lunes, 4 de noviembre de 2013

Llamando a las cosas por su nombre












La Libertad de Expresión es un derecho consagrado en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y multiplicado por diversas Convenciones y Compromisos de naciones que se autodefinen como democráticas.

Pero parecería que, en los hechos, estos reconocimientos estuvieran padeciendo la erosión propia del paso del tiempo, paralela al crecimiento incontrolable de la natural hipocresía humana. 

Síntomas inconfundibles de ello esa brisa maloliente que empezó a recorrer el mundo cuando Julián Assange difundió, a través de Wikileaks, delitos cometidos por Estados Unidos en las guerras de Afganistán y de Irak; brisa que se transformó en hedionda turbonada con el archiconocido caso de Edward Snowden, quien este domingo pasado, en su “Manifiesto” publicado en el semanario alemán Der Spiegel, debió argumentar la obviedad de que “No comete un delito quien dice la verdad”.


                                                                     




Pero aún así en el mundo se continúa perpetrando el olvido de que la libertad de expresión es un derecho. Y la fetidez llegó incluso a este pequeño país, éste al que los europeos valoran como encantador, grato, bellísimo, etc., etc., etc.

En la tarde de hoy, y a raíz de acontecimientos locales que todos conocemos, vinculados a la protesta pública del 15 de febrero por la arbitraria decisión de adjudicar a la Jueza Mariana Mota otro destino, inimaginable por cierto, fueron detenidos por fuerzas policiales algunas de las personas que habían participado, entre ellas la Profa. de Química Patricia Borda. (Para una información más pormenorizada, recomendamos la lectura de   El Muerto ||| videoblog de información alternativa). Los siete uruguayos fueron procesados, finalmente, por "asonada".



Estos tres exponentes de la progresiva criminalización por ejercer la libertad de expresión pueden reducirse a una sola primaria conclusión: el escarmiento público, por su carácter ejemplarizante,  es una arcaica medida del Poder para ahondar el miedo -ese panóptico sutilmente introyectado-; es el telón detrás del cual la malignidad continúa operando insaciablemente.

A lo hecho, pecho, Señores Miembros de la Suprema Corte de Justicia; hay que llamar a las cosas por su nombre. Todo este escenario montado en la tarde es un intento de ESCARMIENTO PÚBLICO. Un intento, nada más. Un intento que clarificará aún más la imagen real que muchos/as hemos integrado a nuestras conciencias porque... lo que ustedes creen compacto telón es, apenas, un fisurado velo, Señores.







Muy sugerente lo ocurrido en la tarde de hoy
si lo asociamos al mundo de los jóvenes.
¿Qué valores extraerán ellos
a partir de las acciones de los adultos
que sancionan un acto de libertad de expresión?
No es ése el más sano de los ejemplos
para jóvenes que se están formando y
recogen a nivel subliminal
los "valores" sostenidos socialmente.
¿Somos capaces después de preguntarnos
por qué los jóvenes actúan como actúan?
¿Somos capaces de cuestionarlos,
de criticarlos, de etiquetarlos? 

Y, por supuesto, no puedo dejar de pensar
acerca del grado de libertad de pensamiento
de las autoridades judiciales
que determinan la pérdida
de la libertad ambulatoria, entre otras,
de tantos seres en el mundo y en mi país.