LA PRECARIEDAD SE HA VUELTO UN
ESTADO PERMANENTE
Robert Castel[1] (Entrevista)
E.:
En sus trabajos, usted adelantaba la idea de que las “crisis” que nosotros
atravesamos desde hace más de treinta años ya no son depresiones más o menos
pasajeras. Según usted, estaríamos más bien en una nueva fase o era del
capitalismo…
R.C.:
En efecto, creo que desde el inicio de los años 1970, salimos del capitalismo
industrial que se había implantado en la Europa occidental durante un siglo y
medio. Hacia fines de este período, logramos encontrar un equilibrio relativo,
bien digo, relativo, entre los intereses del mercado, la productividad, la
concurrencia y un cierto número de protecciones y de seguridades respecto al
trabajo. En mi opinión, la crisis, que inicialmente pensamos como algo
provisorio, esperando la reactivación, comienza a aparecer más como un cambio
de régimen del capitalismo. Aún no estamos en condiciones de poder definir bien
ese cambio pero con la exacerbada concurrencia que se ha desplegado a nivel
mundial, tenemos que vérnosla con un capitalismo más salvaje, menos regulado.
Desde el otoño de 2008, el último episodio de la crisis, con sus catástrofes
financieras, ilustra bien esta evolución.
E.:
¿Cuáles son los efectos de esta transformación del sistema capitalista?
R.C.: El núcleo de la transformación se sitúa
primero a nivel de la organización del trabajo y se traduce por una degradación
del status profesional. La precariedad se desarrolla al interior del empleo y
viene a incorporar el desempleo de masa.
Ya no es posible pensar la precariedad como lo habíamos hecho durante
años, es decir como un mal momento que hay que pasar antes de encontrar un
empleo duradero. Ya existe un creciente número de individuos que se instalan en
la precariedad. Ella deviene, incluso si parece paradojal, un estado
permanente. Lo que aquí llamo el “precariado” corresponde a una nueva condición
salarial, o más bien infra-salarial, que se desarrolla más acá del empleo
clásico y de sus garantías.
E.:
Esto implica que las categorías sociales desfavorecidas ya no son las únicas en
ser tocadas por esta expansión del “precariado”…
R.C.: Sí, los obreros menos calificados, los
jóvenes que intentan que por primera vez entran en el mercado del trabajo son,
en términos cualitativos, las categorías más afectadas por la expansión de la
precariedad. Sin embargo, pienso que no
hay que olvidar por eso que la precarización es una suerte de línea de fractura
que atraviesa el conjunto de nuestra sociedad. Existe una precariedad de “gama
alta”, que alcanza una parte de las clases medias y de los altos diplomados.
Para aprehender la amplitud de la
transformación hay que incluir también ese fenómeno.
E.:
Las consecuencias de estas evoluciones serían pues más profundas y duraderas de
lo que uno se imagina, ellas tocarían a la sociedad en su conjunto así como a
cada individuo…
R.C.:
Las principales protecciones del individuo estaban vinculadas con el status del
empleo, sobre todo en Francia. Es evidente que la degradación de ese status
profundiza las desigualdades. Tendería a insistir, los trabajadores e incluso
más allá, disponían de recursos y protecciones mínimas para seguir formando
parte de la sociedad. Las condiciones sociales, sin embargo, no eran iguales:
subsistían grandes disparidades y grandes injusticias. No obstante, cada uno
tenía una suerte de zócalo para estar en un sistema de intercambios recíprocos
y de interdependencia. Creo que hoy un
creciente número de individuos cae fuera de ese sistema de protección, o no
llega a inscribirse en él. En consecuencia estos individuos son dejados en los
bordes, aislados.
E.:
El individualismo conoce desde entonces un nuevo desarrollo, que usted ubica en
el centro de esas transformaciones…
R.C.:
Me parece que la dinámica profunda del nuevo régimen del capitalismo es en
efecto una dinámica de des-colectivización. En la organización del trabajo, por
ejemplo, los grandes colectivos, a los cuales se asociaban poderosos
sindicatos, se han roto. No se rebelaron definitivamente sino que se quebraron.
Soñemos, por ejemplo, con la actual situación de Francia Telecom. La
consecuencia es que el individuo debe movilizarse más, ser responsable, tomarse
a cargo. Por otra parte hay que reconocer que algunos logran adaptarse a este
nuevo dato. El discurso liberal se apoya allí: maximizan sus oportunidades, dan
prueba de espíritu emprendedor…Pero, al mismo tiempo, los otros, y hay que
temer de que no sean los más numerosos, son separados de sus pertenencias
colectivas y librados a sí mismos, sin los recursos de base necesarios.
E.:
¿El Estado puede detener esta evolución?
R.C.:
Contrariamente a cierta ideología de inspiración liberal que desgraciadamente
está de moda, no creo que sea posible oponer el Estado y el individuo. Cuanto
más una sociedad es una sociedad de individuos, tanto más necesita del Estado
como principio de unificación y de protección. A falta de ello los individuos
librados a sí mismos, y en concurrencia de todos contra todos, viven en una
suerte de jungla. “El hombre es un lobo para el hombre…” Tan solo la potencia pública, garante de
cierto interés general, puede operar un mínimo de redistribución y de
protección. Esas protecciones son necesarias para constituir una sociedad.
E.:
¿En qué dirección hay que reformar?
R.C.:
Al revés de las políticas actuales, el desafío a resaltar es el de conciliar la
inestabilidad del empleo con la instalación de nuevos derechos: quiéraselo o
no, el empleo estable o “el empleo de por vida” ya no es la norma. Hay y habrá
cada vez más que cambiar de empleo, ser capaz de “reciclarse”. Para que ello no
se traduzca, como es el caso hoy en día, en una declaración de “desempleo”,
será necesario enganchar protecciones a la persona del trabajador, de manera
que cuando él se encuentre en situaciones de cambio o alternancia, conserve
protecciones y derechos lo suficientemente fuertes.
Entrevista
realizada por Thomas Cortes- www.psicologiagrupal.cl/
Traducción
del francés: M. Chiarappa
[1]
Director de estudios en la Escuela de Altos estudios en Ciencias Sociales,
Robert Castel, quien ha consagrado casi treinta años de investigaciones en la
cuestión social, estima, ante la generalización de la precariedad del trabajo,
que hay que destacar el desafío de nuevos derechos ligados a la persona de los
trabajadores.
Texto
de Robert Castel “Los desafilados” “Precariedad del
trabajo y vulnerabilidad relacional.”
Aparecen nuevas realidades en el
escenario actual. ¿Qué es lo nuevo de la coyuntura
actual? ¿Será necesario recomponer el escenario de la cuestión social?
Se puede intentar dos
respuestas.
La primera consiste en:
categorizar, es decir caracterizar las nuevas clientelas en relación a la
anterior, entre los desheredados señalamos:
ü La presencia de representante de clase media que han caído en la
pobreza.
ü Crecimiento de formas de desamparo:
ü Jóvenes desocupados más que ancianos sin recursos.
ü Madres solas más que representante de familias numerosas.
ü Crecimiento de la desocupación y de dificultad para encontrar.
ü Disolución familiar, etc.
Si bien estas caracterizaciones
son necesarias, pero no bastan para comprender la realidad social.
Él plantea un segundo modo de
abordar el tema.
Desde lo transversal en
relación a esos grupos específicos y cualitativos más que cuantitativos.
Todos ellos los desheredado,
carenciados expresan una forma particular de disociación del vinculo social
“Ruptura” “desafiliación”.
No se trata de desestimar la
dimensión económica porque siempre la falta de recursos que hace caer al
individuo en la dependencia y lo transforma en cliente de un servicio social.
Además de la pobreza hay otro
drama.
“El desamparo” la ausencia de
soportes sociales: la pertenencia, falta de alojamiento, falta de asistencia,
de instrucción, etc.
Carencia como un efecto situado
en la conjunción de dos ejes:
ü Integración-no integración con respecto al trabajo. Por medio del
trabajo el individuo logra reproducir su existencia en el plano económico.
ü Inserción- no-inserción en una sociabilidad -socio familiar. Es en
el sistema relacional donde el individuo reproduce su existencia en el plano
afectivo y social.
Desde esta perspectiva podemos
constatar:
ü La precariedad económica- que implica la no-integración o
expulsión laboral.
ü La vulnerabilidad relacional-no inserción en una red de
relaciones.
La precariedad económica deviene
desamparo, fragilidad relacional, aislamiento, estos son fases de una misma
condición.
La pobreza aparece así como la
resultante de una serie de rupturas de pertenencias y de fracasos en la
constitución del vinculo.
El desafío esta en rellenar ese
vació social y no solamente distribuyendo socorros.
La intervención es siempre una
modalidad de tratamiento del vinculo social a partir de constatar la ruptura.
Para ver las estrategias
utilizadas en los Antiguos regímenes para conjurar la descomposición del lazo
social vamos a hacer un rodeo histórico.
Las intervenciones sociales
siempre tuvieron la doble finalidad.:
ü Integración a través del trabajo.
ü Inserción en un tejido social.
Tenían dos tipos de poblaciones
indigentes:
ü Aptos para el trabajo
ü No aptos para el trabajo.
Esta división determinan
practicas sociales:
ü Para
lo primero estaba prohibida la solicitud de asistencia, eran vistos como
peligrosos y amenazantes. Se Se les ordena trabajar en
trabajos forzados o es empujado a la búsqueda de trabajo en otros
lugares, dejando su lugar de pertenencia. Estaba prohibido el trabajo libre
bajo leyes penales. Hacen del indigente un delincuente.
ü Para lo segundo había una asistencia organizada desde el Estado y
sus instituciones.
La cuestión del indigente apto
no encontró solución porque es intrínsecamente insoluble, quedaron apresados en
una dobles combinación el poder trabajar y la imposibilidad de hacerlo.
Semejante contradicción suscita
recursos extremos: diferentes formas de trabajos forzados, criminalización del
indigente ocioso al cual responsabiliza de su situación.
El indigente apto se convierte
en el vagabundo estigmatizado como un ocioso peligroso sobre el cuál caen las
medidas más crueles.
Este representa la forma límite
de la ruptura en relación a toda pertenencia social. Es la imagen del
extranjero excluido de todos lados y condenado a errar en una sociedad en que
la calidad de la persona deriva de la pertenencia a una red de relaciones.
La no-pertenencia a la
vida social implica no ser nadie (sociedad feudal) pertenecer al soberano
implica ser sujeto poseer un rango tener un rol un lugar una identidad.
La situación del vagabundo
representa el limite extremo de un proceso de precarización.
Cuando la precariedad se transforma
en exclusión representa el punto de ruptura en la economía de las relaciones de
trabajo.
El vagabundo pierde siempre en
dos terrenos:
ü Rompen con la red de pertenencias sociales- Desafiliación
ü Ruptura con respecto a la producción.
Para concluir con la prehistoria
de la cuestión social constatamos que las políticas del: A. Régimen siempre
tiene que ver con la miseria dependiente pero en dos modalidades.
ü Dependencia integrada cuya asistencia remite a una problemática de
socorros.
ü La dependencia desafilada cuya resolución resultaría de una
problemática del trabajo.
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