lunes, 12 de agosto de 2013

Denise Najmanovich también involucrada

Desde hace mucho tiempo, invita a
PENSAR LA SUBJETIVIDAD.

Y, como adivinando esta travesía espiralada en los contenidos del blog,nos ha dejado de regalo en Facebook esta imagen que, oportunamente, nos recuerda a Rancière, filósofo contemporáneo, profesor de política y estética, quien a su vez ha rescatado el pensamiento de un pedagogo olvidado, Joseph Jacotot, surgido después de la Revolución Francesa.

¿Una cadena del azar? Un síntoma evidente de que "revisar" y "revisarnos" es una prioridad. 



¡Muchas gracias, Denise!

“La cárcel es una máquina política para producir subjetividades degradadas”- Alcira Daroqui




Alcira Daroqui
Con un currículum de atípica extensión (unas 17 páginas) y
una práctica real e inigualable, esta socióloga argentina
ha dedicado décadas de su vida al análisis e intervención decidida
en un asunto que incumbe a toda América Latina

de manera decisiva e impostergable.



“La cárcel es una máquina política para producir subjetividades degradadas”-

Así lo aseguró la socióloga del equipo del Registro Nacional de Casos de Torturas. Además de describir los contextos de encierro de los hombres, la investigadora contó la realidad de los penales de mujeres
Alcira Daroqui habla con la seguridad de quien describe lo que conoce. No toca de oído, porque lejos está de ser una improvisada. La socióloga y también coordinadora de la Facultad de Ciencias Sociales en el programa UBA XXII de educación en cárceles, habla porque trabaja y además analiza las particularidades de los contextos de encierro.

Y a diferencia de muchos otros, básicamente teóricos, Daroqui lo hace visitando penales, entrevistando a presos y cuestionando, desde un sentido de realidad, al Estado y su institución penitenciaria. Ella sabe, y lo reconoce, que es poco lo que se puede hacer para cambiar, pero así y todo, recomienda seguir intentándolo.

Por eso propone resignificar el concepto de seguridad, y hacerlo extensivo a las personas que están alojadas tras los muros de las cárceles bonaerenses y federales. Si bien no se ocupa, ni se ocupará -como dijo- de estudiar el fenómeno de la inseguridad, Daroqui entiende que es fundamental garantizar la integridad física de las personas detenidas.

“En términos de seguridad democrática, estamos exigiendo que la seguridad sea para todos. Porque yo creo que no hay sujeto más inseguro que un tipo que está preso. La incertidumbre es la violencia más dura. Y que alguien salga vivo de la cárcel es realmente toda una prueba de resistencia”, definió la profesional en diálogo con Crítica Penal, programa que se emite todos los jueves de 21 a 23 por FM De la Azotea 88.7 Radio Comunitaria.

Lo que sigue es la descripción de ese contexto carcelario que lleva a Daroqui a pedir seguridad también para las personas detenidas en el territorio nacional.

-¿Qué diferencias existen entre los penales bonaerenses y las cárceles del sistema federal?

-Me gustaría hablar primero de lo que se parecen, porque son iguales. En las dos se tortura, en las dos se violan sistemáticamente los derechos de los detenidos. Ahora, cada una tiene sus singularidades. Ese despliegue de violencia institucional en las unidades federales se expresa más, sobre todo en prácticas como la bienvenida a cada preso que entra a la cárcel. Se expresa también un sistema de régimen de vida, ya no de sanción, de aislamiento de 18, 22, 24 horas. En el sistema provincial está empezándose a observar eso, aunque no está tan expandido como en el Federal. En la provincia de Buenos Aires está muy presente la cuestión de los traslados gravosos, de la famosa calesita por las cárceles. En el sistema Federal, este sistema de tortura y violación de derechos es menor aunque está presente, porque el 70% de los encerrados en Chaco, Rawson y Neuquén son del conurbano. Hay una lógica de confinamiento muy fuerte. El sistema federal es más violento en términos institucionales. Las requisas de pabellón se hacen entre 30 y 40 penitenciarios a golpes, patadas y balazos de goma. En el sistema provincial, hay más una delegación de la violencia en los propios presos. Es escandaloso que en una cárcel como Olmos, que tiene más de 2000 presos, un turno de guardia esté compuesto por 14 penitenciarios. Eso demuestra, claramente, como el gobierno lo gestionan los propios presos en términos de sobreviviencia y esa sobreviviencia es violenta.
Pero esa delegación, de ninguna manera, quita la responsabilidad y la práctica violenta a la institución.

-¿Cómo se da en la práctica esa delegación del gobierno de la cárcel?

-Hay distintos sistemas de delegación. Un sistema es por medio de los regímenes que nosotros llamamos evangélicos penitenciarios, donde más del 50% de la población de la provincia de Buenos Aires está alojada.
Otro es el famoso sistema del “limpieza”, que es el preso que coordina y gestiona el pabellón, que es muy móvil y endeble. Hay quienes estudian y dicen, y yo no lo puedo creer, que hay casi una horizontalidad entre el servicio penitenciario y estos “limpieza”. Uno dice: es cierto, hay una delegación en los “limpieza” para que gestionen el pabellón, pero el día que se rompió la relación con el servicio, se dispone de esa persona, se la manda a cualquier lado. Qué horizontalidad. La horizontalidad se termina en un segundo. Y otra forma que también hay de delegación tiene que ver con los actos más violentos, que gestiona el propio servicio, que son las famosas muertes o el mandar a lastimar, que en la jerga carcelaria, en el caso de los hombres, se le dice “coche bomba”, y en el caso de las mujeres, “gato bomba”. Tiene que ver con negociar con una persona detenida alguna situación límite por la cual la persona detenida acepta a cumplir esa orden. Pero más allá de esas lecturas, desde nuestro enfoque político y de investigación, la responsabilidad siempre es de la institución. No hay que focalizar en si el preso es más o menos violento. La cárcel se tiene que sobrevivir. Y una diferencia que me parece importante, que se está empezando a dar también en el sistema Federal, es que en la Provincia hay producción de la degradación.

-¿Qué supone esa práctica?

-Son las condiciones materiales, las condiciones de vida, que en el Federal se dan por sectores. Pero en la Provincia, en cambio, es una forma de gobierno: producir permanente degradación. Están en celdas inundadas, con materia fecal, orinando en una botella, y así viven días y días, con sus colchones mojados, con bichos. Y de la alimentación, ni hablar. La animalización de los detenidos se da con obscenidad en las cárceles bonaerenses. Y uno se pone a ver cuánto le sale al Estado cada preso, y se da cuenta que la degradación no sólo tiene una finalidad política, sino que hay una propensión a partir de una corrupción de los recursos. Hay apropiación y eso marca una cuestión más compleja que la asimetría de poder y la voluntad política de producir sujetos vulnerados y degradados, que ya vienen de afuera y que la cárcel concluye con el proceso. A la expansión de la tortura no hay que resumirla en la agresión física, porque es otro peligro. Constatamos once tipos de torturas. En la provincia de Buenos Aires, que los presos son extremadamente pobres, detectamos el robo de pertenencias como un método de tortura. Les roban las cosas. Hemos encontrado gente sin un riñón, sin la dentadura, y así y todo, para mí, que le roben lo poquito que pueden tener, me parece un acto de salvajismo.

-Los traslados son también una forma de ejercitar la tortura sobre los detenidos…

-De los presos que trasladan nosotros decimos que tienen una especie de prisión ambulatoria; se desconoce dónde están. Lo desconoce la familia, hasta lo desconoce él mismo. Y eso nos remite a una práctica que hay que repensarla en función de otras épocas: es un preso que no está en ningún lado, hasta que cae en algún momento en algún lugar. El concepto de traslado siempre tuvo una simbología muy fuerte para todos nosotros. Los traslados eran la muerte. Y los presos tienen mucho miedo de morir en los traslados, porque los meten en el camión con gente que desconocen o que a veces son sus enemigos de la cárcel o fuera de ella. Además, hemos detectado que en ocasiones los bajan del camión y los someten a simulacros de fusilamiento. Lo ha dicho uno, lo han dicho dos, lo han dicho en distintos penales distintos presos.

LAS MUJERES EN EL ENCIERRO

-¿La realidad del sistema carcelario masculino se extiende también al de mujeres?

-Hay cosas que son comunes para hombres y mujeres. Pero primero hay que decir que es cierto que las mujeres son un porcentaje muy menor al de los hombres encarcelados. Lo cual también hace que uno generalice la cuestión carcelaria en relación a los varones porque realmente el porcentaje de mujeres no llega al 8 o 9 por ciento de la población. Hay singularidades, de todos modos. En la mujer hemos detectado menos ejercicio de la violencia física. Aunque hay casos, y sobre todo cuando las chicas son jóvenes. Para ellas hay dos prácticas habituales. El ejercicio de alguna violencia física por parte del servicio penitenciario y el alojamiento en buzones, es decir, en la celda de castigo. Pero en general, no hay tanta aplicación del golpe físico.

-¿Y cuáles son las formas alternativas y particulares de degradarlas?

-Tienen que ver con el lugar de la mujer en la sociedad. Las requisas vejatorias, la desnudez, mostrar los genitales, mostrar el ano, mostrar los senos. Hacerlo con sus hijos, hacerlo en las visitas de sus hijos, hacerlo con sus hijos alojados en las cárceles. Las mujeres se quejan mucho de la falta de asistencia a sus problemas de salud. Y es ahí que detectamos que es una práctica deliberada. No existen los exámenes ginecológicos. Mujeres con hemorragias, con problemas de salud. La mujer tiene una relación con el cuerpo distinta a la que tiene el hombre y es ahí a donde apuntan. Y después hay trabajos de dañosidad psicológica muy fuerte. A la mujer se la culpabiliza en el discurso permanentemente. Se la hace cargo de cómo abandonó a sus hijos, por ejemplo. Entonces, en las cárceles de mujeres hay una búsqueda del deterioro psíquico. Y en algunos casos lo logran. En el año 2010, en la cárcel de Ezeiza, en la Unidad 3, hubo cuatro suicidios, y de alguno podemos dudar, pero hubo cuatro suicidios y tres o cuatro intentos. Y todas de chicas jóvenes. Eso habla de los quiebres. Y las mujeres, a las condiciones de los traslados las sufren peor que los hombres en la Provincia. Hay un sector en el camión que se llama la latita, y en el que sólo podría ir una persona van entre tres y cuatro mujeres.

SIN SOLUCIÓN

-El informe del Comité contra la Tortura habla de un sistema carcelario de la crueldad. La descripción que hiciste no hace más que llenar de contenido esa idea. Ahora, ¿qué posibilidad concreta hay de gestar transformaciones genuinas en los contextos de encierro?

-No hay nada que hacer. Porque no es un problema que funciona mal. La cárcel hace su trabajo correctamente.

-Iñaki Rivera Beiras dice que la cárcel existe gracias a su propio fracaso, no gracias a su éxito…

-Claro. Y yo lo aclaré hoy cuando di clases. Yo soy pesimista y los pesimistas somos los que cambiamos la vida. Los optimistas no. Yo creo que hay que seguir. Pero que se piense que esto tiene… por qué debería cambiar. Esa es la pregunta. Por qué. Porque no es que el Estado incumple. Hasta ahora ejerce prácticas concretas de incapacitación, de neutralización de determinados sujetos. Y esta es una práctica política. La cárcel es una maquinaria política de producción de subjetividades, de subjetividades degradadas, precarias y sometidas, a través de la violencia institucional del Estado. Eso es la cárcel.

DAROQUI DIXIT

LA CÁRCEL POR LOS PRESOS

“Tenemos la convicción política de reconstruimos los hechos a partir de la voz de las víctimas. Si la reconstruyo de la mano de los verdugos, voy a tener un problema. Así Becket, en los trucos del oficio de los sociólogos, decía que no se puede entrar a las instituciones de las manos de sus directores, si se quiere conocer la institución”.

UNA HISTORIA DE LA UP 15 DE BATÁN

“Llegamos a Batán y nos quedamos todo un día. Vimos lo que comían los presos: las tumbas, que son huesitos de caracú, y que muchas veces están podridos. Seis o siete huesitos para un pabellón de 60 o 70 presos. Y como la tumba se pesca y estábamos nosotros, la pescaron con cierta prudencia, porque sino se hace con brutalidad. En Batán, durante la visita, vino un penitenciario y nos mostró una bandeja, como las que te dan en los aviones. Y dijo: “Esto es lo que van a comer hoy”. El hombre no se imaginó que nosotros íbamos a estar todo el día. Después vimos cuando llegó la olla al pabellón”.

REPRESORES SIN CLASES

“Por suerte el Consejo Superior (de la UBA) ya dijo que no. Y nosotros dijimos que no. La otra vez me preguntaron por qué no. Yo les dije: hoy tenemos derecho nosotros a decir sencillamente no, que nosotros no le queremos dar clase. Después, que les de clases cualquier otro. Es bastante poco nuestro no en proporción a lo que ellos hicieron. Así que, por favor, no molesten más”.

NO HAY MODELO DE CÁRCEL

“Es imprudente hablar de un servicio penitenciario como modelo, porque de una fuerza de seguridad nunca jamás nadie puede decir que es modelo de nada. Al contrario, podes decir que estamos mejorando, que estamos tratando. Y tenes que intentar poner en diálogo los derechos humanos del pasado con el presente, porque el mejor homenaje que uno le puede hacer a los compañeros que no están es batallar por el presente, y no pensar que está saldado o que se salda con el pasado. Al presente no se lo salda con el pasado. Al presente se lo salda con el presente. Lo contrario, es una vergüenza política”.

Por Andrea Pérez y Julia Drangosch
Redacción El Atlántico


Delito y Sociedad: 
Entrevista a Alcira Daroqui, profesora de la UBA e investigadora del CONICET

Ante el pedido de mayor castigo para los delitos, endurecimiento de penas, y la difusión constante de la problemática de la inseguridad en los medios de comunicación, la socióloga Alcira Daroqui aporta una visíon distinta sobre el tema.

¿Qué tipo de estadísticas hay que manejar para entender el fenómeno de la inseguridad?

A.D: El Estado Nacional y los provinciales no tienen estadísticas serias del delito y del sistema penal. En general es un problema porque el Estado no cuida la información, como lo demuestra el caso del INDEC. El Ministerio de Justicia de la Nación estuvo sin publicar estadísticas durante un año y medio. De todas formas las estadísticas públicas son tramposas, porque no miden claramente, debido a que no se toman lo hechos no denunciados. No se puede saber con estos datos si aumentó o no el delito. Tampoco sirven las encuestas de victimización, son una trampa mortal. Y no es correcto poner el foco en los registros de denuncias.

¿El aumento de la población carcelaria se relaciona con la variación del delito?

A.D: Para nada. Que aumente la población carcelaria está relacionado con la persecución del sistema penal, por ejemplo con la leyes de mano dura impuestas por la gestión de Ruckauf, porque limita las excarcelaciones para más delitos, pero no tiene nada que ver con el índice delictivo. En 2001/02 aumentó la persecución penal pero no la cantidad de delitos. Con el aumento punitivo no se soluciona el aumento del delito, esta demostrado históricamente. No hay sociedad sin delito. Tampoco sin acciones de venganza.

¿El pedido de mano dura y pena de muerte tiene que ver con la sed de venganza social?

A.D: Sí, esta sed existen en todas las sociedades. Pero el Estado no puede gobernar por lo que sienten las víctimas. La pena de muerte es el extremo de la acción punitiva del Estado, es volver a la soberbia del Medioevo, después de 350 años de modernidad. En los Estados Unidos se demostró que la pena de muerte no reduce el delito, además de que a nivel político les está costando más matar gente, y por eso pasan años en los corredores de la muerte. Estos pedidos de pena de muerte se vinculan a ciertos sectores de derecha que quieren ganar votos en un año electoral.

¿Qué efectos sociales trae el pedido de mayor castigo al delito?

A.D: Primero, un fuerte aumento de la violencia institucionalizada. Si quieren sed venganza la tienen. En 2008 murieron 120 presos en las cárceles argentinas, y ningún país que tenga pena de muerte mata a tanta gente. Además, el 75 % de lo presos están procesados y no condenados, por lo que son inocentes penalmente. Es preocupante que se quiera habilitar este debate pero en Argentina, después del genocidio de la dictadura, es imposible políticamente instalar la pena de muerte.

¿Influye la pobreza en el delito?

A.D: No, para nada. Cuanto mayor pobreza mayor persecución a un sector social, el pobre, pero no se persiguen los delitos de corrupción o los llamados de “guante blanco”. Existe una capacidad de horror selectiva en la sociedad Argentina. No se horrorizan de que esté suelto el padre Grassi, cuando hay semiplena prueba de que abusó de menores. Tampoco por la desaparición de Julio López. Y nunca se pidió pena de muerte para los militares genocidas. La sociedad no tiene derecho moral para pedir la pena de muerte.

De: http://www.bajandolineas.com.ar/