sábado, 18 de mayo de 2013

¿Y después...? (1)


IX JORNADAS DE SOCIOLOGíA UBA - Pre ALAS Recife 2011

EXPERIENCIAS DE LIBERADOS DE CÁRCELES DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES. UN ESTUDIO DE CASOS.

Autor: Lic. Fabián Viegas Barriga
Licenciado en Comunicación Social.
Doctorando en Ciencias Sociales UNLP con apoyo CONICET
Instituto de Investigaciones Gino Germani
E-mail: fabianviegas@gmail.com.

Resumen
Asistimos a un conglomerado de políticas estatales que devienen contradictorias.
En torno a un Estado que ha propuesto la política de derechos humanos como eje
del crecimiento democrático y la inclusión como objetivo primordial, las prácticas
de las agencias de control social del sistema penal reproducen la lógica del Estado penal, definido en torno al gobierno de la excedencia y la demagogia punitiva, produciendo una multiplicación de trayectorias tortuosas para los sujetos más vulnerables de la sociedad que han sido presas del secuestro institucional.
Otras investigaciones han demostrado que dentro de las cárceles argentinas, y en particular en las de la Provincia de Buenos Aires, se realizan cotidianamente hechos
y prácticas de “tortura, malos tratos, tratos degradantes y crueles por parte de las fuerzas de seguridad hacia las personas detenidas, muertes evitables bajo custodia estatal, proliferación de prácticas aberrantes documentadas en los espacios de encierro, (y) la mercantilización de todos los intercambios en los espacios carcelarios”. Esta sociabilización impuesta se traduce en una des-subjetivación que violenta trayectorias de vida que en su mayoría ya han atravesado las penurias propias del precariado.
De ello nos ha surgido la pregunta sobre qué experiencias y mediaciones suceden en el extramuros para los ex detenidos de la Provincia de Buenos Aires que han pasado por los complejos trayectos de la prisionización. En este sentido marcaremos algunas dimensiones sobre el trabajo de campo inicial llevado a cabo en el marco del proyecto
doctoral “El estigma del muro elástico. Experiencias y mediaciones en el contexto extramuros de ex presos jóvenes de la Provincia de Buenos Aires”.

Introducción
El proceso penitenciario comienza desde que entraste y dejaste de ser vos.
De ahí en más, mientras te enseñan a vivir en cana, sos un preso. Y después, cuando salís a la calle, seguís siendo un preso, porque te hicieron un preso
Mariano, 42.

La intención de este trabajo es aproximarnos a algunos rasgos del estudio de casos que se está realizando en torno al proyecto doctoral “El estigma del muro elástico. Experiencias y mediaciones en el contexto extramuros de ex presos jóvenes de la Provincia de Buenos Aires”. Si bien el recorte inicial que se buscaba desarrollar en la investigación suponía una focalización en personas que hayan pasado por instancias de prisionización de más de tres años, ser jóvenes primarios de entre 21 y 30 años y con causas por delitos contra la propiedad, recorte que se basaba principalmente en que la población carcelaria de la Provincia de Buenos Aires está integrada en más del 70% por  jóvenes entre 18 y 30 años1, para este análisis en particular observaremos un espectro más amplio. Indagaremos para ello en algunos rasgos de la multiplicidad de aspectos que aparecen en las trayectorias encontradas, a partir de la descripción analítica de tres casos seleccionados de los ocho trabajados hasta ahora. 
La territorialidad de los casos responde a la representatividad de las cárceles bonaerenses, por lo que mayormente resultan oriundos del Conourbano Bonaerense y Gran La Plata, un solo caso vivió hasta hace poco en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires2.
La pregunta inicial de esta investigación hacía hincapié en el impacto de la cárcel sobre las subjetividades y relaciones de las personas que habían pasado más de tres años detenidas.
Fueron apareciendo de las reflexiones dos problemas que atravesaban este campo de análisis. Ello está referido a las nociones de impacto y subjetividad con las que se venía trabajando y que, en cierta forma, disponían o encorsetaban la mirada. Si bien en muchos aspectos es posible diferenciar cuestiones que hacen al proceso de prisionización en los sujetos liberados, al observar situaciones de vulnerabilidad -y por las propias particularidades de la selectividad penal-, no siempre era posible identificar qué de su degradación social, económica y afectiva, representaba un “efecto” de la institución total. La búsqueda de un impacto implicaba entonces una mirada direccionada a ciertos aspectos esperados de la cárcel. Por otro lado, la idea de subjetividad que venía trabajando, estaba fuertemente arraigada al individuo, lo que le confería una dinámica psicologizante. Por ello, la idea de trayectorias sociales, que no deja de lado los posibles impactos ni la subjetividad, ya que es un trabajo que recupera la perspectiva de los actores, habilita la incorporación de otras variables que aparecen en las múltiples experiencias de vida; cómo estas median, por un lado, la relación con la cárcel y, por otro, cómo median en sus redes de sociabilidad y experiencias post cárcel. A esto es importante sumarle la posibilidad de tener insumos de comparación entre trayectorias con diferentes rasgos particulares que compartan la experiencia carcelaria.

Aspectos del enfoque metodológico
En tanto a lo metodológico, las necesidades de observar no sólo los aspectos discursivos que hacen al relato de los actores, sino también a aquellos que dan cuenta de las prácticas internalizadas (emboiled), de las interacciones sociales, y las características físicas, gestuales y contextuales, llevó a utilizar la perspectiva etnográfica. El relato sobre los casos se construyó a partir de la observación participante y el registro de campo de esta perspectiva (Guber, 2004), esto implicó seguir el desarrollo de las relaciones, explicitando el objetivo de la investigación a los sujetos y con algunos supuestos teóricos encima, pero dejando que las circunstancias que aparecían fuesen modificando el recorrido. De esta manera, relajando la pregunta y tensionando la reflexión sobre las relaciones, fue posible encontrarse con aquellas prácticas y naturalizaciones que hacían sentido en la cotidianidad de los actores.
Las observaciones se realizaron acompañando la vida cotidiana de los sujetos con entrevistas abiertas, a veces registradas en formato digital y otras a puño y letra. En algunos casos implicó largas horas de charlas frente a la televisión, otras tomando en una esquina, participando de encuentros de amigos y vecinos, juergas o “escapadas”, o acompañando a familiares a juzgados y cárceles.
Para pensar cómo analizamos y actuamos en relación a los actores observados, la sociología reflexiva que propone Bourdieu nos resulta la propuesta más certera. Se trata de objetivar, en primer lugar, la posición que el propio analista ocupa en el campo académico y, por extensión, en el campo del poder.
“…invertir la relación «natural» del observador con el universo que estudia, de tornar exótico lo familiar y familiar lo exótico; todo ello a fin de explicitar lo que, en ambos casos, [lo que] suele admitirse como evidente (“taken for granted”), y de manifestar en la práctica la posibilidad de una objetivación sociológica completa del objeto y de la relación del sujeto a su objeto - que es lo que yo llamo objetivación participante”(Bourdieu, 1992: 48, en Giménez, 1999:18).
Bourdieu entiende que la interacción entre entrevistado y entrevistador es una relación social, que genera efectos sobre los resultados esperados. Por lo que propone que “sólo la reflexividad, que es sinónimo de método (…) permite percibir y controlar sobre la marcha, en la realización misma de la entrevista, los efectos de la estructura social en la que ésta se efectúa” (Bourdieu, 2010:528).
Pensamos el enfoque de las trayectorias en sintonía con lo que desarrollaron Torrillo y Macri en su análisis del estado del arte de esta metodología. El concepto se relaciona con el de recorrido (Godard) y el de curso de vida (Elder), “entendido como “una línea de vida o carrera, o camino a lo largo de toda la vida que puede variar y cambiar en dirección, grado y proporción” (Blanco y Pacheco, 2003, en Macri y Torrillo, 2009:338).
Afín al concepto de complejidad, metodológicamente el concepto de trayectorias supone “cambiar la mirada del investigador desde la óptica de los escenarios que remiten a una visión cristalizada, estática. Por el contrario la consideración de la trayectoria implica atender a la dinámica, a la temporalidad, a la movilidad. El estudio de la trayectoria implica de esta forma la consideración de los procesos sociales” (Nogueira, 2007, en Macri y Torrillo, 2009:338).
Es importante destacar que el acercamiento a los casos no es producto de una situación novedosa. La experiencia previa de quien escribe ha sido fundamental para generar procesos de relación y comprensión de lo escuchado y observado. Haberme relacionado con las personas privadas de la libertad como docente no-formal desde dispositivos de extensión universitaria durante cinco años en el conglomerado de cárceles de La Plata, Varela y Magdalena, diez años de relacionarme desde organizaciones de derechos humanos con las personas privadas de la libertad, dos años como docente universitario en la Unidad 9 y un corto pero intensivo trabajo como Consultor Pedagógico en la Dirección de Educación Secundaria para la educación en cárceles, significó un plexo de experiencias y contactos con la cárcel y las personas privadas de la libertad que posibilitaron que mis referencias construidas sobre la vida en la cárcel se acercaran, simbólica y concretamente, a las referencias de los actores.
Escuchar relatos sobre las vidas de estas personas y sus trayectorias intra y extra carcelaria, implicó un diálogo analítico constante entre los dos espacios. El devenir de las historias fue construyendo un complejo entramado de redes de sociabilidad que superaron ampliamente los conceptos clásicos sobre la institución. Al leer los propios registros de campo, la idea del “adentro” superaba en las vivencias los estudios sobre la arquitectura carcelaria, o siquiera un plexo de dispositivos humanos e institucionales de disciplinamiento, represión, o neutralización de la subjetividad. Las experiencias de los liberados, observadas en los relatos y en las propias prácticas, daban cuenta de un complejo sistema de redes de sociabilidad al que, de una u otra manera, se habían tenido que adaptar y en la que habían constituido nuevos aprendizajes, nuevas maneras de verse y de relacionarse con otros, nuevas naturalizaciones de su existencia malograda en un proceso de “interiorización de la exterioridad” (Bourdieu, 1987b: 40, en Giménez, 1999:13).

Marco conceptual
Según Maristella Svampa, el núcleo del modelo neoliberal en Argentina fue la consolidación de la figura de ciudadano-consumidor. Desde el consumo se propuso una suerte de inclusión preferencial, gracias al acceso segregado que brindaba la “convertibilidad”3. La eficacia del modelo del consumidor residía en la doble funcionalidad: colocaba a la Argentina del lado de los ganadores (“estamos en el primer mundo” expresó triunfal el doblemente presidente de los noventa), y desdibujaba la matriz conflictiva del modelo social, despolitizando los efectos excluyentes del régimen económico (2005:82-82)4.
Estos cambios profundos en las idiosincrasias populares, que habían actuado también como marcos sociales y culturales que definían al mundo de los trabajadores urbanos desde el modelo nacional-popular, implicaron inflexiones socioculturales territoriales y políticas, y “la emergencia de nuevos procesos, profundamente marcados por la desregulación social, la inestabilidad y la ausencia de expectativas de vida” (Svampa, 2005:171). Lo que hacia el interior de los sectores populares se tradujo en “una fuerte dinámica descolectivizadora, que significó para muchos individuos y grupos sociales la entrada en la precariedad, si no la pérdida de los soportes sociales y materiales que durante décadas habían configurado las identidades sociales” (Svampa, 2005:75,163).

Desde la perspectiva de la individualización y el desmantelamiento del modelo de regulación asociado al régimen fordista, la sociedad exigió que “los individuos se hagan cargo de sí mismos” (Bauman, 1998:77) y que, “independientemente de sus recursos materiales y simbólicos, desarrollen los soportes y las competencias necesarias para garantizar su acceso a los bienes sociales” (Svampa, 2005:78). Los individuos del precariado, desasidos de lógicas colectivas ingresaron en una lógica de “cazadores”, donde la ciudad “es semejante a un bosque que esconde un diversificado repertorio de posibilidades, pero que implica desde ya, la aceptación del riesgo e incertidumbre” (Merklen, 2000 citado en Svampa, 2005:143-144), a lo que Kessler, analizando las relaciones heterogéneas entre delito y trabajo, dirá que “lo que sucede es una asimilación de la inestabilidad” (Kessler, 2004b:7). De esta manera “el bienestar ya no aparece como un derecho sino como una oportunidad” (Alonso, 2000; en Svampa, 2005:78).
El análisis realizado por Wacquant sobre los guetos urbanos luego de un profuso estudio etnográfico, nos sirve para pensar las lógicas de cerrazón territorial y social de estos territorios. Desde su mirada política de la violencia, articula un análisis de la violencia social con las violencias estructurales. Su exposición superpone varios mecanismos y problemas sociales donde lo racista es sólo una parte de la marginalidad avanzada5. Desde ese punto de vista, explica tres componentes fundamentales de la violencia estructural “desde arriba” para profundizar en las causas de los conflictos sociales de “violencia colectiva” de estos sectores:
1) El desempleo masivo, crónico y persistente. Que se traduce como desproletización y expansión de la precarización.
2) La relegación a los barrios desposeídos dentro de los cuales los recursos públicos y privados disminuyen en el momento mismo en que se intensifica la competencia por el acceso a los bienes colectivos.
3) La estigmatización creciente en la vida cotidiana y en el discurso público, cada vez más estrechamente asociada no sólo al origen social y étnico sino también al hecho de vivir en barrios degradados y degradantes (Wacquant, 2007:40-41).
En cuanto al Sistema penal, la situación actual es igualmente contradictoria. En torno a un Estado que ha propuesto la política de derechos humanos como eje del crecimiento democrático y la inclusión como objetivo primordial, las prácticas de las agencias de control social reproducen las lógicas del Estado penal.
Casi desde sus inicios la cárcel demostró su inutilidad como espacio de recuperación de aquellos “desviados” al mundo del trabajo. El simulacro de la rehabilitación que Foucault (2006) entendió como una reproducción del delito, la constituyó como un dispositivo de función simbólica destinado al escarmiento (clasista mayormente).
Atendiendo a esta contradicción sistémica, desde perspectivas similares que podemos englobar en la Criminología crítica, la Economía Política de la Pena y la Sociología Jurídica, se ha dado cuenta que el sistema penal, más que un andamiaje de justica, implica un archipiélago de instituciones de reproducción de la desigualdad y criminalización de la pobreza que se observan en la selectividad penal (Pavarini, 1995, De Giorgi, 2005, Daroqui, 2002, 2008).
Comprender las lógicas de los sentidos de seguridad que aparecen pugnando el sentido del Estado actual, obliga a pensar desde lo que Giorgio Agamben desarrolló como el Estado de excepción. Que es “la forma legal de lo que no puede tener forma legal” (2003:102). 
Este estado situacional se ha vuelto permanente en tanto que el discurso de inclusión e igualdad modernos se han visto sistemáticamente superados por la pobreza, la desigualdad y la marginación de las mayorías, lo que se ha denominado como la época de la Gran
Segregación (Bergalli, 1997). De esta manera “la creación deliberada de un estado de excepción permanente se ha convertido en una de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos, incluidas las democracias” (Agamben, 2003:102).
Esta mirada compleja sobre la relación entre medidas de criminalización de la pobreza y encarcelamiento masivo con las relaciones económico-sociales, es profundamente trabajada desde la Economía Política de la Pena. Desde esta perspectiva y tomando la concepción del gobierno de la excedencia como dilema sistémico, Alessandro De Giorgi estableces que “la relación entre desocupación y encarcelamiento se encuentra, por lo tanto, mediada por una percepción de la marginalidad social como amenaza al orden constituido que se transforma en hegemónica durante periodos de crisis económica” (2005:79). Será a partir de esas percepciones que los operadores del sistema penal se basan en sus “propias convicciones”, sin atender concretamente a los intereses del capital: es justamente la construcción social sobre el delito que perciben que pobreza y precariedad implican mayor tendencia al delito, lo que se traducen en convicciones punitivas, o, como sintetiza Wacquant, sentido común penal.
De Giorgi lo explica de esta manera:
“El sistema punitivo no es un dispositivo autónomo con respecto de las dinámicas ideológicas de la sociedad: las instituciones del «Estado penal» comparten representaciones y estereotipos dominantes, que a su vez son afectados por las condiciones de la economía” (2005:79)
Comprender el paradigma de la “gobernabilidad” carcelaria implica desandar las lógicas anteriores del tratamiento y rehadaptación que sustentaban discursivamente la institución total, para reformularlo desde prácticas de “protección” de la sociedad extramuros. En otros términos, el hincapié estará dado en la necesidad capitalista de gobernar la excedencia y calmar las demandas de seguridad, por lo que se redefinirá el curso del archipiélago penal a las lógicas de gestión, reducción y calculabilidad del riesgo (Feeley, M y Simon, J., 1995). El sismo estructural resultará en el aumento exponencial de las penas y subsiguientemente, de la población carcelaria.
Esta gobernabilidad, según el Informe 2009 del Comité Contra la Tortura de la provincia de Buenos Aires, se maneja actualmente desde dos tipos de políticas: a partir de políticas de delegación del control por el fomento de la tercerización del control a otros presos (léase mediante grupos religiosos evangélicos o por otros presos que trabajan dentro de los esquemas de tercerización del control del Servicio Penitenciario Bonaerense -SPB-)6 o mediante la represión y el aislamiento extremos como segunda política7.

Desde la perspectiva de la psicología crítica, se observa que la implantación del “tratamiento penitenciario” y su proceder estratégico “otorga una amplio poder a los responsables penitenciarios, quienes tienen en sus manos el valor destacadamente más preciado en la privación de la libertad: la libertad.” (García-Borés Espí; 2003). El instrumento clave de este poder es la indeterminación del tiempo de condena (Manzanos; 1991, citado por García– Borés Espí; 2003) vehiculada por la tecnología tratamental. “La estrategia punitivo/premial del tratamiento supone transformar el propio sistema de valores de los internos, potenciando el individualismo para la obtención de beneficios particulares, debilitando la solidaridad entre los presos” (García- Borés Espí; 2003, pág. 402). Como se pregunta Mariano: ¿Cómo puede ser que veinte tipos puedan manejar un penal donde hay mil tipos, con sus cuerpos, su inteligencia? Sólo buscando su egoísmo pueden hacerlo, rompiendo los grupos, haciendo buchones, haciendo que se vendan entre sí. Así funciona el negocio”.


Los sujetos
Como hemos desarrollado al comienzo, buscaremos reflexionar y hacer preguntas en torno a ciertas dimensiones particulares que aparecen en los casos trabajados. Desde la heterogeneidad de formas en que se representa la cárcel en ellos, intentaremos dar cuenta de algunos aspectos que hacen a las redes de sociabilidad construidas en el ámbito carcelario y en las interacciones de la vida extramuros en sus trayectorias.
Las formas de observación han variado en cada caso.
En el de Sebastián el acercamiento a él ha sido a partir de su madre, Delia, a quien conocí primero desde estrategias conjuntas con organismos de DDHH por la circunstancia particular que vivía (sufría) su hijo. Estuve dos años acompañándola y compartiendo experiencias de otros liberados con ella antes de conocer personalmente a Sebastián, con el que compartimos una visita en la cárcel.
A José lo conocí a partir de su estado de alumno en una escuela en cárceles. Nos cruzamos casualmente en una calle del Cono urbano a un año de su libertad y luego lo visité con el objetivo de esta investigación.
El caso de Mariano es más paradójico. Lo conozco desde hace cinco años, compartiendo primero experiencias de reivindicación colectiva de los estudiantes universitarios en cárceles y luego como amigo.
Actualmente Mariano pisa los cuarenta años. Fue hermano de 19 hijos de un padre que se casó tres veces, y compartió casa con ocho hermanos de la misma madre. Su casa era humilde según cuenta y de chico el hijo más inquieto. Su relación con el delito es temprana, en la calle, a eso de los diez años. Sin embargo estuvo preso por un crimen que no cometió. Fue liberado luego de 13 años; tres años después la Cámara de Casación Penal lo sobreseyó. Es un hombre fuerte y sensible, además de tosudo y con un ego que lo ha mantenido firme a pesar de todos los estigmas que cargó. Si algo puede definir su paso por la cárcel escuchándolo es el “trabajo8” por mantener la dignidad, dimensión que lo llevó a defender su lugar como universitario a costa de su vida. Si bien fue hostigado por el Servicio Penitenciario durante toda su condena, su vida como “privado de la libertad” alberga dos grandes etapas. Primero como “preso de población9” en tanto sufrió incontables vejaciones y torturas por parte del Servicio Penitenciario Bonaerense, donde intentó parapetarse individualmente para no ser atormentado y que él denomina como la etapa “cuerpo a cuerpo contra el servicio”. En la segunda etapa, con igual saña desde el SPB, logró recrearse como “trabajador”/luchador colectivo a partir de la relación con otras personas privadas de la libertad con las que logró ganar disputas por espacios educativos para él y otras personas de “población”. De esta manera terminó la primaria, la secundaria e ingresó luego de grandes disputas y obstáculos institucionales a la carrera de Ciencias Jurídicas en la que aprobó once materias. Estos procesos se juegan y disputan los sentidos de su cotidianidad desde que está libre hace cuatro años en lo que él relata como una puja entre “la bestia que ellos [los penitenciarios] crearon” y lo que aparece como el Mariano/estudiante que él construyó como objetivo de vida desde su lucha personal y colectiva. Al conseguir la libertad se volvió a Gris Azul, su ciudad natal donde lo esperaba su actual pareja y que conoció estando detenido.
Luego de cuatro años con varias crisis en el medio, trabajando en talleres mecánicos y otros empleos como la venta de DVD callejera entró en pánico. Se vio envejeciendo sin cumplir lo que casi le había costado le vida en prisión, tomó un bolso y se fue a vivir a La Plata, a retomar su carrera.
De esta experiencia nos preguntamos ¿en qué situaciones se reactualiza su identidad de “preso”? y ¿cómo caracteriza el proceso de prisionización a partir de la mediación política?

Sebastián está preso por segunda vez. La primera estuvo tres años y medio por el robo de una bicicleta cuando tenía 18 años. Estando en comisaría sufrió una represión con gases lacrimógenos que mató a la mitad de sus compañeros de celda de problemas respiratorios y a él le contrajo una TVC (tuberculosis). Luego de un año en libertad, con 22 años, fue acusado de un robo que se produjo –según Delia y que intentan probar todavía- en el mismo momento que él cobraba los 150 pesos del plan trabajar. Hace seis años y medio que como procesado está privado de la libertad. Sebastián tiene un hermano menor y una hermana que trabajan y estudian. Delia es delegada sindical en la empresa de transportes en la que trabaja hace 20 años. Los cuatro vivieron siempre en Los monobloks, un barrio profundamente estigmatizado por los mass media donde ya casi no quedan espacios con pasto y la Gendarmería cuida los ingresos al barrio como pasos fronterizos, reforzando la idea de un territorio de (no) ciudadanía. En su libertad Sebastián intentó volver a la vida de trabajo que había empezado en su adolescencia (con 17 años había trabajado en una fábrica textil y como ayudante de construcción), pivoteó entre algunos trabajos bajo dependencia (telefonista en una remisería, repartidor de volantes) y un emprendimiento propio (puso una pequeña forrajera con la ayuda de Delia). Fue presionado por policías de la DDI a entregarles dinero con la amenaza de armarle una causa, también lo instigaron a robar y le armaron una “cama”, aprovechando su estado de ex “preso” y de las redes de amigos y ex compañeros de cárcel con los que seguía conectado. Lo que destacaremos de su trayectoria para este trabajo son cuatro instancias de violencia generada por el accionar penitenciario que vivió en sus dos condenas, que reflejan la cotidianidad de peligro de vida y que lo integraron a círculos de reproducción de autodefensa y violencia. Comparando las formas de entender el tiempo de su madre y hermanos a partir de sus prácticas de proyección ¿Cómo se da el tiempo encarcelado para Sebastián? ¿Qué posibilidades de proyección se observan en sus relatos?

José viene de una situación social/familiar similar a la de Mariano, aunque ha sufrido una estigmatización más profunda que la cárcel sólo remarcó. A la profunda pobreza en la que se crió se le sumaron otros estigmas intrafamiliares como el haber sido “el hijo del Pata de Lana10”, como en tono gracioso e hiriente lo llamaban. Estuvo de niño en situación de calle varias veces y en otras trabajó en un carro de cartonero. Pasó hambre y su relación con el delito está desde la adolescencia. A los quince años recibió un balazo en la cabeza, aun tiene el plomo allí. Consume cocaína desde los trece, aunque no muestra el grado de adicción que sus amigos del barrio, que han llegado a estados de degradación infrahumanas. Su madre, Inés, es el único familiar con el que tiene contacto a pesar de que su hermana y su hermano viven cerca. Ella le da dinero de vez en cuando, trabaja como cocinera en una feria y apenas gana dinero para comer y comprar cigarrillos. Está rodeada de arrugas grises con 55 años, como si tuviese 100. Lo fue a visitar al penal los cuatro años de condena. A su padre biológico lo ha visto un par de veces pero generalmente lo rechaza. José tiene una hija de 11 años a la que ve cada tanto. Cuando cayó preso supo integrarse a los códigos que conocía desde la calle y de los esporádicos pasos por los institutos de menores de su adolescencia. De dos meses en población pasó a un pabellón evangélico donde terminó siendo “obrero” del “Pastor”11. La cárcel le dio la posibilidad de encontrarse en una situación de dominación sobre otros. Aunque antes de irse en libertad se fue de ese pabellón porque “el Pastor lo defraudó” al encontrarlo “vendiendo una visita por tarjetas telefónicas”. En libertad tuvo una hija con la chica con que ahora vive. No ha logrado conseguir un “trabajo en blanco” como él desea y ha tenido varias relaciones de fracaso con el trabajo, situación que mayormente dependía de ciertos capitales sociales o de trabas simbólicas recreadas por él y su entorno. Sólo ha podido relacionarse con sus viejos amigos del barrio, un hombre que oficia de padre adoptivo con el que mantuvo una relación de ayuda recíproca y algunos amigos esporádicos más jóvenes, con los que luego se distanció. La moralidad evangélica se le repite casi como un calco de la experiencia intramuros: con las contradicciones de lo que aparece naturalizado como inevitable y “mundano”, frente a las exigencias del mandato cuasi sacerdotal del discurso evangélico. José busca, sobrevive, caza el día a día. No se ve proyectado en un mediano plazo aunque diga que quiere vivir “hasta los ochenta”. La cárcel aparece recordada como una anécdota, y esa naturalización lo hace más preso de un estigma interiorizado. "Porque yo soy un chorro” dijo un día y fue la única vez que lo vi tan seguro de sí que parecía posible verlo enfrentar al mundo. A veces, en las naturalizaciones tan desgarradoras como invisibles hay que hacerse las preguntas más obvias: ¿Qué más que un corte temporal fue la cárcel para José? ¿Le brindó herramientas para incorporarse al mundo libre? ¿Qué identidad le incorporó o remarcó?



1 Según la investigación realizada entre el GESPyDH y el Comité Contra la Tortura de la Provincia de Buenos Aires durante octubre y noviembre de 2008. Específicamente, desde el estudio realizado sobre las cárceles 1 de Olmos, 8 de Los Hornos, 17 de Urdampilleta y 30 de Alvear, resultan de 588 casos analizados, 38% de jóvenes entre 18 y 24 años, 33,9% entre 25 y 30, 12,7 % entre 31 y 35, 7,2 entre 36 y 40, y 8,1 entre 41 y 55. En: LÓPEZ, A. y otros (2010) Los jóvenes en la Provincia de Buenos Aires: de más demonizados a más castigados. Cuadernos de estudios sobe sistema penal y derechos humanos.
GESPyDH, IIGG, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Buenos Aires.

2 Para que no resulte posible identificar a los casos, no sólo se le cambiarán sus nombres y los de sus allegados, sino también se inventarán las denominaciones territoriales.

3 Modelo económico impulsado por el Ministro de Economía Domingo Cavallo durante las presidencias de Carlos Menem. Su consigna era la paridad “un dólar un peso”, situación que se basaba en la profundización del endeudamiento crónico con los organismos internacionales, la sesión de las empresas estatales a privados y la generación de grandes masas de desempleados.

4 Parte de estos análisis fueron trabajados en la ponencia: “Delito y juventud. La construcción del enemigo en el sistema social penal”. XIV Jornadas de la Red Nacional de Investigadores en Comunicación. Universidad Nacional de Quilmes, septiembre 2010.

5 Marginalidad avanzada: Concepto que remite a la marginalidad del nuevo régimen de relegación socioespacial y de cerrazón excluyentes (en el sentido weberiano) que se ha cristalizado en la ciudad posfordista como efecto del desarrollo desigual de las economías capitalistas y de la desarticulación del Estado de Bienestar, según modalidades que varían en función de la forma en que estas dos fuerzas pesan sobre la clase obrera y las categorías etnorraciales que pueblan las zonas inferiores del espacio social y del espacio físico” (Wacquant, 2007:15).

6 A ejemplo: la Unidad Penal Nº1 de Olmos, con 1800 detenidos, se gobierna actualmente con tan solo 20 guardias. Para comprender más de esta dinámica particular ver: ANDERSEN, J., BOUILLY, M.R. Y MAGGIO, N. (2010) “Cartografías del gobierno carcelario: los espacios de gestión evangelista en el diagrama intramuros”. En Cuadernos de Estudios sobre sistema penal y derechos humanos. GESPyDH, IIGGG, FCS – UBA. Buenos Aires.

7 Véase el caso de la Unidad 30 de Alvear. Informe anual 2009 del Comité Contra la Tortura, página 19.

8 Hemos querido respetar el significado que Mariano le da a esto. Mariano no dice lucha sino trabajo. La idea de lucha significa para el que escribe una instancia donde aparece un objetivo de trascendencia mediado por la política. En el caso de él una lucha con el “servicio” y el sistema judicial y por la dignidad y el derecho a estudiar (entre otros). Sin embargo él prefiere hablar de “trabajo” definido como “cuando el guerrero se convierte en obrero, porque trabaja por su dignidad, por su educación, como por su pan”. La idea de lucha a Mariano le remite al cuerpo a cuerpo, por lo que le coloca el sentido reivindicativo al significado “trabajo” e invierte la lógica lingüística de sus opresores.

9 Según la calificación, segregación, selectividad y distribución interna de las cárceles realizada por el SPB, las mismas están divididas en pabellones que responden en parte a los grados de “conducta” y en otros a las formas de control/organización de ellos. Los nombres han surgido en algunos casos de las nominalizaciones de los privados de la libertad y en otros de los agentes y luego adoptados por el resto. De esta manera están los pabellones “de hermanitos” que son de la religión evangélica (ver nota 6), pabellones “católicos”, de “autogestión”, de “trabajadores”, de “estudiantes” y “población”. Este último responde a lo que en penales federales se denomina “villa”, aquellos pabellones dejados a su suerte y generalmente más abandonados tanto ediliciamente como en el resto de sus servicios básicos. Se caracteriza además porque son los
pabellones con más traslados y hechos de violencia.

10 Denominación popular con que se nombra a los hombres que entrando en silencio por la ventana, son los amantes discretos de mujeres casadas. En este caso ser hijo del Pata de lana sería similar a lo que en otros tiempos representó al “bastardo”.

11 En la lógica estructural interna de los “hermanitos” se encuentra en la pirámide el “Pastor”, le siguen “los siervos”, luego “los obreros” y en la base “el rebaño”, “las ovejas” o “los hermanos”.








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