Una excursión de “clase”
en Finlandia
La pobreza que viene
Texto Riie Heikkilä
Universidad de Tampere, Finlandia
© Kai Widell
Finlandia es el país de la
OCDE que ha experimentado el cambio más drástico en la distribución de la renta
en la última década. Hay riqueza y también una creciente e incómoda pobreza
sobre la que nadie habla.
En
los países nórdicos, la expresión “excursión de clase” (class trip) se refiere
no solo a una excursión que los colegios organizan todas las primaveras a un
lugar de interés para los escolares (mi clase visitó, entre otros, un parque de
atracciones, la famosa fábrica de limonadas de la empresa Hartwall y un parque
natural situado en una isla en el centro de un lago), sino también un juego de
palabras que hace referencia a la movilidad social. Esta “excursión de clase”
que uno hace a lo largo de la vida es el camino personal de una clase
socioeconómica a otra –con un poco de fortuna, desde abajo hacia arriba.
Tradicionalmente,
Finlandia solía ser un país con elevada ‑movilidad social. Desde la década de los
cincuenta en adelante, los hijos de los granjeros pobres habían valientemente
tomado el tren a la capital y se habían convertido en médicos, abogados y
funcionarios. La movilidad social finlandesa nunca había significado
convertirse en alguien hecho a sí mismo como en el sueño americano, sino más
bien la existencia de un ethos de fuerte solidaridad que prometía que
absolutamente todo era posible para cualquiera. Todavía tenemos entre nosotros
algunas evidencias concretas de ello: la educación universitaria es gratuita, y
nuestra presidenta actual, Tarja Halonen, procede de una familia de clase
obrera residente en uno de los distritos industriales tradicionalmente más
pobres de Helsinki.
Desafortunadamente, la situación está
cambiando rápidamente. Es bien conocido el hecho de que Finlandia es,
económicamente, uno de los países más igualitarios del mundo, y disfruta de una
economía estable y un PNB per cápita elevado. Incluso más importante que esos
datos, Finlandia tiene una imagen ante los demás de riqueza: es el país de la
gran compañía de teléfonos móviles Nokia y un ejemplo de perfecto estado del
bienestar socialdemócrata à la Esping-Andersen1. Sin embargo, nadie parece
recordar que el estado del bienestar finlandés ya no es lo que llegó a ser a
finales de la década de los ochenta.
Los primeros años noventa estuvieron
marcados precisamente por el comienzo de una crisis económica tremenda en
Finlandia, una de las mayores jamás experimentadas en el país. El PNB cayó un
13% y la tradicionalmente baja tasa de desempleo pasó de un 3,5% a un increíble
18,9% (para comparar, en la crisis de los últimos años el desempleo se ha
situado por debajo del 10%).
En
lo concerniente a la vida cotidiana de los ciudadanos, la crisis supuso un
cambio importante en las políticas de bienestar. Significó numerosos recortes
en los beneficios sociales, muchos de los cuales tuvieron un carácter más
ideológico que económico. El discurso sobre el que se legitimaban era el de que
los finlandeses estaban demasiado mimados, con consultas médicas gratuitas,
seguros de desempleo generosos y largos permisos de maternidad: la crisis
exigía poner orden y acabar con la falta de iniciativa que los beneficios
sociales estaban, supuestamente, fomentando.
En
la opinión pública, la crisis significó una pausa respecto a los buenos
tiempos, dejando de lado lujos innecesarios. Recuerdo todavía que en 1990 el
primer ministro conservador Harri Holkeri, en el cargo entonces, apareció en
televisión en horario de máxima audiencia friendo arenques bálticos en
mantequilla (la comida más barata en aquel entonces), para enseñar a los
finlandeses cómo afrontar la crisis. Durante los noventa, así, muchos finlandeses
se encontraron de pronto en una situación de pobreza. Esto no fue solo el
resultado de las elevadas tasas de desempleo; también la abolición de ciertos
beneficios sociales convirtió la situación de determinados grupos sociales en
más difícil.
El
fenómeno de la pobreza ha aumentado en general y ha golpeado duramente a grupos
que solían gozar de mejor protección por parte del estado del bienestar.
Sin embargo, ¿cómo definimos quién es pobre en Finlandia?
Según la definición de la UE,
las personas que cuentan con una renta inferior al 60% de la media nacional
pueden considerarse pobres. Existen aproximadamente 600.000 personas en esta
situación, lo que hace que un 12% de los finlandeses sean, al menos según las
estadísticas, pobres: de ellos, casi 150.000 ganan unos 500 euros al mes. La
mayoría de este 12% de pobres son desempleados o pensionistas, aunque entre
ellos también encontramos trabajadores a tiempo parcial, estudiantes,
emprendedores o personas que dependen completamente de los servicios sociales
sin otras fuentes de ingreso (unas 35.000).
Incluso con estas altas tasas de
pobreza, ningún ciudadano finlandés está excluido de las políticas de
bienestar, al menos en la práctica. Comparado con muchos países fuera del
denominado “mundo del bienestar nórdico”, Finlandia tiene un sistema de
bienestar que funciona relativamente bien. La Seguridad Social o KELA
(Kansaneläkelaitos) es una agencia gubernamental financiada vía impuestos que
se ocupa de campos como el de los seguros de desempleo, las bajas por
maternidad o enfermedad, el acceso a la sanidad pública o las ayudas a los
estudiantes.
Por
ejemplo, la mayoría de los estudiantes finlandeses son capaces de emanciparse y
vivir independientemente sin necesidad de ayudas familiares gracias a que
tienen importantes beneficios sociales: por ejemplo, durante 55 meses, tienen
derecho a una ayuda de 500 euros mensuales. Otro ejemplo ilustrativo es el
seguro de desempleo: el mínimo, que uno recibe prácticamente siempre que busque
trabajo (hasta que lo encuentre), es de 551 euros al mes. Además, si uno ha
cotizado durante un tiempo, recibe el 90% de su salario durante 500 días
laborales (casi dos años). En otras palabras, si uno ha trabajado (y cuanto
mayor salario haya tenido, mejor), puede destinar dos años muy bien remunerados
a buscar un nuevo empleo; por otra parte, si uno carece de experiencia laboral
o ha obtenido sus ingresos por vías libres de impuestos (caso de beneficios
estudiantiles, becas de investigación o trabajos como freelance), está
condenado a llegar a fin de mes con los mencionados 551 euros.
Finalmente, existe un último recurso, el
toimeentulotuki, literalmente traducible como renta de bienestar, de 417,45
euros y que se recibe para cubrir, según KELA, “los gastos de alimentación,
vestido, higiene personal, peluquería, suscripción a un periódico, la factura
del teléfono y para poder tener al menos un hobby”. ¡Qué vida tan bien diseñada
y hermosa para el ciudadano del estado del bienestar!
Aquellos
que todavía piensan que Finlandia es un paraíso social deben tener en cuenta
que la dinámica de la sociedad del bienestar ha cambiado notablemente desde la
década de los ochenta. En aquella época, por ejemplo, la visita al doctor
era todavía gratuita (como lo es todavía en muchos países de la UE); ahora, sin
embargo, se tiene que pagar, y no es barata. Los famosos beneficios
estudiantiles (la joya de la corona del estado del bienestar finlandés) son
exactamente los mismos desde 1992, por lo que con la inflación de estos años,
es prácticamente imposible pagar alquiler y comer por 500 euros, lo que obliga
a muchos estudiantes a trabajar a tiempo parcial. Y en cuanto al seguro de
desempleo, se recibe un 23% menos que en Suecia y un 30% menos que en
Dinamarca. Por otra parte, solicitar ayudas a KELA es una experiencia difícil
para el ciudadano, pues se trata de una institución extremadamente
burocratizada y muy estricta, que puede solicitar documentos de lo más
variopinto. Si se quiere solicitar el toimeentulotuki, la experiencia es
particularmente humillante, pues se debe demostrar con infinidad de documentos
que no se posee nada, y por otra parte KELA puede retirar la ayuda por
cualquier motivo.
Existe, por supuesto, un gran número de
datos sobre la pobreza y trabajos de investigación sobre ella, pero ¿cómo perciben los finlandeses la pobreza?
Al escribir este pequeño artículo, decidí preguntar a algunas personas sobre su
experiencia en relación a su condición de pobres, pero pocas querían reconocer
su situación pese a que ninguna de ellas ganaba más de 600 euros al mes. Hace
relativamente poco, en relación a un
libro titulado Experiencias cotidianas de pobreza (1997)2 en el que se recogían historias personales en
relación a la pobreza, los investigadores expresaron su sorpresa por la gran
cantidad de testimonios: casi mil personas quisieron compartir su experiencia
personal. Las historias mostraban una
cara muy poco conocida de Finlandia: personas intentando sobrevivir con 551
euros al mes, lo que significaba cortarse el pelo ellas mismas delante de un
espejo, hacer cola en una oficina de caridad para recibir pan, o buscar comida
caducada en los contenedores de basura de los supermercados. Se hacía una
referencia continua a la idea de supervivencia: “vendo cosas en los
mercadillos, hago punto, doy paseos, mis amigos me dan manzanas y bayas, voy a
la biblioteca”, cuenta una mujer cuyo negocio se arruinó en la crisis de los
noventa. Otras historias, como la de un joven estudiante de 25 años, muestran
una visión más desesperada: “En esta cultura, lo peor de la pobreza es la
culpabilidad, una sensación que te aplasta y te desespera demasiado como para
hacer algo. Una persona pobre en Finlandia se ve obligada a depender por
completo de alguna administración o de otras personas. La vida es insoportable
si tu subsistencia cotidiana depende de otros”.
Mentalidad
protestante
Este libro demuestra que es
posible escribir sobre la pobreza en Finlandia, aunque luego de ella se hable
poco. Y es que se trata de un país con una mentalidad fuertemente protestante,
en el que se supone que a uno le deben ir las cosas bien y no debe ni quejarse
ni presumir de su fortuna. Ser pobre de solemnidad o hablar abiertamente de la
pobreza es un estigma social en una sociedad en la que todos deberían formar
parte de unas felices y amplísimas clases medias. Paradójicamente, esto vale también para las
clases altas: uno debe ser modesto y ocultar con mucho tacto la riqueza
personal. El sociólogo francés
Jean-Pascal Daloz ha explicado la modestia de las élites nórdicas basándose en
la denominada Ley de Jante, formulada por el novelista danés-noruego Aksel
Sandemose3. Este último enfatizaba que, en los países nórdicos, la gente era
extremadamente modesta, y no se permitía a nadie creerse especial o mejor que
el resto, lo que daba lugar a una cultura fuertemente igualitaria, al menos en
la vida pública, lo que impedía expresar grandes diferencias en los estilos de
vida: así, pobreza y riqueza debían ocultarse.
Quizá este sea el motivo por el que se
ha formado una cierta imagen de Finlandia: de acuerdo a los clichés que
prevalecen tanto entre los observadores externos como entre los propios
finlandeses, se trata de un país en el que más o menos todo el mundo es de
clase media y disfruta de unos estándares de vida más que aceptables. Y es
posible mantener incluso la hipótesis de que, entre las décadas de los sesenta
y los ochenta, casi todo el país era clase media. Sin embargo, después de los
noventa, ya no lo es tampoco: por ejemplo, en el período 1995-2007, los
ingresos del decil más pobre de la población aumentaron un 16%, frente al 70%
del más rico. Finlandia es un país con una economía dinámica, pero con
crecientes desigualdades: de hecho, de los países de la OCDE, es el que ha
experimentado un cambio más drástico en la distribución de la renta a lo largo
de la última década. Hay riqueza, pero también una creciente e incómoda pobreza
sobre la que nadie habla.
Siento la tentación de preguntarme si
una “excursión de clase” es todavía posible en Finlandia: si es posible, como
en los sesenta, pasar de ser campesino a clase media urbana, o convertirse en
primera ministra siendo tus padres propietarios de una granja de pollos (caso
de la primera ministra actual, Mari Kiviniemi, nacida en 1968). La movilidad
social en general se está frenando en Finlandia a un ritmo acelerado: por
ejemplo, de acuerdo a una encuesta, prácticamente todos los estudiantes
actuales en el sistema de educación superior proceden de familias en las que al
menos uno de los progenitores tiene un título universitario. El economista
francés Éric Maurin4 ha manifestado recientemente que en Francia, el ascensor
social está roto: en Finlandia todavía no ha dejado de funcionar, aunque desde
luego con más problemas que hace treinta años, y es muy posible que te lleve al
piso de abajo.
Incluso la dinámica de las típicas
“excursiones de clase” de los colegios parece haber cambiado. En los dorados
años ochenta, en mi clase solíamos recoger botellas vacías, vender imperdibles
de plástico con forma de flores puerta a puerta, y limpiar el parque tras las
clases para recolectar fondos comunes que servían para pagar esos viajes que
eran, realmente, lo mejor del año escolar. Era un trabajo pesado y a menudo
aburrido, pero la contribución de todos servía para pagar los gastos y la
escuela ofrecía, a todos los escolares, zumo en tetra brik y un pastel de
Carelia como almuerzo para el viaje. Hoy en día, las familias de los escolares
simplemente pagan todo de su bolsillo, lo que permite a los niños hacer la
excursión. Esto es realmente una metáfora de la Finlandia actual: se está
convirtiendo en una sociedad en la que tu “excursión de clase”, sea cual sea,
la paga tu familia o una institución privada. Hoy, incluso tienes que traerte
tu propio almuerzo.
Notas
1 Gøsta Esping-Andersen, The Three Worlds of
Welfare Capitalism (1990). Cambridge: Polity Press.
2 El título original del libro es Arkipäivän
kokemuksia köyhyydestä, editado por Anna-Maria Isola, Meri Larivaara y Juha
Mikkonen (2007). Helsinki: Avain.
3 El texto de Jean-Pascal Daloz al que me
refiero es The Sociology Of Elite Distinction. From Theoretical To Comparative
Perspectives (2009). Londres: Palgrave Macmillan. La Ley de Jante (Janteloven)
la describe Sandemose en su novela En flygtning krydser sit spor (2010; edición
original publicada en 1933). Copenhague: Schønberg.
4
Éric Maurin (2009): Le peur du dèclassement: Une sociologie des
récessions. París: Éditions du
Seuil / La République des Idées.
De: w2.bcn.cat/bcnmetropolis/arxiu/es
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