miércoles, 10 de julio de 2013

Denis Merklen (2)




CENTRO DE DOCUMENTACION EN POLITICAS SOCIALES

DOCUMENTOS / 20

LA CUESTIÓN SOCIAL EN EL SUR DESDE LA PERSPECTIVA DE LA INTEGRACIÓN 
Políticas sociales y acción colectiva en los barrios marginales del Río de la Plata

Por Denis Merklen *


Introducción


Las organizaciones barriales se han revelado un importante factor de integración social, particularmente en el caso de las poblaciones marginales de las grandes ciudades latinoamericanas. Numerosas experiencias dan testimonio de ello; sin embargo, no siempre se reconoce su papel en la recomposición de los lazos sociales. Con frecuencia son vistas por los gobiernos como un elemento desestabilizador, por los técnicos como una dificultad al planeamiento y por los partidos políticos como un mero instrumento electoral. Mostrar dónde reside la importancia de estas organizaciones y cuál es el rol preciso que pueden desempeñar nos obligará a observar el tratamiento de la cuestión social en América Latina, sin duda el principal problema del continente. Pese a los avances en materia estadística, aún no contamos con un enfoque acertado sobre el problema. Por el contrario, la consideración en términos de pobreza, hegemónica actualmente, impide ver y tratar otras facetas de la cuestión. Es necesario admitir que, junto al empobrecimiento, las transformaciones vividas por las sociedades latinoamericanas han provocado importantes problemas de integración social.


1. La cuestión social en América Latina

El cambio en el modelo de desarrollo que se ha dado en América Latina a partir de la aplicación de las llamadas políticas del “consenso de Washington”1 y del agotamiento del modelo anterior, ha provocado cambios en la estructura social que han desestabilizado a su vez las vías de integración social y las formas de socialización, cambios que es esencial comprender a la hora de actuar sobre la cuestión social. El aumento del desempleo, la puesta en cuestión del contrato de tiempo indeterminado, el crecimiento del empleo informal, el debilitamiento del rol de los sindicatos, la disminución de la presencia del Estado en áreas claves de la política social, la pérdida de calidad educativa para los más pobres y la creciente dificultad de la escuela para vincular a los jóvenes con el empleo, junto con el empobrecimiento y el aumento de la iniquidad en la distribución del ingreso, han transformado sustancialmente la naturaleza del lazo social. Paralelamente se observan cambios en las prácticas culturales y políticas de los sectores populares. De modo que, a la hora de actuar sobre la cuestión social, las tareas que se imponen en materia de políticas públicas tampoco son las mismas.
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La idea de pobreza remite a una percepción economicista de la cuestión social y la figura del pobre está determinada por la falta; de modo que es pobre quien carece de algo, aquel al que el dinero no alcanza. Principalmente es el acceso deficitario al mercado lo que define a un pobre. Se trata de aquel que no accede a numerosos elementos del consumo, bienes y servicios que hacen al bienestar, al placer, a la felicidad y a la necesidad. Así, la pobreza resulta el anverso de la riqueza, su sombra, su lado oscuro. Cuando se califica de pobreza a la cuestión social es porque se tiene la pretensión de que la sociedad se reduce a su costado económico; la ilusión de que una vez establecida la democracia, sólo resta una única tarea a la política: velar por el desarrollo económico de la sociedad. La pobreza da la idea de que basta con redistribuir los recursos y aumentar el ingreso para solucionar el problema. Con esto se olvida que no sólo se trabaja para ganar dinero. También se lo hace para ser respetable, para ser considerado una persona digna. El orgullo que proviene de participar a la grandeza de la patria porque se participa en la creación de su riqueza. La dignidad que provoca el ganarse la vida. La fe en el progreso que brinda el ascenso social, la mayor parte de las veces de la mano del éxito en la carrera escolar. El salario decente es también reconocimiento social y trabajar es participar, sentir que se está dentro.
La seguridad, la energía y el deseo de buscar trabajo, de rendirse a las normas sociales, de participar en las decisiones políticas, de esforzarse durante años en una escolarización difícil, provienen del sentimiento de pertenencia. Se sabe que se posee un lugar en el mundo y que ese lugar en el mundo merece respeto y es necesario cuidarlo. El ejemplo del robo de gallinas, muy rápidamente asociado con el hambre, es ilustrativo. En ese caso, ¿por qué se roba?; o mejor aún, ¿por qué no robar? El ladrón de suburbio no roba sólo para comer, aunque muchas veces esa sea la causa principal del hurto. Lo hace también porque ya no respeta las normas de una sociedad que lo deja fuera y siente desprecio por quienes lo olvidan, sólo quieren no verlo, no saber de él. Ese robo es el medio de acceder a algo que se desea, pero es también mostrar que se está allí, que se es importante y que se es capaz de burlarse de ese mundo arrogante y ostentoso, como lo hacían los “Capitanes de la arena” de Jorge Amado. El robo quiere mostrar que la vulnerabilidad también puede situarse del otro lado de la muralla; y tal vez sea esa una de las razones de la violencia que muchas veces se asocia al pillaje, cuyo ejemplo más paradigmático es la violencia sobre las escuelas suburbanas (inexplicable desde el punto de vista de la pobreza)
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¿Qué quiere decir problemas de integración social a fines de los noventa?

Que se corre el riesgo de la fractura social y de la exclusión. El ghetto es la expresión por excelencia de la exclusión en las ciudades. La sociedad se fragmenta, los ciudadanos se encierran: los excluidos en el ghetto, los ricos en el country. Dentro del ghetto se produce un encierro identitario, sus habitantes pasan a pertenecer a una misma comunidad y se construye una mirada de desprecio hacia todo lo que viene desde fuera. Desde el exterior del ghetto, por su parte, se observa al lugar a través del estigma: sus vecinos son calificados de sucios, feos y malos además de haraganes, promiscuos y portadores de costumbres antisociales. Llegados a este punto se eleva un muro que separa los dos mundos, una frontera que sirve a ambos para sentirse protegido entre los suyos pero que impide el diálogo y el reconocimiento. Si hay algo que todos desean es mostrar que no son como quien habita del otro lado. Algunas veces la distinción racial, religiosa o lingüística provoca una naturalización de la diferencia y se tiene la ilusión de que allí está la causa de los problemas; pero cuando tales excusas no se presentan, se observa que las murallas y la diferencia provienen de las fallas en la integración social. Se percibe en ese momento que no somos todos ciudadanos iguales, integrantes de una comunidad nacional.
Que los lazos sociales que sostienen al individuo no son sólidos. El individuo libre y responsable es el ideal de la integración social moderna. Pero ese individuo no es autosuficiente, como nos tienta a creer la experiencia personal cuando todo marcha bien y podemos expandirnos. El individuo necesita soportes, que en las sociedades latinoamericanas son de tres tipos: a) asociados al empleo, b) asociados a la ciudadanía y al Estado, y c) asociados a la familia, el vecinazgo y las relaciones interpersonales.8 El problema en América Latina, y particularmente en los países del Cono Sur es que se han debilitado tanto los soportes de tipo a) como los de tipo b) luego de un siglo de construcción de esas redes de integración social. En consecuencia, se han reforzado los lazos de tipo c), favoreciendo la aparición de comunidades marginales de base territorial. Si se agrava este escenario, las sociedades perderán su armonía y los individuos la autonomía necesaria para convertirse en actores económicos y en ciudadanos libres y responsables.

Que hay una pérdida de sentido. La identidad de los sujetos se encuentra amenazada y el sentimiento de pertenencia afectado. Estudios recientes muestran las repercusiones de los problemas de integración social sobre la subjetividad. En una investigación reciente realizada por el PNUD en Chile se hace referencia a tres miedos en los que se observa esa repercusión en la población: la gente tiene miedo al otro, miedo a la exclusión y miedo al sinsentido. Otros trabajos muestran un deterioro de la fe en el progreso, otrora asociada a la movilidad social ascendente, al poder integrador de la escuela pública, del trabajo y del Estado. Estos indicios, particularmente fuertes entre los sectores populares y de ingresos medios, muestran una subjetividad afectada. Sujetos temerosos y sin fe difícilmente podrán sumarse a proyectos de desarrollo que reclaman individuos hiperpoderosos, cargados de iniciativa y de una voluntad inagotable. Que las políticas sociales deben ayudar a recomponer los lazos deteriorados y a recrear vínculos. Llevamos varias décadas discutiendo si las políticas sociales deben ser de tipo universalista o focalizadas, pero existe otro debate menos frecuentado y por cierto más importante. ¿Cuál es el objetivo de dichas políticas? Debemos orientar una parte de nuestros esfuerzos a reforzar la capacidad integradora de nuestras sociedades y a disminuir aquellas zonas de turbulencia donde los individuos y las familias se encuentran sometidos a una incertidumbre cada vez mayor. No se trata de crear una nueva dicotomía inútil entre políticas de lucha contra la pobreza versus políticas de integración social – como la disputa promoción versus asistencia -. Se trata de comprender que muchos son pobres porque tienen problemas de integración, de modo que serán eternamente dependientes de la ayuda pública en tanto no se solucione ese problema, que mal venderán la casa a la que se les ha dado acceso para resolverlos problemas urgentes que aparecerán un día u otro. Y que los problemas de integración no se resuelven sólo redistribuyendo recursos.
(Robert Castel propone la existencia de “soportes” sociales que se encuentran en la base del individuo - moderno- en un sentido positivo. De acuerdo con su análisis para el caso de las sociedades de “capitalismo renano”, estos son de tres tipos: asociados a la propiedad privada, al trabajo y a la “ propiedad social ” (las formas de protección ligadas al Estado social). La ausencia de éstos soportes llevaría a la aparición de individuos en un sentido negativo, “individuos por defecto” aislados a causa de los procesos de desafiliación.)

Que la inestabilidad y la precariedad invaden la cotidianeidad en los barrios marginales a niveles que otros sectores sociales no están acostumbrados, que son extraños a la experiencia de otras zonas de la ciudad (y mucho más extrañas aun a las de otras sociedades donde las instituciones rigen la vida social de un modo más sistemático). La falta de rutinas integradoras es moneda corriente en la vida cotidiana de quienes viven allí: los trámites en el municipio, en la caja de jubilaciones o en el hospital demoran horas y demandan días de esfuerzo. Las cosas no llegan a tiempo a donde deberían estar y los maestros suelen faltar a su función porque también están afectados por la inestabilidad, aun cuando la escuela sea uno de los vínculos institucionales más estables. Como podemos constatar repetidas veces en el trabajo de campo, la inestabilidad alcanza el carácter de una regla. Así, frente a la pregunta ¿tienes trabajo? tal vez se responderá que ahora sí. Lo cual quiere decir que hace poco no y que mañana quién sabe. De modo que viviendo en los márgenes se hace necesario manejar la inestabilidad como un componente del día a día. Esta fragilidad se expresa en la vida cotidiana pero tiene su origen en la forma de las instituciones que organizan la cohesión social.

Que la vulnerabilidad favorece la cultura del cazador. Quienes caen en una situación de vulnerabilidad como consecuencia de la persistencia de los problemas de integración se mueven en el mundo mucho más como cazadores que como agricultores. No proyectan sus vidas en función de cosechas anuales que deberían programarse en armonía con los ciclos de la naturaleza. Refugiados en sus barrios, perciben a la ciudad como un mundo extraño y que puede ser hostil. Por otra parte, salen cotidianamente a la ciudad como si ésta fuera un bosque que ofrece un repertorio variado de posibilidades. Hoy quizás obtengan una buena pieza, mañana tal vez no. Juegan su suerte en la oportunidad que le ofrecen los intersticios de unas instituciones cuyos márgenes no están definidos por una línea nítida, son difusos. La informalidad de la economía y la laxitud de los reglamentos ofrecen espacios en los que se puede encontrar de qué vivir. Unos con un espíritu de resignación y rechazo hacia los valores dominantes, otros pensando que un lugar estable puede estar aguardándolos o que tienen derecho a él. Que aumenta la distancia entre el carácter formal de las instituciones y la experiencia que los sujetos tienen de ellas. Una rápida comparación - basada en observaciones vagas -muestra que en sociedades más reglamentadas que las latinoamericanas, como las de algunos países europeos, las instituciones funcionan de un modo más sistemático y regularizan en mayor medida la vida cotidiana. Puede destacarse una mayor correspondencia entre formalidad legaly “realidad”, que las instituciones poseen una universalidad mayor y dejan brechas menores entre ellas, y que éstas tienen una influencia mayor en la socialización y pueden articular mejor el pasaje del individuo de una a otra en diferentes etapas de su vida. Todo esto tiene un efecto de retroalimentación sobre otras áreas de la vida social que así se regularizan, como el esparcimiento o el consumo. Esa “rigidez” institucional permitió garantizar la integración social durante el período en que hubo pleno empleo, ya que a partir de la inserción laboral cobran sentido otras participaciones institucionales, como la educación, por ejemplo. La sociedad se parece a un sistema. En cambio, en momentos de crisis como los que viven esas sociedades hace dos décadas, se produce un quiebre del sistema institucional que deja a muchos individuos casi completamente fuera. Este clima es el que explica la profusa difusión de la idea de exclusión en Francia, por ejemplo.
En cambio, las instituciones de las sociedades latinoamericanas dejan sin reglamentar o lo hacen de forma laxa, importantes ámbitos de la vida social, una de cuyas expresiones más claras es la informalidad. Leyes y normas que no se cumplen, economía en negro, débiles controles públicos... La experiencia vivida puede expresarse así: tienes empleo pero la mitad de tu salario es en negro. La cobertura de la salud existe pero no cubre. No se garantiza la seguridad social para todos. Los niños van a la escuela pero no aprenden un saber reconocido como útil. Tal vez tienes jubilación, pero la paga es insuficiente o irregular. Puedes ir al médico pero no tienes los remedios. El hospital tiene un aparato para curarte pero no los insumos para hacerlo marchar. No se trata de que las instituciones modernas no existan, sino de que la forma real que adoptan deja huecos en la sociedad que son cubiertos por otras formas de lo social, como las que encontramos en los barrios marginales. Esa realidad institucional permite el desarrollo de una cultura de la periferia donde es imposible definir los límites del adentro y del afuera. Por eso elegimos hablar de marginalidad social, si se entiende con ello vivir en y de los márgenes, y no fuera de ellos. En el mismo sentido, el término excluido no corresponde a nuestra realidad social, salvo en algunas situaciones muy específicas.¿Hasta dónde tiene que ver todo esto con la pobreza ? Evidentemente quienes viven en los barrios marginales son pobres. Sin embargo, si bien es una importante vía para el tratamiento de la cuestión, la noción de pobreza es insuficiente para pensar lo que hemos tratado de describir. En cambio, una mejor interpretación de nuestro caso se logra incluyéndolas ideas como las de vulnerabilidad, fragilidad e inestabilidad. Con lo cual quiere decirse que el individuo carece del tipo de reaseguros que brindan el empleo estable o la propiedad, pero también la integración a un sistema institucional abierto y sólido. La fragilidad se expresa en la inestabilidad permanente y en la necesidad de adaptarse a vivir el día a día. En cambio un pobre puede estar perfectamente integrado y ocupar una posición clara en la estructura social; como en el caso de un trabajador asalariado cuyo ingreso es insuficiente y cuyos problemas, en todo caso, pueden resolverse con un aumento de los ingresos. La diferencia fundamental entre el pobre y el marginal es que el primero tiene un lugar claro en el mundo. La idea de vulnerabilidad refiere a los problemas de integración social, y expresa una fragilidad de los lazos sociales - de solidaridad, diría Durkheim. Todo esto representa un cambio en la cultura de los sectores populares y en sus formas de socialización.
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La vida en los sectores populares urbanos de fin de siglo es inestable principalmente debido a su débil integración al empleo y a la educación, pero también debido a la fragilidad de la mayor parte de los vínculos institucionales en los que participan. Así, la vulnerabilidad los fuerza a la búsqueda permanente del intersticio. En los márgenes de nuestras sociedades se vive una experiencia similar a la del Lazarillo de Tormes en la España del siglo XVI, que vade un amo en otro y de un empleo en otro utilizando su picardía para buscar de qué vivir en una sociedad que no tiene un lugar estable para él.12 La picardía se traduce en viveza, nuestra viveza criolla. En efecto, la vida en los márgenes reclama viveza tanto para ganarse la vida como para participar en proyectos colectivos; vivir allí requiere una astucia especial en un mundo donde nada parece garantizado: la sagacidad de los cazadores. Lo que expresa también la necesidad de actuar en un mundo culturalmente diferente.

Cuando la sociedad no emite señales claras que identifiquen caminos para la integración plena, los jóvenes de los barrios marginales deben aprender a vivir en los márgenes a riesgo de perecer o de quedar excluidos para siempre. De modo que decir que en estos barrios se vive en los “intersticios” que ofrecen las instituciones o en los “márgenes” de las mismas, es una metáfora que tiene significados concretos. Quiere decir organizarse con otros para proveerse de un terreno y un lugar en la ciudad cuando no se puede acceder al mercado inmobiliario y no hay políticas sociales que permitan acceder a la vivienda. Quiere decir conchabarse en empleos que la mayor parte de las veces serán en negro, temporarios, mal pagos, sin sindicalización. Quiere decir que el mercado no les ofrece posibilidades de éxito. Quiere decir que no se poseen garantías para la vejez, para la infancia, para el accidente o para la enfermedad, y que habrá que recurrir a otras alternativas para ello. Quiere decir que la participación política va a tomar un importante componente de intercambios y negociaciones concretas con el poder local. Que no se va a votar sólo para construir una nación mejor o para ampliar el contenido de la ciudadanía, sino que a cambio de la adhesión política se exigirá una respuesta inmediata, cosas concretas para mi barrio. Quiere decir que los proyectos educativos se van a asociar mucho más a esa supervivencia que a proyectos de desarrollo personal. Pero también quiere decir que no se vive en una cultura completamente separada del resto. Que existen vasos comunicantes entre la comunidad barrial y el resto de la ciudad. Que el juego político se encuentra abierto a determinados reclamos por los cuales aún se puede luchar. Que la condición social no es estática y que el destino social no se percibe como fijado para siempre.

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Hacia el norte de Montevideo, cerca del Bd Aparicio Saravia, donde se encuentra hoy el asentamiento Los Milagros en lo que era un terreno abandonado de la periferia. Allí, los cerca de 300 ocupantes han trazado las calles, organizado un comedor, una escuela pública, una sede de la organización y una policlínica que es orgullo de todos, y han integrado al proyecto a un antiguo cantegril que permanecía en el olvido desde hacía 30 años. En el asentamiento Juventud 14, de la zona de Cerro Norte, las más de 100 familias que viven allí desde 1993 se han preocupado especialmente por la medida de los lotes, el tendido de la red de agua potable, la construcción de las viviendas y la previsión de espacios verdes. Similares realidades se viven en el asentamiento Nueva Esperanza donde desde 1992 viven 600 familias o los barrios 33 Orientales u 8 de Marzo. Historias y logros similares podrían relatarse para los más de un centenar de asentamientos que existen en el Gran Buenos Aires y las varias decenas que se han registrado en Montevideo.14 Indudablemente, esta capacidad organizativa y de producción constituye un importante capital social (kliksberg, 1998). ¿Cuál es el rol preciso que puede atribuírsele en relación con la cuestión social y cuáles son los límites que en ese sentido deben reconocérsele?


El sentido de lo local o el fuerte deseo de vivir en un barrio digno

Todos los emprendimientos de esas organizaciones barriales muestran la voluntad de conjurar un sentimiento de inseguridad, fragilidad, falta de protección en materia de inserción urbana, que evidencia una situación mucho más compleja que el empobrecimiento. La frase queríamos tener un lugar propio expresa esa vulnerabilidad bajo la forma de un anhelo, al mismo tiempo que muestra que la situación es vivida o experimentada como una falta de lugar en la ciudad (¿y en la sociedad?). Ese lugar es la vivienda. Pero, ¿la vivienda es sólo una casa en sentido físico, cuatro paredes y un techo? No. El lugar propio es un lugar en la ciudad, es el barrio y las representaciones sociales a él asociadas, es un status y una identidad. El lugar propio es el territorio de la familia, el territorio de la sociabilidad primaria, del encuentro con los iguales, el lugar donde se encuentran las protecciones que rodean al individuo y le permiten encarar la salida a un mundo vivido como exterior al hogar. Un terreno sirve para hechas raíces y  poner fin al peregrinar del alquiler al desalojo, de la pensión a la casa de algún pariente
Para comprender el sentido de lo local, hay que remitirse a la asociación entre las figuras del barrio y del trabajador. Puede decirse que desde los años ’40 en el caso argentino y desde los albores del siglo en el uruguayo, la figura del trabajador ha estado asociada a un modelo de integración social dada a partir de la participación de los individuos en un conjunto de instituciones sociales: la empresa, el sindicato, la ciudadanía, ciertos niveles de consumo y de reconocimiento social. Este lazo social repercutía sobre otras dimensiones de la vida social dándoles sentido, pero cuyo centro, como se dijo, era el trabajo. De tal forma que en términos urbanos, el trabajador vive en un barrio donde puede construir la casa para su familia, donde tendrá la escuela para sus hijos, la iglesia, la sede del partido político, el bar, el club o la sociedad de fomento donde hacer deportes o divertirse. Quien en el trabajo es obrero o empleado deviene vecino en el barrio, y es un buen vecino porque es un trabajador honesto y con una familia bien constituida. De forma que el barrio es a la vez el lugar donde se despliega la sociabilidad primaria, donde se encuentran varios de los soportes de la identidad y donde se establecen las mediaciones institucionales que corresponden a la inserción urbana. Como hemos visto, la inserción urbana requiere de mediaciones institucionales (salud, escuela, policía, administraciones de los servicios urbanos, instituciones del poder local, agencias de las políticas sociales, etc.) De modo que el asentamiento es también una acción colectiva por medio de la cual se produce un hábitat; y esa acción colectiva se desarrolla a la vez en tres dimensiones: a) la cooperación entre pares, b) una acción sobre el sistema político para lograr la intervención institucional, y c) una pelea simbólica para defender la identidad en el campo de la cultura urbana. Las transformaciones sociales a las que nos referimos en el Punto 1, provocaron un aumento de la vulnerabilidad de los sectores populares. De modo que el modelo de integración que asociaba las figuras del buen vecino de barrio con la del trabajador perdió su carácter abarcativo y está dejando fuera a un número creciente de personas. Es en ese contexto que las familias llegan a una ocupación de tierras: intentan escapar a la vulnerabilidad a la que se encuentran sometidos por medio de un proyecto que busca recrear un lugar en el mundo. Las organizaciones que los ocupantes construyen a fin de lograr la infraestructura deservicios y la construcción de los espacios comunitarios es una búsqueda de elementos que ayuden a sostener la vida familiar e individual. Obtener el agua potable, un comedor infantil, el ingreso de una línea de transporte o un subsidio para un centro deportivo, son todos soportes del hogar y el individuo atribuidos a la comunidad local, definida ésta en términos de barrio. Más aún, son esfuerzos de integración social mediante la integración a la ciudad. No obstante, en el contexto actual, los vínculos que construyen los ocupantes no pueden dejar de ser precarios, ya que los soportes relacionales que logran construir son altamente dependientes de los recursos que puedan obtener de las instituciones públicas. El médico y los medicamentos para la sala, los maestros y la legalización de la escuela, el acceso a los servicios urbanos, dependen del reconocimiento y la participación de los organismos públicos; el barrio es un mundo propio en el que no es posible sostenerse sin la mediación de las instituciones que lo mantienen vinculado al resto de la sociedad

Una de las caras de este deseo de vivir y ese proyecto de hacer un barrio es la necesidad de recomponer la identidad urbana del vecino de barrio amenazada por el agotamiento de los caminos institucionales de reproducción de la vivienda. Así, el problema habitacional es dotado de sentido porque la vivienda se inserta en un complejo urbano (el asentamiento intenta al menos sortear la condición de ghetto en la que parece haber caído lavilla, el cantegril o la favela y evitar el descenso más directo hacia una zona de exclusión. La organización comunitaria presente en los asentamientos se constituye en una herramienta para presionar sobre el sistema institucional a fin de encontrar soluciones a los problemas que se van presentando, pero a su vez a la sociedad se le ofrece una excelente oportunidad de aprovechar un capital social ya existente y que da pruebas de eficiencia. Así como los sindicatos nacieron como un elemento de reclamo y autodefensa y luego fueron incorporados a la gestión pública por parte del Estado, convirtiéndose en uno de los mayores capitales sociales de las sociedades modernas que representa una identidad que se quiere recuperar. Si la figura del vecino adquiere por sus representaciones un contenido moral (fulano es un buen vecino), es también porque se pone en tensión con la figura del villero o del habitante del cante, a la cual se le atribuirán todos los males, convirtiéndola en un polo de referencia negativo. En efecto, la existencia de ese grupo de pobres estigmatizados hace posible que el vecino se diferencie construyendo un sentimiento de dignidad personal y gozando de algún reconocimiento social: tenemos derecho a una vivienda digna, incluso en un contexto de pobreza absoluta. Es por ello que la acción de los ocupantes se inscribe en un doble registro. En el primero, los ocupantes procuran proveerse de un hábitat que les permita materialmente organizar la vida familiar a partir de facilitar el acceso al medio urbano, en torno al cual gira casi la totalidad de la vida cotidiana. Pero en el segundo registro, se juega una batalla simbólica por recomponer la identidad amenazada, registro que evoca la dimensión cultural del hábitat En un contexto de vulnerabilidad generalizado donde las políticas sociales no logran más que superponerse unas a otras bajo la forma de paliativos y donde la vulnerabilidad aumenta, las posibilidades de reingresar a una zona de integración plena aparecen lejanas. Ya que, por fuerte que sea el poder integrador de la sociabilidad primaria y la inserción urbana, no puede alcanzar por sí solo a restituir el debilitamiento de los lazos de integración social que vinculan al individuo con la sociedad global. Sin embargo, pese a la precariedad, el asentamiento intenta al menos sortear la condición de ghetto en la que parece haber caído lavilla, el cantegril o la favela y evitar el descenso más directo hacia una zona de exclusión. La organización comunitaria presente en los asentamientos se constituye en una herramienta para presionar sobre el sistema institucional a fin de encontrar soluciones a los problemas que se van presentando, pero a su vez a la sociedad se le ofrece una excelente oportunidad de aprovechar un capital social ya existente y que da pruebas de eficiencia. Así como los sindicatos nacieron como un elemento de reclamo y autodefensa y luego fueron incorporados a la gestión pública por parte del Estado, convirtiéndose en uno de los mayores capitales sociales de las sociedades modernas.



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