sábado, 25 de mayo de 2013

En el Día del Libro













Leer o pedalear acerca a los presos de Brasil a la libertad

Gerardo Lissardy
Río de Janeiro
BBCMundo- Noticias

Leer puede reducir las penas de cárcel en Brasil

La idea del juez brasileño José Henrique Mallmann nació cuando buscaba en internet formas de generar energía limpia y vio que un gimnasio de Estados Unidos funciona con el ejercicio de sus propios socios. Eso, pensó, podría cambiar la cárcel de Minas Gerais bajo su jurisdicción.
El proyecto de Mallmann se implementó hace tres meses en el presidio de Santa Rita do Sapucaí: seis reclusos fueron elegidos para pedalear de día dos bicicletas fijas que cargan baterías, para iluminar una plaza de noche.
Así, hombres condenados por delitos como tráfico de drogas, hurto o tentativa de homicidio pueden reducir sus penas de prisión un día cada 16 horas pedaleadas a cambio de un beneficio para la sociedad, según el juez.

El proyecto pronto sumará ocho bicicletas y abarcará a 30 presos en una cárcel de 130, elegidos por su conducta, aptitud física y voluntad de participar.
Ideas como esa y otra que reduce las penas de presos por leer libros buscan responder de modo innovador en Brasil al reto de tener una de las mayores poblaciones carcelarias del mundo, que además va en aumento.
"Se precisa repensar el sistema penitenciario, porque sabemos que el nivel de reincidencia es muy grande", dijo Mallmann a BBC Mundo. "El modo como la pena se cumple hoy en Brasil no da la respuesta necesaria".

Celdas desbordadas
"¿Por qué la lectura en sí puede remitir la pena? No me parece un criterio adecuado"
En las cárceles brasileñas hay 514.582 reclusos, unos 200.000 más que la capacidad máxima, según el Centro Internacional para Estudios de Prisión (ICPS por sus siglas en inglés).
La cifra ha crecido sin parar desde 1992 (cuando los presos de Brasil eran 114.377), lo que de acuerdo a ICPS ha convertido al país en el cuarto con más reclusos, detrás de Estados Unidos, China y Rusia.
Las penitenciarías brasileñas han sido criticadas por las Naciones Unidas debido a sus condiciones actuales y diversos especialistas advierten que hoy son más escuelas de criminalidad que centros de rehabilitación.
Aunque una ley en Brasil permite a los presos acortar sus sentencias a cambio de realizar estudios o trabajos, Mallmann dijo que menos de 20% de la población carcelaria del país tiene efectivamente esa posibilidad.
Sin embargo, las autoridades parecen ensayar alternativas novedosas al tiempo ocioso de los reclusos.
El gobierno brasileño publicó el 22 de junio una medida conjunta con la justicia federal que institucionaliza la rebaja de penas por lectura de libros en las cuatro cárceles federales del país, con reclusos de alta peligrosidad.
"La lectura, así como el estudio o el trabajo, es una forma de rehabilitación", afirmó Arcelino Vieira Damasceno, director del Departamento Penitenciario Nacional (Depen) brasileño a BBC Mundo.
Pero esta iniciativa también tiene sus críticos.

"El arte de la felicidad"

La lectura, afirman las autoridades, es una forma de rehabilitación.
El proyecto de "remisión por la lectura" establece que los presos podrán descontar hasta 48 días de sus sentencias cada año por la lectura de un máximo de 12 obras literarias, filosóficas, clásicas o científicas.
Luego de leer un libro en un plazo máximo de 30 días, el recluso debe realizar una reseña del mismo que será evaluada por un juez que podrá descontarle cuatro días por cada volumen.
Las bibliotecas de las prisiones federales de Brasil tienen una variedad de libros donados o adquiridos, títulos como "El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger, "El arte de la felicidad" del Dalai Lama o "Harry Potter y el prisionero de Azkaban" de J.K Rowling.
En la experiencia ya participaron este año 216 presos de las penitenciarías de máxima seguridad de Catanduvas (estado de Paraná) y Campo Grande (Mato Grosso del Sur).
El proyecto surgió en 2009 en Catanduvas, también por iniciativa de un juez que decidía qué reclusos podían participar.
Pero la medida adoptada en junio habilitó teóricamente a sumarse al programa a los cerca de 400 presos en las cárceles federales brasileñas, que guardan a los criminales más conocidos del país.

"Una visión diferente"

La población carcelaria de Brasil es la cuarta mayor del mundo.
Damasceno sostuvo que la iniciativa podría extenderse a las prisiones de Brasil administradas por los gobiernos estatales.
"Con el éxito del proyecto tengo la impresión de que muchos van a querer implementar esto también", dijo.
El funcionario respondió a posibles críticas por el hecho de que los presos más peligrosos reduzcan sus penas tan sólo por leer un libro y señaló que sus sentencias a veces son superiores a 100 años.
"Difícilmente van a conseguir anularla sólo con la lectura", dijo.
Pero la medida ha sido criticada por abogados que advierten que la nueva forma de remisión de penas debería haberse consagrado por ley.
"¿Por qué la lectura en sí puede remitir la pena? No me parece un criterio adecuado", afirmó Pedro Abramovay, exsecretario nacional de Justicia del gobierno federal, en diálogo con BBC Mundo.
Abramovay dijo que el acceso a libros es un derecho de cualquier preso, pero es diferente al estudio que realizan mediante una "lectura calificada" con criterios del ministerio de Educación, como contempla la ley.
"Tenemos una superpoblación carcelaria que de hecho no tiene actividades que permitan la resocialización y después se reclama que las cárceles son una formación de criminales", sostuvo.
"Hay que tener una visión diferente", agregó. "En algunos casos se puede remitir la pena con el estudio o el trabajo y en otros tiene que verse como un derecho del preso la lectura, la cultura o el placer".



Desde la cárcel, Enrique Aranda ha sido tres veces Premio Nacional de Poesía “Salvador Díaz Mirón” (1998, 2001 y 2008), otorgado por Conaculta-INBA. También obtuvo dos veces (2003 y 2008) el Premio Nacional de Cuento José Revueltas, otorgado por las mismas instituciones. El reconocimiento más reciente le fue concedido por el INBA en el concurso “México lee 2011”, que se otorga por fomento a la lectura, por el club de lectura que impulsó dentro de la cárcel. Fue el Instituto de Cultura de la Ciudad de México, hoy Secretaría de Cultura, quien le proporcionó los cerca de 800 libros: “Cuando les llamé, primero creyeron que era un funcionario. Cuando les dije que era un preso se emocionaron”, dice. La misión con este proyecto era darles a los internos “el boleto para un tour por el anhelado mundo exterior”.


Biblioteca Central de la cárcel de Medellín

“Si me quedara quieta, me volvería loca. Tengo todo el día ocupado, pero las horas que estamos encerradas en la celda también hay que pasarlas. Entonces leo mucho, especialmente poesía, algo que me inculcó mi padre. En la calle me encanta leer en un jardín o en el parque”, cuenta Sissi (así pide ser identificada), de 55 años y con ocho meses en la cárcel de mujeres de Brieva.
El fiscal pide para ella tres años de reclusión por tráfico de drogas. “Es cierto, el paquete estaba en un doble fondo de mi maleta. También es cierto que yo no lo sabía”, se defiende resignada, consciente de que muchos reclusos alegan ser inocentes. Optimista y vital, en la cárcel ha tenido ocasión de conocer a diferentes escritores, invitados a departir con los internos mediante un ambicioso programa de animación a la lectura subvencionado por la Obra Social Caja de Ávila. “Me encantó Rosa Montero, y también su libro Instrucciones para salvar el mundo”.
http://www.lavanguardia.com/magazine/20120127/54245377677/carcel-lectura-presos-libros.html#ixzz2ULK6oarI 










“En la calle me gustaba más jugar a fútbol que leer, nunca había acabado un libro. Yo me empecé a aficionar porque vi a algunos compañeros muy enganchados a la lectura, y como mi destino, en el economato, me deja mucho tiempo libre, le pedí a Adriana, la bibliotecaria, que me recomendara algún título. Empecé con El niño con el pijama de rayas y lo acabé en una semana. Me atrapó, y dije: ‘Quiero más’. Siempre le pido que me pase libros con la letra grande y que no sean muy largos. Tengo la suerte de que en el economato hay mucho silencio, nadie grita. En la celda no puedo leer apenas porque mi compañero tiene siempre la televisión encendida”. Sergio (nombre supuesto, como el de muchos de los entrevistados) es un boliviano de 22 años interno en el centro de Joves. Lleva tres años en la cárcel, justo desde su llegada a España (fue directo del aeropuerto a prisión “por complicaciones con su equipaje”) y ve en los libros una forma de “lograr que el tiempo pase más rápido” mientras se procura una cultura que nunca antes le había interesado. “Lo comparo con construir una casa. Ahora estoy poniendo los cimientos. Cuando sean sólidos, ya leeré algún libro más gordo”, dice.

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La imagen del libro como mejor amigo difumina su halo de tópico cuando los reclusos desgranan su relación con la literatura. Como Ramón, cultísimo visitante regular de las cárceles (lleva 30 años entrando y saliendo de ellas por culpa de las drogas), que más de una vez ha conseguido mantener la calma en el módulo de aislamiento gracias a un buen título. O como Robert, que ha diseñado un minucioso plan para procurarse una sólida formación (entró en la cárcel con 18 años para cumplir una condena de 17) que incluye lecturas de manuales de informática, de mecánica, de filosofía y clásicos de la literatura que considera imprescindibles: “Antes hacía deporte, ahora lo he dejado. Prefiero aprovechar este cementerio para aprender algo. No quiero que el tiempo que pase en la cárcel sea un tiempo perdido. Mi libro preferido es Frankenstein, de Mary Shelley, no porque la historia sea muy buena sino por su trasfondo moral. Te enseña que debes aceptar las consecuencias de los actos que cometes”.

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