jueves, 26 de octubre de 2017

E.C.E. o Casa con espíritu de fiesta, "Casa abierta" -como dice Circe Maia-. (1)

Casa abierta


Es una casa extraña,
mira:
la mano abre de pronto
puertas dormidas.

Son finas escaleras y altas ventanas.
Las ventanas están
abiertas y se oye
voces cantar.

Cantan con voz de tierra y aire de cielo.
Lentas voces descienden peldaños negros.
Blancas voces descienden por temblorosas
columnas estiradas.


Cantan con aire ausente y voz de viento.
Suenan como dormidas y doloridas
las hondas voces lentas.
Suenan como cansadas y lastimadas
de heridas viejas.

Cantando están
en ventanas abiertas 
de par en par.






















El equipo de gestión actual del Programa. 
Nuestra Coordinadora General Profa. Sandra Gardella







Antes de prometer la difusión de más testimonios sobre esta fecha tan especial en nuestro quehacer como docentes de ECE, una reflexión que deseamos se proyecte a nivel social, pues ese es el ámbito innegable de nuestra naturaleza humana.

Difundir esta fiesta colectiva no es una cuestión emparentada con la cultura del espectáculo, tan afín a las maniobras de la globalización. Difundir este hito de la actividad educativa tiene el propósito de que la población tome conciencia de su mayor o menor grado de responsabilidad en la gestación del escenario donde prospera el fenómeno delictivo. Hay delitos visibles y jurídicamente sancionables y hay delitos invisibles, tan aferrados a las costumbres, que los hemos legitimado como prácticas sociales inocuas (cuando una madre trata a su hijo como si fuera un objeto desechable, cuando un vecino vuelca su tarro de basura en la entrada de otro, cuando un empleado público implanta el amiguismo en la atención de los ciudadanos, cuando un capataz se cree con el derecho de marcar en la espalda del peón su mínima ración de poder, en todos esos casos ya estamos pisando el territorio de los delitos normalizados). En definitiva: la transgresión es huésped de la condición humana. Y como tal, puede conducir, a cualquiera de nosotros, al encierro carcelario. Muchas y muchos de nosotros hemos aceptado esa zona oscura pues muchos y muchas –y no sólo docentes- estamos empecinados en entender, empatizar y contribuir a un progreso social en este sentido. Ese afán no está hilvanado por una idea de mesianismo; no nos creemos “salvadores” de nadie y, en todo caso, la salvación es la propia. Pues la conclusión unánime de esta fiesta fue el sentimiento de que nos hemos acercado a cierta luz cuya potencia es la esperanza de una sociedad más equitativa. Es evidente que 15 años son meros brillitos en la oscuridad. Pero ayudan a caminar sobre el pedregal.