jueves, 11 de julio de 2013

El arte está dormido en las entretelas de todo corazón; sólo hay que despertarlo...

El Programa "Efecto Mariposa" de Radio Uruguay, conducido por Alberto Gallo y Daina Rodríguez, es un real vivero de conocimiento y reflexiones acerca del quehacer humano, y un sutil catalejo para aproximarnos a las células artísticas allí anidadas.

Esta tarde, por ejemplo, nos recordaron una impresionante experiencia ocurrida en Italia:

"César debe morir es el título de la última película de los Hermanos Paolo y Vittorio Taviani.
 La película narra en forma de docuficción los ensayos teatrales realizados en la cárcel romana de Rebibbia, en la que un grupo de presos trabaja sobre la obra Julio César.

Los Tavianni se sirven del proceso de creación de la obra teatral para explorar en las emociones de los reclusos, que a través del texto de William Shakespeare profundizan en su realidad individual, privados de libertad y teniendo que hacer frente al pasado que los ha llevado a la situación en la que se encuentran este grupo de hombres hayan en el teatro una vía de escape, pero también un vehículo para conocer sus emociones y sus sentimientos más profundos e íntimos.

Gran parte de los actores de la película son presos reales. Son presos que buscan una bocanada de aire fresco en el teatro y que, como dice Paolo Taviani, plantean un contraste entre la libertad absoluta del artista y las ataduras del que vive en una prisión.

Con el título de “César debe morir” en el programa de este lunes, Efecto Mariposa profundiza en la película y el trabajo de los hermanos Taviani. Es por ello que entrevista a Rafael Vidal Sanz, redactor del blog Extracine, perteneciente a la red de blogs Hipertextual.

Es estudiante de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense, y de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid.

Luego, el programa profundizó en los idus de marzo y en el calendario romano. Julio César fue asesinado en el "idus de marzo" del año 44 a.C.

En el calendario romano, los idus de marzo correspondían al decimoquinto día del mes de Martius. Los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio, y octubre, además del decimotercer día el resto de los meses del año. 

Según el escritor griego Plutarco, César había sido advertido del peligro, pero había desestimado la advertencia. Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, Julio César encontró al vidente y riendo le dijo: “Los idus de marzo ya han llegado”, a lo que el vidente contestó compasivamente: “Sí, pero aún no han acabado”.




Efecto Mariposa también profundizó en la experiencia uruguaya de realizar teatros en las cárceles. Para ellos entrevistó al escritor, dramaturgo, poeta, director y docente teatral Michel Croz, que ha trabajado en cárceles de Montevideo y Rivera.





A Efecto Mariposa, el agradecimiento por ampliar nuestro horizonte; cuantitativamente, en este caso, porque como docentes de Contextos de Encierro hemos constatado, hace tiempo, que las experiencias artísticas en recintos estigmatizados siempre constituyen una práctica develadora de nuestra propia naturaleza.  


“Me cambió la vida”, asegura sin pensárselo dos veces Enrique, 
un preso del Centro Nacional de Rehabilitación (CNR), en Montevideo,
cuando le preguntaron lo que significó en su vida 
unirse a las filas de “La Copadora”, 
la murga de esta cárcel de la capital de Uruguay 
donde se preparaba a los reclusos que están a punto de cumplir sus penas
 para volver a vivir en libertad.
“Porque vivir siempre es la magia
De andar volando sin alfombras
Pintándole algún sol a cada sombra
Creyendo en abrazar la libertad”




miércoles, 10 de julio de 2013

Denis Marklen (4)




El principio de realidad

Escrito por: Denis Merklen


Cuando le faltaban apenas 15 días para cumplir sus 80 años murió Robert Castel, el pasado martes en su domicilio parisino. Se fue uno de los principales observadores de fines del siglo xx, no sin dejarnos algunos de los más sólidos puntos de apoyo para entrar al xxi.
Comencé a trabajar con él en 1996 cuando llegué a París a realizar un doctorado bajo su dirección. ¡Qué suerte y qué privilegio el mío de caer así en aquellas manos! Trabajamos juntos sin interrupción hasta la semana pasada. Sabíamos que quedaba poco tiempo y buscábamos terminar un libro que quedará inconcluso e inédito. El título hubiera sido “Las políticas del individuo” y se lo habíamos prometido a Pierre Rosanvallon para la editorial Le Seuil. El proyecto nació junto a Marc Bessin cuando llevábamos adelante un seminario sobre individuo y protección social en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.
A Castel no le gustaba mucho hablar de sí, pero a lo largo de los años fue soltando su vida, detalle sobre detalle, a medida que la amistad se consolidaba. Había nacido en el seno de una familia humilde en Saint-Pierre-Quilbignon el 27 de marzo de 1933, una comuna rural del finisterre bretón cercana a la ciudad de Brest. Su madre murió de cáncer cuando él tenía 10 años y dos años más tarde se suicidó su padre. Así atravesó la infancia en plena Guerra Mundial este hijo del mundo obrero.

SOCIOLOGÍA DEL CONTROL -  En un artículo que escribió para la revista Esprit hace pocos años, contó cómo un profesor de matemáticas tan severo como perspicaz le cambió la vida cuando lo alentó a salir de la formación técnica que lo predestinaba a convertirse en obrero. “Usted tiene pasta para otra cosa, Castel”, le dijo. Ganó una beca para cursar el liceo. En 1959 logró la “agregation” y devino profesor de filosofía bajo la tutela de Eric Weil, un importante filósofo de la época. Hacia 1966-67 conoció en el comedor de la Universidad de Lille a otro joven asistente, Pierre Bourdieu, de quien sería amigo hasta el final. Cansado de los “conceptos eternos” se acercó a la sociología, que estudió en la Sorbona con Raymond Aron. Fue luego fundador de la Universidad de Vincennes (hoy París 8) e integró en 1990 la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.
Hasta principios de los años ochenta trabajó sobre el psicoanálisis y la psiquiatría, convirtiéndose en uno de los primeros sociólogos en abordar el tratamiento social de la locura. Escribió junto a Michel Foucault, sobre el cual tuvo una influencia mayor y de quien adoptó la perspectiva de la genealogía, convencido de que “el presente no es enteramente contemporáneo”. Cuando en 1980 le acercó a Foucault el manuscrito de La gestión de los riesgos (1981), el gran filósofo del poder consideró que el texto de Castel ponía fin a su célebre Vigilar y castigar (1975). Castel anticipaba que los modos de control social y de ejercicio del poder no se harían ya de modo presencial y a través de la vigilancia directa sino por medio de estadísticas y de la definición de “poblaciones en riesgo”. Lo descubrió observando un dispositivo de política social sobre la infancia en riesgo, y es seguramente por ello que tanta aversión le provocaba el modo descuidado e irresponsable con el que muchos sociólogos ceden hoy a temas de moda como el “sentimiento de inseguridad”.

LA NUEVA CUESTIÓN SOCIAL. Cuando lo conocí Castel acababa de publicar Las metamorfosis de la cuestión social (1995), una obra monumental que muchos consideran como el libro más importante de sociología de los últimos años. Le llevó diez años de minuciosa investigación, buscando entender lo que él consideraba como una “gran transformación” que probablemente cambiaría la morfología de las sociedades occidentales y que amenaza con liquidar la larga construcción que en Europa había dado respuesta a las contradicciones del mundo del trabajo. Puedo imaginarlo hoy como tantas veces lo vi, tan preciso como paciente, lento e infatigable redactando aquellas 490 páginas de letra infantil con su birome Bic, página tras página, doblado sobre el cigarrillo como única compañía. Así remontó el tiempo hasta que pudo afirmar con un tono apenas provocador: “La cuestión social empieza en 1349”.{restrict } La peste liquidó entonces las bases sociales de la Edad Media cuando centenas de miles de antiguos campesinos y artesanos perdieron su lugar en la sociedad y comenzaron a errar como vagabundos. Se anuda allí la contradicción fundamental que organiza el presente. El mundo social se divide esencialmente entre quienes son considerados ineptos para el trabajo (inválidos, niños, viejos, enfermos, deficientes de todo tipo) y los otros. Mientras que los primeros son eximidos de la carga laboral y pueden esperar los socorros de la asistencia pública, los aptos para trabajar deberán conquistar un lugar en el mundo por medio del empleo y no tendrán derecho a la asistencia. Ese gran integrador que es el trabajo produce así efectos paradójicos toda vez que la coyuntura económica impide trabajar a todos aquellos que disponen enteramente de sus fuerzas: la figura del desempleado es terrible porque la sociedad no tiene lugar para quien, siendo apto, no trabaja. Se entiende también el principio fundamental que atraviesa nuestras sociedades así estructuradas: sólo el trabajo permite la integración social, pero no siempre el trabajo produce integración pues para que el trabajo sea fuente de seguridad y de dignidad, éste debe estar rodeado de protecciones, atravesado por el derecho y regulado. Sólo bajo esas condiciones se vuelve empleo y da lugar a “cierta independencia social”, de lo contrario el trabajo conduce a la sumisión, a la pobreza y a la indignidad. El corazón de la cuestión social no se encuentra en las tasas de desempleo ni se resuelve con sólo disminuirlas; más bien gira en torno a aquellas fuerzas que vuelven al trabajo precario, ilegal, inestable, incierto, intermitente.
Robert Castel produjo una sociología gobernada por un sólido principio de realidad que se imponía a sí mismo con un rigor y una disciplina que no dejaban lugar a la más mínima fantasía. De allí proviene la fuerza que le permitió enfrentar tantos cantos de sirena a la vez, serenamente armado de su lapicera y de su voz calma. Así enfrentó en los años setenta a quienes fantaseaban con el potencial liberador de la locura. Así enfrentó en los años noventa a quienes soñaban con “el fin del trabajo”. No hay escapatoria al trabajo en el seno de nuestra civilización, pero el trabajo sin protección social no es sino opresión. Castel era demasiado inteligente como para olvidar lo que aprendió de niño: el mundo social es áspero y despiadado. Castel era suficientemente independiente como para entusiasmarse con quienes toman sus deseos por realidades. Así lo vimos durante años escuchar impasible las críticas de quienes lo consideraban anticuado o pesimista. Con una modestia tal vez única, tan paciente como certero, se limitaba a repetir algunas de las preguntas que orientaron su reflexión: ¿cómo sería una sociedad que no estructure el trabajo?, ¿qué ocurre cuando el empleo se desregula y se desprotege al trabajador? Pero también señalaba con la misma insistencia el brutal costo social que pagan todos aquellos que, generalmente contra su voluntad, se ven apartados del mundo del trabajo.

De: Brecha Digital

 
R. Castel



Denis Merklen (3)





Merklen, Denis. Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática (Argentina, 1983-2003), 1ª ed, Buenos Aires, Gorla, 2005, 224 p, 21x15 cm, ISBN 987-22081-1-5


Merklen analiza la problemática de las clases populares en la era democrática desde una mirada englobadora. Su enfoque no está acotado a ningún aspecto específico sino que en su lugar propone una interrelación de factores y dimensiones en su análisis para entender la nueva situación social de estos sectores.
El libro retoma una serie de escritos del autor que parten de su tesis doctoral bajo la dirección de Robert Castel. Como marcamos el objeto de estudio de Merklen aparece amplio pero allí radica en cierto sentido su riqueza. El autor logra articular en su tesis numerosas perspectivas y enfoques de investigación que en los últimos años tomaron a las clases populares y las transformaciones económico sociales generadas a partir del neoliberalismo.
En este sentido, una línea de abordaje la establecieron los estudios sobre el clientelismo político. Auyero (1997, 2001), Soprano (2003), Zaremberg (2004), entre otros, se sumergieron en el tema del clientelismo y de las representaciones sociales que se desprenden de estas formas de relación social a partir de trabajos etnográficos en barrios marginales con militantes sociales peronistas.
Otra línea de trabajo se desarrolló a partir de los estudios sobre los movimientos sociales desde una perspectiva del cambio estructural. Esta línea explica que la crisis del Estado de Bienestar y el autoritarismo de la última dictadura militar generaron significativos cambios en las formas de expresión de la sociedad: de la movilización de masas a los nuevos movimientos sociales. (García Delgado, 1994)
Por otra parte, surgieron estudios que pusieron el énfasis en las transformaciones en los patrones de acción colectiva de los actores involucrados en la coyuntura de los años 90 hasta la actualidad (Svampa y Pereyra, 2003; Giarraca, 2001) y cómo influyeron las transformaciones económicas-sociales y la implementación de políticas sociales en el plano de constitución de identidades (Feijoó, 2001; Svampa, 2000; Masson, 2004; Vasilachis de Gialdino, 2003)
Desde otra mirada ligada a la ciencia política, surgieron investigaciones centradas en la crisis política, las formas de ciudadanía y las nuevas identidades políticas. En esta perspectiva los estudios de Novaro (2000) y Cheresky (2001) marcan que el proceso sociopolítico de los últimos años trajo aparejado un debilitamiento de las identidades partidarias y una dificultad de los partidos para integrar lo diverso en una voluntad política unificada basada en principios ideológicos o identidades diferenciadas.
Todos estos enfoques anteriormente señalados son los que Merklen retoma y articula en una descripción del mundo de las clases populares. Para lograr dicha articulación utiliza el concepto de politicidad. Lo atractivo de esta noción es que engloba el conjunto de prácticas de socialización y cultura política de los sujetos. La politicidad así definida es constitutiva de la identidad de los individuos. Discute a partir de allí las visiones que conciben la política como una dimensión autónoma de la vida social con la que los individuos entrarían en relación.
         De esta forma inicia el libro problematizando la poca importancia que, a su juicio, un número importante de intelectuales le otorgó a las transformaciones económicas de la Argentina, que debían por su dimensión desestabilizar la democracia. Lo que plantea el autor entonces es que la teoría política despertó en diciembre de 2001.
         Merklen destaca en este debate que los intelectuales en los años ochenta, influidos en parte por la crisis del marxismo y el estructuralismo, desplazaron su centro de interés de la lucha de clases, la teoría de la dependencia y la marginalidad por las nuevas preocupaciones centradas en la ciudadanía, la transición democrática y la producción de un orden. Lo que plantea el autor es que hay una idea de autonomización de la política de la sociedad.
         Dentro de esa forma de pensar, la representación política debía canalizarse a través de los partidos políticos y la acción política debía ser el voto. La política se autonomiza de la sociedad para ser conducida por la discusión argumentativa en las instituciones. El planteo central es que con esas herramientas intelectuales la ciencia política y la sociología no pudieron comprender por qué las clases populares no se acomodaban a las transformaciones de la sociedad pero sí al orden democrático.
         Emprende a partir de ese momento una crítica a la mirada institucionalista de la ciencia política la cual observaría en los movimientos sociales una revuelta de la sociedad, una expresión anómica, y no sería capaz de percibir lo “positivo” de la politicidad de los sectores populares. Este obstáculo epistemológico impide la comprensión de las nuevas formas de acción colectiva, concibe la política a partir de la institucionalización de los partidos políticos y de la democracia liberal en oposición a las manifestaciones populares que no se ajustan a los canales institucionales. Habría una “buena política” opuesta a las tradicionales movilizaciones de los trabajadores y el clientelismo.
         
       En el primer capítulo retoma la pregunta de ¿cómo fue posible que los sectores más castigados por las políticas neoliberales hayan apoyado a los gobiernos que realizaron dicho proyecto? Utiliza este interrogante para criticar otros argumentos que, según el autor, tienen el mismo problema que el anterior, es decir parten de la idea del carácter prepolítico de los sectores populares. Según estas explicaciones el voto a Menem estaría dado por la hiperinflación que habría sentado las bases de un régimen decisionista y, por otro lado, aparece la explicación de que el peronismo se sustentaría en el clientelismo que aseguraría su masa de votantes a cambio de favores. Lo que plantea Merklen es que poner todo el peso de la explicación del lado del carácter decisionista y del clientelismo es desconocer una vez más la producción política de los sectores populares durante el período democrático. Indudablemente, el complejo lazo de las clases populares con el peronismo forma parte de esa producción política, y es este movimiento el que ha comprendido mejor las transformaciones de la politicidad popular (al mismo tiempo que las orientaba y contribuía a su instalación). El peronismo reconstruye su lazo con las clases populares por medio del control del Estado posreformas. Y la clave de la relación de los sectores populares con el Estado se encuentra en el desdoblamiento de este último. Por una parte, representa la conducción centralizada de la economía y de la sociedad en la figura del gobierno nacional. Por la otra, se convierte en una estructura compleja y descentralizada en diversos gobiernos locales. Es a través del control de estas últimas estructuras territoriales que el peronismo recompone en parte su lazo con las clases populares, pues estas construyen sus mundos de vida en el seno de los diversos marcos locales.
Esta explicación le da pie a Merklen para desarrollar otra de sus hipótesis directrices. Una vez iniciado el proceso de desafiliación, los “perdedores” (clases populares) se refugian en lo local y reconstruyen su sociabilidad principalmente a través de lo que llama “inscripción territorial”. Es en el marco local que las clases populares organizan tanto su participación política como sus lazos de solidaridad.

         En el capítulo segundo continúa con la critica a la mirada institucionalista y afirma que desde hace más de veinte años, las clases populares argentinas elaboran nuevas formas de acción colectiva en respuesta a las profundas transformaciones que, desde lo alto de la sociedad, desestructuraron sus mundos de pertenencia.
El autor describe los nuevos repertorios de la acción colectiva a partir del neoliberalismo y explica el paso de una politicidad centrada en el mundo del trabajo a una politicidad centrada en la inscripción territorial. Destaca entonces que desde comienzos de los años ochenta, y en especial a partir de los noventa, se desarrollaron episodios de cooperación, movilización y protesta colectivas que encontraban su centro organizativo en el barrio. Esta figura de lo local se convirtió progresivamente en el principal componente de la inscripción social de una masa creciente de individuos y de familias que no pueden definir su status social ni organizar la reproducción de su vida cotidiana exclusivamente a partir de los frutos del trabajo. En este marco, una de las tesis centrales de este libro es que el proceso de “desafiliación” que alcanzó a esta parte importante de las clases populares compuesta mayoritariamente por hogares jóvenes encuentra un sustituto de reafiliación en la inscripción territorial.
Esta afirmación es retomada en el capítulo tercero donde el autor plantea la observación de la movilización popular a la luz de las transformaciones sufridas por el mundo del trabajo y de las reformas introducidas en el dominio estatal. Ellas se encuentran en el origen del cambio de la politicidad de las clases populares que ven así modificados sus repertorios de acción colectiva. La nueva relación con lo político y las nuevas modalidades de la acción se descentran hacia lo local (o el barrio), donde los más carenciados encuentran una fuente de “reafiliación”, modos de supervivencia, e incluso una base para la recomposición identitaria.

           En el capítulo cuarto el autor remarca la paradoja de que cada vez que se oye hablar de pobreza, menos escuchamos sobre las cuestiones societales y las relaciones de poder. Destaca que pensar la agenda en términos de lucha contra la pobreza tiene consecuencias directas: cuanto más se hace la guerra a la pobreza, más se fija nuestra mirada en los pobres, y menos se trabaja sobre las causas económicas que la generan.
Asimismo, relaciona la politicidad de las clases populares con la nueva forma de intervención del Estado a partir de las políticas sociales focalizadas y descentralizadas. Esta situación contribuyó a modificar el marco institucional de la acción política a escala local otorgando a los dirigentes barriales un poder de articulación con los dirigentes municipales. Por otro lado, al centrar la acción pública en la figura del pobre en detrimento de la del trabajador, contribuyeron a desactivar una manera tradicional de inscripción de las demandas ciudadanas por una de carácter territorial.

         En el quinto capítulo desarrolla la territorialización de las clases populares en América Latina desde una mirada más panorámica y señala que cuanto más masiva es la precariedad y más fallan las instituciones, más multiplican los habitantes sus pertenencias. En efecto, el territorio de los barrios se constituye a partir de la superposición de círculos de pertenencia: iglesias, bandas de jóvenes, redes de tráficos diversos, etc. El tema de cómo el barrio toma sentido en las clases populares es un punto central de la argumentación de Merklen.
         
         En el sexto capítulo describe como la irregularidad es la principal característica de la vida cotidiana por lo que las clases populares luchan por estabilizar su presente y anticipar lo más posible su futuro. Allí contrapone entonces lo que denomina “lógica del cazador” vs. “lógica del agricultor”. La primera marca la contingencia y la falta de soportes que estos sectores tienen en su vida diaria a diferencia de la segunda que da cuenta de la vida planificada y estructurada de los sectores medios. De esta forma, es importante marcar que el trabajo de Merklen constituye una muy interesante aproximación al problema de la politicidad de las clases populares puesto que, como marcamos anteriormente, acomete esta tarea desde una mirada multidimensional que da cuenta de la complejidad del fenómeno y de sus también múltiples aristas. Es igualmente interesante la perspectiva cualitativa en el trabajo de campo a la cual el autor recurre ya que esta le permite “acercarse” a la perspectiva de los sujetos en sus propios contextos de vida lo que le otorga una gran riqueza al trabajo. Rosana Guber (2001) se preguntaba: ¿para qué el trabajo de campo? Su respuesta apuntaba a que es allí donde modelos teóricos, políticos, culturales y sociales se confrontan inmediatamente con los actores. Sólo estando en el lugar es posible realizar el tránsito de la reflexividad del investigador-miembro de otra sociedad, a la reflexividad de los pobladores.
Como cierre y, luego de destacar el aporte de Merklen a la explicación de las consecuencias sociales del neoliberalismo, creemos que queda abierta la posibilidad de profundizar en esta línea la investigación en el período que se abre a partir del 2001 para dar cuenta de las reconfiguraciones económicas, políticas y sociales que se vienen produciendo desde ese momento.


Lic. Mauricio Schuttenberg





Pobres ciudadanos
Denis Merklen
Las clases populares en la era democrática
(Argentina 1983-2003)
Prefacio de Silvia Sigal
Editorial Gorla
(segunda edición)
(Buenos Aires)


Denis Merklen, nació en Montevideo, Uruguay en 1966. A raíz de la dictadura militar que se instaló en ese país entre 1973 y 1985, él y su familia escaparon y  llegaron a la Argentina y se instalaron en Ciudad Evita cuando él tenía 8 años.
Vivió también en UPCN, un modesto barrio de monoblocks construido por el sindicato homónimo, en un departamento de dos habitaciones y 50 metros cuadrados. También vivió en otros barrios de esa ciudad. En total, en Ciudad Evita, entre 1974 hasta 1994.

El autor de Pobres ciudadanos – Las clases populares en la era democrática (Argentina 1983-2003) es sociólogo y máster en investigación en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos  Aires. Durante diez años enseñó en la cátedra de Juan Carlos Portantiero y desde 1996 vive en Francia, donde realizó su doctorado con Robert Castel. Es maitre de conférences en la Universidad de París 7 e investigador en el Institut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux Sociaux de l´École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (IRIS/EHESS). Ha publicado Asentamientos en La Matanza (1991), Policies to fight urban poverty (2001), Pobres Ciudadanos (1° ed.: 2005), Quartiers populaires, quartiers politiques (2009) y L´experience des situations limites (2009, con G. Bataillon).

Denis Merklen es hijo de dos maestros de escuela uruguayos que al llegar a la Argentina, escapando de la dictadura militar de su país natal, debieron cambiar de oficio. La madre se dedicó a ser ama de casa y el padre a diversos trabajos. El autor del libro también debió dedicarse a diferentes oficios, desde vender diarios, ser cocinero en un hotel lujoso, vendedor de Prode, fabricante de pulóveres, entre varios más. El acceso a la Universidad de Buenos Aires lo hizo conocer, además, del ambiente universitario, las diferentes fronteras sociales a través del viaje diario en colectivo, al atravesar la ciudad.

Hace cinco años, la primera edición de este importante y provocador libro de Denis Merklen conmovió los modos habituales en los que nuestras ciencias sociales venían pensando lo que Silvia Sigal, en su prefacio, llama "las consecuencias de los estragos" derivados de la hecatombe de la Argentina industrial, y, sobre ese telón de fondo, el nuevo repertorio de acciones colectivas y las nuevas formas de politicidad de los miembros de las clases populares del país. Contra la tendencia a separar el problema "sociológico" de la pobreza del problema "politicológico" de la ciudadanía, esta obra buscaba otros caminos para pensar las distintas formas de lucha por el reconocimiento y la integración de millones de individuos excluidos y (como decía Merklen con una categoría de Robert Castel) "desafiliados", y ofrecía un conjunto de claves para comprender los espectaculares hechos que habían sacudido la escena política nacional en los primeros dos o tres años del siglo.

Merklen, considera que por ejemplo en Francia, las instituciones son muy fuertes y los movimientos sociales débiles, si los comparamos con los argentinos, cuando habla de inscripción territorial.
“…La noción de inscripción territorial permite también captar la especificidad y las diferencias entre situaciones habitacionales corrientemente identificadas como “barrios”, “asentamientos”, “villas” y “monoblocks”, por ejemplo, que constituyen en realidad diferentes modos de inscripción social por el territorio…”.
También considera que la producción de ese territorio brinda cuatro puntos de apoyo: “…En primer lugar, es la base de una sociabilidad elemental y el soporte de una solidaridad inter paris que permite resistir en los momentos de crisis o paliar la condición de los más débiles al potenciar las capacidades familiares. En segundo lugar, el barrio se convierte en una base de apoyo para la salida de individuos hacia la ciudad y su proyección hacia la sociedad. Desde el barrio se sale a buscar trabajo, a ganarse la vida o a estudiar, y a él se llega en busca de reposo y de ayuda. En el barrio se encuentra con quién hablar, jugar al fútbol, cantar, bailar o rezar. El territorio se convierte así en una suerte de “capital social” (al modo en que lo piensa Bordieu), en un recurso para la acción individual. En tercer lugar, el barrio es también el sustento de la acción colectiva. En el barrio se articulan los movimientos sociales, revueltas, protestas, se construyen las sociedades de fomento, asociaciones de las más variadas, se encuentran los migrantes provenientes de un mismo lugar, se forman diversos grupos de música, iglesias de todo tipo, grupos y partidos políticos. Estas formas diversas de movilización refuerzan los lazos locales de cooperación y proyectan al grupo hacia el espacio público y el sistema político. Finalmente, a nivel de los barrios intervienen algunas de las instituciones que atañen a las clases populares. En el caso argentino los partidos políticos juegan un papel mayor. El barrio es también la acción que sobre él ejercen otros agentes, desde el exterior. La escuela, la policía, y los servicios urbanos constituyen las principales, junto a todo tipo de políticas sociales que, precisamente en el período que nos interesa, se orientaron hacia lo local…”.

Denis Merklen también narra, en el inicio del libro, cómo fue su experiencia
al acceder a la Universidad de Buenos Aires a fines de 1983 e inaugurar su vida universitaria junto al regreso de la democracia en 1984: “No es difícil imaginar (y menos aún recordar) que vivíamos entonces una verdadera primavera militante. Todo lo que habíamos callado o hablado en casa bajo los susurros del miedo podía decirse ahora en la plaza pública. La universidad se convirtió en el campo donde se libró una verdadera batalla política. Los intelectuales de izquierda que regresaban del exilio o del silencio vivían un combate por dejar atrás la revolución e instalar la democracia como horizonte de todos los posibles. Una buena parte de ellos adhirieron, de cerca o de lejos, a la consigna alfonsinista: “con la democracia se come, se cura y se educa”, que retraducían, más o menos, como “dentro de la democracia, todo; fuera de ella, nada”. Por haber enseñado desde muy temprano en la cátedra de Juan Carlos Portantiero quedé embebido de ese problema para siempre…”.

En un contexto social y político distinto, pero que no nos exige menos que el de hace un lustro los mayores esfuerzos de penetración intelectual, será sin duda un auxilio inestimable contar hoy con esta nueva edición, corregida, actualizada y enriquecida con un nuevo prólogo y un nuevo capítulo, de este libro notable.


De: archivosdelsur-lecturas.blogspot.com




Denis Merklen (2)




CENTRO DE DOCUMENTACION EN POLITICAS SOCIALES

DOCUMENTOS / 20

LA CUESTIÓN SOCIAL EN EL SUR DESDE LA PERSPECTIVA DE LA INTEGRACIÓN 
Políticas sociales y acción colectiva en los barrios marginales del Río de la Plata

Por Denis Merklen *


Introducción


Las organizaciones barriales se han revelado un importante factor de integración social, particularmente en el caso de las poblaciones marginales de las grandes ciudades latinoamericanas. Numerosas experiencias dan testimonio de ello; sin embargo, no siempre se reconoce su papel en la recomposición de los lazos sociales. Con frecuencia son vistas por los gobiernos como un elemento desestabilizador, por los técnicos como una dificultad al planeamiento y por los partidos políticos como un mero instrumento electoral. Mostrar dónde reside la importancia de estas organizaciones y cuál es el rol preciso que pueden desempeñar nos obligará a observar el tratamiento de la cuestión social en América Latina, sin duda el principal problema del continente. Pese a los avances en materia estadística, aún no contamos con un enfoque acertado sobre el problema. Por el contrario, la consideración en términos de pobreza, hegemónica actualmente, impide ver y tratar otras facetas de la cuestión. Es necesario admitir que, junto al empobrecimiento, las transformaciones vividas por las sociedades latinoamericanas han provocado importantes problemas de integración social.


1. La cuestión social en América Latina

El cambio en el modelo de desarrollo que se ha dado en América Latina a partir de la aplicación de las llamadas políticas del “consenso de Washington”1 y del agotamiento del modelo anterior, ha provocado cambios en la estructura social que han desestabilizado a su vez las vías de integración social y las formas de socialización, cambios que es esencial comprender a la hora de actuar sobre la cuestión social. El aumento del desempleo, la puesta en cuestión del contrato de tiempo indeterminado, el crecimiento del empleo informal, el debilitamiento del rol de los sindicatos, la disminución de la presencia del Estado en áreas claves de la política social, la pérdida de calidad educativa para los más pobres y la creciente dificultad de la escuela para vincular a los jóvenes con el empleo, junto con el empobrecimiento y el aumento de la iniquidad en la distribución del ingreso, han transformado sustancialmente la naturaleza del lazo social. Paralelamente se observan cambios en las prácticas culturales y políticas de los sectores populares. De modo que, a la hora de actuar sobre la cuestión social, las tareas que se imponen en materia de políticas públicas tampoco son las mismas.
(...)

La idea de pobreza remite a una percepción economicista de la cuestión social y la figura del pobre está determinada por la falta; de modo que es pobre quien carece de algo, aquel al que el dinero no alcanza. Principalmente es el acceso deficitario al mercado lo que define a un pobre. Se trata de aquel que no accede a numerosos elementos del consumo, bienes y servicios que hacen al bienestar, al placer, a la felicidad y a la necesidad. Así, la pobreza resulta el anverso de la riqueza, su sombra, su lado oscuro. Cuando se califica de pobreza a la cuestión social es porque se tiene la pretensión de que la sociedad se reduce a su costado económico; la ilusión de que una vez establecida la democracia, sólo resta una única tarea a la política: velar por el desarrollo económico de la sociedad. La pobreza da la idea de que basta con redistribuir los recursos y aumentar el ingreso para solucionar el problema. Con esto se olvida que no sólo se trabaja para ganar dinero. También se lo hace para ser respetable, para ser considerado una persona digna. El orgullo que proviene de participar a la grandeza de la patria porque se participa en la creación de su riqueza. La dignidad que provoca el ganarse la vida. La fe en el progreso que brinda el ascenso social, la mayor parte de las veces de la mano del éxito en la carrera escolar. El salario decente es también reconocimiento social y trabajar es participar, sentir que se está dentro.
La seguridad, la energía y el deseo de buscar trabajo, de rendirse a las normas sociales, de participar en las decisiones políticas, de esforzarse durante años en una escolarización difícil, provienen del sentimiento de pertenencia. Se sabe que se posee un lugar en el mundo y que ese lugar en el mundo merece respeto y es necesario cuidarlo. El ejemplo del robo de gallinas, muy rápidamente asociado con el hambre, es ilustrativo. En ese caso, ¿por qué se roba?; o mejor aún, ¿por qué no robar? El ladrón de suburbio no roba sólo para comer, aunque muchas veces esa sea la causa principal del hurto. Lo hace también porque ya no respeta las normas de una sociedad que lo deja fuera y siente desprecio por quienes lo olvidan, sólo quieren no verlo, no saber de él. Ese robo es el medio de acceder a algo que se desea, pero es también mostrar que se está allí, que se es importante y que se es capaz de burlarse de ese mundo arrogante y ostentoso, como lo hacían los “Capitanes de la arena” de Jorge Amado. El robo quiere mostrar que la vulnerabilidad también puede situarse del otro lado de la muralla; y tal vez sea esa una de las razones de la violencia que muchas veces se asocia al pillaje, cuyo ejemplo más paradigmático es la violencia sobre las escuelas suburbanas (inexplicable desde el punto de vista de la pobreza)
(...)


¿Qué quiere decir problemas de integración social a fines de los noventa?

Que se corre el riesgo de la fractura social y de la exclusión. El ghetto es la expresión por excelencia de la exclusión en las ciudades. La sociedad se fragmenta, los ciudadanos se encierran: los excluidos en el ghetto, los ricos en el country. Dentro del ghetto se produce un encierro identitario, sus habitantes pasan a pertenecer a una misma comunidad y se construye una mirada de desprecio hacia todo lo que viene desde fuera. Desde el exterior del ghetto, por su parte, se observa al lugar a través del estigma: sus vecinos son calificados de sucios, feos y malos además de haraganes, promiscuos y portadores de costumbres antisociales. Llegados a este punto se eleva un muro que separa los dos mundos, una frontera que sirve a ambos para sentirse protegido entre los suyos pero que impide el diálogo y el reconocimiento. Si hay algo que todos desean es mostrar que no son como quien habita del otro lado. Algunas veces la distinción racial, religiosa o lingüística provoca una naturalización de la diferencia y se tiene la ilusión de que allí está la causa de los problemas; pero cuando tales excusas no se presentan, se observa que las murallas y la diferencia provienen de las fallas en la integración social. Se percibe en ese momento que no somos todos ciudadanos iguales, integrantes de una comunidad nacional.
Que los lazos sociales que sostienen al individuo no son sólidos. El individuo libre y responsable es el ideal de la integración social moderna. Pero ese individuo no es autosuficiente, como nos tienta a creer la experiencia personal cuando todo marcha bien y podemos expandirnos. El individuo necesita soportes, que en las sociedades latinoamericanas son de tres tipos: a) asociados al empleo, b) asociados a la ciudadanía y al Estado, y c) asociados a la familia, el vecinazgo y las relaciones interpersonales.8 El problema en América Latina, y particularmente en los países del Cono Sur es que se han debilitado tanto los soportes de tipo a) como los de tipo b) luego de un siglo de construcción de esas redes de integración social. En consecuencia, se han reforzado los lazos de tipo c), favoreciendo la aparición de comunidades marginales de base territorial. Si se agrava este escenario, las sociedades perderán su armonía y los individuos la autonomía necesaria para convertirse en actores económicos y en ciudadanos libres y responsables.

Que hay una pérdida de sentido. La identidad de los sujetos se encuentra amenazada y el sentimiento de pertenencia afectado. Estudios recientes muestran las repercusiones de los problemas de integración social sobre la subjetividad. En una investigación reciente realizada por el PNUD en Chile se hace referencia a tres miedos en los que se observa esa repercusión en la población: la gente tiene miedo al otro, miedo a la exclusión y miedo al sinsentido. Otros trabajos muestran un deterioro de la fe en el progreso, otrora asociada a la movilidad social ascendente, al poder integrador de la escuela pública, del trabajo y del Estado. Estos indicios, particularmente fuertes entre los sectores populares y de ingresos medios, muestran una subjetividad afectada. Sujetos temerosos y sin fe difícilmente podrán sumarse a proyectos de desarrollo que reclaman individuos hiperpoderosos, cargados de iniciativa y de una voluntad inagotable. Que las políticas sociales deben ayudar a recomponer los lazos deteriorados y a recrear vínculos. Llevamos varias décadas discutiendo si las políticas sociales deben ser de tipo universalista o focalizadas, pero existe otro debate menos frecuentado y por cierto más importante. ¿Cuál es el objetivo de dichas políticas? Debemos orientar una parte de nuestros esfuerzos a reforzar la capacidad integradora de nuestras sociedades y a disminuir aquellas zonas de turbulencia donde los individuos y las familias se encuentran sometidos a una incertidumbre cada vez mayor. No se trata de crear una nueva dicotomía inútil entre políticas de lucha contra la pobreza versus políticas de integración social – como la disputa promoción versus asistencia -. Se trata de comprender que muchos son pobres porque tienen problemas de integración, de modo que serán eternamente dependientes de la ayuda pública en tanto no se solucione ese problema, que mal venderán la casa a la que se les ha dado acceso para resolverlos problemas urgentes que aparecerán un día u otro. Y que los problemas de integración no se resuelven sólo redistribuyendo recursos.
(Robert Castel propone la existencia de “soportes” sociales que se encuentran en la base del individuo - moderno- en un sentido positivo. De acuerdo con su análisis para el caso de las sociedades de “capitalismo renano”, estos son de tres tipos: asociados a la propiedad privada, al trabajo y a la “ propiedad social ” (las formas de protección ligadas al Estado social). La ausencia de éstos soportes llevaría a la aparición de individuos en un sentido negativo, “individuos por defecto” aislados a causa de los procesos de desafiliación.)

Que la inestabilidad y la precariedad invaden la cotidianeidad en los barrios marginales a niveles que otros sectores sociales no están acostumbrados, que son extraños a la experiencia de otras zonas de la ciudad (y mucho más extrañas aun a las de otras sociedades donde las instituciones rigen la vida social de un modo más sistemático). La falta de rutinas integradoras es moneda corriente en la vida cotidiana de quienes viven allí: los trámites en el municipio, en la caja de jubilaciones o en el hospital demoran horas y demandan días de esfuerzo. Las cosas no llegan a tiempo a donde deberían estar y los maestros suelen faltar a su función porque también están afectados por la inestabilidad, aun cuando la escuela sea uno de los vínculos institucionales más estables. Como podemos constatar repetidas veces en el trabajo de campo, la inestabilidad alcanza el carácter de una regla. Así, frente a la pregunta ¿tienes trabajo? tal vez se responderá que ahora sí. Lo cual quiere decir que hace poco no y que mañana quién sabe. De modo que viviendo en los márgenes se hace necesario manejar la inestabilidad como un componente del día a día. Esta fragilidad se expresa en la vida cotidiana pero tiene su origen en la forma de las instituciones que organizan la cohesión social.

Que la vulnerabilidad favorece la cultura del cazador. Quienes caen en una situación de vulnerabilidad como consecuencia de la persistencia de los problemas de integración se mueven en el mundo mucho más como cazadores que como agricultores. No proyectan sus vidas en función de cosechas anuales que deberían programarse en armonía con los ciclos de la naturaleza. Refugiados en sus barrios, perciben a la ciudad como un mundo extraño y que puede ser hostil. Por otra parte, salen cotidianamente a la ciudad como si ésta fuera un bosque que ofrece un repertorio variado de posibilidades. Hoy quizás obtengan una buena pieza, mañana tal vez no. Juegan su suerte en la oportunidad que le ofrecen los intersticios de unas instituciones cuyos márgenes no están definidos por una línea nítida, son difusos. La informalidad de la economía y la laxitud de los reglamentos ofrecen espacios en los que se puede encontrar de qué vivir. Unos con un espíritu de resignación y rechazo hacia los valores dominantes, otros pensando que un lugar estable puede estar aguardándolos o que tienen derecho a él. Que aumenta la distancia entre el carácter formal de las instituciones y la experiencia que los sujetos tienen de ellas. Una rápida comparación - basada en observaciones vagas -muestra que en sociedades más reglamentadas que las latinoamericanas, como las de algunos países europeos, las instituciones funcionan de un modo más sistemático y regularizan en mayor medida la vida cotidiana. Puede destacarse una mayor correspondencia entre formalidad legaly “realidad”, que las instituciones poseen una universalidad mayor y dejan brechas menores entre ellas, y que éstas tienen una influencia mayor en la socialización y pueden articular mejor el pasaje del individuo de una a otra en diferentes etapas de su vida. Todo esto tiene un efecto de retroalimentación sobre otras áreas de la vida social que así se regularizan, como el esparcimiento o el consumo. Esa “rigidez” institucional permitió garantizar la integración social durante el período en que hubo pleno empleo, ya que a partir de la inserción laboral cobran sentido otras participaciones institucionales, como la educación, por ejemplo. La sociedad se parece a un sistema. En cambio, en momentos de crisis como los que viven esas sociedades hace dos décadas, se produce un quiebre del sistema institucional que deja a muchos individuos casi completamente fuera. Este clima es el que explica la profusa difusión de la idea de exclusión en Francia, por ejemplo.
En cambio, las instituciones de las sociedades latinoamericanas dejan sin reglamentar o lo hacen de forma laxa, importantes ámbitos de la vida social, una de cuyas expresiones más claras es la informalidad. Leyes y normas que no se cumplen, economía en negro, débiles controles públicos... La experiencia vivida puede expresarse así: tienes empleo pero la mitad de tu salario es en negro. La cobertura de la salud existe pero no cubre. No se garantiza la seguridad social para todos. Los niños van a la escuela pero no aprenden un saber reconocido como útil. Tal vez tienes jubilación, pero la paga es insuficiente o irregular. Puedes ir al médico pero no tienes los remedios. El hospital tiene un aparato para curarte pero no los insumos para hacerlo marchar. No se trata de que las instituciones modernas no existan, sino de que la forma real que adoptan deja huecos en la sociedad que son cubiertos por otras formas de lo social, como las que encontramos en los barrios marginales. Esa realidad institucional permite el desarrollo de una cultura de la periferia donde es imposible definir los límites del adentro y del afuera. Por eso elegimos hablar de marginalidad social, si se entiende con ello vivir en y de los márgenes, y no fuera de ellos. En el mismo sentido, el término excluido no corresponde a nuestra realidad social, salvo en algunas situaciones muy específicas.¿Hasta dónde tiene que ver todo esto con la pobreza ? Evidentemente quienes viven en los barrios marginales son pobres. Sin embargo, si bien es una importante vía para el tratamiento de la cuestión, la noción de pobreza es insuficiente para pensar lo que hemos tratado de describir. En cambio, una mejor interpretación de nuestro caso se logra incluyéndolas ideas como las de vulnerabilidad, fragilidad e inestabilidad. Con lo cual quiere decirse que el individuo carece del tipo de reaseguros que brindan el empleo estable o la propiedad, pero también la integración a un sistema institucional abierto y sólido. La fragilidad se expresa en la inestabilidad permanente y en la necesidad de adaptarse a vivir el día a día. En cambio un pobre puede estar perfectamente integrado y ocupar una posición clara en la estructura social; como en el caso de un trabajador asalariado cuyo ingreso es insuficiente y cuyos problemas, en todo caso, pueden resolverse con un aumento de los ingresos. La diferencia fundamental entre el pobre y el marginal es que el primero tiene un lugar claro en el mundo. La idea de vulnerabilidad refiere a los problemas de integración social, y expresa una fragilidad de los lazos sociales - de solidaridad, diría Durkheim. Todo esto representa un cambio en la cultura de los sectores populares y en sus formas de socialización.
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La vida en los sectores populares urbanos de fin de siglo es inestable principalmente debido a su débil integración al empleo y a la educación, pero también debido a la fragilidad de la mayor parte de los vínculos institucionales en los que participan. Así, la vulnerabilidad los fuerza a la búsqueda permanente del intersticio. En los márgenes de nuestras sociedades se vive una experiencia similar a la del Lazarillo de Tormes en la España del siglo XVI, que vade un amo en otro y de un empleo en otro utilizando su picardía para buscar de qué vivir en una sociedad que no tiene un lugar estable para él.12 La picardía se traduce en viveza, nuestra viveza criolla. En efecto, la vida en los márgenes reclama viveza tanto para ganarse la vida como para participar en proyectos colectivos; vivir allí requiere una astucia especial en un mundo donde nada parece garantizado: la sagacidad de los cazadores. Lo que expresa también la necesidad de actuar en un mundo culturalmente diferente.

Cuando la sociedad no emite señales claras que identifiquen caminos para la integración plena, los jóvenes de los barrios marginales deben aprender a vivir en los márgenes a riesgo de perecer o de quedar excluidos para siempre. De modo que decir que en estos barrios se vive en los “intersticios” que ofrecen las instituciones o en los “márgenes” de las mismas, es una metáfora que tiene significados concretos. Quiere decir organizarse con otros para proveerse de un terreno y un lugar en la ciudad cuando no se puede acceder al mercado inmobiliario y no hay políticas sociales que permitan acceder a la vivienda. Quiere decir conchabarse en empleos que la mayor parte de las veces serán en negro, temporarios, mal pagos, sin sindicalización. Quiere decir que el mercado no les ofrece posibilidades de éxito. Quiere decir que no se poseen garantías para la vejez, para la infancia, para el accidente o para la enfermedad, y que habrá que recurrir a otras alternativas para ello. Quiere decir que la participación política va a tomar un importante componente de intercambios y negociaciones concretas con el poder local. Que no se va a votar sólo para construir una nación mejor o para ampliar el contenido de la ciudadanía, sino que a cambio de la adhesión política se exigirá una respuesta inmediata, cosas concretas para mi barrio. Quiere decir que los proyectos educativos se van a asociar mucho más a esa supervivencia que a proyectos de desarrollo personal. Pero también quiere decir que no se vive en una cultura completamente separada del resto. Que existen vasos comunicantes entre la comunidad barrial y el resto de la ciudad. Que el juego político se encuentra abierto a determinados reclamos por los cuales aún se puede luchar. Que la condición social no es estática y que el destino social no se percibe como fijado para siempre.

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Hacia el norte de Montevideo, cerca del Bd Aparicio Saravia, donde se encuentra hoy el asentamiento Los Milagros en lo que era un terreno abandonado de la periferia. Allí, los cerca de 300 ocupantes han trazado las calles, organizado un comedor, una escuela pública, una sede de la organización y una policlínica que es orgullo de todos, y han integrado al proyecto a un antiguo cantegril que permanecía en el olvido desde hacía 30 años. En el asentamiento Juventud 14, de la zona de Cerro Norte, las más de 100 familias que viven allí desde 1993 se han preocupado especialmente por la medida de los lotes, el tendido de la red de agua potable, la construcción de las viviendas y la previsión de espacios verdes. Similares realidades se viven en el asentamiento Nueva Esperanza donde desde 1992 viven 600 familias o los barrios 33 Orientales u 8 de Marzo. Historias y logros similares podrían relatarse para los más de un centenar de asentamientos que existen en el Gran Buenos Aires y las varias decenas que se han registrado en Montevideo.14 Indudablemente, esta capacidad organizativa y de producción constituye un importante capital social (kliksberg, 1998). ¿Cuál es el rol preciso que puede atribuírsele en relación con la cuestión social y cuáles son los límites que en ese sentido deben reconocérsele?


El sentido de lo local o el fuerte deseo de vivir en un barrio digno

Todos los emprendimientos de esas organizaciones barriales muestran la voluntad de conjurar un sentimiento de inseguridad, fragilidad, falta de protección en materia de inserción urbana, que evidencia una situación mucho más compleja que el empobrecimiento. La frase queríamos tener un lugar propio expresa esa vulnerabilidad bajo la forma de un anhelo, al mismo tiempo que muestra que la situación es vivida o experimentada como una falta de lugar en la ciudad (¿y en la sociedad?). Ese lugar es la vivienda. Pero, ¿la vivienda es sólo una casa en sentido físico, cuatro paredes y un techo? No. El lugar propio es un lugar en la ciudad, es el barrio y las representaciones sociales a él asociadas, es un status y una identidad. El lugar propio es el territorio de la familia, el territorio de la sociabilidad primaria, del encuentro con los iguales, el lugar donde se encuentran las protecciones que rodean al individuo y le permiten encarar la salida a un mundo vivido como exterior al hogar. Un terreno sirve para hechas raíces y  poner fin al peregrinar del alquiler al desalojo, de la pensión a la casa de algún pariente
Para comprender el sentido de lo local, hay que remitirse a la asociación entre las figuras del barrio y del trabajador. Puede decirse que desde los años ’40 en el caso argentino y desde los albores del siglo en el uruguayo, la figura del trabajador ha estado asociada a un modelo de integración social dada a partir de la participación de los individuos en un conjunto de instituciones sociales: la empresa, el sindicato, la ciudadanía, ciertos niveles de consumo y de reconocimiento social. Este lazo social repercutía sobre otras dimensiones de la vida social dándoles sentido, pero cuyo centro, como se dijo, era el trabajo. De tal forma que en términos urbanos, el trabajador vive en un barrio donde puede construir la casa para su familia, donde tendrá la escuela para sus hijos, la iglesia, la sede del partido político, el bar, el club o la sociedad de fomento donde hacer deportes o divertirse. Quien en el trabajo es obrero o empleado deviene vecino en el barrio, y es un buen vecino porque es un trabajador honesto y con una familia bien constituida. De forma que el barrio es a la vez el lugar donde se despliega la sociabilidad primaria, donde se encuentran varios de los soportes de la identidad y donde se establecen las mediaciones institucionales que corresponden a la inserción urbana. Como hemos visto, la inserción urbana requiere de mediaciones institucionales (salud, escuela, policía, administraciones de los servicios urbanos, instituciones del poder local, agencias de las políticas sociales, etc.) De modo que el asentamiento es también una acción colectiva por medio de la cual se produce un hábitat; y esa acción colectiva se desarrolla a la vez en tres dimensiones: a) la cooperación entre pares, b) una acción sobre el sistema político para lograr la intervención institucional, y c) una pelea simbólica para defender la identidad en el campo de la cultura urbana. Las transformaciones sociales a las que nos referimos en el Punto 1, provocaron un aumento de la vulnerabilidad de los sectores populares. De modo que el modelo de integración que asociaba las figuras del buen vecino de barrio con la del trabajador perdió su carácter abarcativo y está dejando fuera a un número creciente de personas. Es en ese contexto que las familias llegan a una ocupación de tierras: intentan escapar a la vulnerabilidad a la que se encuentran sometidos por medio de un proyecto que busca recrear un lugar en el mundo. Las organizaciones que los ocupantes construyen a fin de lograr la infraestructura deservicios y la construcción de los espacios comunitarios es una búsqueda de elementos que ayuden a sostener la vida familiar e individual. Obtener el agua potable, un comedor infantil, el ingreso de una línea de transporte o un subsidio para un centro deportivo, son todos soportes del hogar y el individuo atribuidos a la comunidad local, definida ésta en términos de barrio. Más aún, son esfuerzos de integración social mediante la integración a la ciudad. No obstante, en el contexto actual, los vínculos que construyen los ocupantes no pueden dejar de ser precarios, ya que los soportes relacionales que logran construir son altamente dependientes de los recursos que puedan obtener de las instituciones públicas. El médico y los medicamentos para la sala, los maestros y la legalización de la escuela, el acceso a los servicios urbanos, dependen del reconocimiento y la participación de los organismos públicos; el barrio es un mundo propio en el que no es posible sostenerse sin la mediación de las instituciones que lo mantienen vinculado al resto de la sociedad

Una de las caras de este deseo de vivir y ese proyecto de hacer un barrio es la necesidad de recomponer la identidad urbana del vecino de barrio amenazada por el agotamiento de los caminos institucionales de reproducción de la vivienda. Así, el problema habitacional es dotado de sentido porque la vivienda se inserta en un complejo urbano (el asentamiento intenta al menos sortear la condición de ghetto en la que parece haber caído lavilla, el cantegril o la favela y evitar el descenso más directo hacia una zona de exclusión. La organización comunitaria presente en los asentamientos se constituye en una herramienta para presionar sobre el sistema institucional a fin de encontrar soluciones a los problemas que se van presentando, pero a su vez a la sociedad se le ofrece una excelente oportunidad de aprovechar un capital social ya existente y que da pruebas de eficiencia. Así como los sindicatos nacieron como un elemento de reclamo y autodefensa y luego fueron incorporados a la gestión pública por parte del Estado, convirtiéndose en uno de los mayores capitales sociales de las sociedades modernas que representa una identidad que se quiere recuperar. Si la figura del vecino adquiere por sus representaciones un contenido moral (fulano es un buen vecino), es también porque se pone en tensión con la figura del villero o del habitante del cante, a la cual se le atribuirán todos los males, convirtiéndola en un polo de referencia negativo. En efecto, la existencia de ese grupo de pobres estigmatizados hace posible que el vecino se diferencie construyendo un sentimiento de dignidad personal y gozando de algún reconocimiento social: tenemos derecho a una vivienda digna, incluso en un contexto de pobreza absoluta. Es por ello que la acción de los ocupantes se inscribe en un doble registro. En el primero, los ocupantes procuran proveerse de un hábitat que les permita materialmente organizar la vida familiar a partir de facilitar el acceso al medio urbano, en torno al cual gira casi la totalidad de la vida cotidiana. Pero en el segundo registro, se juega una batalla simbólica por recomponer la identidad amenazada, registro que evoca la dimensión cultural del hábitat En un contexto de vulnerabilidad generalizado donde las políticas sociales no logran más que superponerse unas a otras bajo la forma de paliativos y donde la vulnerabilidad aumenta, las posibilidades de reingresar a una zona de integración plena aparecen lejanas. Ya que, por fuerte que sea el poder integrador de la sociabilidad primaria y la inserción urbana, no puede alcanzar por sí solo a restituir el debilitamiento de los lazos de integración social que vinculan al individuo con la sociedad global. Sin embargo, pese a la precariedad, el asentamiento intenta al menos sortear la condición de ghetto en la que parece haber caído lavilla, el cantegril o la favela y evitar el descenso más directo hacia una zona de exclusión. La organización comunitaria presente en los asentamientos se constituye en una herramienta para presionar sobre el sistema institucional a fin de encontrar soluciones a los problemas que se van presentando, pero a su vez a la sociedad se le ofrece una excelente oportunidad de aprovechar un capital social ya existente y que da pruebas de eficiencia. Así como los sindicatos nacieron como un elemento de reclamo y autodefensa y luego fueron incorporados a la gestión pública por parte del Estado, convirtiéndose en uno de los mayores capitales sociales de las sociedades modernas.



lunes, 8 de julio de 2013

Un uruguayo a quien hay que escuchar




Del 10 al 12 de julio, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, se llevará a cabo el segundo congreso de sociología sobre "Desigualdades Sociales y Políticas Públicas en el Uruguay de hoy".
Uno de los exponentes será Denis Merklen, sociólogo uruguayo-argentino, docente de la Universidad de París, una voz a escuchar atentamente.

Para aproximarnos a su postura, los invitamos a la lectura del siguiente material:

De vuelta al barrio
Por G. E.

Sociólogo nacido en Uruguay, Denis Merklen vivió desde los ocho años en Argentina. Se formó y enseñó en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) junto a Juan Carlos Portantiero. Desde 1996 está radicado en Francia, a donde llegó para realizar su tesis doctoral con Robert Castel sobre la ocupación ilegal de tierras urbanas en la Argentina desde 1980. Profesor en la Universidad de París 7 e investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales –donde dirige un seminario sobre la Argentina–, Merklen se especializa en las prácticas políticas y en los modos de inscripción territorial e individualización de las clases populares, tema que analiza en su libro Pobres ciudadanos (Gorla, 2005). Sus estudios se basan en los barrios populares argentinos y franceses aunque también realizó investigaciones en China, Haití, Senegal y Uruguay.

Para Merklen, la liberalización de la economía y la descomposición de la sociedad salarial durante las últimas tres décadas provocaron en las democracias occidentales un movimiento de descentralización de la política hacia lo local y una transformación en las políticas sociales que dejaron de orientarse al trabajador para centrarse en los habitantes pobres. Según el sociólogo, la identidad de las clases populares ya no pasa por su inscripción profesional sino por su inserción en el barrio. Estos cambios implican que las luchas por los derechos del trabajo sean reemplazadas por luchas contra la pobreza: “Las luchas políticas del siglo XX se hicieron bajo el modo de conquistas de derechos que se incorporaban a la ciudadanía. Ahora no es así porque las cosas que se obtienen nunca se pueden inscribir en el derecho. No se puede legislar para que un comedor esté abierto eternamente”.

En su último libro aún no traducido al castellano, Quartiers populaires, (La Dispute, 2009), Merklen sintetiza sus investigaciones sobre la política de las clases populares en los barrios y ofrece varias claves de comprensión sobre las movilizaciones y protestas violentas de los últimos años en Francia y la Argentina, y sobre la necesidad de considerar las democracias no sólo desde su calidad institucional, sino también a partir de la fractura social y aumento de la pobreza en la sociedad.


DIALOGOS › REPORTAJE A DENIS MERKLEN, SOCIOLOGO

“Los pobres están condenados a la participación”

Alejado de las trivialidades y simplismos con que suele analizarse el fenómeno de la pobreza, Denis Merklen, autor del libro Pobres ciudadanos, propone una mirada desprejuiciada sobre las clases populares del conurbano. Los barrios, la política de los pobres, el clientelismo, vistos con una rigurosa matriz teórica por quien vivió en Ciudad Evita y sigue transitando las calles de las barriadas.

Por Mario Wainfeld

–Pobres ciudadanos, el título de su reciente libro, une dos términos que suelen verse como contradictorios en muchos relatos políticos o periodísticos en boga. ¿Pensó en eso cuando lo tituló?

–Pensé en eso esencialmente. Pensé en esa lectura que se hace solamente en la Argentina. Si usted dice lo mismo (“pauvres citoyens”) en Francia la lectura es “católica”, compasiva. “Pobre ciudadano, qué mal que le ha ido.” Pero no hay la tensión que se observa acá. La Argentina es un caso paradigmático de un doble recorrido, más fuimos ciudadanos, más fuimos pobres. Contradice cierta lógica progresista ¿cómo puede ser que un país se democratice y se empobrezca a la vez? Ni siquiera los países del Este europeo hicieron este camino, porque no se han democratizado cabalmente.

–Se suele decir que los pobres no tienen acceso a la ciudadanía toda vez que “la política de los pobres” es de segunda. Los pobres son definidos como rehenes, sometidos a las redes del clientelismo.

–En realidad, son pobres y son ciudadanos, con todas las fuerzas que esos dos términos tienen. La pobreza, incluso en casos muy duros, no disuelve la conciencia del ciudadano. Cuando uno trabaja con gente de sectores populares ve que tienen una conciencia ciudadana mucho más aguda de lo que podría imaginar a priori. Esos tipos, que están en condiciones de vida muy embromadas, tienen posibilidades de desarrollo político más limitadas que otras personas, pero no debe abusarse del concepto de clientelismo. El clientelismo es un punto de vista muy fértil para criticar al Estado o al sistema político, porque es cierto que el deterioro de las condiciones de vida limita las posibilidades políticas. El problema viene después, cuando se piensa en cómo construir fuerzas populares. La idea del clientelismo lleva a un callejón sin salida, porque piensa sólo en términos de dominación negando la potencia que existe para liberarse.

–¿Cómo se defiende el que no tiene trabajo o el que trabajando no puede parar dignamente la olla en el Gran Buenos Aires?

–De varias maneras. Primero, asociándose con los que viven con él y como él. El barrio es el gran organizador de las clases populares actualmente. Hay racimos formidables de organizaciones sociales de toda índole (más o menos estables, más o menos prósperas) que se vertebran alrededor del barrio. Los piqueteros son los más conocidos, pero hay organizaciones religiosas, musicales, murgas, comedores y sociedades de fomento. La miseria empuja a la participación, porque para ganarse la vida hay que moverse, hay que estar en organizaciones, ir a los lugares que tienen recursos.

–La debilidad, según usted, no equivale a pasividad ni a falta de dinámica.

–Porque sos débil tenés que moverte, tenés que ser astuto. Hay una herencia del sindicalismo argentino, que es el enganche entre el Estado y los gremios. Las organizaciones sociales, territoriales, heredaron ese esquema. Yo hice largos trabajos de campo en La Matanza y conocí a (Luis) D’Elía en sus comienzos, en 1986. El decía: “Vamos a pelear por la tierra, pero la tierra debe ir a la cooperativa y la cooperativa transferirlos al barrio, porque ése es el único modo de construir poder popular”. Eso era lo mismo que hacían los sindicatos. No se reclamaba institucionalizar los beneficios. Las organizaciones lograron así poder, pero se encerraron en la búsqueda permanente de recursos. ¿Cuál es el dirigente más exitoso, el más representativo? Aquel que tiene capacidad de conseguir recursos del Estado. Los pobres quedan condenados a participar de modo perpetuo. Lo que se obtiene hoy no sirve para el mes que viene, no es un derecho adquirido. No es una “conquista”. Cuando usted obtenía la jubilación, la incorporaba. Si le dan 100 pesos tiene que reiniciar sus reclamos mañana. Por eso las clases populares participan más que las clases medias.

–¿Exigen o piden?

–Están atrapados entre zafar de su situación actual y promover (digamos) que el mundo mejore. Si usted le pone un micrófono a un dirigente le dice que el problema es el desempleo, pero si habla con un funcionario pide “algo para el barrio”, “algo para ahora”.

–Básicamente ¿sólo pide planes?

–Planes, agua potable, alimentos para los comedores, ayuda del municipio porque se desborda el arroyo, pide que pase una línea de colectivos... Hay una tensión entre distintas organizaciones. Algunas privilegian el reclamo ciudadano y consideran todo el resto como una claudicación. Y hay otras que van a apoyarse más en el principio de realidad, de integrarse más al sistema político.

–¿Cuáles son, en cada caso?

–En las organizaciones de la zona Sur (Teresa Rodríguez, MTD) pareciera que el reclamo de derechos está más presente. En las organizaciones de la zona oeste (FTV, CCC), están más en una cosa de integración y negociación con el sistema político. Pero sería falso pensar que están sólo en una cosa y no en la otra.

–No existe polaridad tipo “revuelta vs. sumisión”.

–No, depende de un millón de cosas. Cómo obra el intendente, quién es el gobernador, cuáles son las políticas públicas...

–¿Las agencias estatales son los únicos sectores interpelados?

–Se busca en otras organizaciones. Se busca dinero, formación. Todo recurso es bienvenido. No es que le dé lo mismo el rock que la bailanta o ser católico que pentecostal, pero eso no quiere decir que esté en condiciones de descartar lo que no se aviene con sus valores. Debe negociar con todos.

–¿Por qué no enrolarse o militar todo el tiempo en alguna organización?

–Porque ninguna de esas organizaciones, ni siquiera el peronismo, está en condiciones de resolverle todos los problemas en tiempos duraderos. El tipo tiene muchos años de carreteo, también sabe que quien hoy es todopoderoso, mañana va a dejar de serlo y no tiene problema en cambiarlo. Coexisten dos registros, el de los criterios propios y de la conveniencia.

–¿Por qué sigue siendo una referencia importante el peronismo, que tanto tuvo que ver con la caída de los trabajadores, con el desempleo, con el desguace del Estado benefactor?

–El peronismo tiene un capital simbólico, el de haber representado como nadie a la clases populares. Y también ha sido el que mejor se adaptó a las nuevas situaciones, aun cuando contribuyó a destruir el mundo del trabajo. Está mucho más atado con la realidad. Hubo un momento clave, en el año ’87. El alfonsinismo, que disputaba las clases populares con la renovación peronista, se encontraba con los ocupantes de tierras y se preguntaba cómo hacer para respetar la institucionalidad (violada por las intrusiones) y para no reprimir. (El luego presidente Eduardo) Duhalde, en la Municipalidad de Lomas, dice “no me importa que las ocupaciones sean ilegales, eso es un hecho. Yo hago mi política social a partir de ese hecho”. El peronismo resolvió esa ambivalencia, sin muchos pruritos legales, pero...

–¿Qué aprendió usted sobre la cultura popular haciendo trabajo de campo en los barrios?

–Hay una forma de sufrimiento de los sectores populares que es la inestabilidad. Las cosas pasan... o no pasan. El colectivo pasa a veces, en otras, deja de pasar y en otras pasa con las puertas cerradas, no para. El médico va a la salita, pero no tiene remedios, los aparatos no andan. Ante situaciones tan inestables, la gente acomoda el tiempo. Parece jugar con gran habilidad entre la espera (no hay trabajo, el tipo se sienta y toma mate), y la plena actividad. Si hay trabajo sale como si tuviera un cohete. Pero si se le propusiera otro ritmo, le diría “para qué se apurasi no hay trabajo, no se agite si no avanza”. La persona de clase media goza de mayor previsibilidad. En el barrio, lo previsible es que nada se puede prever.

–Tampoco están las radios o la tele avisando de los problemas de tránsito o de transporte.

–El otro día estaba en Virrey del Pino, cerca de Cañuelas. Hay que llegar a la ruta 3, la única vía asfaltada donde pasan los colectivos. Después hay que caminar 20 cuadras para el río Matanza. Si los colectivos dejan de pasar por la ruta 3 o pasan con la puerta cerrada y con las luces apagadas no hay nada que hacer sino esperar. La gente dice “no pude” sin agregar más y eso basta para entender por qué cada vez hay una dificultad distinta. Hay una cosa que los geógrafos llaman “la inmovilización de la pobreza”, la pobreza encierra, es muy difícil comunicarse. Cuando el tipo llegó a la ruta ya hizo una proeza, pero está con la ropa embarrada y a 30 kilómetros de la Capital.

–Usted asocia la actividad del “pobre ciudadano” con la imagen del cazador...

–Simplificando, cuando el cazador aprendió a mantener los animales consigo, los domesticó y se hizo agricultor. Puede planear todo el año, siembra, cosecha, guarda un poco para el año que viene.

–En una situación de empleo estable, los trabajadores son cual agricultores...

–Las luchas sociales de la modernidad son luchas por estabilizar modelos de vida. Jornada de trabajo, jubilación, protección contra la enfermedad o el accidente. Usted vive de su trabajo, pero si se enferma, no se muere de hambre. El cazador no puede acumular, tiene que salir a diario a cobrar una presa nueva. No puede reproducir el recurso del que vive. El cazador sale con el arco y la flecha y debe volver con algo. Va al municipio, a la sociedad de fomento, a la iglesia y debe volver con algo, un plan o un sachet de leche o remedios para la abuela. Algo que no se sabe cuánto durará. Los pobres desocupados no tienen instituciones ni protecciones que les permitan descansarse en una previsibilidad, lo que hace muy difícil algunas estrategias que les gustan mucho a los liberales. Formarse, por ejemplo. Formarse ¿para qué? Un profesional que se forma para un trabajo afín a su especialidad puede hacer un curso de un mes, pero quien arranca de cero puede tomarse cinco años en formarse. Todos esos procesos que significan inversiones de largo plazo son muy difíciles. La vivienda y la tierra son la excepción, porque perduran. Es mejor ser pobre en su terreno, aunque esté muy perdido, a ser inquilino en un hotel ubicado en la ciudad.

–¿Qué está investigando ahora?

–“Agua más trabajo”, un proyecto del gobierno nacional que apunta a proveer de agua potable a alrededor de medio millón de personas en La Matanza. Comenzó en 2004. En un lapso de un año y medio se construyeron redes de agua potable a través de cooperativas de trabajo, con el municipio y el Enosa. Dos tercios del territorio de La Matanza. Aguas Argentinas había previsto proveer de agua a esa zona en 2023. El agua en La Matanza es de pésima calidad. Las cifras de mortalidad infantil son terribles, aunque no se conocen en su totalidad. Se armaron 90 cooperativas de 16 personas cada una, la mitad de los socios son beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. Se les dio capacitación, herramientas y hacen el trabajo bajo la supervisión de Aguas Argentinas y del municipio.

–Descríbanos la experiencia, por favor.

–Hay un alto grado de improvisación y problemas. Hay lugares donde ya están los caños, pero no se encontró el agua, por falta de estudios previos. Se creyó que el agua estaba en napas que, luego se supo, están contaminadas. Se repite la inestabilidad de la que hablábamos antes: las obras se hicieron, las canillas se abren, no hay agua. Es el problema más serio, en el Gobierno confían en solucionarlo más o menos rápido. Hay un paisaje complejo de actores, Estado, empresas, organizaciones sociales. Cada grupo “tiene” (como si fueran propias) un conjunto de cooperativas. Cada agrupación decide quiénes la integran, cómo se organizan. La mitad (entre comillas porque así es la jerga) “pertenece” al municipio, un cuarto a la CCC y un cuarto a la FTV.

–¿Los cooperativistas responden a sus mandantes?

–En principio, deben hacerlo, porque si no, se quedan sin trabajo. Pero, en la realidad, ninguna organización puede controlar a todos, todo el tiempo. Hay hechos confusos, tejes y manejes (cooperativas donde trabajan 8 y cobran por 16, manejos poco claros del dinero). Son interesantes, no para descalificarlos sino para ver cómo se arreglan porque, finalmente, las obras se hacen, los caños están, las pruebas técnicas dan bien. Es muy interesante ver cómo la gente desvía lo que la institución dice para darle eficacia en otro sentido, por ejemplo, para que los que trabajen ganen más dinero que el poco que se les asigna. Eso no siempre se hace alegremente: hay peleas, denuncias por corrupción entre cooperativistas. Pero así se hace. Es un contrato de trabajo, que funciona como uno de caza. Es por cuatro meses ¿y después? No es una relación contractual de largo plazo. De las 90 que comenzaron, hay 30 que trabajan a pleno. Cuando comenzaron les decían que se formaran, que aprendieran contabilidad, la ley de las cooperativas, la tecnología del agua. Bueno, el tipo va a hacer eso hasta un punto, sabiendo que tiene una relación de cuatro meses. Como lo haría cualquiera de nosotros.

–¿Y avanza el proyecto?

–Avanza. Lo que también sirve para que el tan mentado problema de la cultura del trabajo no es tan cultural como se cree. No es cierto que alguien que no trabajó nunca no pueda adaptarse a los ritmos del trabajo, a los horarios, a la disciplina. Basta con que esa persona tenga una situación de trabajo estable y formalizada para que, en la inmensa mayoría de los casos, aprenda muy rápido.

–¿Eso, según usted, sería aplicable a cualquier país y cultura o es una característica argentina?

–En cualquier lugar, históricamente fue así. En los comienzos de la industrialización, cuando los desposeídos de la tierra llegan a la fábrica dejan de ser campesinos y se hacen obreros,

–Usted retoma el concepto de “desafiliación” de Robert Castel. Le pido, para terminar, que nos lo explique.

–El concepto de “desafiliación” tiene una enorme ventaja. Presupone que la sociedad es un conjunto integrado por lazos, familiares, de empleo. La sociedad es un todo, ese sería el estado normal de las cosas. Castel intenta explicar el momento en que las crisis (de empleo especial, pero no únicamente) las personas se desenganchan y quedan por fuera, desafiliados. El problema es de vínculos. Incluso en esos años en que tanto se hablaba del “fin del trabajo”, del “horror económico” él (muy tesoneramente) porfiaba en que el gran integrador sigue siendo el trabajo. Quien no tiene trabajo no está liberado, sufre.

Ambos artículos de : Página 12.com


Denis Merklen, sociólogo argentino-uruguayo: “Ideales e intereses están siempre mezclados”

Para Merklen, las clases populares ya no se identifican con la figura del trabajador sino con la del habitante pobre del barrio. La dimensión local de la política –señala– coexiste con la pobreza y genera transformaciones en la democracia y en la ciudadanía que muchas veces son ignoradas o descalificadas al asociarse con acepciones reduccionistas del clientelismo.

–¿Hay rasgos comunes entre la política de los barrios en la Argentina y en Francia?

–La situación argentina y francesa se asemejan mucho en dos aspectos de lo que llamo la sociabilidad y politicidad de las clases populares. Por un lado, la pérdida de centralidad del componente trabajo como lazo político. Por otro, la territorialización de las clases populares, es decir, la gente se piensa a partir del barrio en el que vive. La identidad social se vuelve entonces una identidad territorial. A diferencia de lo que afirman la mayoría de los sociólogos, estas transformaciones no están relacionadas con el desempleo, sino con el hecho de que el trabajo perdió su centralidad política.

–¿Y cuáles son las diferencias que observa al comparar los dos casos?

–Uno de los principales puntos de divergencia entre las clases populares es el modo en que las instituciones están presentes en el universo popular. En la Argentina, el Estado está mucho más abierto a incluir en la relación con los ciudadanos una entidad intermedia: antes era el sindicato, ahora son las organizaciones barriales o piqueteras. Al transferirle recursos para que la organización los distribuya, el Estado reconoce su representatividad social. Los dirigentes barriales buscan por todos lados recursos porque su supervivencia depende de ellos. En Francia, las organizaciones sociales son sólo representantes de la voz de las clases populares, pero nunca de la gestión de los recursos, que continúan distribuyéndose desde una ventanilla municipal.

–¿Cambian entonces las formas de ejercicio de la ciudadanía de los sectores populares?

–Sí. Porque en la Argentina al problema sobre quién tiene derecho, se antepone, por razones prácticas, el problema de quién merece. En las asociaciones barriales se reconoce que todos aquellos con necesidades tienen derecho al trabajo, a la vivienda, al comedor, a recibir las frazadas o la leche que reparte la provincia. Pero como los recursos no alcanzan para todos los que tienen derecho, se debe tomar una decisión. Entonces se crean mecanismos colectivos basados en una decisión más o menos arbitraria para ver a quién se le da el plan o el subsidio. El Estado descentralizó y transfirió esta decisión del plano nacional al plano local. Es como una fuerza centrífuga que lleva la política hacia los barrios. En cambio, en Francia esta posibilidad no existe y sólo se puede pelear por un derecho. Pero no hay que engañarse pensando que en Francia la distribución de los recursos es universal. En todo caso, es universal dentro de una categoría definida por el Estado en la cual se incluyen y se excluyen beneficiarios. También la distribución depende de una decisión, que se toma a nivel nacional.

–Pero se podría pensar que la decisión del Estado representa el bien común mientras que la de las asociaciones se identifican con intereses particulares. ¿Esto no modifica la participación política de la población?

–En Francia se afirma que hay una despolitización de la realidad social por la inmensa desafección electoral, el abstencionismo y la escasa posibilidad de participación en la toma de decisiones. La burocratización de todos los criterios de distribución se vive, paradójicamente, como una pérdida de ciudadanía. En el caso argentino se dice exactamente lo mismo pero por las razones opuestas: la ciudadanía se ve debilitada porque hay muchos actores movilizados que quieren meter la mano dentro del plato y por la ausencia de un criterio claro de decisión. Pienso que son dos modos diferentes de relación entre el Estado y su ciudadanía y que cada uno tiene sus inconvenientes. Sin duda la posibilidad de que las instituciones funcionen con criterios más rígidos y universales favorecería una democracia más justa en cuanto a la distribución de riquezas y acceso a los recursos. Pero el problema es que existe una demanda social individual que va en sentido contrario. En las clases medias, muy pocos están dispuestos a someterse a una norma burocrática donde le digan usted entra o no en tal categoría. La búsqueda de atención personal conspira contra un criterio rígido y universal en la toma de decisiones. Nadie quiere estar bajo el peso de una norma o regla estricta.

–¿Los modos diferentes de relación entre el Estado y la ciudadanía implican formas distintas de democracia?

–Me inclino por pensar de este modo y no por la idea que indicaría que la democracia progresa hacia una forma ideal que se podría definir, por ejemplo, en la universidad. Yo propongo restituir el contenido político a otras formas de ciudadanía y democracia. No significa que todas sean equivalentes. Hay algunas mejores que otras. Pero un intelectual no puede ubicarse por encima del resto y decir esto es o no es democracia o ciudadanía. No creo que se pueda avanzar descalificando o excluyendo del mundo de la democracia o de la ciudadanía a la política de los sectores populares de los barrios argentinos o de la banlieue francesa.

–Varios intelectuales dirían que las clasificaciones ayudan a la comprensión de transformaciones no del todo claras...

–Toda clasificación es en sí misma un acto político. La inscripción de las clases populares en el barrio y su política dentro del juego democrático es el tema de mi último libro y tiene que ver con mi recorrido personal y mi llegada a la Universidad de Buenos Aires desde la periferia de la Capital. Yo venía de Ciudad Evita y, antes, de Uruguay. A los 17 años descubrí un mundo que ignoraba totalmente: me encontré con una forma intelectual de la política en el momento en que comenzaba la democracia. En 1984 la carrera de Sociología estaba acaparada por una reflexión sobre cuál era el espacio de la política. A mí me interesaba entender qué ocurría con las clases populares, que aprendí a nombrar así en la universidad pero que era más bien el mundo en que vivía. Y este mundo no encontraba un lugar para ser pensado en esa reflexión sobre la política salvo con esquemas de pensamiento muy viejos, como la lucha de clases, reenviados a los años ’60 o ’70. Cuando llegué a Francia, fue una gran sorpresa descubrir que los intelectuales reflexionaban sobre la emergencia de las clases populares de una forma muy parecida a la argentina. Los análisis sobre las revueltas francesas de 2005 me hicieron mucho eco a lo que había vivido en la UBA. Curiosamente, los intelectuales franceses tuvieron una discusión muy importante para calificar o descalificar el carácter político de esas revueltas violentas. Para muchos de ellos, las clases populares quedaban por fuera de la política: se afirmaba que los jóvenes de los suburbios no lograban darle una forma política a su manifestación.

–¿Y por qué estas revueltas son políticas?

–Cada 14 de julio, en el aniversario de la República francesa, se queman autos. Uno podría pensar que es un hecho aislado, apolítico. Pero cuando uno va a los barrios y explora esa microsociología densa, encuentra conflictos cotidianos de naturaleza política que pueden adquirir la forma de una explosión violenta frente a un Estado que define los contornos de la participación ciudadana. Con la quema de autos, estamos frente a este tipo de situaciones. Conviene observar qué ocurre en el barrio más que reenviar este hecho a un sinsentido que parece efectivamente desconectado del mundo de la política tal como está contenido entre los partidos y las instituciones.

–¿Por los mismos motivos cree que las protestas de piqueteros u organizaciones barriales son políticas?

–En la Argentina, los estallidos se han dado en momentos en que la situación era muy grave, como la hiperinflación y la crisis de 2001, en que la vida y la muerte de la gente estaba en juego y el Gobierno parecía o incapaz o insensible a esta situación. O en las provincias, cuando el nepotismo y las formas autocráticas de los gobiernos hacían imposible la comunicación y la negociación. Cuando la protesta adquiere esa forma tan violenta, tal vez habría que pensar en un componente de la definición de la democracia que muchas veces no se toma en cuenta y que ya era señalado por Emile Durkheim: la posibilidad de la comunicación entre el Estado y la ciudadanía. La democracia implica no sólo la representación, sino también la capacidad de escuchar. ¿Por qué en Francia son más frecuentes las protestas violentas que en la Argentina? Porque está menos presente localmente el componente de negociación. Cuando los piqueteros cortan una ruta, negocian para que se repartan tantos planes jefes y jefas de hogar. Hay un problema en el razonamiento cuando se piensa a los piqueteros como una organización de desocupados. Efectivamente, se puede decir que reclaman por trabajo. Pero no es eso lo que pueden obtener. Y no es el trabajo que permite que se retiren de la movilización violenta y levanten el piquete, sino la negociación de otros bienes y recursos. En Francia esto es imposible. Cuando los jóvenes protestan están solos frente al Estado nacional. Entonces las respuestas son inexistentes o muy masivas.

–¿Cómo podemos entender la ciudadanía si el trabajo no está en el centro de las reivindicaciones políticas?

–La discusión sobre la ciudadanía tiene un gran valor en América latina, como muestra claramente Guillermo O’Donnell. Pero hay otro modo de pensar el problema de los ciudadanos que no está relacionado con una definición de ciudadanía que nos permitiría decir quiénes son o no ciudadanos, sino con la politicidad, que son distintos modos de relacionarse políticamente en los regímenes democráticos. Aquí se dan formas de participación ciudadana complejas. El modo de participación política de quien tiene sus necesidades básicas satisfechas no es el mismo de quien no las tiene aseguradas. El peso de la necesidad modifica la relación con la política. Hay gente que es efectivamente ciudadana y realmente pobre. Querer separar el mundo de la política de la forma en que las políticas se implementan, significaría armar una democracia puramente formal, sin contenido para los debates. Uno no puede estar por fuera de la política. Precisamente, la pérdida de fuerza del mundo asalariado ha politizado a las clases populares porque en gran parte su supervivencia depende del Estado. Yo suelo decir que los pobres están condenados a la movilización permanente porque las cosas que necesitan para vivir las consiguen en el mundo de la política. Y esto conduce a que el clientelismo se vea como un problema muy importante en las democracias.

–¿Y el clientelismo no es un problema?

–Que grupos políticos del Estado se sirvan de los recursos a disposición para controlar la voluntad política de la gente es un hecho evidente cuando hay sectores de pobreza masivos. No son cuestionables las teorías que piensan el clientelismo desde esta perspectiva. Pero el clientelismo es un concepto que fue pensado para los mundos rurales donde el patrón de una estancia se presentaba en una elección y decía que su voto valía por el de sus 200 campesinos. Hay una carga de este fenómeno que es excesiva trasladada a la Argentina, porque en los barrios populares hay un mundo de competencia política entre los partidos y grupos políticos que se da en un espacio público verdaderamente abierto. El margen de decisión política de cada ciudadano es muy importante: los habitantes de los barrios pobres de Buenos Aires se encuentran solos en el cuarto oscuro para votar. No quiere decir que el clientelismo no exista ni que sea ineficaz en todos los casos. Pero aquello que llamamos clientelismo es una forma de negociación compleja donde incluso los más pobres tienen mucho más poder de lo que se cree y son más ciudadanos de lo que uno podría admitir si lo piensa a través del fenómeno clientelar.

–En la provincia de Buenos Aires la competencia política es acaparada por el peronismo...

–Es cierto, pero no quita que la competencia sea feroz. Aquí hay otro problema que merece ser pensado: ¿qué pasa con la oferta política? ¿Por qué el peronismo tiene un lugar tan importante? Creo que una posible respuesta es que el peronismo tiene una tradición política con más capacidades para entender este tipo de relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Dentro del juego clientelar, varios dirigentes peronistas tratan con más cuidado y respeto a sus “clientes”. Con pocos recursos literarios, Duhalde dijo que el 2001 enseñó que con la gente no se jode. Esto significa que no hay una manipulación total. El clientelismo también tiene que ver con los derechos, el honor, el respeto, con una cantidad de dimensiones de la vida política que también están en juego en las capas más pobres de la sociedad. No se puede pensar el clientelismo tal cual como es descripto en la literatura, porque se caería en una visión compasiva (la pobre gente que es manipulada) o despreciativa (la gente vota por los que otros deciden). Algunos dirigentes sociales con mucho poder en los barrios se lanzan a la batalla electoral y no obtienen votos. Por ejemplo, en el caso de Luis D’Elía, la gente no autorizó que su autoridad política se trasladara de un dominio al otro. Y esto requiere perspicacia, inteligencia y un análisis fino de la política.

–¿Qué cambió con el kirchnerismo respecto del duhaldismo y el menemismo en la política de los barrios?

–Absolutamente nada. En algunos casos, son otros los actores. Pero el modo de relacionarse es exactamente el mismo. El problema es que esta especie de consolidación de la relación política vuelve muy difícil una evolución hacia una institucionalización, universalización y burocratización mayor del mundo de la política. Creo que el gobierno actual perdió una oportunidad muy importante de avanzar en este sentido y, probablemente con otro proyecto político, terminó cediendo al mismo tipo de prácticas de sus predecesores en el afán de ganar elecciones. Este modo efectivo de funcionamiento está instalado en la democracia y sólo puede ser cambiado desde el Estado a través de la modificación del modo de acceso y de distribución de los recursos.

–¿La pobreza no altera la idea de democracia como un régimen político basado en la igualdad?

–Observo que desde hace 25 años hay mucha gente pobre y que la democracia funciona. Hay dos modos de ver esto. Una es criticar a la democracia y decir que no resuelve nada porque efectivamente la gente se muere de hambre. Otra es intentar comprender como coexiste la pobreza con la democracia. Es una coexistencia en tensión permanente, donde hay violencia, corrupción, clientelismo y formas degradadas de la política si uno las piensa bajo el modo de una democracia ideal. Hay distintos niveles de corrupción de este ideal y sería irresponsable contentarse con decir que no hay democracia porque existe la pobreza. La Argentina vive en democracia hace 25 años. Es un régimen establecido. Pero indudablemente el proceso de democratización no podrá avanzar si no se resuelve la cuestión social, la enorme fractura de la sociedad.

–¿Esta fractura se relaciona con la retirada del Estado en la economía y en la protección social?

–Sólo parcialmente. En la Argentina, la protección social nunca estuvo en manos del Estado. Eran los sindicatos que daban el acceso a una cobertura de salud. Más que con la retirada del Estado, las transformaciones en las políticas sociales están relacionadas con los cambios en la redistribución de los recursos: lo que antes se distribuía a través del salario, ahora se distribuye hacia el territorio. Curiosamente esta medida fue preconizada por todas las organizaciones internacionales como una forma de democratizar las políticas sociales porque significaba llevar la decisión a la proximidad y darle lugar a la participación mientras que los sindicatos se veían como grandes estructuras burocráticas que manipulaban los recursos. Evidentemente, este desplazamiento no solucionó nada respecto a la corrupción y probablemente agravó la situación. Pero hay que reconocer que en este modo hay efectos democratizadores de ciudadanía que se producen a nivel local de un orden distinto a los que se veían antes. En este contexto, la figura central es el habitante del barrio que se convirtió en ciudadano.

–Está rompiendo con un sentido común sobre la manipulación de los sectores populares y su falta de autonomía individual...

–Sí. Rechazo la idea de que a la gente la llevan por la nariz como el dueño de una estancia que pasea el toro por la Rural. Esto no se corresponde con la realidad. No hay nada que un habitante de un barrio popular deteste más que la posibilidad de sentirse manipulado. Claro que se reparten choripanes y dinero para que la gente vaya a los actos. Pero esto no determina su voto. Alcanza con escuchar las risas y burlas de la gente cuando dicen: “Le comimos todos los panchos a Fulano y él se creía que lo estábamos apoyando”. Son juegos complejos, negociaciones. Creer que la gente va libremente a una manifestación sólo porque adhiere a una opinión, a un ideal, significaría pensar que las clases medias que se reunieron en los actos de apoyo al “campo” no tenían intereses en juego además de sus convicciones. En el caso del conflicto del “campo”, no todos eran los más acérrimos defensores de la libertad, la democracia y la transparencia. También defendían un modo de vida, un tipo de relación con el Gobierno e intereses económicos, a pesar de que una porción ínfima fueran propietarios rurales. Ideales e intereses están siempre mezclados. ¿O acaso la Revolución Francesa se hizo sólo porque la gente creía en la libertad?

Por Gabriel Entin
En Desde Abajo la otra posición para leer


 ENTREVISTAS A DENIS MERKLEN, SOCIÓLOGO FRANCO-RIOPLATENSE
“LA CRISIS DEL EMPLEO ES EL PUNTO EN COMÚN ENTRE LOS JÓVENES DE AQUÍ Y LOS DE FRANCIA”

Denis Merklen es rioplatense en el sentido estricto del término. Nació en Montevideo en 1966 y años después cruzó el charco para formarse en la universidad porteña que sobrevivió a la dictadura militar.

Como profesional, siempre entendió que las teorías sociológicas se estudian en las calles y en los barrios. Allí lo conocí, en los asentamientos urbanos del partido de La Matanza, a fines de la década del 80.

Actualmente reside en Francia donde es maître de conférences de la Universidad Paris 7, e investigador del Centro de Estudio de Movimientos Sociales de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris, situación que le permite cada tanto, darse una vuelta para ver como va la cosa en su terruño.
Aprovechando su visita, conversamos sobre la reciente revuelta juvenil en Francia y sus posibles puntos de contacto con la situación que se vive en Argentina

¿Qué similitudes y diferencias encontrás entre los jóvenes excluidos del sistema francés y los jóvenes en esta situación en el Conurbano Bonaerense?

La primera cosa obvia, pero que hay repetir, es que de ningún modo los jóvenes franceses tienen la sobrevida en juego, no es un problema de miseria económica.
Hay desigualdad, exclusión y hay discriminación racial. Pero, desde el punto vista material, es innegable que ellos están inconmensurablemente mejor que cualquier pibe de un barrio popular de acá, de eso no cabe la más mínima duda.
En Argentina la lucha por la sobrevida material lo cruza todo.

Ahora, ¿cuál sería el punto común? ¿Cómo acercar dos cosas que son tan disímiles?
Creo que la respuesta es la crisis del empleo. El hecho de que no hay trabajo y de que el trabajo que se encuentra no permite garantizar un futuro para muchos jóvenes.
Los pibes se sienten encerrados en la situación en la que están y sienten que no aparece el horizonte. Ese es el punto en común entre los jóvenes de aquí y de allá.

Esto se manifiesta en Francia de una forma distinta a la Argentina, allá la que te cierra la puerta en la cara es la escuela, la institución escolar.

¿Por qué la escuela?

Porque la escuela organiza toda la estructura social y las posibilidades de moverse dentro esa estructura pasan por la escuela. Es casi imposible tener una estrategia de jugar en el mercado puramente, no podés ser un tipo con iniciativa y vivo, y sin tener diplomas desenvolverte igual. Podés ser un tipo con iniciativa y vivo si tenés un piso de diplomas. Y eso es por la estructura del mercado de trabajo francés.

Hace muchos años, Francia apostó a un contenido en tecnología muy importante en su estructura productiva y eso hace que necesites un diploma para todo. Al mismo tiempo, como hay mucho desempleo, las empresas reclutan sobrecalificadamente. Verdaderamente todas las puertas de entrada son con muchos años de estudio. El bachillerato es el zócalo mínimo y más bajo, y actualmente hay muchos pibes que salen antes del bachillerato.

El problema de la sobrecalificación es un fenómeno que también se presenta acá, por eso, deduzco que la diferencia es la valoración de toda la trayectoria de los chicos en la escuela y no solamente el título.

Si, las notas de la primaria determinan tu carrera secundaria, y un año va a determinar las posibilidades sobre el otro.
Principalmente, lo ocurre es que los que no tienen determinadas notas tienen las puertas cerradas en todos los estudios que vienen después.

Pensando en el contexto argentino, ¿esto se da en el ámbito de la educación pública y privada?

No hay una oferta privada significativa. La oferta privada es por razones religiosas, en ese caso, no juega el punto de vista económico.
Hay un solo caso en que el sector privado cumplen un papel importante, y es el de las escuelas de comercio y empresariales.

Pero, sin dudas, si existe una lógica social de privilegiar la trayectoria escolar, ¿este sector también se debe guiar por esta política?

Así es. Además, esas escuelas apuntan a cuadros medios y cuadros altos del sector del marketing y el comercio. Es por todo esto que hay un sentimiento tan duro, porque el que se queda afuera sabe que no tiene ningún modo de entrar por un camino alternativo.

Las vías alternativas están muy reducidas, y esto aparece en Francia como una demanda muy fuerte de la sociedad en el sentido que pareciera que hay un solo sentido para todo.
Mucha gente siente que tiene talento y que podría hacer cosas, pero quedó fuera de la escuela.

Ha habido intentos de políticas públicas para hacer el sistema un poco más flexible. Dentro de ellos, hay un mecanismo que se llama “validación de la experiencia adquirida” para que la gente con experiencia laboral pueda certificarlo a través de un diploma y seguir estudiando. Por eso es que la escuela ocupa un lugar tan importante.

Muy diferente de lo que ocurre aquí, que todo responde más al orden de la económico. Francia se parece más una jerarquía social estructurada por la escuela, que a un mercado donde todos compiten.

En Argentina, muchos críticos del sistema mencionan que la escuela, para un gran sector de los jóvenes –generalmente los sectores más desfavorecidos-, actúa como un “colchón social”, es decir, un lugar donde tener a los chicos quietos, ocupados hasta que entran en el mercado laboral o deambulen como desocupados, ¿eso se da en Francia?

Muy poco, porque el sistema educativo no lo permite. No se puede repetir en Francia, porque hay que cambiar de escuela. Funciona como un sistema donde el rendimiento del alumno es muy importante, es casi imposible perder el tiempo en la escuela.
Fenómenos como los que ocurren acá, por ejemplo, estudiantes que hacen 10 años que están repartiendo volantes en la puerta de la facultad, en Francia no son posibles porque el sistema los expulsa inmediatamente. Cuanto más básico es el sistema escolar más rígido aún. Se va haciendo más abierto en la medida que uno evoluciona, uno va dando pruebas de que va a ser capaz de ser autónomo.

Ahora, como hay una franja de chicos que está dejando la escuela sin tener el bachillerato, el gobierno está proponiendo alternativas de formación para jóvenes menores de edad, hay un gran debate. Esto se da como respuesta a las revueltas.
La percepción es que hay muchos chicos que están debajo de los edificios sin nada que hacer, entonces la idea es ¿qué se le puede ofrecer a un chico que salió de la escuela y no logra entrar en el mercado laboral? El gobierno quiere proponer formación con experiencia laboral, lo que significaría poder entrar a trabajar en horarios reducidos antes de la mayoría de edad. El gobierno plantea hacerlo a partir de los 14 años, la izquierda se opone dicen esto es volver a llevar los niños al trabajo.

En tema de números, en Argentina se calcula en medio millón los chicos entre 13 y 19 años que están fuera de la escuela y del mercado laboral, ¿Cuáles son los números en Francia?

Allá las cosas son diferentes. Los chicos que están quedando fuera del sistema escolar antes de terminar el bachillerato se estima en 15 mil al año. Lo que los franceses consideran trabajo precario (trabajadores que están bajo contrato), es el 6% de la población. Acá tenemos alrededor de un tercio de la mano de obra en negro. Acá consideramos que trabajar bajo contrato es un buen estatus laboral, eso da una medida de la diferencia desde el punto de vista material.

Por ejemplo, estoy trabajando en un programa de acceso al agua potable en La Matanza. En este partido del conurbano hay 400 mil personas sin agua potable, y 700 mil sin cloacas, eso sólo es el distrito de La Matanza. En cambio, en Francia, esa cifra es prácticamente cero, no hay un habitante que no tenga agua potable, cloacas, recolección de residuos, calefacción, es prácticamente cero.

En tu función de profesional que viene al país regularmente, ¿qué avances y que retrocesos ves en las políticas sociales, pensando, particularmente, en los jóvenes?

Hay una cosa que me parece muy importante, una preocupación en todos los actores relacionados con el trabajo social, hay un convencimiento que el principal problema del país es el empleo. Esto no era así en 1996 o 98, y no porque no hubiera problemas de empleo, sino porque se pensaba que el problema era otro. La dificultad es que seguimos estando en condiciones en las que rearmar el mercado de trabajo es un desafío inmenso y eso es lo que uno ve como muy duro.

Este programa “Aguas más trabajo” en el que estoy trabajando se va a replicar como modelo con una muy buena voluntad, pero la verdad es que la gente que está trabajando lo hace en condiciones lamentables, y está siendo empleado por el Estado.

Hay una degradación de los umbrales de lo aceptable, están ganando un salario que está debajo del salario de subsistencia y trabajando en condiciones de empleo de altísima precariedad, sin cobertura social, con inmensos niveles de precaridad contractual.
Hay una preocupación importante, pero que el piso del que se parte es bajísimo, y (sin bien) estamos en un contexto en que parece que la preocupación de Estado es seria, el camino para recuperar el empleo es un camino muy largo.

Recién dijiste “todos los actores”, ¿quiénes serían los actores que están interviniendo en este proceso?

El Estado nacional, municipios, la gente que está directamente ligada a las políticas sociales, funcionarios ligados con otras secretarias que nunca hubieran tomado este tema como central de su gestión. Vas a hablar con el Secretario de Obras Públicas del municipio y te dice el problema central que tenemos es el desempleo, lo mismo te dice el Secretario de Acción Social, el de Salud Pública. Pareciera existir una unión de intereses y preocupaciones.

En cuanto a las organizaciones sociales, algunas con las que he hablado, -movimientos de piqueteros, asociaciones barriales, etc-, están muy contentas con el éxito que han tenido en posicionarse como gestores de la política pública, y tal vez han bajado un poco la guardia respecto de cuales son los caminos de salida y en el rol que ellos tienen como apuntadores de la agenda social.
Parecen secretarios de Estado que están contentos con las realizaciones que hacen y no tanto con la situación general de la población. Te dicen: “estamos haciendo 30 viviendas en tal lado”, “estamos poniendo caños en tal otro”, “hemos creado tantas cooperativas”. Están muy preocupados en observar el crecimiento de sus organizaciones, y esto es un poco complejo porque empiezan a ver el “progreso social” a través del crecimiento de sus organizaciones y esto me parece un retroceso, porque no coincide, de ningún modo, con el progreso general de la población.

Y al mismo tiempo empiezan a ser vistos por los beneficiarios de estos programas como gestores que entran en las generales del sistema político y no tanto como actores con otra voz y otra propuesta ética.

José Luis González


La revuelta juvenil en Francia

Extracto de la exposición de Denis Merklen
desarrollada el 9/12 en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA

Es difícil transmitir una imagen diferente de aquella que llega a través de los medios. En este caso, la imagen televisada jugó un papel muy importante, sobre todo, porque los propios jóvenes de los barrios trabajaron con lo que ellos sabían que los medios iban a hacer. De otras revueltas aprendieron que cuando rompen un auto no viene la tele, cuando queman si, entonces aprendieron que tienen que quemar.

Entonces, (luego que murieron los chicos en el transformador eléctrico), pasó algo que se produce cada vez que se produce un hecho de esta naturaleza, y que ya tiene características rituales en Francia: los jóvenes de estos barrios salieron a protestar, y el modo que tienen de protestar es romper todo.

En este barrio pasó exactamente eso, que no hubiera llamado la atención, ya que ocurre dos o tres veces por año desde hace mucho tiempo. Pero el Ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, que es un político que tiene muchísimas posibilidades de ganar las próximas elecciones a presidente, calificó a los jóvenes de “canallas” y dijo que había que ir a limpiar los barrios de este tipo de gente. Inmediatamente después, fue como si se hubiera extendido un reguero de pólvora, eso si fue novedoso, nunca antes había pasado, en muchos barrios salieron los pibes a romper todo y fundamentalmente a quemar los autos.

Esta situación se prolongó durante dos semanas, el resultado es bastante espectacular: se quemaron 9 mil autos, se quemaron 3 ó 4 escuelas, se atacaron estaciones policiales con bombas Molotov y con piedras. Cada uno de estos blancos elegidos era muy preciso: escuelas, seccionales de comisarías y empresas de transporte urbano y empresas de zonas francas contra el desempleo, que no tomaban a estos chicos.

En cuánto a los partidos políticos, todo iba ocurriendo día a día. En los primeros días todos estaban callados porque tenían miedo de “meter la pata”. Finalmente, todo el arco político de la derecha empieza a ocupar el espacio y empieza a pedir seguridad y que se termine el problema.

Los acontecimientos se terminaron cuando el gobierno tomo medidas legales, y mandó a la policía a terminar con las revueltas. El resultado fue tres mil jóvenes presos, y sólo 150 de ellos extranjeros.

Cabe destacar que la policía fue muy eficaz y cautelosa, de los tres heridos durante los disturbios no hubo ningún herido por parte de la policía en la represión.

Los porques

La discusión en Francia sobre si esta revuelta era un acto político o no, me hizo acordar a los debates que había vivido en Argentina sobre si los estallidos, los piqueteros, las ocupaciones de tierra, eran actos políticos o no.

Algunos sociólogos muy importantes y que están bien a la izquierda del abanico ideológico calificaron a lo que está ocurriendo como actos “protopolíticos”, eso fue lo más lejos que se llegó.

A mi me parece que hay que leerlos como actos políticos, y que hay algunas veces que quemar un auto podía ser un acto político, como también lo es calificar a quien lo quemaba de delincuente en este intento de correrlo del campo de las acciones legítimas.
Ahora bien, hay algo que es muy difícil de asimilar para la opinión pública, y es que hay nuevas clases populares y que no son obreros.
En general, los sociólogos franceses cuando se acercan al mundo popular tienen un reflejo que es el de tratar de entender esas nuevas clases populares comparándolas con la clase obrera, por el peso y la tradición que tuvo la clase obrera en Francia. Pero todo lo que se escapa a ese universo es muy difícil de ser pensado.

En ese juego de interpretaciones surge con mucha fuerza, y esto creo que va a tener mucha importancia en los años venideros en Francia, la cuestión racial, la cuestión étnica y la cuestión de la inmigración.

En este contexto, todos los datos sobre las clases populares son profundamente ambiguos: en Francia no hay prácticamente trabajo en negro. Actualmente el desempleo llega casi al 10%, pero prácticamente todos están cubiertos por el seguro de desempleo u otras formas de protección de ingreso, por lo cuál hay en Francia una situación de cuasi ingreso universal. Pero el desempleo entre los jóvenes llega al 22 %, y el distrito donde empezaron los problemas, uno de los lugares donde es más dura la situación, el porcentaje de desempleo es más alto.
Y el último dato es que el 13% de la población de Francia es inmigrante.
Estos guarismos son muy superiores en las cites, en los barrios construidos por el gobierno y donde se concentra la pobreza, el desempleo y la inmigración.

¿Cómo ha respondido el Estado en los últimos años? A través de dos mecanismos principales: la creación de empleo público subsidiado, y por otro lado, una política pública de los años 80, que trata de una política urbana de promoción de los barrios centrada en el subsidio a una red de organizaciones barriales.
Esa política social se inicio con una revuelta similar en los años 80, y la respuesta fue integrar a todos esos jóvenes, principalmente de origen magrebí, a dispositivos de política social importantes y que todavía perduran.

Entonces, una de las cosas que están en el fondo del debate es si las políticas sociales de los últimos 25 años sirvieron para algo. Siguiendo el razonamiento que esto no sirvió para nada, muchos políticos dicen: “hay que tirar el modelo francés a la basura y empezar con otra cosa”. Este es el discurso del ministro Sarkozy.

Ahora bien, desde el 2002, el gobierno -en poder de la derecha- ya hizo mucho de todo esto, esencialmente tomó tres medidas que tuvieron un impacto muy violento sobre los barrios:
• suprimió absolutamente todos los empleos subsidiados;
• recortó de un modo muy fuerte los subsidios a las asociaciones barriales;
• suprimió la “policía de proximidad”, una medida del gobierno socialista donde los policías iban a los barrios y tenían actividades preventivas con los jóvenes.

Cuando asumió Sarkozy, en el 2002, en su discurso dijo: “la policía no está para ir a jugar a la pelota a los barrios, está para reprimir” y suprimió esta política.

Se conjugó con todo esto una coyuntura del empleo muy desfavorable, entonces, algo que apareció inmediatamente después que los jóvenes salieron a romper todo fue que los vecinos de los barrios que hablaban en televisión decían “esto no daba para más”, “todos sabíamos que esto iba a explotar, sólo esperábamos cuando”. Declaraciones de ese tipo fueron unánimes, a tal punto que el gobierno cuando termina la revuelta dijo: “cometimos un error suprimiendo todas las ayudas, vamos a reestablecer inmediatamente algunas, fundamentalmente la plata que se destinaba a las asociaciones”.

Otra cosa que quedó claro es que el sistema político tiene una inmensa dificultad para comunicarse con los barrios, incluso la izquierda ha quedado afuera de este sector popular.

Entonces, surge la pregunta: ¿estos chicos que salieron a quemar autos, a quién van a votar en el 2007? Es difícil por que hay un problema de oferta, pero a su vez, es una hipótesis bastante improbable por que esos jóvenes no van a ir a votar.

Aquí hay un problema que tiene que ver con el descrédito de los partidos políticos en el mundo popular, pero, (en este mundo popular) también debe ser leído en términos generacionales.

En Francia, convertirse en francés es un camino mucho más largo que en Argentina, aunque se sea francés legalmente, ser reconocido como autóctono es un camino muy largo. Eso quiere decir que un nieto de inmigrante sigue siendo inmigrante, pero la verdad es que esto que la sociedad francesa dice es complicado, por que esa gente creció y fue a la escuela en Francia y cuando esas personas van a Argelia, por ejemplo, son perfectos extranjeros.

¿Pero qué pasa entre la primera la segunda y la tercera generación? La segunda generación es aquella que hizo más o menos las mismas revueltas que ahora en los años 80 y que fueron luego integrados a través de las políticas de los gobiernos socialistas de los 80 y 90.

Entonces, una parte importante del conflicto que se expresa en la revuelta juvenil, es un conflicto entre esas dos generaciones, y es un clivaje que atraviesa muy profundamente estas nuevas clases populares,. Se trata de un corte generacional, pero fundamentalmente actitudinal: qué actitud tomar frente a la sociedad, frente al sistema político, frente a las instituciones.

Todo hace pensar que los jóvenes salieron a decirle a sus hermanos mayores y a sus padres: “ustedes se dejaron engañar durante veinte años con esos dispositivos que no sirvieron para nada, porque ahora estamos desempleados, sin subsidios, sin créditos. Nosotros les vamos a mostrar que en una semana vamos a ir mucho más lejos de los que fueron ustedes”. Es decir, hay una lucha dentro de los barrios para decidir cuáles son los modos de acción, cómo hay que hacerlos, quién controla los barrios, y esto es muy fuerte.

De: Revista La Lupa de Fundación SES