martes, 21 de mayo de 2013

¿Y después? (4)


Ya era algo mío después

José tiene 28 años. Hace poco que se dio cuenta que tenía afecto por su hija de un año. Me lo dijo sorprendido de su “nueva” capacidad como algo que no correspondía a su cotidianidad. La llevaron al hospital por una bronquiolitis y José no pasó noche en que no se quedara a dormir allí. Su sentido de los espacios públicos y los funcionarios conocidos por él reconfiguró a las enfermeras como agentes de seguridad con las que él debía disputar la protección de su hija. Que la pincharan y la hicieran llorar significó que llegara al punto de amenazar de muerte a las enfermeras.
José vive como si no hubiese tenido amor, como si las relaciones familiares o afectivas fuesen una puesta en escena para vivir. A partir de su hija es la primera vez que lo escuchaba decir cosas de amor en sentido práctico. Se sentía rechazado por sus seres queridos. Su padre biológico nunca se hizo cargo de él, salvo algunas zapatillas que le regaló de adolescente. Supo siempre de su situación del “hijo del Pata de lana”.
Tiene una enorme capacidad de naturalizar la desgracia al punto que estando con él llegué a dar por sentado que podía gritarle a su novia frente mío o amenazar al hijo de ella, o que me contara como un chiste que había ayudado a “picarse con cocaína a su amigo Alfredo”.
A los dos meses de conocerlo y compartir varios momentos le pregunté “¿no tenés miedo de caer en cana?”
-Miedo? Cómo miedo? -dijo preocupado más en que yo piense que él podía tener miedo que al sentido de la pregunta.
-Claro, miedo a estar encerrado otra vez.
-Ah… no sé.
-Pero qué, te gustó la cárcel? ¿Qué es lo que menos te gustó?
-No sé. Es igual, qué me puede pasar... No me pegaron ninguna puñalada13…
-Pero estar encerrado, sin ver a tu familia, hacés sufrir a tu vieja…
-Sí, bueno eso… pero ya estuve ahí, qué me va a pasar? Pasa, eso pasa…
Cuando habla de su niñez o adolescencia hace referencia a un cambio de adultez. Reconstruye los recuerdos con ánimo de verse dueño de sus acciones. “Por hay viéndolo de esta manera los que me criaron tienen algo de culpa de cómo soy. Pero yo elegí dejar la escuela e ir a la esquina. Eso lo elegí yo, mi mamá nunca me dijo que hiciera eso. Tenía 13 años. Dejé la primaria, empecé a fumar. Me parecía gracioso. Y fui creciendo, ya era algo mío después. Empecé a probar cosas con amigos `probá y vas a ver que no te dormís...´ y probé cocaína”.

Se relacionó temprano con el delito bajo la idea de cierta profesionalidad delictual, aunque no pasó de una lógica de provisión (Kessler, 2004). Estuvo detenido en algunos “institutos de menores” y vivió más la calle que su casa. Así fue configurando su habitus para la cárcel.
En este fragmento de entrevista, donde cuenta cómo llegó de comisaría al penal, se reconstruye una actitud tomada como forma de defenderse de lo que sabía que podría ocurrir y le daba miedo:
Yo sabía que tenía que pelear, y peleaba y peleaba. Hasta que me gané mi lugar, mi respeto. Y cuando ya era yo, pedí un acercamiento para una taquería de acá y me mandaron a Olmos. La misma Policía mala, me mandaron a Olmos [Estuvo un mes y 10 días en comisaría].
− En qué pabellón?
Estuve en el 2, de población y después en el 3, evangélico.
− Contame un poco más de eso. Cómo llegaste.
Cómo te reciben decís?
− Sí…
Llegué y fui con el mono hasta el fondo, sabía que no tenía que dejar que nadie me agarre el mono. Y eso demuestra que uno ya estuvo preso, pero yo era la primera vez que estaba.
− Eso donde lo aprendiste, en la comisaría?
Y me crié con pibes más grandes que yo. Cuando ellos entraban y salían de los penales yo los veía. Me quedé en el 2 me preguntaron si conocía a fulano, mengano y yo conocía a una banda, pero yo dije que no conocía a nadie. Estuve 2 meses en población. Y hubo un tema con el teléfono. Un gato había estado hablando y después lo agarré yo y no andaba. Entonces vino el limpieza y preguntó qué había pasado. Y el gato dijo “no sé, yo hablé y después lo agarró él y no anda, no sé, lo rompió”. Y yo arranqué y le partí la cabeza bum! le partí la gorra al chabón. “Gato la concha de tu madre si yo no rompí nada qué me estás tratando de tumbear vos? Y el limpieza tumbeó “eh, qué le pegás a mi gato?” . Y ahí nomás yo agarré una silla para cubrirme y mucha puñalada de todos lados... entró la gorra muchos tiros y me sacaron del pabellón. Como quien dice me echaron. Fui para un pabellón de hermanitos.
− Tenías puntadas?
Sí, en las piernas, en el cuello, la garganta.
− Muy cerca eso.
El cagazo de mi vida.
− ¿Cuando estabas ahí, vos tratabas de hacerles creer que ya habías estado preso?
Ellos solos se daba cuenta por la forma de andar mía. Era todo política de institutos lo que tenía en la cabeza, y todo porque tocaba de oído. Y no había estado nunca en un penal y menos en Olmos, que cuando era pibe yo decía “no, acá no le entro”.

Tiempo después lo encontré el día que había cometido un robo. Su opera tosca de una moto que luego vendería por 300 pesos lo había puesto en peligro junto a un adolescente que lo acompañaba. Estaba preocupado porque se creía identificado. Me lo fue contando en el camino mientras íbamos a la casa de Olmar, un hombre amigo de su mamá que lo dejaba dormir allí a cambio de que lo ayudara a levantarse y acostarse (Olmar había tenido poliomielitis de niño).

A continuación expongo un fragmento del registro de campo que da cuenta cómo reaparece la cárcel desde su identidad y sus relaciones más cercanas, como un destino ineludible:
Llegamos a la casa de su padrastro. Estaba Inés de visita y José le dice riendo al hombre “tengo captura”.
Nos hizo pasar y nos sentamos en la cocina. La tele estaba prendida en canal 7, Badía hacía preguntas a unos concursantes. El clima se fue poniendo tenso. La madre salió de su pieza:
- “Má te voy a ser sincero, tengo captura”.
Ella le respondió de forma calma pero seca: “eso es cosa tuya”. El rostro de ella se contrajo un poco más, miraba hacia abajo. Luego se sentó mientras hablábamos. Lo miraba a José, neutra, seria. En un momento me miró y corrí la mirada, sentí que ella se enojaba con todo lo que estuviera alrededor de José.
José hablaba como riéndose pero se lo notaba muy nervioso. Dijo: “me mandé la cagada porque creo que yo me quería ir de ahí, [por la casa de su novia] había cosas que pasaba ahí que no me cerraban”. “Me desilusionó, me hablaba de una cosa y era otra, me hablaba de amor y era otra la historia”.
Dice José: “yo estaba incómodo ahí, desconfiaba”. Y yo soy esto y hace como si tuviera dos armas en las manos.

Ese efecto me impresionó mucho, no tanto en ese momento sino después, al irme me quedó la imagen de José atrapado en su propio gesto, marcado a fuego por una identidad que lo colocaba en una encrucijada con pocas derivaciones.

Siempre habrá sido así? Antes de caer en cana se habrá visto de la misma manera? Imposibilitado de tener otro tipo de prácticas que no sean las que determina el delito como camino? Se sentía incómodo en la vida familiar que llevaba? Qué lo ponía incómodo?

Iba a tratar de ir a la casa de una chica que vive en La Gracia. Cuando nos íbamos la madre le dice –fulminante-, con esa aparente naturalidad de unos ojos inexpresivos y duros: “si te llevan tratá de ir a Olmos, que es como mi casa ya”.


 12 Según los relatos de varios detenidos y liberados, a algunos legajos personales los penitenciarios les colocan una letra que marca el grado de peligrosidad. La letra A sería la representativa de más peligrosidad.

13 En otras ocasiones destacó que durante su estadía en “población” había recibido varias “puntadas”. Esto remite a una diferencia en la gravedad de las heridas. La “puñalada” implicaría una posibilidad más cercana a la muerte mientras que las “puntadas” son cortes que dado su profundidad no implicarían necesariamente la muerte, lo que igualmente dispone a una relación con el peligro de muerte cercana.










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