En estos últimos días,
arreció sobre los educadores uruguayos la protesta de distintos agentes
sociales: políticos de las más variadas posturas, diferentes periodistas al
servicio de similares poderes, ciudadanos de todos los status, en fin, todo el
mundo ejerciendo un derecho de opinión legalizado, la forma más pura de la “doxa”
de Parménides quien, con la solvencia que gesta el conocimiento, la distinguía
rotundamente de “la vía de la verdad”.
Como docente vocacional
que me siento para mi fuero íntimo y que no tengo ningún reparo en reconocer públicamente
porque mi accionar diario me avala desde hace unos veinticinco años
aproximadamente, voy a sumarme a la defensa que el sabio griego practicaba en
relación a “la vía de la verdad”. Sí, mis argumentos no proceden del
acomodaticio voceo que convenientemente rueda por emisoras y calles sino que
provienen del mundo científico, del mundo sensible y de esa facultad superior
del pensamiento -la deducción- que cualquier ser medianamente comprometido verazmente
con la realidad puede establecer.
En principio,
recorriendo todo el arsenal intelectual emanado de las más diversas disciplinas
actuales, el gran denominador común es que la educación incide en todos los órdenes
de la vida humana en forma directa, indirecta, inmediata y mediatamente; atañe
a la economía (por mencionar al más poderoso e impersonal), a la salud, a la
industria, a la seguridad, al desarrollo intelectual, a la cultura en general,
a la integridad humana, en síntesis.
Si así lo es -y no en
vano se escriben toneladas de tesis y discursos que lo acreditan y
disposiciones políticas que aparentar implementarlos-, cómo es posible que no
se haya percibido hasta ahora -20 de junio de 2013- que:
a) Por Educación es imprescindible reconocer la
imperiosa necesidad de empezar a trabajar en una línea de “Educación Permanente”,
y dentro de ese concepto, en primer lugar, la decisión irrevocable de
considerar A LOS PADRES COMO LOS PRIMERÍSIMOS EDUCANDOS.
Aquí en Uruguay está
aún vigente en el imaginario una figura de “madres y padres” que no se corresponde
con la idea tradicional. En principio, porque han cambiado las estructuras
familiares: en general, las madres trabajan, los padres han abandonado a sus
hijos (como si el divorcio o la separación habilitara a ello), los y las
abuelas se encargan de sobrellevar la situación como pueden. En suma, aunque
duela, nuestros niños y niñas y adolescentes se sienten desolados, perdidos, a
la intemperie.
El tiempo no me lo
permite así que sólo mis oídos y mi corazón registran desde hace muchos años los
comentarios de jovencitos y jovencitas de liceos en contextos críticos -en los
que por opción me he desempeñado siempre (y de hombres y mujeres, porque también
ejerzo en Establecimientos Penitenciarios) hermanados por una historia similar:
la soledad (ya sea porque están efectivamente sin compañía, porque están con
sus mayores pero a ninguno le importa lo que ocurre adentro de esa frágil
cascarita o porque desatan sobre ellos la violencia verbal y física).
¿Alguien medianamente
coherente puede suponer que un joven puede aprender matemáticas, geografía,
etc., etc., en esas condiciones? ¿Y acaso, es la única sustancia esa para la
formación de una persona?
¿Qué ocurre cuando
además de esa desprotección, un grupo “inclusivo” (que es la bandera que
blandimos últimamente en Seminarios y Congresos) está integrado por nueve o
diez jovencitos que presentan las más diversas patologías psiquiátricas, y su
maestro o su profesor apenas si recibió formación sobre el abc de la Psicología
infantil imperante hace 40 o 50 años, y el Liceo sólo cuenta con una Psicóloga
que debe fragmentarse en segundos para repartir su magra carga horaria entre
1500 alumnos? ¿Han tomado medidas congruentes en algún escalón jerárquico para
siquiera paliar esta terrible situación? ¿Qué se pretende de nosotros?
Demasiado fieles hemos sido a nuestra vocación, irreversiblemente apegados a
los más indefensos (tal cual el legado recibido del mejor de los Orientales), al
lidiar en la vanguardia de todas las crisis habidas -las reconocidas y las disfrazadas-.-
Tampoco los docentes
pertenecientes a Contextos de Encierro hemos recibido formación específica (y
hace más de ocho años que está en funcionamiento esta presencia); parece que
hay una excesiva confianza en nuestro “mester”, parece que hay una gran
indiferencia hacia los más básicos postulados éticos y jurídicos.
¿A qué rendimiento se
están refiriendo? Al pan, pan: se pretende “magia.”
¿Sabe el público todo
esto? Tal vez lo ignore, porque ni los gobernantes, ni las autoridades lo han
declarado en ningún momento y, por supuesto, cómo podría recogerlo entonces la
prensa? Claro, yo pertenezco a una generación donde los periodistas cumplían a
carta cabal su misión de investigar; aún creo en los códigos, en las
convicciones.
De un hecho, en
cambio, tengo la certeza de su conocimiento general: todo el mundo sabe el
estado desastroso de los locales educativos. Las cámaras los han mostrado. Pero
todavía es posible agregar un dato no verificado por la tecnología de los
medios: la temperatura. ¿Saben ustedes que trabajamos, juntitos con los
chiquilines, a ocho o diez grados en invierno? Por supuesto, todo deja una
experiencia: antes, yo no podía pensar con ese abrumante frío; ahora, estoy
curtida y cada vez pienso mejor.
Por último, y
presumiendo que no sea un dato tan extraño, me pregunto si la opinión pública
conoce el tiempo reloj que insume la corrección de un trabajo escrito en una
materia como Literatura, por ejemplo. Cronometrado: entre cuatro y cuatro horas
y media para un grupo de treinta alumnos. Ni hablar de las planificaciones
diarias, el registro de las libretas, etc., etc., porque no me quiero alejar de
esa circunstancia de la evaluación ya que, como también se sabe, en general la
mayoría de los y las docentes trabajamos dos turnos; es decir que, los escritos
quedan para el fin de semana: sábados y domingos.
La remuneración de un
docente de cualquier grado abarca, exclusivamente, las horas de clase. Hasta el
momento no conozco otra profesión que implique la donación encubierta del
dignificante trabajo. ¿Se entiende ahora por qué hay tantos docentes “burn out”,
por nombrar la más reciente de las enfermedades profesionales?
En suma, y por “la vía
de la verdad”: la deuda con la Educación sigue sin ser saldada y el concepto de
Educación que reclama la realidad está muy distante de la práctica de este
Estado. Y nosotros/as, tan solos/as como nuestros/as alumnos/as.
Profa. Ana Milán
Nada material, entendámonos. Porque el otro nos ha enseñado, en delicado silencio, a manejar de otro modo la simple cucharita. |