Unicef Uruguay cuestionó algunos puntos del proyecto de Código de
Responsabilidad Infraccional Juvenil, lamentando que se aumenten las penas.
Egidio Crotti, representante de Unicef Uruguay, dijo a Montevideo Portal que “las instituciones no están preparadas” para
afrontar el incremento de internos que produciría.
La advertencia de
UNICEF acerca del riesgo en que incurre Uruguay al haber adoptado esta
estrategia es no sólo oportuna, por el papel que internacionalmente le incumbe,
sino absoluta y milimétricamente
ajustada a la realidad en la que estamos inmersos en el país, aunque dicho
Organismo no cuente con datos estadísticos suficientes (porque, lamentablemente,
no existen o parecería que no ha interesado ni interesa relevarlos, ni antes
del 2005 ni desde esa fecha hasta el presente).
Por ello, y
considerando que la situación lo amerita con urgencia, considero que mi
testimonio puede configurar un elemento a considerar, no por la relevancia de
mi persona -una sencilla profesora de Liceo Rural y de Contextos de Encierro-
sino porque un microcosmos como el de mi campo de acción contiene las
características de los otros mundos -el de otros colegas que ejercen en iguales
o diferentes condiciones, y el de los otros planos de la realidad del país: el
político, el socio-económico, el cultural y todos los que mi quizás limitada
contemplación pueda obviar. Así que estoy segura de que, seleccionando al azar
otros testimonios de docentes, recolectarían las mismas apreciaciones. Demás
está subrayar que, siendo tan sagrados los elementos en juego, mi conciencia no
me permitiría ni exagerar ni minimizar un ápice sobre los hechos.
Los lectores de
este Blog están acostumbrados a que la temática esté vinculada siempre al
espectro cuya columna vertebral es la situación de encierro a nivel de adultos.
Bien. Esta vez voy a referirme, sin embargo, a un escalón anterior, porque bien
puede ser el último peldaño antes de cruzar hacia ese espacio de la cárcel que
tanto alivio genera en la población. (En realidad, estoy segura de que lo es,
porque en diferentes Establecimientos Penitenciarios me he encontrado con
exalumnos de Liceos Públicos a los que ellos habían asistido pocos años antes).
Es decir, voy a referirme a la última oportunidad que tiene el Estado de evitar
un salto cualitativo rotundo en la vida de una persona. (La última, sí, porque
ni la familia, ni la escuela, ni otros lazos, por múltiples razones, pudieron
aferrarlo a un soporte menos vulnerable).
No importa en qué liceo trabajo; baste con saberse que está en el
medio rural, que atiende a una población de contexto socio-cultural crítico,
que son jóvenes cursando primero y segundo año a una edad bastante superior a
la que curricularmente correspondería.
En general, son
jóvenes que provienen de hogares con importantes dificultades económicas (a
veces no comen lo suficiente, no se abrigan lo suficiente, en fin, no es
preciso ahondar más en estas carencias para ilustrar al respecto). Provienen de
hogares biparentales pero mal avenidos, o de hogares donde se han concentrado
abuelos, tíos, primos, distintas parejas de las madres incluso u hogares
uniparentales con madres agobiadas por distintos problemas, o sea, el caldo de cultivo
perfecto para perfiles sicológicos muy especiales. Estos jóvenes, además, tienen
otros saberes (ya han probado alcohol, droga, maltrato, violaciones, embarazos,
abandonos, discriminación...) y su trayectoria académica ha sido muy
dificultosa; ingresar al liceo implica, a veces, sólo la posibilidad de
socializarlos o contenerlos emocionalmente por un rato. Lo cognitivo puede
cocinarse a fuego muy, pero muy lento, e incierto; en sus ámbitos hogareños, el
conocimiento ha sido o un artículo de lujo o un bien insospechado.
Frente a esta
situación, el Estado no se ha dignado preocuparse seriamente, que es la única
manera de ocuparse con efectividad. Antes y después del 2005 a ningún Ministro
de Educación se le ha ocurrido que se vienen empollando bombas de la magnitud
de Hiroshima. Seguramente deben de haber supuesto, con la calma propia de la
negligencia, que era suficiente con delegar en las Escuelas y Liceos la mera
contención pasajera y recortada que estamos aptos para ofrecer (porque ni
siquiera a veces tenemos la capacidad locativa decorosa para que pasen ese rato
en condiciones decorosas, y esto ya se ha visto por televisión en forma
reiterada). Y, como a las pruebas me remito, en un Liceo de 1500 alumnos que presentan las características ya
enunciadas, tampoco se cuenta con un Equipo Multidisciplinario básico (Sicólogo,
Asistente Social, Psicopedagogo,...) para atender estas demandas apremiantes
del estudiantado. Así que el Profesor termina emparchando, a intuición, a
tanteo, lo que las políticas de Estado debieron haber previsto desde hace
décadas. (En las Escuelas de la zona ocurre exactamente lo mismo). También nos
dedicamos a recolectar ropa, calzado, útiles, dinerillo para urgencias, en fin,
esas minucias.
Al tanteo, como se pueda... Blas de Otero decía: "Me queda la palabra". Sí, la palabra, y el más extraviado de los sentidos en la actualidad: el sentido común. |
¿Le habrá
resultado tan complejo a esa galería de Ministros ponerse a leer un poquito
acerca de la etiología de estos fenómenos? ¿No hay asesores a granel en cada
Cartera? ¿O es un demérito estudiar, informarse, a fin de adoptar medidas
consonantes con el bienestar esencial de los ciudadanos de hoy y mañana? ¿No se
han podido tomar medidas que apunten a crear en los padres la responsabilidad inherente
a su rol?¿No hay leyes anteriores al 50 y vigentes aún que prevén sanciones
para los primeros educadores de los jóvenes cuando han olvidado los deberes de
la patria potestad? ¿A nadie se le ocurrió que estos padres también necesitan “educación”?
¿Qué otras herramientas puede tener un docente si llama por teléfono día tras
día a los padres o tutores del alumno y éstos ni siquiera contestan? Muy normal
es que si osadamente nos atrevemos a exigirles que los lleven al médico, muchos
“opten” por resolver que es mejor la deserción y definitivamente no los mandan
más al Liceo. ¿Qué valor podrán tener en el joven los consejos o las
experiencias de clase cuando nos hace un comentario como el siguiente: “Profe, ¿usted se cree que a mis padres les
importa algo de lo que me pase? El
fin de semana me fui con mi hermano, el sábado, de joda, y volvimos el domingo
de noche.¿Usted piensa que nos preguntaron o nos dijeron algo?” Idénticos
comentarios escuchamos los docentes de Contextos de Encierro cuando ya
confiados en nosotros empiezan a contarnos episodios de sus vidas. ¿Qué valor
pueden darle a la vida cuando rapiñan estos jóvenes que han sido tratados como
muebles en sus propias familias? O sea que, “del lado de acá y del lado de allá”, el origen es el mismo.
El grado de primitivismo es muy alto en estos padres biológicos pero
resulta grotesco el de los Gobiernos, sin distinción de color. A esta altura,
no haber generado Políticas de Estado reales que propendan al verdadero
desarrollo de sus integrantes más desvalidos es una especie de “incruento” genocidio,
de barbarie. ¿Hasta cuándo esta sangría? Porque... este
testimonio plantea, a gruesos trazos, lo que ocurre en un Centro Educativo, en
uno solo, y hay cientos en el país.
En un momento en
que se rebaja el desempeño docente desde todos los púlpitos, resulta clave
preguntarse con qué otros actores de la sociedad civil compartimos ese
exclusivo deterioro que nos han prefabricado; creo que la lista es larga y hay
responsabilidades intransferibles. Pero parece que haber encontrado “dos chivos expiatorios” ideales, como son
los jóvenes infractores y los docentes, calma cualquier incómodo escozor
provocado por algún episodio internacional o nacional. La prevención es un asunto inabordable cuando se está a merced de la
mediocridad; este es el corazón de la verdad.
Así que, Sr.
Egidio Crotti, con suma justicia debo reconocer que tiene usted razón:
“Hay que hacer un clic, cambiar, no sólo a la gente sino también parte
de la institucionalidad”.
Profª. Ana Milán
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