“La cárcel es una
máquina política para producir subjetividades degradadas”-
Así lo aseguró la
socióloga del equipo del Registro Nacional de Casos de Torturas. Además de
describir los contextos de encierro de los hombres, la investigadora contó la
realidad de los penales de mujeres
Alcira Daroqui
habla con la seguridad de quien describe lo que conoce. No toca de oído, porque
lejos está de ser una improvisada. La socióloga y también coordinadora de la
Facultad de Ciencias Sociales en el programa UBA XXII de educación en cárceles,
habla porque trabaja y además analiza las particularidades de los contextos de
encierro.
Y a diferencia de
muchos otros, básicamente teóricos, Daroqui lo hace visitando penales,
entrevistando a presos y cuestionando, desde un sentido de realidad, al Estado
y su institución penitenciaria. Ella sabe, y lo reconoce, que es poco lo que se
puede hacer para cambiar, pero así y todo, recomienda seguir intentándolo.
Por eso propone
resignificar el concepto de seguridad, y hacerlo extensivo a las personas que
están alojadas tras los muros de las cárceles bonaerenses y federales. Si bien
no se ocupa, ni se ocupará -como dijo- de estudiar el fenómeno de la
inseguridad, Daroqui entiende que es fundamental garantizar la integridad
física de las personas detenidas.
“En términos de
seguridad democrática, estamos exigiendo que la seguridad sea para todos.
Porque yo creo que no hay sujeto más inseguro que un tipo que está preso. La
incertidumbre es la violencia más dura. Y que alguien salga vivo de la cárcel
es realmente toda una prueba de resistencia”, definió la profesional en diálogo
con Crítica Penal, programa que se emite todos los jueves de 21 a 23 por FM De
la Azotea 88.7 Radio Comunitaria.
Lo que sigue es la
descripción de ese contexto carcelario que lleva a Daroqui a pedir seguridad
también para las personas detenidas en el territorio nacional.
-¿Qué diferencias
existen entre los penales bonaerenses y las cárceles del sistema federal?
-Me gustaría hablar
primero de lo que se parecen, porque son iguales. En las dos se tortura, en las
dos se violan sistemáticamente los derechos de los detenidos. Ahora, cada una
tiene sus singularidades. Ese despliegue de violencia institucional en las
unidades federales se expresa más, sobre todo en prácticas como la bienvenida a
cada preso que entra a la cárcel. Se expresa también un sistema de régimen de
vida, ya no de sanción, de aislamiento de 18, 22, 24 horas. En el sistema
provincial está empezándose a observar eso, aunque no está tan expandido como
en el Federal. En la provincia de Buenos Aires está muy presente la cuestión de
los traslados gravosos, de la famosa calesita por las cárceles. En el sistema
Federal, este sistema de tortura y violación de derechos es menor aunque está
presente, porque el 70% de los encerrados en Chaco, Rawson y Neuquén son del
conurbano. Hay una lógica de confinamiento muy fuerte. El sistema federal es
más violento en términos institucionales. Las requisas de pabellón se hacen
entre 30 y 40 penitenciarios a golpes, patadas y balazos de goma. En el sistema
provincial, hay más una delegación de la violencia en los propios presos. Es
escandaloso que en una cárcel como Olmos, que tiene más de 2000 presos, un
turno de guardia esté compuesto por 14 penitenciarios. Eso demuestra,
claramente, como el gobierno lo gestionan los propios presos en términos de
sobreviviencia y esa sobreviviencia es violenta.
Pero esa
delegación, de ninguna manera, quita la responsabilidad y la práctica violenta
a la institución.
-¿Cómo se da en la
práctica esa delegación del gobierno de la cárcel?
-Hay distintos
sistemas de delegación. Un sistema es por medio de los regímenes que nosotros
llamamos evangélicos penitenciarios, donde más del 50% de la población de la
provincia de Buenos Aires está alojada.
Otro es el famoso
sistema del “limpieza”, que es el preso que coordina y gestiona el pabellón,
que es muy móvil y endeble. Hay quienes estudian y dicen, y yo no lo puedo
creer, que hay casi una horizontalidad entre el servicio penitenciario y estos
“limpieza”. Uno dice: es cierto, hay una delegación en los “limpieza” para que
gestionen el pabellón, pero el día que se rompió la relación con el servicio,
se dispone de esa persona, se la manda a cualquier lado. Qué horizontalidad. La
horizontalidad se termina en un segundo. Y otra forma que también hay de
delegación tiene que ver con los actos más violentos, que gestiona el propio
servicio, que son las famosas muertes o el mandar a lastimar, que en la jerga
carcelaria, en el caso de los hombres, se le dice “coche bomba”, y en el caso
de las mujeres, “gato bomba”. Tiene que ver con negociar con una persona
detenida alguna situación límite por la cual la persona detenida acepta a
cumplir esa orden. Pero más allá de esas lecturas, desde nuestro enfoque
político y de investigación, la responsabilidad siempre es de la institución.
No hay que focalizar en si el preso es más o menos violento. La cárcel se tiene
que sobrevivir. Y una diferencia que me parece importante, que se está
empezando a dar también en el sistema Federal, es que en la Provincia hay
producción de la degradación.
-¿Qué supone esa
práctica?
-Son las
condiciones materiales, las condiciones de vida, que en el Federal se dan por
sectores. Pero en la Provincia, en cambio, es una forma de gobierno: producir
permanente degradación. Están en celdas inundadas, con materia fecal, orinando
en una botella, y así viven días y días, con sus colchones mojados, con bichos.
Y de la alimentación, ni hablar. La animalización de los detenidos se da con obscenidad
en las cárceles bonaerenses. Y uno se pone a ver cuánto le sale al Estado cada
preso, y se da cuenta que la degradación no sólo tiene una finalidad política,
sino que hay una propensión a partir de una corrupción de los recursos. Hay
apropiación y eso marca una cuestión más compleja que la asimetría de poder y
la voluntad política de producir sujetos vulnerados y degradados, que ya vienen
de afuera y que la cárcel concluye con el proceso. A la expansión de la tortura
no hay que resumirla en la agresión física, porque es otro peligro. Constatamos
once tipos de torturas. En la provincia de Buenos Aires, que los presos son
extremadamente pobres, detectamos el robo de pertenencias como un método de
tortura. Les roban las cosas. Hemos encontrado gente sin un riñón, sin la
dentadura, y así y todo, para mí, que le roben lo poquito que pueden tener, me
parece un acto de salvajismo.
-Los traslados son
también una forma de ejercitar la tortura sobre los detenidos…
-De los presos que
trasladan nosotros decimos que tienen una especie de prisión ambulatoria; se
desconoce dónde están. Lo desconoce la familia, hasta lo desconoce él mismo. Y
eso nos remite a una práctica que hay que repensarla en función de otras
épocas: es un preso que no está en ningún lado, hasta que cae en algún momento
en algún lugar. El concepto de traslado siempre tuvo una simbología muy fuerte
para todos nosotros. Los traslados eran la muerte. Y los presos tienen mucho
miedo de morir en los traslados, porque los meten en el camión con gente que
desconocen o que a veces son sus enemigos de la cárcel o fuera de ella. Además,
hemos detectado que en ocasiones los bajan del camión y los someten a
simulacros de fusilamiento. Lo ha dicho uno, lo han dicho dos, lo han dicho en
distintos penales distintos presos.
LAS MUJERES EN EL
ENCIERRO
-¿La realidad del
sistema carcelario masculino se extiende también al de mujeres?
-Hay cosas que son
comunes para hombres y mujeres. Pero primero hay que decir que es cierto que
las mujeres son un porcentaje muy menor al de los hombres encarcelados. Lo cual
también hace que uno generalice la cuestión carcelaria en relación a los
varones porque realmente el porcentaje de mujeres no llega al 8 o 9 por ciento
de la población. Hay singularidades, de todos modos. En la mujer hemos
detectado menos ejercicio de la violencia física. Aunque hay casos, y sobre
todo cuando las chicas son jóvenes. Para ellas hay dos prácticas habituales. El
ejercicio de alguna violencia física por parte del servicio penitenciario y el
alojamiento en buzones, es decir, en la celda de castigo. Pero en general, no
hay tanta aplicación del golpe físico.
-¿Y cuáles son las
formas alternativas y particulares de degradarlas?
-Tienen que ver con
el lugar de la mujer en la sociedad. Las requisas vejatorias, la desnudez,
mostrar los genitales, mostrar el ano, mostrar los senos. Hacerlo con sus
hijos, hacerlo en las visitas de sus hijos, hacerlo con sus hijos alojados en
las cárceles. Las mujeres se quejan mucho de la falta de asistencia a sus
problemas de salud. Y es ahí que detectamos que es una práctica deliberada. No
existen los exámenes ginecológicos. Mujeres con hemorragias, con problemas de
salud. La mujer tiene una relación con el cuerpo distinta a la que tiene el
hombre y es ahí a donde apuntan. Y después hay trabajos de dañosidad
psicológica muy fuerte. A la mujer se la culpabiliza en el discurso
permanentemente. Se la hace cargo de cómo abandonó a sus hijos, por ejemplo.
Entonces, en las cárceles de mujeres hay una búsqueda del deterioro psíquico. Y
en algunos casos lo logran. En el año 2010, en la cárcel de Ezeiza, en la
Unidad 3, hubo cuatro suicidios, y de alguno podemos dudar, pero hubo cuatro
suicidios y tres o cuatro intentos. Y todas de chicas jóvenes. Eso habla de los
quiebres. Y las mujeres, a las condiciones de los traslados las sufren peor que
los hombres en la Provincia. Hay un sector en el camión que se llama la latita,
y en el que sólo podría ir una persona van entre tres y cuatro mujeres.
SIN SOLUCIÓN
-El informe del
Comité contra la Tortura habla de un sistema carcelario de la crueldad. La
descripción que hiciste no hace más que llenar de contenido esa idea. Ahora,
¿qué posibilidad concreta hay de gestar transformaciones genuinas en los
contextos de encierro?
-No hay nada que
hacer. Porque no es un problema que funciona mal. La cárcel hace su trabajo
correctamente.
-Iñaki Rivera
Beiras dice que la cárcel existe gracias a su propio fracaso, no gracias a su
éxito…
-Claro. Y yo lo
aclaré hoy cuando di clases. Yo soy pesimista y los pesimistas somos los que
cambiamos la vida. Los optimistas no. Yo creo que hay que seguir. Pero que se
piense que esto tiene… por qué debería cambiar. Esa es la pregunta. Por qué.
Porque no es que el Estado incumple. Hasta ahora ejerce prácticas concretas de
incapacitación, de neutralización de determinados sujetos. Y esta es una
práctica política. La cárcel es una maquinaria política de producción de
subjetividades, de subjetividades degradadas, precarias y sometidas, a través
de la violencia institucional del Estado. Eso es la cárcel.
DAROQUI DIXIT
LA CÁRCEL POR LOS
PRESOS
“Tenemos la
convicción política de reconstruimos los hechos a partir de la voz de las
víctimas. Si la reconstruyo de la mano de los verdugos, voy a tener un
problema. Así Becket, en los trucos del oficio de los sociólogos, decía que no
se puede entrar a las instituciones de las manos de sus directores, si se
quiere conocer la institución”.
UNA HISTORIA DE LA
UP 15 DE BATÁN
“Llegamos a Batán y
nos quedamos todo un día. Vimos lo que comían los presos: las tumbas, que son
huesitos de caracú, y que muchas veces están podridos. Seis o siete huesitos
para un pabellón de 60 o 70 presos. Y como la tumba se pesca y estábamos
nosotros, la pescaron con cierta prudencia, porque sino se hace con brutalidad.
En Batán, durante la visita, vino un penitenciario y nos mostró una bandeja,
como las que te dan en los aviones. Y dijo: “Esto es lo que van a comer hoy”.
El hombre no se imaginó que nosotros íbamos a estar todo el día. Después vimos
cuando llegó la olla al pabellón”.
REPRESORES SIN
CLASES
“Por suerte el
Consejo Superior (de la UBA) ya dijo que no. Y nosotros dijimos que no. La otra
vez me preguntaron por qué no. Yo les dije: hoy tenemos derecho nosotros a
decir sencillamente no, que nosotros no le queremos dar clase. Después, que les
de clases cualquier otro. Es bastante poco nuestro no en proporción a lo que
ellos hicieron. Así que, por favor, no molesten más”.
NO HAY MODELO DE
CÁRCEL
“Es imprudente
hablar de un servicio penitenciario como modelo, porque de una fuerza de
seguridad nunca jamás nadie puede decir que es modelo de nada. Al contrario,
podes decir que estamos mejorando, que estamos tratando. Y tenes que intentar
poner en diálogo los derechos humanos del pasado con el presente, porque el
mejor homenaje que uno le puede hacer a los compañeros que no están es batallar
por el presente, y no pensar que está saldado o que se salda con el pasado. Al
presente no se lo salda con el pasado. Al presente se lo salda con el presente.
Lo contrario, es una vergüenza política”.
Por Andrea Pérez y
Julia Drangosch
Delito y Sociedad:
Entrevista a Alcira Daroqui, profesora de la UBA e investigadora del CONICET
Ante el pedido de
mayor castigo para los delitos, endurecimiento de penas, y la difusión
constante de la problemática de la inseguridad en los medios de comunicación,
la socióloga Alcira Daroqui aporta una visíon distinta sobre el tema.
¿Qué tipo de
estadísticas hay que manejar para entender el fenómeno de la inseguridad?
A.D: El Estado
Nacional y los provinciales no tienen estadísticas serias del delito y del
sistema penal. En general es un problema porque el Estado no cuida la
información, como lo demuestra el caso del INDEC. El Ministerio de Justicia de
la Nación estuvo sin publicar estadísticas durante un año y medio. De todas
formas las estadísticas públicas son tramposas, porque no miden claramente,
debido a que no se toman lo hechos no denunciados. No se puede saber con estos
datos si aumentó o no el delito. Tampoco sirven las encuestas de victimización,
son una trampa mortal. Y no es correcto poner el foco en los registros de
denuncias.
¿El aumento de la
población carcelaria se relaciona con la variación del delito?
A.D: Para nada. Que
aumente la población carcelaria está relacionado con la persecución del sistema
penal, por ejemplo con la leyes de mano dura impuestas por la gestión de
Ruckauf, porque limita las excarcelaciones para más delitos, pero no tiene nada
que ver con el índice delictivo. En 2001/02 aumentó la persecución penal pero
no la cantidad de delitos. Con el aumento punitivo no se soluciona el aumento
del delito, esta demostrado históricamente. No hay sociedad sin delito. Tampoco
sin acciones de venganza.
¿El pedido de mano
dura y pena de muerte tiene que ver con la sed de venganza social?
A.D: Sí, esta sed
existen en todas las sociedades. Pero el Estado no puede gobernar por lo que
sienten las víctimas. La pena de muerte es el extremo de la acción punitiva del
Estado, es volver a la soberbia del Medioevo, después de 350 años de
modernidad. En los Estados Unidos se demostró que la pena de muerte no reduce
el delito, además de que a nivel político les está costando más matar gente, y
por eso pasan años en los corredores de la muerte. Estos pedidos de pena de
muerte se vinculan a ciertos sectores de derecha que quieren ganar votos en un
año electoral.
¿Qué efectos
sociales trae el pedido de mayor castigo al delito?
A.D: Primero, un
fuerte aumento de la violencia institucionalizada. Si quieren sed venganza la
tienen. En 2008 murieron 120 presos en las cárceles argentinas, y ningún país
que tenga pena de muerte mata a tanta gente. Además, el 75 % de lo presos están
procesados y no condenados, por lo que son inocentes penalmente. Es preocupante
que se quiera habilitar este debate pero en Argentina, después del genocidio de
la dictadura, es imposible políticamente instalar la pena de muerte.
¿Influye la pobreza
en el delito?
A.D: No, para nada.
Cuanto mayor pobreza mayor persecución a un sector social, el pobre, pero no se
persiguen los delitos de corrupción o los llamados de “guante blanco”. Existe
una capacidad de horror selectiva en la sociedad Argentina. No se horrorizan de
que esté suelto el padre Grassi, cuando hay semiplena prueba de que abusó de menores.
Tampoco por la desaparición de Julio López. Y nunca se pidió pena de muerte
para los militares genocidas. La sociedad no tiene derecho moral para pedir la
pena de muerte.
De: http://www.bajandolineas.com.ar/