sábado, 8 de junio de 2013

Un asunto de mera retórica

A ningún mortal puede resultar extraño que la comunicación sea la herramienta básica para comprendernos. Más que un concepto académico es una vivencia permanente.

Por eso me parece atinado referir un caso reciente.

Algunos días atrás, el Señor Ministro del Interior, refutando el informe del Dr. Garcé acerca del desborde poblacional de las cárceles, dijo que, en realidad, se trata de “un hacinamiento tolerable”.

La expresión me provocó una sensación rara, en principio; se sabe que los docentes de Lenguas somos como automáticamente permeables a ciertas incongruencias idiomáticas. Pero también fuimos formados en la autocrítica y entonces me puse a revisar si mi noción de “hacinamiento” estaba avalada por expertos, porque quizás hasta mi idea experiencial del tema había caducado.

El hecho es que descubro coincidencias incluso con el lenguaje sociológico o con el arquitectónico, puesto que la densidad se convierte en hacinamiento cuando son abatidos los límites elementales del uso del espacio. O, en términos más cercanos a lo que es posible comprobar en muchas de las cárceles uruguayas: amontonamiento de cuerpos, psiquis caotizadas, viveros de infecciones,... en fin, sintetizando: el horror, un horror que con sutileza invisibilizó este hablante (¿desmemoriado?, ¿acosado por las estadísticas?) mediante una estrategia muy simple porque, ¿no tiene gran abolengo democrático el adjetivo “tolerable”?

Hay situaciones que repelen toda caracterización. El exceso es siempre una transgresión, no importa quién, cuándo, cómo, dónde, por qué ni para qué se cometa; toda cualificación resulta inapropiada, ilógica, ilegítima, inmoral, indigerible,... en verdad, intolerable, y en este contexto, absolutamente elitista. He comprendido. 







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