra parte, solicitar ayudas a KELA es una experiencia difícil para el ciudadano, pues se trata de una institución extremadamente burocratizada y muy estricta, que puede solicitar documentos de lo más variopinto. Si se quiere solicitar el toimeentulotuki, la experiencia es particularmente humillante, pues se debe demostrar con infinidad de documentos que no se posee nada, y por otra parte KELA puede retirar la ayuda por cualquier motivo.

       Existe, por supuesto, un gran número de datos sobre la pobreza y trabajos de investigación sobre ella, pero ¿cómo perciben los finlandeses la pobreza? Al escribir este pequeño artículo, decidí preguntar a algunas personas sobre su experiencia en relación a su condición de pobres, pero pocas querían reconocer su situación pese a que ninguna de ellas ganaba más de 600 euros al mes. Hace relativamente poco, en relación a un libro titulado Experiencias cotidianas de pobreza (1997)2  en el que se recogían historias personales en relación a la pobreza, los investigadores expresaron su sorpresa por la gran cantidad de testimonios: casi mil personas quisieron compartir su experiencia personal. Las historias mostraban una cara muy poco conocida de Finlandia: personas intentando sobrevivir con 551 euros al mes, lo que significaba cortarse el pelo ellas mismas delante de un espejo, hacer cola en una oficina de caridad para recibir pan, o buscar comida caducada en los contenedores de basura de los supermercados. Se hacía una referencia continua a la idea de supervivencia: “vendo cosas en los mercadillos, hago punto, doy paseos, mis amigos me dan manzanas y bayas, voy a la biblioteca”, cuenta una mujer cuyo negocio se arruinó en la crisis de los noventa. Otras historias, como la de un joven estudiante de 25 años, muestran una visión más desesperada: “En esta cultura, lo peor de la pobreza es la culpabilidad, una sensación que te aplasta y te desespera demasiado como para hacer algo. Una persona pobre en Finlandia se ve obligada a depender por completo de alguna administración o de otras personas. La vida es insoportable si tu subsistencia cotidiana depende de otros”.



Mentalidad protestante

Este libro demuestra que es posible escribir sobre la pobreza en Finlandia, aunque luego de ella se hable poco. Y es que se trata de un país con una mentalidad fuertemente protestante, en el que se supone que a uno le deben ir las cosas bien y no debe ni quejarse ni presumir de su fortuna. Ser pobre de solemnidad o hablar abiertamente de la pobreza es un estigma social en una sociedad en la que todos deberían formar parte de unas felices y amplísimas clases medias. Paradójicamente, esto vale también para las clases altas: uno debe ser modesto y ocultar con mucho tacto la riqueza personal. El sociólogo francés Jean-Pascal Daloz ha explicado la modestia de las élites nórdicas basándose en la denominada Ley de Jante, formulada por el novelista danés-noruego Aksel Sandemose3. Este último enfatizaba que, en los países nórdicos, la gente era extremadamente modesta, y no se permitía a nadie creerse especial o mejor que el resto, lo que daba lugar a una cultura fuertemente igualitaria, al menos en la vida pública, lo que impedía expresar grandes diferencias en los estilos de vida: así, pobreza y riqueza debían ocultarse.

       Quizá este sea el motivo por el que se ha formado una cierta imagen de Finlandia: de acuerdo a los clichés que prevalecen tanto entre los observadores externos como entre los propios finlandeses, se trata de un país en el que más o menos todo el mundo es de clase media y disfruta de unos estándares de vida más que aceptables. Y es posible mantener incluso la hipótesis de que, entre las décadas de los sesenta y los ochenta, casi todo el país era clase media. Sin embargo, después de los noventa, ya no lo es tampoco: por ejemplo, en el período 1995-2007, los ingresos del decil más pobre de la población aumentaron un 16%, frente al 70% del más rico. Finlandia es un país con una economía dinámica, pero con crecientes desigualdades: de hecho, de los países de la OCDE, es el que ha experimentado un cambio más drástico en la distribución de la renta a lo largo de la última década. Hay riqueza, pero también una creciente e incómoda pobreza sobre la que nadie habla.

       Siento la tentación de preguntarme si una “excursión de clase” es todavía posible en Finlandia: si es posible, como en los sesenta, pasar de ser campesino a clase media urbana, o convertirse en primera ministra siendo tus padres propietarios de una granja de pollos (caso de la primera ministra actual, Mari Kiviniemi, nacida en 1968). La movilidad social en general se está frenando en Finlandia a un ritmo acelerado: por ejemplo, de acuerdo a una encuesta, prácticamente todos los estudiantes actuales en el sistema de educación superior proceden de familias en las que al menos uno de los progenitores tiene un título universitario. El economista francés Éric Maurin4 ha manifestado recientemente que en Francia, el ascensor social está roto: en Finlandia todavía no ha dejado de funcionar, aunque desde luego con más problemas que hace treinta años, y es muy posible que te lleve al piso de abajo.

       Incluso la dinámica de las típicas “excursiones de clase” de los colegios parece haber cambiado. En los dorados años ochenta, en mi clase solíamos recoger botellas vacías, vender imperdibles de plástico con forma de flores puerta a puerta, y limpiar el parque tras las clases para recolectar fondos comunes que servían para pagar esos viajes que eran, realmente, lo mejor del año escolar. Era un trabajo pesado y a menudo aburrido, pero la contribución de todos servía para pagar los gastos y la escuela ofrecía, a todos los escolares, zumo en tetra brik y un pastel de Carelia como almuerzo para el viaje. Hoy en día, las familias de los escolares simplemente pagan todo de su bolsillo, lo que permite a los niños hacer la excursión. Esto es realmente una metáfora de la Finlandia actual: se está convirtiendo en una sociedad en la que tu “excursión de clase”, sea cual sea, la paga tu familia o una institución privada. Hoy, incluso tienes que traerte tu propio almuerzo.


Notas

1   Gøsta Esping-Andersen, The Three Worlds of Welfare Capitalism (1990). Cambridge: Polity Press.

2   El título original del libro es Arkipäivän kokemuksia köyhyydestä, editado por Anna-Maria Isola, Meri Larivaara y Juha Mikkonen (2007). Helsinki: Avain.

3   El texto de Jean-Pascal Daloz al que me refiero es The Sociology Of Elite Distinction. From Theoretical To Comparative Perspectives (2009). Londres: Palgrave Macmillan. La Ley de Jante (Janteloven) la describe Sandemose en su novela En flygtning krydser sit spor (2010; edición original publicada en 1933). Copenhague: Schønberg.

4   Éric Maurin (2009): Le peur du dèclassement: Une sociologie des récessions. París: Éditions du Seuil / La République des Idées.

De: w2.bcn.cat/bcnmetropolis/arxiu/es